SÁBADO 15/10/2022
Nos levantamos sobre las 9 en nuestro alojamiento de San Antonio, Rita Hostal Boutique, y desayunamos algo en el cuarto antes de salir a dar una vuelta por San Antonio. Al rato nos recogieron Tony, Mamen y David con el coche de alquiler y pusimos rumbo al famoso Mercadillo de Las Dalias, que se celebra los sábados. Además Mamen había quedado allí con María, su marido Dani, y los tres hijos de ambos, Lucía, Laia y Pau.
De camino pasamos por un precioso paisaje, donde se respeta la típica arquitectura payesa, sin vallas, con campos muy cuidados. Hicimos un alto en el camino para ver Santa Gertrudis, una bonita localidad. Nos dimos una vuelta por las calles peatonales, topándonos con un estanco centenario donde compramos tomates de la huerta, a muy buen precio, y tuvimos una interesante charla con el simpático dueño, quien nos explicó que había pertenecido a su bisabuelo y que apenas había sufrido cambios durante los más de cien años de vida del negocio.
Llegamos hasta el parque, donde David se entretuvo un rato mientras Mamen y yo visitábamos alguna de las preciosas tiendas como, por ejemplo, Es Cucons. Volvimos por donde habíamos caminado hasta el Bar Costa, que se encuentra justo enfrente del estanco centenario, donde entramos a encargar unos bocadillos para llevar, pues comeríamos en la playa. Este local es muy conocido por sus embutidos y bocadillos, que certifico que estaban muy ricos, concretamente de sobrasada para Pelayo y Tony, Lomo para David, Cecina para Mamen y butifarra para mí (que le llaman vientre). Aprovechamos para sentarnos dentro y tomar algo: vino tinto de la isla de la Bodega Can Maymó, un café y refrescos; resultó disponer de varias salas llenas de coloridos cuadros. Pagamos por las bebidas y los bocadillos 40,7€.
La siguiente parada fue el Mercadillo de Las Dalias, pagando 3’5€ por dejar el coche en el parking anexo. Había bastante gente por lo que puede llegar a agobiar en los pasillos estrechos. Había puestos principalmente de ropa, decoración y joyas pero también otros de comida y otras curiosidades. Lo que más llamó mi atención fue el estilo de la gente y los personajes que nos encontramos. Al rato llegó María con su familia.
Aprovechamos para acercarnos a un puesto de Balearia, donde preguntamos por los billetes a Formentera. La chica supuestamente nos hizo un 20% de descuento en los tickets de ida y vuelta de los cinco y el vehículo, pagando 182€. Al llevar coche tuvimos que cerrar las horas del embarque allí mismo, pudiéndose modificar el día de la fecha, por lo que nos explicaron, acudiendo a ventanilla con al menos una hora de antelación.
Tras la visita al Mercadillo pusimos rumbo a Cala San Vicent, donde estuvimos unas cuantas horas disfrutando del sol, el agua cristalina, las palas y los ricos bocadillos del Bar Costa. Todos llevaban tomate y además los pasan por la plancha por lo que recién hechos tienen que estar aún más buenos. Además compramos bebidas en un chiringo de la playa (6’5€) y tras la comida Mamen fue a por unos helados para todos (19,35).
Tras la comida me dormí y no desperté hasta una hora después, mientras los demás se bañaban, jugaban a las palas, etc. Me bañé por última vez, pues la temperatura del agua era estupenda y además muy clara (eso sí, encontramos alguna que otra medusa), y cogimos el coche para visitar Es Culleram. Se trata de un yacimiento arqueológico del siglo 425-125 a.C. en el que, al parecer, antes se podía entrar libremente dentro de la cueva pero ahora está cerrada con barrotes por lo que sólo se puede pasear por los alrededores.
Dejamos el coche en el camino y caminamos hasta el acceso a la cueva, desde donde hay unas bonitas vistas del islote de Tagomago. Según nos contaron la cueva fue descubierta a principios del siglo XX, encontrándose figuras de terracota, huesos, etc. Se trataba de un santuario púnico dedicado a Tanit, diosa cartaginesa de la fertilidad y la fortuna, en el que se aprovechó la cavidad natural de la roca, donde al parecer hay varias estalactitas que dividen el espacio en varias estancias.
Tras el paseo arqueológico pusimos rumbo a Ibiza capital, donde esa noche daba un concierto uno de los sobrinos de Dani, que con 16 años tiene una banda de rock con sus amigos. Reservaron por tanto una mesa a las 20:30 para cenar en la terraza del local, llamado Can Tommy. Como llegamos con un poco de antelación tomamos algo en el bar de enfrente, llamado Can Sala, donde fueron muy amables, pues nos permitieron dejar el coche en su parking privado durante el concierto. Toamos un par de rondas de bebidas y finalmente cruzamos para ver empezar el concierto. Nos colocaron en una mesa de adultos y otra de niños, todo un detalle. Los adultos pidieron todos rabo de vaca menos yo, que pedí una pizza Barona. Los niños pidieron todos una pizza para cada una, sobrando muchísima comida, pues eran demasiado grandes para los menores. Para beber tomamos dos botellas de vino (tienen unas referencias bastante flojas y escasas), refrescos y agua, pagando 21 euros por personal.
Tras la cena María, Pelayo y yo nos fuimos de fiesta, aprovechando que era Sábado y había fiesta de cierre de temporada en la mayoría de discotecas. Pelayo quería ir a Amnesia pero valía 100 euros cada entrada así que finalmente nos fuimos a Bora Bora, un clásico Beach Club de la isla que cerraba definitivamente, pues al parecer van a construir en su lugar un hotel con discoteca. No pagamos nada, pues nos metió en una lista de invitados una amiga de María: nos esperaba ya en la entrada del local cuando llegamos, le dijo nuestros nombres a la chica que estaba en el control de entrada, nos colocaron una pulsera y entramos para adentro, así de sencillo.
La discoteca tenía acceso a la playa (en ese momento estaba cerrado), una amplia y agradable terraza y una sala interior donde estaban pinchando música disco pero para mi gusto demasiado dura. Había una planta arriba que era la zona con reservados a la que no pudimos acceder. La pulsera que nos colocaron en la entrada daba acceso a las últimas 40 horas de sesión, previas al cierre, es decir, hasta el lunes de mañana.
Estuvimos bailando un rato en la pista, viendo los espectáculos que se sucedían: un gogo portugués que le llaman Spiderman (en realidad es un señor mayor que no tiene nada de ritmo y apenas se mueve, no entiendo porqué se ha hecho famoso…), un par de personas disfrazadas de transformers que emitían rayos de luz, etc. Lo mejor era la mezcla de gente variopinta que había en la pista bailando, de todas las edades y nacionalidades, extrañamente vestidos e incluso alguno en bañador.
Tras una hora y pico de música machacona pedimos papas así que recogimos el coche del parking privado de la discoteca pagando no recuerdo cuanto para retirarlo y nos dirigimos a San Antonio tras despedirnos de María. Nos costó encontrar aparcamiento más de media hora, encontrando finalmente un sitio en la carretera general. Llegamos al hotel sobre las 2 de la mañana, con muchas ganas de acostarnos en la cómoda cama del Rita Hostal Boutique.
Nos levantamos sobre las 9 en nuestro alojamiento de San Antonio, Rita Hostal Boutique, y desayunamos algo en el cuarto antes de salir a dar una vuelta por San Antonio. Al rato nos recogieron Tony, Mamen y David con el coche de alquiler y pusimos rumbo al famoso Mercadillo de Las Dalias, que se celebra los sábados. Además Mamen había quedado allí con María, su marido Dani, y los tres hijos de ambos, Lucía, Laia y Pau.
De camino pasamos por un precioso paisaje, donde se respeta la típica arquitectura payesa, sin vallas, con campos muy cuidados. Hicimos un alto en el camino para ver Santa Gertrudis, una bonita localidad. Nos dimos una vuelta por las calles peatonales, topándonos con un estanco centenario donde compramos tomates de la huerta, a muy buen precio, y tuvimos una interesante charla con el simpático dueño, quien nos explicó que había pertenecido a su bisabuelo y que apenas había sufrido cambios durante los más de cien años de vida del negocio.
Llegamos hasta el parque, donde David se entretuvo un rato mientras Mamen y yo visitábamos alguna de las preciosas tiendas como, por ejemplo, Es Cucons. Volvimos por donde habíamos caminado hasta el Bar Costa, que se encuentra justo enfrente del estanco centenario, donde entramos a encargar unos bocadillos para llevar, pues comeríamos en la playa. Este local es muy conocido por sus embutidos y bocadillos, que certifico que estaban muy ricos, concretamente de sobrasada para Pelayo y Tony, Lomo para David, Cecina para Mamen y butifarra para mí (que le llaman vientre). Aprovechamos para sentarnos dentro y tomar algo: vino tinto de la isla de la Bodega Can Maymó, un café y refrescos; resultó disponer de varias salas llenas de coloridos cuadros. Pagamos por las bebidas y los bocadillos 40,7€.
La siguiente parada fue el Mercadillo de Las Dalias, pagando 3’5€ por dejar el coche en el parking anexo. Había bastante gente por lo que puede llegar a agobiar en los pasillos estrechos. Había puestos principalmente de ropa, decoración y joyas pero también otros de comida y otras curiosidades. Lo que más llamó mi atención fue el estilo de la gente y los personajes que nos encontramos. Al rato llegó María con su familia.
Aprovechamos para acercarnos a un puesto de Balearia, donde preguntamos por los billetes a Formentera. La chica supuestamente nos hizo un 20% de descuento en los tickets de ida y vuelta de los cinco y el vehículo, pagando 182€. Al llevar coche tuvimos que cerrar las horas del embarque allí mismo, pudiéndose modificar el día de la fecha, por lo que nos explicaron, acudiendo a ventanilla con al menos una hora de antelación.
Tras la visita al Mercadillo pusimos rumbo a Cala San Vicent, donde estuvimos unas cuantas horas disfrutando del sol, el agua cristalina, las palas y los ricos bocadillos del Bar Costa. Todos llevaban tomate y además los pasan por la plancha por lo que recién hechos tienen que estar aún más buenos. Además compramos bebidas en un chiringo de la playa (6’5€) y tras la comida Mamen fue a por unos helados para todos (19,35).
Tras la comida me dormí y no desperté hasta una hora después, mientras los demás se bañaban, jugaban a las palas, etc. Me bañé por última vez, pues la temperatura del agua era estupenda y además muy clara (eso sí, encontramos alguna que otra medusa), y cogimos el coche para visitar Es Culleram. Se trata de un yacimiento arqueológico del siglo 425-125 a.C. en el que, al parecer, antes se podía entrar libremente dentro de la cueva pero ahora está cerrada con barrotes por lo que sólo se puede pasear por los alrededores.
Dejamos el coche en el camino y caminamos hasta el acceso a la cueva, desde donde hay unas bonitas vistas del islote de Tagomago. Según nos contaron la cueva fue descubierta a principios del siglo XX, encontrándose figuras de terracota, huesos, etc. Se trataba de un santuario púnico dedicado a Tanit, diosa cartaginesa de la fertilidad y la fortuna, en el que se aprovechó la cavidad natural de la roca, donde al parecer hay varias estalactitas que dividen el espacio en varias estancias.
Tras el paseo arqueológico pusimos rumbo a Ibiza capital, donde esa noche daba un concierto uno de los sobrinos de Dani, que con 16 años tiene una banda de rock con sus amigos. Reservaron por tanto una mesa a las 20:30 para cenar en la terraza del local, llamado Can Tommy. Como llegamos con un poco de antelación tomamos algo en el bar de enfrente, llamado Can Sala, donde fueron muy amables, pues nos permitieron dejar el coche en su parking privado durante el concierto. Toamos un par de rondas de bebidas y finalmente cruzamos para ver empezar el concierto. Nos colocaron en una mesa de adultos y otra de niños, todo un detalle. Los adultos pidieron todos rabo de vaca menos yo, que pedí una pizza Barona. Los niños pidieron todos una pizza para cada una, sobrando muchísima comida, pues eran demasiado grandes para los menores. Para beber tomamos dos botellas de vino (tienen unas referencias bastante flojas y escasas), refrescos y agua, pagando 21 euros por personal.
Tras la cena María, Pelayo y yo nos fuimos de fiesta, aprovechando que era Sábado y había fiesta de cierre de temporada en la mayoría de discotecas. Pelayo quería ir a Amnesia pero valía 100 euros cada entrada así que finalmente nos fuimos a Bora Bora, un clásico Beach Club de la isla que cerraba definitivamente, pues al parecer van a construir en su lugar un hotel con discoteca. No pagamos nada, pues nos metió en una lista de invitados una amiga de María: nos esperaba ya en la entrada del local cuando llegamos, le dijo nuestros nombres a la chica que estaba en el control de entrada, nos colocaron una pulsera y entramos para adentro, así de sencillo.
La discoteca tenía acceso a la playa (en ese momento estaba cerrado), una amplia y agradable terraza y una sala interior donde estaban pinchando música disco pero para mi gusto demasiado dura. Había una planta arriba que era la zona con reservados a la que no pudimos acceder. La pulsera que nos colocaron en la entrada daba acceso a las últimas 40 horas de sesión, previas al cierre, es decir, hasta el lunes de mañana.
Estuvimos bailando un rato en la pista, viendo los espectáculos que se sucedían: un gogo portugués que le llaman Spiderman (en realidad es un señor mayor que no tiene nada de ritmo y apenas se mueve, no entiendo porqué se ha hecho famoso…), un par de personas disfrazadas de transformers que emitían rayos de luz, etc. Lo mejor era la mezcla de gente variopinta que había en la pista bailando, de todas las edades y nacionalidades, extrañamente vestidos e incluso alguno en bañador.
Tras una hora y pico de música machacona pedimos papas así que recogimos el coche del parking privado de la discoteca pagando no recuerdo cuanto para retirarlo y nos dirigimos a San Antonio tras despedirnos de María. Nos costó encontrar aparcamiento más de media hora, encontrando finalmente un sitio en la carretera general. Llegamos al hotel sobre las 2 de la mañana, con muchas ganas de acostarnos en la cómoda cama del Rita Hostal Boutique.