En realidad, esta etapa va desde Palas de Rei hasta Arzúa y es la más larga y dura de este tramo del Camino, con unos 29 kilómetros de recorrido. Por ello, son muchos los peregrinos que, si disponen de tiempo, la dividen en dos partes para ir más descansados. Y eso fue lo que hicimos nosotros. A toro pasado, creo que no es necesario y se puede hacer de una tirada sin mayores complicaciones, sobre todo en verano, cuando se disfruta de tantas horas de luz. De todas formas, tampoco me arrepiento porque así tuve la ocasión de recorrer con tranquilidad el bonito pueblo de Melide (Mellid en gallego). Pero a eso llegaré después.
Empezamos la jornada desayunando en la terraza de un café, frente al Concello de Palas de Rei. Tomamos empanada, pero no estaba muy allá, lo que supuso una decepción porque nos gusta mucho, sobre todo si es casera y está bien hecha. En fin, los productos y los platos tradicionales no siempre son la mejor opción en sitios demasiado concurridos. Nos pasó varias veces a lo largo del Camino (con el pulpo, por ejemplo), aunque es algo que ocurre en todas partes. Por lo demás, cada día nos levantábamos antes y con menos pereza. Debía ser que estábamos acostumbrándonos al ritmo de la caminata. La buena temperatura también ayudaba.
Bajando por la Travesía del Peregrino, dejamos atrás la escultura dedicada al Santo y nos dejamos guiar por las flechas amarillas, que nos apartaron unos metros de la carretera para pasar junto a casas y huertos, hasta que nos topamos con el mojón que indicaba 66,841 kilómetros a Santiago.
Alternando caminos, senderos y pistas de tierra, llegamos hasta San Xiao do Camiño. Entre hórreos, recorrimos sus calles empedradas, vimos un crucero y la Iglesia de San Julián, construida en el siglo XII y reformada en el XVIII, que conserva un bonito ventanal románico en el ábside. Está situada junto a un cementerio, lo que le otorga un mayor impacto visual. Visité el interior, pero la foto me salió movida, así que la omito.
Tras un tramo a pleno sol, llegamos a una senda entre árboles, aceptando de muy buena gana su sombra, pues la mañana avanzaba y empezábamos a sentir el calor. Apenas había nubes en el cielo. Eso sí, en el camino no faltaba alguna que otra fuente para refrescarse.
Aunque no era un bosque inmenso, me gustó el efecto de la luz filtrándose entre las ramas y fui haciendo fotos. En esta zona, volvimos a coincidir con muchos peregrinos; en algunos puntos, parecía que íbamos en romería. Y, paso a paso, casi sin percatarnos, al salir de Casanova, abandonamos la provincia de Lugo para adentrarnos en tierras coruñesas.
Al salir del bosque, por las carreteras y en las aldeas, suele haber albergues de todo tipo.
Habíamos llegado a Leboreiro, que fue un enclave importante durante la Edad Media en la ruta jacobea, hasta el punto de que, según la tradición, era aquí donde la Virgen María daba la bienvenida a los peregrinos. A nosotros, nos recibió un bonito cruceiro. Al margen de las leyendas, lo cierto es que Leboreiro tuvo, incluso, un hospital de peregrinos allá por el siglo XV, del que solo se conservan dos muros con el escudo de la familia de sus fundadores, los Ulloa. Delante, está expuesto un cabeceiro o cabazo -canasto circular con palos entrecruzados y cubierto de paja-, que servía antaño para guardar el maíz y que se llamaba celeiro.
Unos metros más adelante, está la Iglesia de Santa María, que es gótica, si bien presenta algunos elementos ornamentales románicos. Con nave rectangular y ábside circular, destaca su portada, con arco y arquivolta ojivales, y varias esculturas.
En el interior, hay una Virgen con el Niño en madera policromada, supuestamente del siglo XIV, y un panel de pintura mural, que data del siglo XVI. Muy interesante. Si está abierta, no os la perdáis.
Tras dejar ese bonito pueblo, cruzamos el Puente de la Magdalena, sobre el río Louro, de piedra y origen medieval, y seguimos nuestro camino, alternando pistas de tierra, arcenes de carretera y senderos entre árboles.
Al fin, divisamos el precioso puente medieval de San Juan de Furelos, del siglo XII y con cuatro arcos, que nos deparó una panorámica espléndida de la propia población de Furelos, iluminada por el sol.
Desde el puente hasta Melide, nuestra meta del día, nos faltaba apenas kilómetro y medio. Así que, como se nos había hecho un poco tarde, acordamos parar a comer antes de cruzar el río. Fue una mala decisión, pues nos aposentamos en un restaurante al aire libre que anunciaba guisos caseros, pero donde no “les quedaba” nada de lo que ofrecían en el menú y tuvimos que conformarnos con unos insulsos macarrones recocidos, a los que añadieron salsa de tomate de bote. Un horror. El peor almuerzo del viaje, aunque no el más barato, por cierto. En fin, corramos un tupido velo. Mejor conservar el recuerdo de aquel precioso puente, sobre el que cruzamos el río Furelos hasta llegar a la Iglesia de San Juan, de cuyo templo románico únicamente se mantiene el muro sur, pese a lo cual presentaba una estampa bonita. Estaba cerrada, así que no pudimos visitar el interior.
Desde allí, solo tardamos un ratito en alcanzar el centro de Melide, en cuya calle principal nos sentamos en una terraza a tomar un café antes de dirigirnos a nuestro alojamiento. Había sido una jornada tranquila, corta y apenas nos habíamos cansado. Eso sí, hacía bastante calor.
Los datos de la jornada según mi copia de wikiloc:
- Longitud: 15,24 kilómetros
- Duración: 5 horas 57 minutos (2 horas 39 minutos en movimiento)
- Altitud máxima, 564 metros; altitud mínima, 404 metros.
- Longitud: 15,24 kilómetros
- Duración: 5 horas 57 minutos (2 horas 39 minutos en movimiento)
- Altitud máxima, 564 metros; altitud mínima, 404 metros.
Capturas de itinerario y perfil de la etapa: