Y, sin casi darnos cuenta, habíamos llegado a la última etapa de nuestro Camino de Santiago. Un mojón a la salida de O Pedrouzo señalaba que solo nos faltaban por recorrer 19,306 kilómetros. Por lo demás, las previsiones meteorológicas se habían cumplido matemáticamente y el tiempo cambió bruscamente: estaba muy nublado, amenazaba lluvia y la temperatura era bastante más baja, aunque no hacía frío.
La primera parte de la ruta fue a través de un bosque en el que predominaban los eucaliptos. El ambiente nublado le sienta muy bien a la vegetación, pues la llena de misterio, confiriéndole un aire mágico, donde crees descubrir hadas y duendes entre un enjambre de ramas. Y es que, a veces, cuando veo esos árboles que parecen bailar ante mis ojos, a mí, la imaginación se me eleva a las nubes. No lo puedo evitar.
Además, esta zona la atravesamos casi en soledad. No sé dónde se había metido el resto de peregrinos, pero en aquel trayecto apenas nos cruzamos con tres o cuatro personas.
Salimos a un campo abierto, con cultivos y pequeñas granjas. Y se puso a llover. Paso a paso, seguimos hasta las inmediaciones del Aeropuerto de Santiago, tras una pronunciada subida y su consiguiente bajada. Tuvimos que cruzar la carretera N-634, creo recordar que por un paso subterráneo.
Al llegar a San Paio, nos encontramos con la Iglesia de Santa Lucía, un lavadero y otras construcciones tradicionales. En medio de un jardín, el lugar tenía bastante encanto, pero la cuesta que acechaba al frente hacía tragar en seco.
En Lavacolla, pasamos junto a la Iglesia de San Paio (San Pelayo) de Sabugueira y, después, paralelos a otro bosque plagado de árboles de esos que me inspiran.
La lluvia arreció y tuvimos que ponernos los chubasqueros, aunque yo también utilicé el paraguas, pues me protegía mejor de las gotas en la cara y no me estorbaba en aquella senda empinada pero cómoda. Eso sí, las fotos se resintieron y me salieron muy mal. Fueron pocas las que se salvaron. Al cabo de un rato, la lluvia cesó y asomaron algunos rayos de sol.
Muy cerca del Monte do Gozo, tras un fuerte repecho, vimos un restaurante muy grande, con terraza y decidimos parar a comer. Como no podía ser menos, también ofrecía el menú del peregrino a 12 euros. Estuvimos mucho rato allí, charlando y comentando cosillas con otros peregrinos.
La proximidad de la meta final se presentía y desde la pequeña elevación donde se encuentra el monumento al peregrino pudimos distinguir las torres de la Catedral de Santiago de Compostela, lo que inevitablemente produce por dentro un cosquilleo inexplicable, pero que comprenderán muy bien los que hayan hecho alguna vez el Camino.
En adelante, nos esperaba una prolongada bajada hasta la capital compostelana, dejando a nuestra izquierda las enormes instalaciones con barracones y todo tipo de servicios. Supongo que se utilizan cuando hay una gran afluencia o con ocasión de peregrinaciones masivas, como la de jóvenes que había tenido lugar en el mes de agosto y que reunió a más de quince mil en una jornada. Cuando nosotros pasamos, el complejo estaba totalmente vacío.
Por fin, vimos las letras que anunciaban que habíamos llegado a Santiago de Compostela. Si nuestra alegría fue grande, no me puedo imaginar lo que sienten los peregrinos que lleven recorridos más de 700 kilómetros, bueno, sí que me lo imagino porque me lo han contado personas cercanas.
Poco a poco, nos adentramos en el casco antiguo de la ciudad, algunas de cuyas cuestas nos resultaron bastante fatigosas, quizás porque ansiábamos alcanzar la meta cuanto antes, pues el cielo se volvía más negro por segundos y nos temíamos lo peor. Apenas nos habían caído encima unas gotas en más de cien kilómetros y no queríamos calarnos a quinientos metros escasos de nuestro destino. Todo este trayecto, ya por las calles de Santiago, lo contaré con más detalle en la etapa siguiente, que dedicaré completa a la visita de la ciudad.
Era media tarde cuando llegamos a la Plaza del Obradoiro, que estaba llena de gente, como de costumbre. Nos hicimos la típica foto con la Catedral a nuestra espalda para enviar a la familia y, de pronto, comenzó a caer el diluvio universal. ¡Madre mía, qué forma de llover! En un instante, el centro de la plaza se despejó y todos corrimos a refugiarnos bajo los soportales. Cuando el chaparrón cesó, nos dirigimos hacia nuestro alojamiento, que estaba a tres minutos andando.
Estos fueron los datos de la etapa que reflejaba mi copia local de wikiloc.
- Distancia: 22,09 kilómetros
- Duración: 8 horas 25 minutos (4 horas 15 minutos en movimiento)
- Altitud máxima, 405 metros; altitud mínima, 242 metros
- Distancia: 22,09 kilómetros
- Duración: 8 horas 25 minutos (4 horas 15 minutos en movimiento)
- Altitud máxima, 405 metros; altitud mínima, 242 metros
Capturas del itinerario y perfil de la etapa: