Esa noche teníamos alojamiento reservado en el Hostal Alda Catedral, en la Rúa do Franco, a cuatro minutos escasos andando de la Plaza del Obradoiro, perfectamente ubicado, por lo tanto, para conocer Santiago a pie. La habitación doble, moderna y muy confortable, nos costó 76,50 euros; la individual, 67,50. Una buena relación calidad/precio, teniendo en cuenta las fechas, en las que era difícil encontrar un sitio majo para pernoctar en la capital gallega sin dejarte el sueldo. Muy recomendable, salvo que se quiera llegar en coche, ya que las calles de alrededor son muy estrechas y circular por ellas en vehículo privado, si es que se puede, se convertiría en una tortura.
Fotos de la habitación y de un plano turístico municipal.


El recepcionista nos dio todo tipo de información sobre la ciudad y nos entregó unos planos turísticos con los lugares más destacados para visitar. Habíamos estado dos veces antes, pero fue muchos años atrás y solo unas pocas horas, así que tenía tarea por delante. Sin embargo, no me quedó más remedio que esperar pacientemente en la habitación durante un buen rato, ya que volvía a llover a chorros y el agua corría rúa abajo como si fuese un río.
Así nos había recibido Santiago al finalizar la última etapa del Camino, desde O Pedrouzo.





Para recorrer Santiago, disponíamos de parte de la tarde y casi todo el día siguiente, ya que nuestro tren hacia Madrid salía a las 20:10. Sin embargo, la visita que hice resultó un tanto caótica, condicionada tanto por los chaparrones como por las reservas que tenía para la Catedral en horarios concretos, así que explicaré lo que vi ateniéndome a un orden lógico más que cronológico, de modo que resulte de alguna utilidad a quien lo lea. Para optimizar el tiempo, consulté las rutas recomendadas por la Oficina de Turismo municipal, que son tres: la monumental (intramuros, de 3 horas, aproximadamente), una panorámica por extramuros, de unas dos horas, y una tercera, llamada "en busca do Gaiás", de una hora. El relato que sigue es un compendio de todo lo que vi, tanto la tarde de nuestra llegada como al día siguiente.
Aunque ya no llovía, el pavimento seguía mojado.


Una de las mejores vistas de Santiago de Compostela.
Empecé mi visita acercándome hasta el Parque de la Alameda, al que acudí nada más salir del hostal, cuando vi que la tormenta había pasado y el sol estaba empezando a brillar en el cielo. Al margen de pasear por el propio parque, lo que pretendía entonces era contemplar la imagen de Santiago desde su mirador, especialmente recomendado al atardecer. Y realmente mereció la pena ver las torres de la Catedral iluminadas por el sol y con el arco iris de contrapunto, de esas que quedan en el recuerdo. Y, según vas caminando, puedes tomar diferentes angulos y darle al zoom a voluntad.


Pero, incluso sin arco iris, es muy bonita la panorámica que se contempla desde aquí de la Catedral y del casco histórico de Santiago.


También es muy atractivo el entorno del mirador, que no es solo un sitio determinado como tal, sino un sendero ajardinado que se asoma al casco antiguo. Se pueden ver esculturas, fuentes y arboleda de gran porte. Casi todos los forasteros se limitan a venir a esta zona, pero el resto del parque también merece la pena. Lo visité al día siguiente, así que daré otros detalles más adelante.

Después, regresé a la inmediaciones del hostal y caminé por calles estrechas, con el adoquinado aún mojado por la lluvia, y enseguida llegué a la florida Praza do Fonseca, con la bonita "Fonte a Capela do Apostolo", en torno a la cual se pueden obtener unas fotos muy resultonas.




Presidiendo esta plaza se encuentra el Pazo o Colexio de Fonseca, edificio renacentista del siglo XVI, donde está ubicada actualmente la biblioteca universitaria. El Arzobispo Alonso de Fonseca utilizó su casa natal para Universidad y empezó a funcionar en 1554. No me coincidió la visita guiada, pero pude entrar y ver el Patio.


Praza do Obradoiro y alrededores.
En un par de minutos, llegué a la Plaza principal de Santiago, su centro monumental y referencia de todo el universo jacobeo. En su centro, una placa de granito explica que el Consejo de Europa en 1987 reconoció al Camino de Santiago en 1987 como “Primer Itinerario Cultural Europeo”. La magnificencia y el enorme tamaño de esta Plaza se aprecia muy bien desde la balconada del Museo de la Catedral. Por cierto que el casco histórico de Santiago de Compostela en torno a la Catedral es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1985.

Al parecer, su nombre se deriva de los talleres de canteros que "obraron" la fachada de la Catedral, a la que dedicaré completa la siguiente etapa para no hacer esta interminable; aunque lo va a ser, de todos modos...

Además de la fastuosa fachada oeste de la Catedral, la más conocida y fotografiada, flanqueándola por ambos lados se encuentra el Museo de la Catedral y el Palacio de Xelmirez, primer Arzobispo de Santiago.

A su derecha, con la Catedral a nuestra espalda, tenemos el Hostal de los Reyes Católicos, que se empezó a construir en 1501 para paliar las deficiencias de la atención sanitaria a ciudadanos y peregrinos, constatada por Isabel y Fernando durante su visita a Santiago en 1486. Entre los estilos gótico tardío y renacimiento, la fachada es plateresca. Hoy en día, es un lujoso Parador de Turismo.


En la zona sur de la Plaza, está el Colegio de San Xerome, actual rectorado de la Universidad de Santiago, que ocupa el edificio que construyó el Arzobispo Fonseca en el siglo XVI para acoger a estudiantes sin recursos.

Enfrente de la Catedral está el Palacio de Raxoi, edificio neoclásico del siglo XVIII donde se ubican el Ayuntamiento de Santiago y la sede de la Presidencia de la Xunta de Galicia. Sus soportales dan cobijo a los peregrinos y a los visitantes de Santiago cuando se pone a diluviar
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Si se sigue en paralelo a lo largo de la fachada del Parador, se llega hasta la Fuente do Peregrino y a un amplio mirador en alto sobre la Rúa de las Carretas, hacia la izquierda, al final de la cual se encuentra la Oficina de Acogida al Peregrino (de la que comentaré después) y, a la derecha, la Rúa da Trinidade, con la Iglesia de San Fructuoso, construida en el siglo XVIII en estilo barroco. Estaba abierta, así que bajé la escalinata de piedra que lleva hasta su portada para visitar el interior. Un poco más abajo, rodeando la fachada blanca de esta iglesia, se encuentra el Jardín das Pedras que falan, al que me asomé.




Esta zona tiene unas vistas estupendas y ofrece la posibilidad de sacar buenas fotos si el tiempo y la luz acompañan un poco.



Volví hasta el Parador y lo rodeé, dejándolo a mi izquierda, para, por la calle de San Francisco, llegar hasta la Iglesia y el Convento de San Francisco, fundado en el siglo XIII, del que solo se conservan cinco arcos góticos en el claustro. Enfrente, hay un monumento dedicado al Santo, del que se dice que mandó construir el templo a un carbonero llamado Cotolay, cuyo sepulcro original aún pervive en el convento.





Regresé a la Plaza del Obradoiro, para ver las demás plazas que se encuentran en sus inmediaciones, a algunas de las cuales dan las restantes fachadas de la Catedral. Así, tras cruzar un arco, llegué la Plaza de la Inmaculada, popularmente conocida como Plaza de la Azabachería, a la que da la fachada norte de la Catedral y en la que también se encuentra el grandioso Monasterio de San Martín Pinario, con su Museo de Arte, así como el Seminario Mayor, la Hospedería y la Iglesia de Nuestra Señora la Antigua de Corticela, edificios todos ellos que forman un conjunto fantástico.
Arco que comunica la Plaza de la Inmaculada (izquierda) con la del Obradoiro.


Plaza de la Inmaculada o de la Azabachería desde varias perspectivas.





Plaza de la Inmaculada o de la Azabachería desde varias perspectivas.




Llegué a la Praza da Quintana do Vivos tras atravesar un estrecho callejón, dejando la Catedral a mi derecha, cuya fachada cuenta aquí con dos puertas, una de ellas la Puerta Santa. Enfrente, están el Monasterio y la Iglesia de San Pelayo, así como la Casa de la Parra y la Casa de Conga. Aquí empezó a jarrear otra vez y me tuve que refugiar en la Catedral, aunque no era mi intención visitarla en ese momento. Era imposible hacer fotos.

Cuando dejó de llover, salí a la Praza das Praterías, con la fachada sur de la Catedral, la única que se conserva en estilo románico. Su nombre se debe a los orfebres que vendían objetos de plata a los peregrinos. Aquí también están el Museo de las Peregrinaciones, la Casa del Cabildo y la Fonte dos Cabalos.

Entonces, llegó el momento de pasear por las calles del entorno (Rúa Nova, Rúa Conga, Rúa do Vilar, Rúa da Calderería...), algunas con soportales, otras empedradas, todas con detalles en los que fijarse, pazos señoriales, casas con galerías acristaladas, fuentes escondidas, pequeñas iglesias... Y también multitud de pastelerías, bares, tabernas y restaurantes para atender la demanda de la maraña de gente que pulula a su largo y ancho, sobre todo a medio día y por la tarde. Aquí, más que contar y describir, hay que pasear y contemplar. En la Praza do Toural, confluyen la rúa Nova y la rúa do Vilar, dos de las calles más emblemáticas. Antaño, era un punto de venta de ganado y aprovisionamiento de agua, y está rodeado de atractivas casas de estilo barroco, como el Pazo Bendaña, del siglo XVIII.


Al caer la tarde, volvía a amenazar lluvia, lo que suponía un problema a la hora de encontrar sitio para cenar: los interiores estaban a tope, igual que las terrazas a cubierto. Al final, después de mucho batallar, encontramos un hueco en uno de los múltiples bares del entorno de la Avenida de Figueroa y la Rúa do Campo da Estela. (no es el que aparece en la foto). Tomamos unas cervezas y unas tapas, caras para lo que eran. En fin, la eterna canción en los sitios turísticos cuando hay tantos turistas


Ya de noche, intentamos dar otra vuelta por el casco histórico. Me apetecía tomar algunas fotos, pero me resultó casi imposible, pues se puso a llover con fuerza y la cámara se mojaba. Así que pronto desistimos y volvimos al hostal. Estuvo jarreando sin parar hasta la madrugada, casi daba miedo oír la fuerza con que caía el agua, que veía correr a toda velocidad por la calle, desde las ventanas de nuestra habitación.


Obtener la Compostela.
Por la mañana, amaneció muy nublado, pero no llovía. En el hostal no pusieron ninguna pega para que dejásemos las mochilas en recepción hasta la hora de salida de nuestro tren. Nos levantamos temprano. Lo primero, queríamos acercarnos a recoger las Compostelas en la Oficina de Acogida al Peregrino, situada en la Rúa Das Carretas, 33 (horario, de 9:00 a 19:00). La noche anterior, habíamos hecho el "registro", cumplimentando los correspondientes formularios en su página web, lo que permite saltarse la cola de la puerta. En realidad, hay un truco que funciona muy bien si se pernocta en Santiago. Y es acudir a primera hora de la mañana, cuando todavía no han llegado los peregrinos que hacen la última etapa y no se quedan a dormir. Como veis en la foto, apenas había gente a esa hora.
Rúa das Carretas: la casa blanca del fondo a la izquierda es la Oficina de Acogida.


Todavía estaba cerrado y nos quedamos a desayunar en una terraza de los alrededores, desde donde podíamos "controlar la situación". Apenas había cinco o seis personas esperando cuando abrieron, si bien no dejan entrar hasta que rellenas los formularios que he comentado antes, que se pueden descargar también en la misma puerta, mediante un código QR. Solo entonces, te dan un número, por el que te llamarán después al interior de las oficinas. De esa cola ya sí que no te libras. En el mostrador de atención, había muchos puestos abiertos, así que no tardaron más que unos diez minutos en atendernos. Nos pidieron la credencial, comprobaron que teníamos todos los sellos y nos dieron la Compostela, con nuestro nombre escrito en latín. Es gratis. También te informan de que pueden facilitarte un certificado con la distancia y lugares recorridos, pero eso ya tiene un coste y no lo quisimos.
Compostela y credencial con los sellos estampados.




Tras llevar las Compostelas al hostal para guardarlas -no se nos fuesen a mojar-, cada cual fue a recorrer Santiago a su manera. Además de las visitas que tenía pendientes en la Catedral, que ya contaré, quería recorrer zonas que no había visto la tarde anterior. Toda la mañana estuvo con chaparrones intermitentes, que caían con fuerza y que cesaban de pronto, dejando paso a unos rayos de sol que te hacían sudar la gota gorda por una incómoda sensación de bochorno. Vamos, un engorro, sobre todo para las fotos, que salieron algo feuchas, muy oscuras. Pero bueno, al final tampco me perdí nada de lo que tenía programado, así que no me puedo quejar.


Quería ver el Mercado de Abastos, así que me dirigí a la Plaza de Cervantes, pasé por la Iglesia de San Benito del Campo, que entré a visitar, pues estaba abierta. Muy cerca se encuentra la Plaza de San Agostiño, en la que también aparecí. Allí se encuentra la Iglesia y el Convento de San Agustín, del siglo XVII, que solo tiene una torre e inconclusa, ya que un incendió derribó la otra en el siglo XVIII. En la fachada, se contempla una bonita escultura de la Virgen Da Cerca.





A continuación, llegué al Mercado, que estaba muy animado. Su origen se remonta a 1873, pero el actual se inauguró en 1941. Se puede ver los puestos de venta de verduras, carne o pescados, y también consumir en alguno de sus bares o terrazas, desde las que se contemplan vistas interesantes de las calles y casas aledañas. La pena era el mal tiempo.






Seguí después hasta la Plaza de San Félix (San Fiz) de Solovio, donde hay un crucerio y una iglesia dedicada al santo, que entré a ver.

Después, pasé por la Plaza de las Universidades y llegué hasta la histórica Plaza de Mazarelos, con su Puerta o Arco, cuyo origen se remonta al siglo XI, por donde accedían los peregrinos que llegaban desde Orense o Mérida. En el centro, tiene un monumento dedicado a Eugenio Montero Ríos. Y, sorteando universidades e iglesias, llegué hasta la Praza de Entrepraciñas, donde llama la atención una escultura dedicada a Alfonso II el Casto, rey de Asturias, que fue el pionero en la Ruta Jacobea y su primer "peregrino de renombre", llamémosle así.




A la hora de comer, me reuní con los chicos y fuimos a tomar un menú calentito en el mismo local donde habíamos desayunado por la mañana. Nos hubiera apetecido terminar el Camino con una mariscada en condiciones, como manda la tradición, pero el problema de la adversa meteorología hacía que los restaurantes estuviesen abarrotados, ya que no había posibilidad de utilizar las terrazas. Así que lo dejamos para otra ocasión. Comimos bien, aunque con reserva previa igualmente, porque ni allí sobraba el sitio en las mesas. ¡Santiago estaba a tope! Claro que en cuanto salías de las zonas más turísticas, reinaba una casi absoluta tranquilidad.

Parque San Domingos do Bonaval.
Aprovechando que la lluvia daba un respiro, decidí acercarme hasta el Parque de San Domingos do Bonaval, donde se encuentra el Museo do Pobo Gallego. Sin embargo, no era el museo lo que quería visitar, sino el propio parque, un espacio verde rehabilitado, construido en la ladera de una colina, sobre los restos de una antiguo cementerio. Está fuera del casco histórico, pero en distancia no era mucha, un kilómetro más o menos. Y tenía tiempo de sobra. Así que, allá que fui.





Para ello, tuve que retroceder por el itinerario que habíamos traído en la última etapa desde O Pedrouzo, pasando por la Rúa das Casas Reais y la Praza da Porta do Camiño, hasta salir a la Plaza del 8 de Marzo. Rodeé el edificio del Museo del Pueblo Gallego y vi la Iglesia y los restos del Monasterio dominico del siglo XIII (con su huerto y su cementterio), en una parte del cual se ubica el Museo del Pueblo Gallego.




Cuenta con jardines, esculturas, terrazas y rampas, que salvan una buena pendiente, y se pueden contemplar unas bonitas panorámicas de Santiago. En fin, un remanso de paz, poco visitado por los turistas; si bien los densos nubarrones en el cielo convertían el panorama en algo lúgubre.



De regreso al centro de Santiago, volví a pasar por la Rúa das Casas Reais, en la que me llamaron la atención algunos lugares, como las esculturas de la fachada neoclásica de Capela das Animas.



Parque de la Alameda.
A media tarde, aún tenía tiempo libre hasta la salida del tren, así que volví al Parque de la Alameda para pasear un rato, ya que el día anterior solo fui a asomarme a los miradores. Esta vez lo recorrí casi todo, desde la Capela de Santa Susana a la Balaustrada y las Esculturas de Rosalía de Castro y de Federico García Lorca.






Y tampoco me olvidé de la Escultura de las Dos Marías, dedicada a dos hermanas, llamadas Maruxa y Coralia, conocidas en Santiago porque, a mediados del siglo XX se paseaban todos los días a las dos en punto por el casco antiguo de Santiago, vestidas de manera extravagante mientras flirteaban con los jóvenes universitarios.

Otro parque muy bonito en Santiago de Compostela, aunque bastante más concurrido que el de Santo Domingo, ya que se encuentra mucho más próximo a la zona turística.

Y ya, casi más cansada de tanto andar por Santiago que de los 115 kilómetros de recorrido de todo nuestro Camino
, fui acercándome a la Estación Intermodal, en la que tendría que tomar el AVE, que se encuentra a poco menos de media hora del casco antiguo, caminando con tranquilidad por una zona más moderna de la capital gallega.
Inmediaciones de la Estación on su pasarela.




Allí me reuní con mi marido y mi cuñado, quienes, por supuesto, habían hecho su propio y más sosegado recorrido, sin pegarse la paliza que yo me di. Bueno, cada cual es feliz a su manera 