De cuando descubrí lo bello que es Belgrado ✏️ Diarios de Viajes de SerbiaBelgrado, 30 de septiembre de 2023. Me levante a las siete de la mañana, sintiéndome muchísimo más optimista, después de un reparador sueño. El frescor de las primeras horas del día sentaban de maravilla a mi cuerpo. Enfile la bocacalle más...Diario: Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia⭐ Puntos: 5 (5 Votos) Etapas: 16 Localización: SerbiaBelgrado, 30 de septiembre de 2023 Me levante a las siete de la mañana, sintiéndome muchísimo más optimista, después de un reparador sueño. El frescor de las primeras horas del día sentaban de maravilla a mi cuerpo. Enfile la bocacalle más cercana para buscar la calle paralela a mi alojamiento donde había visto una fleca con muy buena pinta. Rápido aprendí que, sin necesidad de un diccionario, la palabra serbia Pekara significaba panadería. No hacía falta ser un genio para asociar este vocablo con una tienda de venta de pan y bollería. Allí me tomé mi primer café con leche y un burek de queso (400 DRS). Con algo en el cuerpo, me fui aproximando a la Fortaleza de Kalemegdan, accediendo por la puerta de karakorde, que llevaba el nombre en recuerdo de un famoso serbio que atacó en 1806 a los turcos parapetados en ese mismo lugar. Crucé un puente de madera para superar lo que un día fue un foso y ahora se destinaba para múltiples actividades. En ese sector, habían construido varias pistas de tenis. Me imaginé a Novak Djokovic jugando en esas mismas pistas antes de convertirse en uno de los mejores tenistas de la historia de este deporte. Desde 1905, la Fortaleza de Kalemegdan, después de haber pertenecido a lo largo del tiempo a varias civilizaciones, incluida la romana, se había convertido en lo que es actualmente hoy: una zona recreativa para pasear y relajarse. Probablemente, la puerta Inner Stambol, con sus sillares amarillo-grises pálidos y en sus laterales dos pirámides rectangulares asentadas en sendas torres de vigía, construidas con los mismos ladrillos rojos que el muro perimetral de la fortificación, fuera la más bonita del complejo. Con tres mastines y tres banderas, una de ellas perteneciente al país serbio.Y justo detrás, a unos metros de distancia, se erguía una pequeña torre con un reloj. La contemplé durante unos veinte minutos desde el puente que superaba lo que parecía que fue en otra época un foso, ahora repleto de armamento bélico. Recordé que la historia de los Balcanes era una historia de dolor y sufrimiento por poseer la tierra, por darle nombre e idiosincrasia, como si la naturaleza hubiera creado a la Tierra huérfana, solitaria y aislada de toda heterogeneidad, como conejos que compartían mismo bosque con liebres les dijeran: "¡Eh! Esto es Conejolandia. Y vosotros sois conejos o no pertenecéis a este bosque". Los caminos peatonales estaban asfaltados. A esas primeras horas de la mañana, en la ciudadela, los tutores de los perros los dejaban a muchos desligados para que jugaran con otros canes. Felices corrían y jugaban entre ellos, mientras los hombres y mujeres que los acompañaban paseaban tranquilamente. Algunos hablaban entre sí. Resultaba conmovedor esas escenas de dicha canina cuando el sol todavía refulgía con dulzura, sin fustigar la piel. Iba a escribir que , cuando me senté en unas pequeñas escalinatas que llevaban a un pequeño rincón de peanas con bustos que supuse que serían de personajes ilustres serbios (¿quién sino?),no había visto ni un excremento de perro en todo mi recorrido por aquella colina desembravecida por el hombre, pero justo en el momento que iba a realizar la anotación en mi libreta, en el impoluto césped, dos cacas de perros trastocaron levemente la percepción inicial. "¡Vamos! Sr. Agus, solo es un excremento, una pequeña transgresión en este impoluto e inmenso jardín. Escriba lo primero que iba a escribir sobre ello. No sea tan inflexible, por un excremento que aparezca, excrementosos no les llamaremos". Pues también tiene usted razón - asentí a mi álter ego. En el centro habían rehabilitado, con aportaciones turcas, un discreto mausoleo hexagonal que guardaba en su interior un sarcófago con los restos de Damd Ali Pashá, que extrañamente había sobrevivido a la apisonadora ortodoxa decimonónica que acabó con casi todo vestigio otomano, europeizando la capital Serbia. El féretro solo se podía contemplar a través de las ventanas enrejadas, cubierto con una enseña negra que mi mente erróneamente asociaba al Estado Islámico, como la esvástica al nazismo, quienes usurparon estos símbolos para sus causas. Sin embargo, los símbolos, a igual que las palabras, podían tener diferentes acepciones. Antes de la restauración turca, muchísimo más meticulosa con el modelo original, llamaba la atención, al ver la imagen por internet, cómo habían reconstruido el tejado, con tejas de cerámica, obviando el diseño real de la cúpula dieciochesca, sin saber si fue por desconocimiento o alevosía. Dirigí mis pasos a una esquina donde una torre cilíndrica sobresalía entre los muros, perteneciente a los restos del castillo de Stefan Lazarevic, levantado entre 1404 y 1427. Construida para repeler los ataques otomanos por las tropas austriacas. Cruce el acceso con el mismo nombre que el castillo. Habían varios andamios y operarios trabajando en la recuperación de esta fortaleza, hasta salir por la puerta Zindan para poder contemplar el bonito acceso arrebujados por dos torres holgadas y cilíndricas, coronadas por almenas rectangulares. Retorné al interior, esta vez para contemplar la maravillosa panorámica que ofrecía la colina del caudaloso Danubio y su afluyente Sava que confluían justo debajo de la colina. El rio Sava, a su paso por Belgrado, ya era un río imponente y navegable antes de tributar todo su caudal al Danubio. No era de extrañar, entonces, que los seres humanos hubiera elegido este establecimiento privilegiado. Los ríos siempre han sido los mejores aliados de los humanos a la hora de asentarse en un sitio. También se podía ver la gran Isla Gran Guerra, frondosa, salvaje e inhabitada; probablemente, pensé, a causa de las frecuentes inundaciones. Mirándola desde la otra orilla o desde aquí, me imaginé navegando en el Corazón de las tinieblas de la mano de Joseph Conrad buscando a un tal Kurtz, pero en vez de en el Congo, en el Danubio más ancestral y salvaje. Me rememoraba aquella isla a lo más primitivo y violento de la naturaleza. Me resultaba extraordinario de concebir la supervivencia de aquel atávico enclave tan cercano a una gran ciudad europea. Era tan extraño y a la vez tan deslumbrante. La fortaleza de Kalemegdan ofrecía algunos museos y otros interesantes restos o monumentos para pasar un buen rato descubriéndolos; pero lo que he narrado en los anteriores párrafos era lo que más interés había despertado en mí. Salí de la fortaleza definitivamente, después de pasar varias horas, para ir a dar una vuelta por los alrededores. La avenida Terazije se encontraba cerrada al tráfico por haber una carrera popular de patinetes y bicicletas infantiles. Estaba totalmente repleta de padres con sus hijos y los vehículos de los pequeños que iban a utilizar para la cursa. Un speaker animaba a los presentes y daba indicaciones. Los rostros infantiles era de suma felicidad todavía ajenos a los problemas de los adultos. Llegué a los cinco minutos a la Asamblea Nacional, un edificio que se inició su construcción en 1906 pero que a causa de la Gran Guerra no se finalizó hasta 1936. En el 2000, fue incendiada por una multitud exaltada que protestaba contra el Presidente Milosevic por el pucherazo de las últimas elecciones. Es un edificio mastodóntico e imponente de amplia fachada y prominente cúpula. Los dos caballos apostados sobre los hombros de dos infelices hombres ubicados en sendas basas en los laterales de la escalinata de entrada, según algunas interpretaciones maliciosas, representaban los equinos a los políticos y los hombres al pueblo, mientras estos soportaban estoicamente el peso de la ley, sin rechistar, los caballos-políticos-ley eran llevados en volandas por el pueblo haciendo lo que se les antojaba arbitrariamente, como los antiguos faraones. Aunque suene vulgar y barriobajero, a mí me parecía más un acto legitimado para sodomizar al pueblo, para dar por culo sin utilizar vaselina para causar más laceración al hombre común, indefenso para protegerse de las maremotos causados por las palabras, a veces mucho más mortíferas que las armas y las pandemias. En el parque, justo al lado contrario de la calle, en frente del parlamento del gobierno serbio se encontró en las excavaciones para construir el parking subterráneo una necrópolis romana. No la visité. Anduve por la gran avenida, dirección a la Iglesia de San Marcos, ubicada en el Parque Tasmajdan, antiguamente una cantera que se utilizó por romanos y , más tarde, otomanos. La iglesia centenaria se encontraba en una esquina del parque, en su interior se conservaba los restos del rey serbio Stefan Dusan, muerto en 1335. Al entrar a la iglesia ortodoxa, me llamó la atención las mastodónticas columnas con sus anchisimos capiteles que turbaban mi espíritu hasta el limite de creer que estaba viviendo una experiencia mística por primera vez en mi vida al entrar a un templo de estas características, de perder la cordura y ponerme a rezar. Luego salí, a ver el monumento a los niños fallecidos en los bombardeos de la OTAN en 1999. Una lapida en forma de corazón y una escultura de una las víctimas de tan solo tres añitos (Milica Rakic), de los ochenta y nueve niños que fallecieron en los ataques que se encontraba, muy cerca del templo. La prensa occidental paso de puntillas por estas víctimas, casi sin nombrarlas. En las noticieros recuerdo que los políticos utilizaron mucho la expresión "daños colaterales" al referirse a los bombardeos. Esas dos palabras cobraban un sentido diferente, menos aséptico que cuando las escuchaba en el pasado, más deplorable e inhumanas cuando me encontré delante de aquel monumento y mi mente intentó imaginar el dolor indescriptible que tuvieron que soportar sus padres y lo injusto que llega a ser el mundo. El [b]Templo de San Sava se encontraba a unos veinte minutos andando, en el barrio de Vracar,[/b] así que no tardé mucho en llegar. Una de las iglesias ortodoxas más grandes del mundo y la mayor de los Balcanes. Según algunos artículos publicados en internet en años anteriores todavía no estaba acabada, pero cuando entré me dio la sensación que la obra ya había sido culminada. Pude corroborarlo con unos serbios que charlaron un rato conmigo en el parque que rodeaba el edificio. Las guerras provocaron que la obra se alargara en el tiempo. Al Museo de Yugoslavia se puede ir en autobús, pero yo me lie a andar durante una hora hasta que llegué a él ayudado por el Google Map. Era un complejo constituido por tres edificios. Visité el museo propiamente dicho del complejo, que no despertó mucho interés en mí y luego entré a la Casa de las Flores, lugar que guardaba el mausoleo de Tito y su esposa Jovanka Broz, la atracción estrella del complejo por la relevancia del personaje en la historia de Yugoslavia. Entrada 400 DRS. Los turistas orientales cogían un ramo de flores depositado en la blanquecina tumba de mármol de carrara de Tito para inmortalizar con una sonrisa su visita al mausoleo, ante la imperturbable mirada del vigilante que custodiaba el interior del recinto. Los selfis no dejaban títere con cabeza, aunque fuera una cabeza muerta. En un lado, con medidas más comedidas, descansaban los restos de su mujer fallecida en 2013 en una tumba más pequeña que no robara protagonismo a Josip Broz. Cerca del museo de Yugoslavia se encontraba el campo de futbol del Partizán. De esta manera, aproveché para dar una vuelta por los alrededores del mítico campo con aforo para 33000 personas. Me decepcionó ver tan decrépita imagen exterior de un estadio mítico en el futbol serbio, necesitaba urgentemente un lavado de cara. En uno de sus laterales habían pintado un mural con los míticos jugadores del Partizan que llegaron a la Final de la Copa de Europa de 1966 contra el R. Madrid que perdieron 2 a 1, apodados los "Bebés del Partizan" o la "Apisonadora". Tarde más de una hora en llegar de nuevo a Stari Grad. Por el camino pude ver la antigua estación de tren, un soberbio edificio neoclásico que se puso en funcionamiento en 1885. Actualmente, la emblemática estructura perecía abandonada a su suerte, convirtiéndose en refugio de algunos vagabundos. También pase por la adoquinada y famosa calle Skardarlija repleta de restaurantes y cafeterías, demasiado turística para seguir teniendo el mismo encanto que en la época que los artistas la frecuentaban. En una de las calles cercanas había un pequeño restaurante vegano, recomendado por la guía Lonely Planet, Vegangelov. Me senté en una de las tres mesas de la terraza y el simpático camarero me atendió con una amplia sonrisa. Comí QZ Salata (999DRS), cerveza Wisdon (450DRS) Y el postre Choko Banana (430 DRS). La carta no tenía mucha variedad, pero lo que comí estaba muy bueno. En definitiva, me pareció un lugar excelente para personas que evitan comer animales. Y a las nueves me retiré cansadísimo a mi alojamiento a descansar. Había sido un día larguísimo. Índice del Diario: Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia
01: Preámbulo circense
02: De cuando llegué a Belgrado sin haber pagado
03: De cuando descubrí lo bello que es Belgrado
04: De cuando mis pies me llevaron más allá de Stari Grad
05: De cuando Novi Sad no me entristeció.
06: De cuando gora no significa viva en vasco, sino montaña en serbio
07: De cuando aprendí a rimar Nerón con peron
08: De cuando el oso en Bajina Basta no se asomó
09: De cuando el segundo día de Bajina Basta se acabó en el pantano
10: De cuando una lavadora me dejó en Novo Varós
11: De cuando fui al mirador de Vranesa nº 1
12: De cuando necesité un día para llegar a la cercana Novi Pazar
13: De cuando exploré Novi Pazar
14: De cuando Nis sufrió
15: De cuando Nis me enseñó su pasado convulso
16: De cuando, colorín colorado, esto se acabó
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