Belgrado,29 de septiembre de 2023
Compré el billete de ida a Belgrado y el de vuelta desde Tirana, aprovechando que la región de los Balcanes era una acumulación de países pequeños y ambas capitales tenían conexión directa a la Ciudad Condal, con la compañía húngara Wizz Air, y me ocurrió algo que nunca antes me había pasado, yo que siempre para estas cosas he sido muy meticuloso. Al cumplimentar mis datos, accidentalmente proporcioné una dirección de correo electrónico inexistente que utilizaba para Facebook. Por fortuna, a pesar de no tener costumbre de hacerlo, había decidido abrir una cuenta en su página web. Gracias a esto, pude gestionar las tarjetas de embarque y evitar perder mis números de reserva de mis vuelos, ya que la compañía no permitía cambiar mi correo electrónico de manera sencilla y el proceso para hacerlo se volvía muy engorroso. Así que opté por no hacerlo. En última instancia, mi vuelo saldría en un mes, por lo que mi única tarea importante era recordar la contraseña para acceder a la página Wizz Air y no tendría ningún problema. A partir de ahora cuando haga una reserva directamente con la compañía lo haré abriendo cuenta. Siempre puede traer más beneficios que perjuicios, visto lo visto.
Normalmente, los vuelos directos con Wizz Air desde Barcelona a Belgrado llegan a Serbia a última hora de la tarde, excepto el viernes que tiene establecida la llegada al mediodía. Cogí ese día de la semana mi vuelo, ya que siempre es mucho mejor tener el primer contacto del nuevo país por la mañana o al mediodía.
Los vuelos me costaron con mochila facturada: Barcelona- Belgrado 135,95 € y Tirana -Barcelona 146,75 €.
Realizaba el avión las rutinarias maniobras de aproximación al Aeropuerto de Belgrado - Nicolás Tesla e iniciaba el despliegue del tren de aterrizaje para que los neumáticos friccionaran bruscamente con el asfalto de la pista, mientras venían a mi memoria muchas de las reseñas negativas referente a este aeródromo en el Google Map. Y me asaltaban las incertidumbres. ¿Sería tan desastroso como indicaban los comentarios más recientes? La realidad era que acumulaba demasiados comentarios negativos para ser demasiado optimista.
Finalmente, el avión se detuvo y una jardinera nos llevó hasta la entrada de la terminal de Llegadas. Los edificios estaban siendo remodelados y ampliados. Se veían algunos obreros trabajando en las áreas nuevas. Recorrimos un largo pasillo que, en los últimos cincuenta metros aproximadamente, estaba completamente obstruido de viajeros, ocupábamos todo el espacio disponible en una espesura anárquica. En un lateral del pasillo, justo donde empezaba el serpentín de tensadores que llevaba a los controles de pasaportes, un trabajador de una compañía aérea abrió una puerta de emergencia para que accedieran pasajeros rusos, quienes se adelantaron a un centenar de personas sin que ninguno de les presentes se enfadaran. En ese punto, debido a la configuración del estrecho espacio, tomamos inevitablemente un orden que ya no dejamos hasta pasar por un distendido control. Afortunadamente, por ello, a que no se pusieron pejigueras, no tardamos demasiado tiempo en pisar oficialmente tierra serbia, a pesar de la aglomeración de personas que debían pasar en aquellos momentos.
En la sala de recogidas de equipajes habían varias máquinas automáticas que canjeaban billetes y cajeros para poder retirar dinares en efectivo. Además, habían varios stands para comprar las tarjetas SIM de prepago. Salí convencido de que encontraría más oficinas en la sala de Llegadas; sin embargo, me equivoqué por completo. En esa pequeña sala solo habían varios cajeros automáticos y una oficina de cambio y otra de taxi. Me coloqué en la cola del cajero de la empresa ERSTE, ya que era donde más extranjeros habían allí, pensando que sería el que ofrecería el mejor tipo de cambio. Extraje 1000 dinares que, al cambio, equivalían a 110 euros.
Salí al exterior a esperar el "autobús de nunca acabar", el N.º 72. La línea urbana que llegaba hasta Stari Grad, el casco histórico de Belgrado. Busqué una oficina de venta de billetes en el viejo pórtico de la Terminal de Llegadas y subí al aparcamiento de vehículos, pero no encontré nada. Tampoco había un punto de información. Volví a la parada de bus, ubicada justo enfrente de la Terminal de Llegadas, y esperé acompañado por decenas de viajeros que esperaban lo mismo que yo. Llegó a los pocos minutos el autobús, abriéndose las dos puertas basculantes. Esperé unos segundos a ver cómo lo hacían los restantes pasajeros, todos subieron sin más. No se pagaba en su interior. Ante la indecisión de los otros dos compañeros más medrosos que acompañaban a otro joven más decidido, los animó a entrar, a ser valientes o temerarios, todo dependía de la resolución final. Esa misma determinación que utilizo aquel joven catalán me impulsó a subir también, aunque temía la aparición en un momento dado de un inspector de rostro inexpresivo y mirada intimidatoria que me obligara a pagar una multa significativa por viajar sin billete. Por fortuna, no apareció nadie; pero no todo fue fortuna, porque el viaje se hizo interminable, pensé que nunca llegaríamos a nuestro destino.
Los billetes del transporte público se pueden comprar en los quioscos que hay en la mayoría de las calles de la ciudad o descargándose la aplicación Beograd +Plus en la Play Store, según me dijo un serbio a quién pregunté. Yo la descargué, pero no llegué a utilizarla al no lograr configurarla en inglés, además solo utilice una vez el transporte público en la ciudad, sin contar el viaje desde el aeropuerto.
Bajé en la última parada, al lado del pintoresco mercado: Zeleni Venac, con sus llamativas estructuras blancas con tejados rojos y varias torrecitas sobresaliendo, pareciendo un tablero de ajedrez sus tejados de cuatro lados en blanco y rojo. Por un momento, me imaginé una de esas estructuras siendo la casita de chocolate de los hermanos Grimm. Me visualicé frente a un parterre de piruletas erguidas y la casa llena de todas las tentaciones azucaradas que puede soñar un niño.
Sabía que la calle que buscaba no estaba muy lejos, a dos kilómetros tal vez. Ascendí por un ladera ajardinada que llevaba al emblemático y lujoso Hotel Mockba, con una fachada imponente, para poder orientarme. Aproveché para tomar algunas fotos de tan preciosa fachada. Cogí la pequeña calle que ascendía por el lado derecho del hotel. Allí me paré un momento para acceder a una tienda de telefonía (Logic Shop) y comprar una tarjeta de prepago para dos semanas con una de las compañías más importante del sector: Yettel, por 600 DRS. No me pidieron ni pasaporte ni datos personales. El proceso duro cinco minutos. No tuve ningún problema a lo largo de mi viaje por Serbia de cobertura ni con los datos.
Había memorizado el trayecto al hotel; la calle que buscaba era Cara Dusana, pero me orienté mal al principio y tuve que recurrir al Google Maps sin mucho éxito. Mientras estaba en cuclillas apoyado en la fachada de un robusto edificio gubernamental y consultando mi guía de Lonely Planet para aclararme, un policía que custodiaba el edificio donde estaba apoyado vino auxiliarme. Se ofreció a ayudarme, quien amablemente me indico el camino correcto.
Milos del Cricket Hostel Belgrado me envió un mensaje por WhatsApp el lunes 25 de septiembre de 2023 para informarme que había surgido un problema con la reserva de la habitación que había realizado para el fin de semana. Resultaba que los baños se inundaron la noche anterior y el fontanero estimaba que necesitaría aproximadamente una semana para solucionarlo. Por lo tanto, me ofreció la posibilidad de alojarme en otro lugar a cinco minutos de distancia del que reservé por el mismo precio (84,45 € por tres noches). Me envió una foto de la nueva habitación. Después de investigar la ubicación (Cara Dusana nº 42, Belgrade) y ver las imágenes del edificio exterior en Google Maps acepté el cambio. Sin embargo, me envió unos mensajes a las cuatro de la tarde que no podría acudir y que me dejaba la llave de la puerta principal en el buzón de la entrada y cuando entrara mi habitación era la número 1. Además me daba unas instrucciones como que no podía entrar con zapatos de la calle al interior o no podía fumar. Eso no era problema porque era mi enésima etapa de no fumador durante un periodo largo.

Mientras seguía los pasos indicados por WhatsApp, tuve la sensación que estaba participando en una gincana. Sin embargo, la peculiaridad no acabó aquí; ya que para abandonar el hotel tuve que volver a seguir otras instrucciones, como si se tratara de un juego. Nunca me había ocurrido en mis años como mochilero no encontrarme físicamente con el anfitrión o la anfitriona, aunque fuera solo cinco minutos. ¡Es que Serbia es diferente!
Salí a dar una vuelta después de ducharme. Visité la animada calle peatonal que descendía suavemente perpendicular a la fortaleza, repleta de tiendas, restaurantes y terrazas con mucho glamour. Me alejé un poco en busca de un local más humilde para comer, con precios más razonables. Lo encontré en un pequeño local esquinero de pizzas, pastas y risottos en la calle Marsala Birjuzova: Fiscalini Racun. Me pedí un plato de pasta con atún, cebolla morada, ajo, , albahaca, sal y pimienta y un refresco por 740 DRS. Me supo a gloria, pero más influenciado por el apetito voraz que tenía que por las artes culinarias. Llevaba bastantes horas sin probar bocado, y ya se sabe que el hambre aguza el paladar culinario.
La botella de agua de 500cl me costó 80 dinares en uno de los quiosco céntricos de la ciudad vieja.
Al atardecer, siguiendo la ascendencia de la rambla, me di un paseo por los jardines que precedían los muros de la fortaleza de Belgrado y sus accesos. Estaba muy bien cuidado, aunque carecía de iluminación. Recorría sus anchos andadores bajo una tenue luz. En otra ciudad me hubiera sentido cohibido, pero en Belgrado se respiraba calma, una tranquila y segura calma. Serbia era país muy seguro. En ningún momento, ni uno solo, me sentí en peligro.
Y mientras buscaba un local para tomar algo, me topé con la única mezquita que sobrevivía de la época otomana: La Mezquita Bajrakli. Construida hace casi cinco siglos, la miré desde el muro. En aquella hora los pocos musulmanes que se encontraban en el patio interior iban a entrar para empezar las oraciones. Los valientes que todavía resistía misteriosamente en Belgrado para mantener el legado otomano en la capital, a pesar de todas las vicisitudes vividas en las décadas anteriores. No querían que se extinguiera la llama de las creencias religiosas fundada por Mahoma en la Ciudad Blanca.
Para finalizar el día, aproveché para tomar una cerveza en uno de los numerosos garitos que abundaban en la capital, como champiñones en una granja de estos, por 400 DRS.