Bajina Basta, 05 de octubre de 2023
El ruso dormía en su habitación profundamente cuando salí del albergue por la mañana. Antes de marcharme, me encontré en el rellano con uno de los huéspedes anglosajones que se alojaban en el cuarto comunitario de la planta baja y le pregunté si sabía a qué hora se realizaba la excursión a los cinco miradores. Respondió: A las 14:30. ¿Tan tarde? Contesté. Asintió.
¿Y qué hacía mientras tanto? No lo sabía. Mientras pensaba en ello aproveché para buscar en Google Map una lavandería, encontré una ubicada en la calle Vojvode Misica, a diez minutos en bicicleta del albergue. Tomé la bicicleta con la ropa sucia en el interior de un bolsa y me dirigí al punto señalado: una casa de dos plantas con un poste que sujetaba un cartel con la reseña de Lavandería en el jardín delantero. Allí, en un lateral, un hombre mayor se entretenía arreglando alguna pieza de un coche rojo, y fue él, cuando le pregunté, quien avisó a una de las mujeres que se encargaba del negocio, la cual se encontraba en el interior de la casa de la planta baja. Me dijo que podría pasar a recogerla a las 15h.
Decidí recorrer la carretera 142 que discurría paralela al río Drina, en dirección a Mitrovac sin saber muy bien qué me encontraría, y con una bicicleta cuya cadena oxidada podría romperse en cualquier momento, como un jarrón de porcelana sobre una vieja lavadora vibrando enloquecidamente cuando centrifuga. Traté de no pensar en esta circunstancia y me propuse disfrutar del hermoso recorrido, que al ser temporada baja no había excesivos vehículos y, al menos hasta la presa de Perucac, casi no había desniveles.
El cauce del río Drina se había convertido, a lo largo de muchos kilómetros, en la frontera natural entre Serbia y Bosnia y Herzegovina, en detrimento de los serbiobosnios y la alegría de bosniacos.
En el flanco izquierdo se extendía una pradera de intensos colores verdes, salpicada de caseríos antes de llegar a las prominencias montañosas que cercaban el valle. Por fin, a la media hora, la persistente neblina se desprendía de las cumbres y se descubría ante mí, como una hermosa y desnuda amante dispuesta al placer de la carne. Las emociones se entremezclaban. La nostalgia con la alegría, la alegría con el entusiasmo, el entusiasmo con la tristeza. En esos momentos, mi sentimientos eran un cóctel de emociones enemistadas que pedían una tregua.
A la hora y pocos minutos, llegué a la pequeña población de Perucar, que se encontraba a medio camino de la población más turística de Mitrovac. Justo en la entrada, losas medievales luchaban por no ser engullidas por la maleza. Este lugar era un cementerio que databa del siglo XIV al XVI, como indicaba un cartel informativo: Mramorje. Todas las lapidas estaban sin inscripciones ni ningún tipo de decoración, excepto una circular. Lo que hacía singular el sitio eran que las piezas talladas de roca caliza algunas llegaban a pesar más de tres toneladas.
![De cuando el segundo día de Bajina Basta se acabó en el pantano - Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia (1)](/foto/user/354371/7b.jpg)
![De cuando el segundo día de Bajina Basta se acabó en el pantano - Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia (2)](/foto/user/354371/7a.jpg)
Di una pequeña vuelta por la población, que estaba muerta turísticamente. Tenía una calle principal y varios ramales. Todavía encontré algunos restaurantes y una tienda de souvenirs abiertos. Estaba desértico y desolado, y casi parecía un pueblo abandonado.
Proseguí recto, dejando atrás la carretera 142 que giraba bruscamente y ascendía hacia el lago creado por el dique, hasta llegar a una garita de seguridad de la presa hidroeléctrica. Estaba militarizada y no permitían el paso a personas no autorizadas, ya que el paso de vehículos de la presa comunicaba con Bosnia y estaba cerrada. Debido a la configuración de los elementos en territorio serbio, daba la sensación de que el país vecino no se beneficiaba muchas de estas instalaciones. Aunque, pensé que en caso de que hubiera una desgracia que causara una rápida crecida del caudal del río, aquí sí ambas orillas se verían perjudicadas.
![De cuando el segundo día de Bajina Basta se acabó en el pantano - Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia (3)](/foto/user/354371/7c.jpg)
Giré ciento ochenta grados en el aparcamiento de vehículos y volví a tomar la carretera 142 dirección al pantano. Subí varias rampas muy empinadas sin bajarme de la bicicleta, que sufría más que yo. Por un instante, temí que la cadena se rompería, pero por suerte, eso no ocurrió y llegué al desolado pantano. Me relajé tomando una cerveza en la terraza vacía que ofrecía una excelente panorámica del lago (costó 300 DRS). Desde allí, salía los cruceros que recorrían el cañón y llegaban hasta la localidad Visegrad en Bosnia y Herzegovina. Según me comentó el ruso, el domingo se solía programar una salida en temporada baja. Demasiados días para esperar, a pesar de que el valle ofrecía muchas posibilidades para consumir jornadas explorándolo. Pero mi intención era recorrer el país, no centrarme en un sitio.
![De cuando el segundo día de Bajina Basta se acabó en el pantano - Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia (4)](/foto/user/354371/7d.jpg)
La carretera serpenteante ascendía en dirección a Mitrovac, pero ya eran las doce del mediodía y quería estar de vuelta en el albergue a las 14:30 para poder unirme al ruso y dos personas más en la visita a los cinco miradores. Así que decidí dar por finalizada mi exploración del valle. Si hubiera tenido una bicicleta en condiciones, me habría aventurado por pistas de tierra, pero dadas las circunstancias, ya me había arriesgado lo suficiente realizando 33 kilómetros de ida y vuelta.
La vuelta fue mucho más rápida, con suaves descensos. Como eran la una y tenía tiempo, me acerqué al Restaurante Studenac, junto a la icónica casita en la roca en el río Drina, y me senté en la terraza. Me dio vergüenza entrar al acogedor comedor interior, ya que estaba sudado y no debía desprender el mejor de los olores. Pedí unos sabrosísimos y escasos chipirones a la plancha con una pequeña guarnición, acompañado de una coca cola. La abundancia no era su fuerte. La cuenta ascendió a 1438 DRS.
![De cuando el segundo día de Bajina Basta se acabó en el pantano - Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia (5)](/foto/user/354371/7e.jpg)
Llegué al albergue a las 14:00 y dejé la bicicleta en el amplio jardín. Allí se encontraba impaciente el ruso con el coche arrancado." ¡Venga!¡La excursión está programada a las 14:00 y si no nos dará tiempo!", me instó, presionado por un "talibán anglosajón" "¡Conmigo no programamos nada! Le espeté indignado. Subí a la habitación un momento. No pude ni tan siquiera darme una ducha. Me sentía sucio y sudado, y me sentía incómodo entrar en el coche de tal guisa. Al bajar, le dije que lo único que debíamos hacer antes era pasar por la lavandería del pueblo a recoger la ropa, ya que al día siguiente me iría temprano y solo eran cinco minutos.
Me llevó a otra lavandería, según él solo había una en la localidad; por lo tanto, no le di indicaciones por dónde ir. Lo cierto es que había al menos dos, y ahí vino el lío y los nervios. Mientras el "talibán anglosajón" , un sexagenario de barba larga, no dejaba de hablar entre dientes en el asiento trasero junto a mí. El único que no decía nada, en el asiento delantero, era el joven inglés con el cual había hablado por la mañana. Busqué la dirección por Google, ya que donde estábamos no conseguía orientarme. El ruso seguía presionándome que no teníamos tiempo y el otro seguía con su melodrama quejumbroso que solo hizo falta que me hiciera ese feo gesto. Cuando me incliné para mirar en el lado contrario de mi perspectiva para intentar ubicarme y sin querer me apoyé en la mochila del inglés que estaba sobre el asiento, entre los dos. Él, con un gesto brusco y una mirada despectiva, la retiró de malos modales. Entonces, muy enfadado, me bajé del coche y le dije al ruso que ya podían irse ellos solos.
Paseé un rato para calmar mi estado de ánimo. Estaba completamente sulfurado. Tomé un capuchino en una de las cafeterías de la pequeña rambla peatonal y luego, más calmado, fui a buscar la ropa. Diez prendas por 230DRS. Quedé muy satisfecho. La ropa estaba limpia y planchada.
Por la tarde, saludé al ruso por cortesía, pero ya no intercambié ninguna palabra más con él. Llegó un chaval de Barcelona que conversó con la puertorriqueña durante horas. Yo me pasé las últimas horas leyendo, no me apetecía charlar con nadie.
Me hubiera gustado haber podido ver el valle de Tara desde las cinco atalayas. Habría sido una gran jornada después de la épica travesía en bicicleta de la mañana, pero no pudo ser ,debido a una estupidez. Y es que al final la mayoría de conflictos nacen de nimiedades que se podrían haber resuelto con la buena voluntad de todos, En fin, viajar, como vivir, es una montaña rusa de días buenos y días no tan buenos.