MUTARE: Niebla ✏️ Diarios de Viajes de ZimbabweLlovía y las caras de Nancy y Manu expresaban alegría. Morgen me recomendó tomar el autobús directo de las 12h. Los autobuses grandes hacen menos paradas por lo que el viaje es más corto, me aconsejó. Desayuno y hago tiempo hasta las 11h. Me...Diario: ZIMBABUE: La vuelta al Sur de África en 80 días (4)⭐ Puntos: 5 (3 Votos) Etapas: 6 Localización: ZimbabweLlovía y las caras de Nancy y Manu expresaban alegría. Morgen me recomendó tomar el autobús directo de las 12h. Los autobuses grandes hacen menos paradas por lo que el viaje es más corto, me aconsejó. Desayuno y hago tiempo hasta las 11h. Me despido de Eddie y Matt, quienes siguen ensayando. En la plaza no veo ningún autobús y pregunto por el de Mutare. Todos me responden que ´quizá’, ´puede’ que salga las 12h. Decido acercarme a una de las cabañas donde sirven sadza con carne y verdura por 1$ y como un sabroso plato del modo que hacen aquí, con los dedos. Llueve de nuevo y regreso al soportal de las tiendas de enfrente. Son las 12h y no parece que el anunciado autobús grande vaya a aparecer, así que decido montar en uno de los monovolúmenes. Parecía que me estuvieran esperando, pues una vez dentro, arranca. Son las 12h. Poco a poco descendemos las montañas diciendo adiós en cada curva al fantástico panorama que dejamos atrás. Cuando alcanzamos la carretera principal regresamos al paisaje conocido de mercados y poblados, con vendedores y escolares jugando mientras esperan transporte a sus casas. El cielo cada vez se pone más oscuro y en uno de estos pueblos empieza a caer la mundial. Para cuando llego a Mutare el cielo está despejado. Camino de la estación al albergue y a medio camino me paro a tomar un café. Me atiende Mecy, la simpática dueña con la que pongo en práctica mi poco shona mientras me da algunos consejos para mis últimas paradas en Zimbabue. Ya en el albergue me recibe Emma, una amabilísima mujer que me trata como una madre y que cuando le pregunto dónde cenar, prácticamente me lleva de la mano hasta el sitio. Al día siguiente hago una excursión por la zona guiado por su hijo, Takonda. El día amanece nublado y nos dirigimos a la montaña Bvumba, que en shona significa niebla. La carretera que lleva hasta allí es preciosa, atravesando un espeso bosque en el que se encuentra alguna casa de la época colonial. Desde lo alto el paisaje se ve nublado y Takonda se lamenta. Le digo que, si el collado tiene ese nombre, ya es lo que debe ser. Me rio con Takonda porque de regreso a Mutare paramos en todos los puntos de la zona que están recogidos en la Lonely Planet, a pesar de que alguno carezca de interés alguno. Como un tal Tony’s Place, una cafetería donde sirven café a 6$ o un trozo de tarta por 12$. Alucinante. De regreso a la ciudad, pasamos por los extrarradios donde abundan las industrias abandonadas. Son los efectos del bloqueo, me dice Takonda, algunas de ellas han sido ocupadas por Iglesias. Son el único negocio floreciente en el país, el negocio de la desesperación. Al día siguiente el taxista que había contactado Emma estaba durmiendo en la puerta del albergue a la hora convenida, las 4:15h. Me despido, pero Emma decide acompañarme a la estación, indicando al taxista que detenga el coche al lado de mi autobús. Toma una de las mochilas y se sube hasta mi asiento y allí se despide dándome un fuerte abrazo. El trayecto hasta Bulawayo fue como una despedida del país, recorriendo marcha atrás los lugares de los que poco a poco había aprendido lo poco que sé del país, como Birchenough Bridge o Masvingo. En este último se sienta a mi lado Trish, una estudiante de sociología que regresa a Bulawayo. Es viernes y último día del año escolar, por eso las paradas se alargan, esperando a que los numerosos estudiantes se despidan de sus compañeros. Trish no tiene la imagen de mujer zimbabuense. Luce largas trenzas, gafas de pasta y un ceñido vestido negro, sin ningún estampado. Estaba estudiando después de trabajar varios años en SA (Sudáfrica) y tenía un hijo de 9 años con quien regresará próximamente a Johannesburgo para trabajar, ya que la situación en Zimbabue no le permite ganarse la vida. Llegamos a Bulawayo en nada y menos. Nos emplazamos en una hora para tomar un café. Mientras, yo saco los billetes a Victoria Falls y ella lleva a reparar su tableta. Ella se ríe cuando le cuento que quiero ir a ver las Cataratas en tren. ¿Por qué? – pregunta – El tren es lento y poco fiable. Todo el mundo coge el autobús, son sólo seis horas. Me lleva a un lugar que ya conocía, a Cream Inn, una de las pocas cafeterías de la ciudad. De una cadena sin gracia alguna. Mientras tomo un café con leche, ella saborea un helado y responde a todas las preguntas que todos habían evitado contestar. El por qué la gente no se expresa con libertad, el por qué a pesar de que la situación desesperada no se producen cambios. Me explica el pucherazo de las elecciones de 2008 y las consecuencias que tuvo en el aumento de las represiones, mutilaciones e incluso matanzas de los vinculados al movimiento opositor. Desde entonces se impone la ley del silencio. Son las 18h y debo dirigirme a la estación. Me acompaña un tramo mientras los últimos instantes de sol iluminan su cara, la de una mujer fuerte y segura, que irradia optimismo en su amarga despedida; está convencida de que todo irá bien ya que, al fin y al cabo, las cosas no pueden ir peor. Sus palabras acaban por despejar la niebla y me permite ver el duro paisaje de Zimbabue. Día 49, Bulawayo. Índice del Diario: ZIMBABUE: La vuelta al Sur de África en 80 días (4)
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