En otoño, la Sierra de Huelva se transforma en un mosaico de colores donde la castaña es la gran protagonista. Entre senderos del Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, el viajero descubre bosques centenarios, tradiciones vivas y sabores auténticos. Recolectar castañas aquí es sentir el alma rural y el encanto más puro del otoño andaluz.
La magia otoñal de la castaña en la Sierra de Huelva
El otoño se vive con una intensidad diferente al adentrarse en la Sierra de Huelva. Dejamos atrás la costa y el camino hacia la comarca de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche se convierte en un espectáculo visual: un lienzo de verdes, anaranjados, amarillos y ocres que anuncian la llegada del frío. En esta época, un paseo por el campo no es solo un placer para la vista, sino una inmersión en una de las tradiciones gastronómicas y económicas más importantes de la zona.
El tesoro del bosque: la castaña
Disfrutar de la castaña en Huelva es disfrutar de un manjar sencillo que encierra aromas, texturas y sabores de lujo. Es también un reflejo del rico patrimonio artesano y culinario que define la identidad de la comarca.
Para adentrarse en esta tradición, el punto de partida ideal es el Centro de Visitantes Cabildo Viejo de Aracena, un edificio histórico del siglo XVI. Tras una breve parada, el viajero puede iniciar su ruta hacia el Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Allí, la temperatura es más fresca que en la capital, aunque el sol de la mañana suele acompañar el camino, impregnado de aromas a tierra húmeda, vegetación pura y hierbas aromáticas.
El corazón del castañar
El ambiente durante la recolección es familiar y animado, con niños y adultos deseosos de conocer más sobre el motor económico de la comarca: la castaña. El castaño, que ocupa unas cinco mil hectáreas del parque, no es un árbol autóctono. Aunque el origen del cultivo de la castaño en la península fue romano, en Huelva fue introducido durante la Reconquista por colonos leoneses, gallegos y asturianos, que dejaron una huella indeleble en el paisaje y la cultura local. Hoy, los castaños centenarios, algunos de hasta veinte metros, muestran el resultado de siglos de injertos y cuidados destinados a maximizar la producción del fruto.
Gracias a este trabajo, cada año se recolectan en la zona alrededor de un millón de kilos de castañas, una cifra que evidencia su relevancia económica. Los guías, sin embargo, recuerdan a los visitantes la importancia de respetar las propiedades privadas y recoger únicamente los frutos caídos en los caminos públicos o en fincas donde la actividad está autorizada. De esta forma, la experiencia contribuye también al desarrollo sostenible de la comarca.
La magia de la recolección
Aprender sobre el entorno de la mano de expertos locales convierte el paseo en una auténtica lección de botánica y cultura rural. Los castaños actuales sustituyeron a las viñas en torno a 1850, tras una enfermedad que afectó al viñedo. Un castaño no da fruto hasta pasadas dos décadas y alcanza su máxima productividad al cumplir el siglo, por lo que los propietarios plantan nuevos ejemplares junto a los más viejos, asegurando así la continuidad de la producción.
La recolección se realiza siempre desde el suelo, de forma similar a las nueces o las bellotas. El fruto cae al abrirse el erizo que lo protege, y si la temporada es buena, cada erizo puede albergar hasta tres castañas comestibles. Cuando las condiciones climáticas son menos favorables, las castañas se comprimen entre sí y una de ellas se vuelve inservible, recibiendo el nombre popular de “cuchareta”.
Durante la ruta, los visitantes aprenden términos tradicionales como “apañar”, que da nombre al “apañaor”, el recolector de castañas. La campaña suele durar un mes, desde mediados de octubre hasta mediados de noviembre, aunque el retraso del frío en los últimos años puede prolongarla.
Una experiencia que conecta con la naturaleza
Mientras los niños recogen castañas con entusiasmo, los mayores descubren el valor de una tradición viva que combina respeto por el medio ambiente y amor por la tierra. El recorrido finaliza en una finca de producción ecológica, donde se comprende el esfuerzo y el mimo que se dedica a los castaños durante todo el año para obtener un fruto de calidad.
El viajero regresa con una sensación de plenitud, el aroma del bosque aún en la memoria y el sabor dulce de las castañas recogidas. Una experiencia que resume la esencia del otoño serrano en Huelva.