LISBOA SIN FADOS ✏️ Blogs de PortugalCUATRO LÍNEAS LISBOETAS SIN LAMENTOSAutor: Chungking Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (4 Votos) Índice del Diario: LISBOA SIN FADOS
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Etapas 1 a 3, total 4
compañía Vueling precio billete: 60$ i/v salida BCN: 07'30 h llegada LIS: 08'10 h (1 hora menos) duración vuelo: 1 h 40 m Aterrizamos con buen tiempo. Inyección de café con nicotina, y Aerobus al centro (cada 20 m por billete a 3'5$, válido para coger cualquier autobús urbano el resto del día). A las 8'45 nos apeamos en Picoas, junto a la estación de metro, en un paisaje deshabitado de edificios de oficinas y hoteles, del barrio de Sâo Sebastiâo, dónde no nos cuesta encontrar el América Diamond's Hotel en la Rua Tomás Ribeiro esquina Avda. Fontes Pereira de Melo, a escasas travesías de la conocida Pza Marqués de Pombal. Link mapa Lisboa: www.mundocity.com Como es temprano, y el recepcionista nos cita para el check in a la 1'30 h porque la habitación no está desalojada, dejamos los bártulos y nos acercamos al próximo parque de Eduardo VII. No hay nadie y el parque es agradable aunque está encapotado. Ojeo a los azulejos de un palacio cerrado a cal y canto, revisión de información en un banco, y entusiasmo de mi compañera ante la visión de una alfombra de hojas amarillas pertenecientes, según me instruye, a un árbol de propiedades medicinales que noquea de olor a queso rancio y cuesco, denominado Gingko Bilova, del que cuelgan unas pelotillas grisáceas de las ramas desnudas. Recolecta semillas y hojas hasta llenar una bolsa, y bajo la lluvia Atlántica, y después de pertrecharnos con un abrigo en el hotel, perfumamos el autobús número 36 (1'45$ billete) en el cual nos hemos montado para cabalgar hasta el centro, con la nariz arrugada por los restos pestilentes en manos, jersey, y bolsa. Link red de buses de Lisboa: www.carris.pt En Cais do Sodré, al borde del Tajo, vagabundeamos, aunque está cerrada la nave de alimentación por ser festivo, por el entrañable Mercado da Ribeira del siglo XIX, hasta salir por la parte de atrás a la Rua Sâo Paulo, dónde investigamos algún garito para comer. En esa calle, se ven varias “cafetarias” con mantelería de papel en las mesas y llenas de gente comiendo platos del día a módicos precios, así que entramos en una al azar. Engullimos un peixe-espada y un arroz con pato, de ración abundante, y 2 cañas Bock, y tras pagar los 16$ de la cuenta, paseamos con la barriga llena y la resaca del madrugón, haciendo ruta turística por el elevador da Bicas metido en un portal de la misma calle, por los porches de la Pza do Comercio llenos de tenderetes, cruzando el Arco del triunfo, y vadeando el elevador de Santa Justa, trasto metálico encajado en una angosta calle lateral, al pie del cual una cola formada ante la taquilla espera para subir a hacer el guiri admirando el color de las tejas de la ciudad. Acabamos sumergiéndonos en las calles empedradas del Chiado, entre cafeterías, restaurantes y tiendas de marca. Con cansancio, cogemos de vuelta el 36 que nos deja casi en la puerta del hotel, hacemos el check in con un amable recepcionista, desparramamos el equipaje en la impecable habitación doble de 50$ con vistas a una “cabeleireiros” (peluquería) con record mundial guinness de 380 cortes de pelo en 24 horas, reservada a través de Booking, y sesteamos toda la tarde sin enterarnos. Solo volvemos a salir ya de noche, para aspirar una ración de aire, y tomar un par de cervezas y una rica “cuatro estaciones”, en la terraza de una pizzería, unos metros antes de la plaza del Marqués de Pombal. El miércoles no da más de sí. Etapas 1 a 3, total 4
Desayuno buffet en 7ª planta panorámica, ducha, y despegue en dirección al Museo de Historia Natural en Rato en el Barrio Alto, para estar a cubierto de la lluvia visitando una feria internacional de pedruscos y bichos y vegetales fosilizados. En media hora caminando como “El ministro de andares estúpidos” de los Monty Python (ver video superior), para no tropezar en el magnífico, endémico y bohemio, pero escabroso mosaico empedrado de las calles de Lisboa, llegamos a la Rua da Escola politécnica, dónde gastamos el tiempo entornando los ojos ante los deslumbrantes puestos de minerales de la feria, y luego abonamos el 1'5$ de la entrada al Jardín Botánico anexo al museo, para dar una relajada y oxigenada vuelta por sus húmedos senderos... .... antes de desembocar nuevamente en las ruas de ese bonito barrio lisboeta en el que, por sus callejuelas, cuestas y rincones dependiendo de la situación, se disfruta de vistas de postal de las aglomeraciones de coloreadas casas escalonadas de la ciudad. Después de atravesar la plaza del Príncipe Real, nos desviamos por un callejón en cuesta hasta una solitaria placita escondida para, tras dejar transcurrir el tiempo con lentitud, iniciar el descenso hacia el Tajo por la calle de O Século saboreando escaparates, recovecos, y tochos. El pintoresco barrio, está repleto de tiendas de diseño, arte y ropa, cafeterías, y centros de actividades culturales, en uno de los cuales paramos a tomarnos una cerveza a ritmo de música lounge. Sentados en el diáfano local con la mente en blanco, charlamos, mientras de reojo me divierto viendo a un grupo de modernos niños de bien enrollados en foulards, escrutándose la manicura y hablando con un cigarro en la mano en glamurosa postura. Unas cuantas pisadas más tarde, nos convertimos en clientes de otro garito de la Rua da Sâo Paulo, ordenando unas pataniscas de bacalhau (buñuelazos), lenguado, y dos cervezas Bock, por la suma de 17$. Confiados en nuestros pies, dejamos que deriven al lado del río, y tras rebasar la Catedral, acometan la Rua da costa do Castelo, esquivando los amarillos tranvías eléctricos atiborrados de risueños turistas y a los mirones y consumidores de gallos, llaveros y bufandas verdirojas de las tiendas de souvenirs. En media hora sin matarse se asciende al Castillo de San Jorge que domina la ciudad, pero como pasamos de pagar los 7$ de la entrada, deambulamos rodeándolo hasta la muralla trasera, desde donde la noche nos embelesa cayendo sobre Lisboa, antes de descender sin prisa por la parte trasera de la fortaleza, hasta volver a enlazar con la Rua da Costa do Castelo. Repostamos líquidos tomando una cerveza en una entrañable cafetería por cuya puerta vemos desfilar torsos y caras metidos en los tranvías, y placidez en un mirador al Tajo frente a una plaza medieval, hasta que ya rendidos y bajo la reafirmación lluviosa del Atlántico, enganchamos el bus de vuelta, compramos un pack de cervezas Sagres bohemia en una super “Pingo Doce” cercano, y nos recluimos en la habitación del hotel. Etapas 1 a 3, total 4
El plan de hoy es escapar de Lisboa, así que decidimos acercarnos a desayunar unos pastelitos a Belem, y a aprovechar el día soleado que ha amanecido. Después de coger de nuevo el bus 36 al Cais (muelle) de Sodré, punto de partida hacia Belem y Cascais, vamos a la parada de la Avda 24 de Julio emparedada entre la estación de “comboios” (trenes) en lado río y el mercado de la Ribeira en lado montaña, y después de ignorar nuestra primera intención de coger el tranvía 15E para no ir como en el metro de Tokio, nos montamos en el menos romántico bus 727, sentados tranquilamente todo el trayecto. En aproximadamente ½ hora, tras dejar atrás el barrio de Alcântara bajo el puente 25 de Abril, actual zona de marcha nocturna lisboeta, desmontamos en la Pza de Alfonso de Albuquerque de Belem. En la primera cafetaria que detectamos, en la esquina contraria al Museo Nacional dos coches, nos regalamos unos excelentes pastelitos recien hechos y un café, mientras disfrutamos del espectáculo gratuito de un desfile de la caballería de la Guardia Nacional, y del que nos ofrece un cachondo y rechoncho guardia de tráfico que regula con comicidad el tráfico, haciendo gesticulaciones de cine mudo y ofreciendo un concierto de silbato, que provoca corrillos de fans en la acera y sonrisas en los conductores. Seguimos calle adelante hasta topar con el “manuelino” Monasterio de los Jerónimos del siglo XVI, construido bajo el reinado de Manuel I mientras se miraba el ombligo. Echamos un vistazo a la Iglesia, y sin demasiada tardanza para no empaparnos de fervor religioso o de éxtasis ante el pupurri de estilos arquitectónicos del “manuelino”, continuamos marcha por la misma calle hacia las afueras del pueblo hasta las viviendas donde no llegan los turistas, en dirección a la Torre de Belem, segunda atracción turística de la zona. Nos desviamos hacia el río y después de cruzar un puente elevado para saltar la autovía y el tren, peregrinamos hacia la torre a la vista que se divisa junto al borde del Tajo, donde una hilera de gentes entra, sube, sale, y fotografía, creo que sin saber muy bien porqué. No es que esté mal la torre en cuestión, que no lo está, sino que no tiene sentido una excursión para hacerle una foto y entrar a hacer el indio jugando a soldado oteando el horizonte desde las almenas. Nosotros fuimos, y aunque no entramos, el paseo mereció la pena. Después de pasear por el vado del río al descubierto por la bajamar, mirando de no pisar las medusas marcianas varadas por la retirada de las aguas, entramos a tomar una cerveza en el mirador acristalado del vacío bar de un embarcadero de una compañía de botes turísticos, donde nos pasan una película con el fondo del puente 25 de Abril, en la que se ve la torreta de un submarino emergiendo de las aguas del Tajo rumbo a mar abierto y que, siguiendo el curso pausado de nuestros tragos de cerveza, se va perdiendo a los lejos. Pagamos 3$ por las dos cañas de Sagres y emprendemos el regreso al pueblo. De camino de vuelta, pasamos sin parar por el tocho vertical del Monumento a los descubrimientos, y continuamos hasta encontrar un paso subterráneo que nos cruza al otro lado de los coches y el tren. En un bar de la calle principal, pedimos menú de 6’5$ consistente en una sopa de feijâo verde (judías) de único primer plato, y elegimos de los segundos, unos jaquinzinhos (pescadito frito) y un bacalhau grelhado servidos con generosas guarniciones, y una jarrita de buen vino tinto. Rematamos, fuera de menú, catando un pastelito de cerveza de la casa y un café, y salimos para ir directamente a la parada de buses a por el 727 de vuelta, con parada en Picoas, para ducha y un rato de sesteo en el hotel. De noche, con la voluntad de palpar algo de ambiente nocturno callejero, cogemos el metro por 1’35$ billete, para dos paradas después bajarnos en Rato. Antes de virar hacia las ondulaciones del Barrio Alto, seguimos en línea recta hasta la Basílica da Estrela. El frío y el tráfico de la Avda Álvares Cabral hace el paseo inhóspito, hasta llegar al Jardim da Estrela que separa de la basílica y que atravesamos caminando por unos senderos sombríos, sin apenas luz ni almas, hasta llegar a la salida opuesta marcada por la iluminación que desprende el interior de un bar con terraza, en la que se intuyen grupos de gente tomando algo. Una vez cruzado, entramos en la basílica, atrayente a las luces de la noche, pero como nos encontramos con la celebración de oficio, salimos casi de inmediato previo breve vistazo al interior. Embocamos la Calçada da Estrela que parte de la puerta y que va a clavarse directamente a la panza del Barrio Alto, pero después de una buena caminata por la noche fría y la solitaria calle, bordeamos las farolas de la Asamblea de la República hasta enlazar con la rua de Sâo Bento, para tras otro buen rato de recorrido de persianas bajadas y almas solitarias, tropezar con algo de movimiento y algún bar abierto. En uno de ellos, el J&D esquinero al final de la calle, el simpático dueño en un perfecto castellano, sacándonos del error de creernos en el Barrio Alto, nos informa sobre plano, que a medio camino hemos virado mal hasta acabar en Rato, nuestro punto de partida, dónde nos encontramos en ese momento. Ante nuestra sonrisa y decisión de desistir y pedir algo de comer, el posadero se explaya a gusto sobre la composición, preparación y origen de algunos platos de la carta, hasta que nos decantamos por una Açorda de gambas para los dos, plato hecho a base de miga de pan empapada en el líquido de la cocción del producto con el que se hace (gambas, pescado, marisco, …) y revolviéndolo luego con ajo, cilantro y un huevo crudo, y por 2 Sagres para beber. Lo cierto es que resultó ser un plato excelente. Tras pagar los 12$ de la cuenta, y despedirnos del simpático tipo, cogemos reventados el metro en la estación de Rato, a la vuelta de la esquina, para trasladarnos al hotel y dejar que la ley de la gravedad nos tumbe en la cama. Vinculo a la red de metro Lisboa: www.amadeus.net Etapas 1 a 3, total 4
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