![]() ![]() Islandia 2017: volvemos a la tierra de hielo y fuego ✏️ Blogs de Islandia
Diario sobre un viaje recorriendo Islandia en campervan en septiembre de 2017Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (11 Votos) Índice del Diario: Islandia 2017: volvemos a la tierra de hielo y fuego
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Etapas 7 a 9, total 13
Nota: Éste es nuestro segundo viaje a Islandia, con lo cual hay sitios que no visitamos. Si quieres más información sobre la que fue nuestra primera toma de contacto con el país, puedes visitar nuestro otro diario: www.losviajeros.com/ ...ervan.html
5 de septiembre de 2017 ![]() Mapa de la etapa 5 Ha sido una noche algo complicada. El camping no se sumió en silencio hasta más tarde de lo habitual, el pijama, recién lavado, todavía estaba algo húmedo en algunas partes, y hemos pasado más frío que en noches anteriores. Quizás sea por la decreciente temperatura exterior o quizás por precipitarnos al meternos en el saco de dormir antes de entrar en calor. El caso es que el día 4 ya es historia, y es hora de arrancar la quinta etapa de nuestro periplo islandés. A diferencia de ayer, amanece despejado y la previsión meteorológica es esperanzadora. Tras echar un vistazo webcam mediante a cómo está la laguna glaciar de Jokulsarlon, nos ponemos en marcha enseguida para poder esta vez sí disfrutar de una de las atracciones estrella de Islandia sin inferencias meteorológicas. No corren la misma suerte unas vecinas de campamento, que cuando intentan maniobrar con su Kukú Camper quedan atrapadas en el barrizal y no consiguen que el eje trasero de la furgoneta salga del barro por mucho que pisen el acelerador. ![]() Un nuevo día en Svinafell ![]() Una parada rápida en el edificio común ![]() Nosotros nos vamos, pero otros no tienen tanta suerte Los 45 minutos que separan Svinafell de Jokulsarlon tienen antes una parada obligatoria: la menos popular pero igualmente recomendable laguna glaciar de Fjallsarlon. Se trata de un lugar con un recuerdo especial para nosotros, ya que cuando en 2015 decidimos pasar frente a ella el quinto día de nuestro viaje tuvo a bien regalarnos las primeras auroras boreales de nuestra vida. El reencuentro no comienza con tanta emoción como esperábamos, ya que encontramos el acceso a pocos metros de la carretera principal muy cambiado. Lo que antes era terreno virgen y acceso directo al balcón hacia la laguna por una carretera de grava, es ahora un aparcamiento junto a un nuevo restaurante y un cordón imposibilitando alcanzar la laguna de otro modo que no sea a pie. Limitar el acceso motorizado hasta la mismísima laguna es comprensible, pero lo del restaurante le quita algo de magia a la situación. Son las 9:00 cuando, lidiando con un frío creciente, estamos ya frente a frente con la laguna. Y qué laguna. Mucho más pequeña y modesta que Jokulsarlon, pero con un encanto especial dada la proximidad de todos los elementos. Con un objetivo con angular suficiente, todo cabe en el cuadro: la orilla, el agua estática, los bloques de hielo de colores variados flotando sobre ella y la lengua glaciar naciendo en las alturas y muriendo ante nosotros. Los colores son también muy diferentes al azul que predomina en Jokulsarlon, si bien el momento más espectacular de estos es cuando se tiñen de rojos y morados al atardecer. ![]() Jo, Fjallsarlon Como suele ser habitual, somos pocos a nuestra llegada pero poco a poco va aumentando la afluencia de público. Todavía en relativa tranquilidad podemos disfrutar del tremendo arcoiris de extremo a extremo de la laguna que aparece fruto de la tímida lluvia que ha venido a saludarnos. Como en tantos y tantos lugares de Islandia, es difícil encontrar el momento adecuado de despedirse y dar media vuelta, pero el show debe continuar. ![]() Y por si fuera poco, esto ![]() Regresando hacia el parking Según nos acercamos a Jokulsarlon, nuestra intención es parar en varios de los aparcamientos a mano izquierda antes de alcanzar el puente y los accesos oficiales a la laguna. De ese modo deberíamos poder contemplar el lugar desde varios ángulos y alturas gracias a las pequeñas colinas que la separan de la carretera en este lado. Pero tras la primera de las paradas decidimos abortar la misión, ya que los bloques de hielo están hoy muy lejos de este punto y las nubes de la mañana todavía no se han disipado del todo en el horizonte. Eso hace desmerecer muchísimo el paisaje. Se puede ver perfectamente desde aquí el sendero de 15 kilómetros que separa las lagunas de Fjallsarlon y Jokulsarlon pasando a medio camino por la más desconocida de todas, la de Breidarlon. Ante lo apagado del paisaje, decidimos hacer tiempo hasta que las nubes se levanten parando primero en la playa frente a Jokulsarlon con la esperanza de encontrar los famosos bloques de hielo atrapados en la orilla. ![]() Jokulsarlon hoy no luce tanto en este lado Y los encontramos. Vaya si los encontramos. A diferencia de nuestro paso anterior por esta playa en la que apenas tres o cuatro grandes bloques reposaban sobre la oscura arena, hoy la orilla está totalmente invadida por ellos. Eso provoca también una mayor afluencia de visitantes, ya que este lugar es un auténtico templo y lugar de peregrinaje de fotógrafos tanto profesionales como aficionados. Es hora de jugar al límite, plantar el trípode, y mantener siempre un ojo en el irregular oleaje que en cualquier momento puede hacer llegar una ola que se lleve por delante a los más osados. La estrategia no siempre funciona, y cuando estoy concentrado en la enésima larga exposición del agua rodeando un enorme bloque de hielo una ola traicionera sumerge mis pies completamente en la fría agua. Tocará cambiarse los calcetines. ![]() Hielo y arena ![]() Hielo y luz ![]() Hielo y Pato ![]() Hielo y china ![]() Hielo y gente Visitada la playa, le damos todavía más margen a la laguna para despejarse almorzando durante unos minutos en la furgoneta antes de regresar hacia ella. La espera ha dado sus frutos, y cuando regresamos esta vez al aparcamiento más cercano al puente y su webcam la laguna ya es completamente visible. Inevitable pasar de nuevo aquí una larga hora mirando, disparando y volviendo a mirar. Con menos gente que ayer gracias a la menor afluencia de autocares, pasamos un rato muy agradable despidiendo definitivamente a los bloques de hielo. Volveremos algún día, sin duda. ![]() Cómo no volver ![]() Con el agua estática, aparecen los reflejos ![]() Blancos y negros pasando por mil azules Con la satisfacción de haber visto Jokulsarlon como es debido tras el relativo fiasco de ayer, deshacemos nuestros primeros kilómetros del día para regresar hasta los alrededores del Parque Nacional de Skaftafell. Buscamos un pequeño desvío al que llegamos por accidente hace dos años y nos permitía ver desde sus pies la lengua glaciar de Skaftafelljokull, pero en su lugar encontramos algo mucho mejor. Tras cinco kilómetros extremadamente bacheados que ponen a prueba la furgoneta, alcanzamos el parking junto al fin de la lengua glaciar de Snivafellsjökull. Basta caminar durante un par de minutos para ganar algo de altura que permita ver los últimos metros de la lengua, y es impresionante. Según giramos la cabeza hacia la izquierda, la enorme superficie de hielo bacheada remonta y remonta hasta perderse en las entrañas del país donde Vatnajökull, el mayor glaciar de Islandia y el segundo de Europa, la recibe junto al resto de brazos helados que se extienden por el sur del país. Dado lo sencillo del acceso a pie -en comparación con la carretera previa- nos acompaña aquí bastantes personas, siendo una de ellas un chico equipado con un dron conectado en tiempo real a las gafas VR que lleva equipadas. Debe ser toda una experiencia. ![]() Lenguas glaciares desde lejos... ![]() ... y lenguas desde cerca ![]() El hielo de Svinafellsjökull ![]() Siempre disparando Son las 14:00 cuando regresamos a nuestra furgoneta y nos vemos obligados a desprendernos de varias prendas. Lejos del frío de Jokulsarlon, aquí la ropa térmica interior está de más. Retomamos nuestro avance hacia el oeste parando ahora en el pueblo de infinito nombre de Kirkjubaejarklaustur. Antes de nuestro siguiente hito turístico, nos gastamos 2000 coronas en un par de wraps y unas patatillas en el supermercado Kjarval y 6000 coronas en la gasolinera OB -más barata que las N1- para la que también tenemos una tarjeta de descuento de tres coronas por litro junto a las llaves de Happy Campers. Nuestra siguiente parada ofrece un gran atractivo a cambio de muy poco esfuerzo. Visible desde la carretera principal y accesible tras escasos 300 metros a pie desde el aparcamiento, la catarata de Stjornarfoss nos gusta mucho más de lo que esperábamos. Hace dos años nos limitamos a verla desde la carretera, a primera hora de la mañana y todavía dormidos. Pero hoy llegamos hasta sus pies, y es una belleza. No muy alta pero moderadamente ancha, tiene el caudal exacto para que la caída conforme pequeños hilos de agua sobre la gran roca por la que se deslizan. Pasamos unos solitarios minutos frente a ella antes de que llegue otro grupo, pero en todo momento se respira tranquilidad. Son las 16:40 cuando damos por finalizada la parada y nos ponemos rumbo a nuestro destino final del día: Vík í Mýrdal. ![]() Iluminados por Stjornarfoss ![]() Llegamos solos, la dejamos en compañía Vík, para abreviar, es un pequeño pueblo situado en la zona más al sur de Islandia. Su encanto reside en su privilegiada ubicación cerca de infinidad de maravillas naturales y en el pueblo en sí, entre cuyas construcciones predominan las casas unifamiliares de poca altura. Su atracción estrella es el mirador al pueblo y los “trolls” de basalto de Reynisdrangar al fondo desde la colina en la que se encuentra la iglesia, pero de eso hablaremos más adelante. Por ahora lo que hacemos a nuestra llegada es entrar a un supermercado Kronan por cuyo aspecto intuimos que debe ser de reciente inauguración, y pasar de largo para seguir hasta la playa de Reynisfjara. ![]() La iglesia desde el supermercado Reynisfjara es una de las “playas negras” de este litoral sur de Islandia. No es nuestra favorita -ese lugar lo ocuparía Kirkjufjara- pero tiene el atractivo de permitir acercarse a escasos metros de esos tres grandes bloques de basalto que reposan en el agua. Además, su extremo más oriental está delimitado por un pequeño anfiteatro de columnas de basalto que parecen talladas expresamente en la roca. Pero cuando llegamos a ella recordamos que no todo es bonito: la afluencia de público es entre alta y muy alta para los estándares islandeses, la playa suele ir acompañada de un fuerte viento y el oleaje producido por ese vendaval hace que sea poco recomendable acercarse demasiado al agua, aunque sea el único modo de conseguir una buena fotografía de la orilla con los trolls al fondo. Si hay que resumir Reynisfjara en una palabra esa sería “inmensa”, debido a la sensación de ponerse junto al basalto, mirar hacia el oeste y contemplar cómo las fuertes olas y la oscura orilla se pierden en el horizonte. ![]() El único metro de basalto sin gente subida a él ![]() Y de aquí me llevé un pedacito de Islandia ![]() Capturando a los trolls ![]() Trolls capturados ![]() El camino hacia Dyrhólaey ![]() Inmensa Son las 18:30 cuando con Reynisfjara damos por finalizada nuestra agenda turística del día, y disfrutamos de las igualmente maravillosas vistas a lado y lado de la carretera durante nuestro regreso hasta Vík. Localizamos aquí un camping que creíamos cerrado ya por fin de temporada, pero para nuestra suerte permanece abierto ahorrándonos así tener que desplazarnos hasta otro camping -el más cercano está a 20 kilómetros tierra adentro- o correr el riesgo de dormir en plena calle y que alguien tenga algo que decir al respecto. No obstante, el camping de Vík resulta bastante decepcionante. Es razonablemente grande y posee de un edificio principal en el que se concentra la recepción, el baño con duchas y un decente salón comedor para que la gente no deba cocinar o lavar los platos a la intemperie. Pero todo tiene sus contrapartidas, siendo la más grave la de las duchas. Vík pertenece a ese escaso porcentaje del país que no calienta el agua mediante energía geotérmica, por lo que el camping recurre a los termos que, tras unas cuantas duchas consecutivas, quedan vacíos y condenan a los siguientes que quieran ducharse a hacerlo con agua fría hasta que vuelvan a llenarse. El lema de la gerencia del campamento es que te duches y, solo si has disfrutado de agua caliente, pases por recepción para pagar las 200 coronas correspondientes. Como no podía ser de otra manera, a nosotros nos toca agua fría. De hecho, L se cruza con una chica que confiesa llevar ya cinco noches acampando aquí y no haber disfrutado todavía de una sola ducha caliente. Así que lavados con prisas y con dificultades para volver a entrar en calor, regresamos a una furgoneta que decidimos mover al solar contiguo, ya que el principal está empezando a llenarse hasta el punto de tener vecinos a menos de un metro y medio de las puertas de nuestra camper. Quizás todos se vayan a dormir tan pronto como nosotros y no haya ruidos, pero tras una última noche algo dura en ese aspecto preferimos minimizar los riesgos. El día termina con nosotros sentados durante media hora en un banco junto al edificio principal, pasando frío pero lejos del saturado comedor y todavía con cobertura del wifi gratuito para los campistas. De todos modos, parece que ni uno solo de los enchufes de la sala común funcionan, así que cargar las baterías de nuestros móviles iba a resultar imposible. Con un fuerte viento del que afortunadamente parece que las instalaciones del camping nos resguardarán, terminamos el día de hoy a los pies de una blanca y roja iglesia de Vïk í Mýrdal a la que subiremos muy pronto. Etapas 7 a 9, total 13
Nota: Éste es nuestro segundo viaje a Islandia, con lo cual hay sitios que no visitamos. Si quieres más información sobre la que fue nuestra primera toma de contacto con el país, puedes visitar nuestro otro diario: www.losviajeros.com/ ...ervan.html
6 de septiembre de 2017 ![]() Mapa de la etapa 6 Sale el sol en Vík í Mýrdal. La noche en el camping del pueblo ha sido plácida una vez acostumbrados al viento que durante varias horas mecía la furgoneta. El solar secundario en el que anoche aparcamos nuestro hogar tiene ahora más vecinos que a nuestra llegada, pero con un poco de precaución podemos salir hasta la calle sin llevarnos por delante ninguna tienda de campaña y evitando que las ruedas pasen por las zonas más embarradas y el riesgo de quedarse atascado que ellas presentan. Paramos unos minutos junto al edificio de instalaciones comunes con la esperanza de que esta mañana sí que funcionen los enchufes y podamos llevarnos algo de electricidad almacenada. No hay suerte. Definitivamente, el camping de Vík ha resultado decepcionante más aún considerando que es el único posible en 20 kilómetros a la redonda en una zona por la que pasan prácticamente todos los visitantes de país. ![]() Heisenberg en Vík No podemos pasar de largo el pueblo sin invertir una placentera hora en el mirador más conocido, ese que se encuentra varios metros por encima de la iglesia y justo frente al cementerio local. Desayunamos aquí en completa soledad, acompañados solo por un espléndido día cuya visibilidad nos permite ver en la misma dirección la iglesia, el pueblo, la playa y los trolls de Reynisdrangar al fondo de la imagen. Durante el descenso paramos unos minutos literalmente junto a la iglesia, pero la pérdida de altura y no disponer de la referencia del propio edificio quitan muchas posibilidades fotográficas. Tras detenernos de nuevo en el nuevo Kronan y gastar 1700 coronas en cuatro tonterías, nos despedimos definitivamente de una de las opciones más tranquilas y aun así bien comunicadas para los que se estén planteando mudarse a Islandia. ![]() La inevitable fotografía ![]() Madrugar, el único modo de estar solos ![]() Un poquito más abajo... ![]() Excursiones que nacen en la iglesia Escasos 20 minutos sin prisas nos separan del aparcamiento junto a Kirkjufjara, la segunda de las playas negras cercanas a Vík y nuestra favorita en base a la experiencia de nuestra visita anterior. Sin embargo nos espera una profunda decepción cuando bajamos del coche: el acceso a la orilla está ahora cerrado, según los carteles como medida de precaución ante el fuerte oleaje por el viento y recientes desprendimientos del acantilado que queda tras la playa. Sí, efectivamente viendo las imágenes podemos verificar que el dibujo de la costa ha cambiado en el preciso lugar en el que dos años atrás nos relajamos un largo rato sentados en la roca. Molesta un poco más el otro motivo por el que cerrarla: al final, la actitud irresponsable de algunos visitantes que se acercan demasiado a las olas provocan que todos quedemos impedidos de poder bajar “por nuestro propio bien”. Permanecemos unos minutos en el mirador que separa las playas de Kirkjufjara y Reynisfjara, pero no es lo mismo. Nos vamos con el mal sabor de boca de no poder repetir una de nuestras experiencias favoritas en Islandia. ![]() Reynisfjara a la izquierda... ![]() ... y Kirkjufjara a la derecha 25 kilómetros más allá en dirección oeste nos espera otra parada de las que suponen una novedad respecto a nuestro viaje anterior. Tras un corto desvío de cinco kilómetros por una carretera perfectamente asfaltada -parece que recientemente-, llegamos al aparcamiento que da acceso a la lengua glaciar de Sólheimajökull. Son las 11:00 cuando volvemos a poner los pies en el suelo y comenzamos a superar la corta subida que nos llevará hasta el mismo pie del glaciar. ![]() La sopa de Sólheimajökull Probablemente nos gustaría más si fuésemos novatos en esto de visitar glaciares desde una distancia prudencial. Ahí tenemos el hielo y ahí tenemos las aguas oscuras en las que la lengua termina. Pero no acaba de lucir. Especialmente si lo comparamos con otros destinos similares tanto en la propia Islandia -Svinafellsjökull y Skaftafelljökull, muy cerca de aquí- como en destinos alternativos como Canadá. Parece que el principal atractivo de este Sólheimajökull es lo fácil de su acceso, motivo por el cual numerosos grupos ataviados de cascos, piolets y crampones se dirijan hacia el hielo acompañados del guía de una empresa que debe estar haciendo su particular agosto. Nosotros nos limitamos a alcanzar el punto más cercano pero seguro a la lengua y pasar unos minutos contemplándola antes de dar media vuelta. ![]() El punto de no retorno ![]() Tanto gris no le favorece Damos comienzo a una segunda mitad del día cuyo protagonismo será exclusivamente para las cataratas. El sur de Islandia es especialmente pródigo en saltos de agua fácilmente accesibles, y concretamente este tramo que va desde Hella hasta Vík se lleva la palma. Comenzamos con Kvernufoss, una cascada que permite pasar tras ella y que hace dos años parecía un pequeño tesoro oculto situado más allá del Museo Skógar. Al parecer el secreto se ha difundido, ya que cuando alcanzamos el museo son varios tantos los coches aparcados en los alrededores como los grupos de visitantes que saltan el mismo botador que nosotros y se dirigen hacia ella. Tenemos que esperar a que alguno de esos grupos se marchen, pero Kvernufoss sigue siendo muy especial. Nuevamente disfrutamos muchísimo de ella, tanto desde la ladera y rocas que permiten verla de frente en diferentes ángulos como desde su interior, fácilmente alcanzable caminando con cuidado sobre rocas empapadas por el constante salpicar del agua que reciben. No nos importa invertir aquí todo el tiempo que podamos, motivo por el cual superamos ya las 13:30 cuando estamos de nuevo en nuestra furgoneta dispuestos a prepararnos la comida en compañía de un viento que se resiste a desaparecer. ![]() No te habíamos olvidado, Kvernufoss ![]() Nuestra 'cascada transitable' favorita ![]() Las amplitudes dele interior ![]() Y otro arco iris de regalo Sería de locos transitar por este tramo sur de la Ring Road y no detenernos en la, probablemente, catarata más popular y fotografiada de todo Islandia. Aunque estemos convencidos de que la experiencia de plantarnos ante ella por segunda vez no sea mejor que la primera debido a la masificación, nos vemos obligados a aparcar junto a Skogafoss. Lo hacemos en un aparcamiento que aloja ya cientos de coches, pero de tales dimensiones que todavía podría alojar a muchos más. Efectivamente, las decenas de metros que nos separan de la catarata son un ir y venir constante de turistas de todas las etnias y culturas, como un hormiguero en el que es imposible contar cuantas criaturas van y vienen. Tal y como ocurría en 2015, el único modo de poder ver Skogafoss en relativa soledad es pasando la noche en el muy mediocre camping junto a ella y madrugando antes que nadie. ![]() Por supuesto, Skógafoss ![]() Usando el ajetreo para un timelapse ![]() Con exposiciones largas algo se disimula Pese a todo, la disfrutamos. Pasamos largos minutos a una distancia prudencial para exponernos luego a sus aguas acercándonos todo lo posible sin riesgos innecesarios. Subimos también a su mirador superior, ese en el que termina la aventura de seis días que los excursionistas más osados pueden realizar comenzando en Landmannalaugar. La subida ha sido reacondicionada y se ha cortado el acceso de las escapatorias a pequeños salientes que permitían ver la cascada a media altura. A más visitantes, más imprudentes. Y lo pagamos todos. ![]() Más cerca ![]() Más arriba ![]() Skógar sigue su curso Son las 15:50 cuando regresamos a nuestra furgoneta, previo paso por el edificio del camping para rellenar nuestra botella de agua y charlar dos minutos con un canadiense. Retomamos la marcha para continuar hacia el oeste, donde tras alrededor de media hora nos esperan otro par de cataratas ya conocidas. La mayoría de coches toman el desvío al aparcamiento de Seljalandfoss, otra muy popular catarata cuyo principal atractivo es poder rodearse interiormente. Nosotros pasamos de largo para llegar hasta la vía de servicio junto a otra cascada vecina, la escondida Gljufurarfoss. Y lo hacemos porque, a diferencia de Seljalandfoss cuyo parking ha pasado a ser de pago bajo tarifa de 700 coronas, en esta vía de servicio situada solo a cinco minutos a pie podemos aparcar sin coste alguno. Hay otro motivo, y es que con Gljufurarfoss tenemos una deuda pendiente. Su naturaleza oculta, siendo solo visible tras avanzar varios metros en el interior de una grieta de la que sale un pequeño río, hace que la nube de agua frente a ella haga muy, muy complicado fotografiarla. Fruto de ello nuestras instantáneas del lugar en 2015 resultaron desastrosas, y queremos intentar mejorarlas en un segundo intento. Con mucho cuidado y colocando los pies en cada roca estratégicamente situada para no acabar con la suela en el río, llegamos hasta ella. Y sé más de fotografía que hace dos años, pero sigue siendo muy complicado. Guardamos turno para poder subirnos a la gran roca que constituye el lugar perfecto para retratarse junto a ella y hacemos lo que podemos. En los diez minutos que pasamos en las entrañas de este pequeño cañón y que terminan con una aglomeración de gente que hace incómoda la visita, acabamos empapados. ![]() Una grieta... ![]() ... que guarda un secreto Cuando volvemos al exterior descubro gracias a otras dos turistas que hay otra manera de ver Gljufurarfoss: subiendo a la complicada colina derecha junto a ella. Sin garantías de llegar hasta el final, comienzo a ganar altura colocando pies y manos donde buenamente puedo y alcanzo la meta, a una altura solo un par de metros por debajo de la del nacimiento de la catarata. Desde aquí, asomándome con mucha cautela, puedo contemplar aproximadamente cuatro o cinco metros del agua perdiéndose en la cueva, pero resulta imposible alcanzar a ver la base de la caída. Yo diría que es poca recompensa para el esfuerzo necesario. Desciendo casi con más problemas que durante la subida, y mientras L vuelve hacia el coche para secarse yo hago una segunda incursión a la grieta para intentar asegurar alguna fotografía más. ![]() El nacimiento de Gljufurarfoss ![]() Echando la vista atrás ![]() Un último chapuzón De nuevo en la furgoneta y tras quitarnos un poco de Gljufurarfoss de encima, dudamos durante unos minutos sobre caminar hasta Seljalandfoss. Finalmente desistimos, ya que la masificación que hemos visto a nuestro paso frente a ella nos hace preferir conservar algo de margen para ver con luz suficiente el siguiente hito del día. ![]() Seljalandfoss saluda desde lejos De nuevo hacia el oeste y tras un innecesario rodeo por culpa de las indicaciones de nuestro navegador GPS, aparece en el horizonte una aislada colina. Se trata de Stora-Dimon, y su aislamiento es precisamente lo que hace muy tentador subir hasta su cima para conseguir vistas en 360 grados a toda la zona. Mediante muy pocos kilómetros de carretera no asfaltada llegamos a su base, lugar en el que parece que al fin estaremos completamente solos… pero solo lo parece, ya que dos minutos después de apagar el motor aparece de la nada un coche y aparcar a cinco metros de nosotros. Ni siquiera aquí, en un sitio poco conocido y literalmente en medio de la nada, vamos a poder tener una propina de esas soledad islandesa de la que disfrutamos hace dos años. ![]() A los pies de Stora-Dimon Subir a Stora-Dimon… asusta. A escasos metros del aparcamiento se atisba algo parecido a un sendero para ascender, pero ya desde aquí podemos ver lo rudimentario y inclinado que es. Al empezar a transitarlo lo confirmamos: necesitamos parar para coger aire a cada pocos metros, haciendo que el tiempo necesario para coronar la cima sea mayor del que a priori cabría esperar dada la escasa altura de solo 178 metros que tiene la montaña. ![]() Un corto pero intenso esfuerzo... ![]() ... para coronar la cima Pero llegamos arriba y se olvida todo. Efectivamente, la curiosa situación de la colina rodeada de terreno absolutamente llano en varios kilómetros a la redonda hace que las vistas sean de infarto. Aunque no por ello dejan de ser impresionantes, falta alguna referencia que acapare la atención -desde aquí vemos la pared sobre la que caen las cataratas de hace unos minutos, pero es imposible distinguirlas-. La cima es lo suficientemente ancha como para poder convivir con los otros visitantes sin importunarse los unos a otros. Pasamos varios minutos en un extremo, pasamos varios minutos en el otro, y comenzamos a descender tras un rato totalmente solos en las alturas. ![]() Mereció la pena ![]() Mereció mucho la pena ![]() Las inabarcables vistas Según vamos perdiendo altura, vemos como nuestros vecinos tienen planes de quedarse aquí largo rato. Tan largo que están preparando junto a su coche la tienda de campaña para pasar la noche. Y quizás sea muy buena idea: parece muy improbable que aquí, sin una sola granja a la vista y resguardados por la propia montaña, pueda venir nadie para recordarnos que la acampada libre ya no está permitida en el país. Tras pensarlo unos minutos y comprobar con la previsión meteorológica actual que hacerlo no desbaratará nuestros planes para mañana, decidimos quedarnos nosotros también. Parecen silenciosos y respetuosos, y quiero pensar que nosotros también lo somos. Mientras nos instalamos y hacemos la cena, otra furgoneta llega y se instala varios metros más allá. En su interior parece haber una sola chica de aproximadamente nuestra edad. Hacer un viaje así solo también debe ser toda una experiencia. ![]() A lo pies, nuestros vecinos dándonos una idea ![]() Y sin planificarlo, éste era nuestro hotel Y así terminamos inesperadamente nuestra etapa de hoy, montando el dormitorio a los pies de una montaña de Stora-Dimon que vamos a recordar con mucho cariño. Con la única contrapartida de que una noche más el cielo nublado nos va a privar de lo que aquí sería un espectáculo de estrellas -y quién sabe si auroras boreales- impresionante, nos quedamos dormidos. ![]() Hasta mañana, Islandia Etapas 7 a 9, total 13
Nota: Éste es nuestro segundo viaje a Islandia, con lo cual hay sitios que no visitamos. Si quieres más información sobre la que fue nuestra primera toma de contacto con el país, puedes visitar nuestro otro diario: www.losviajeros.com/ ...ervan.html
7 de septiembre de 2017 ![]() Mapa de la etapa 7 Nada me gustaría más que comenzar el relato de la séptima jornada diciendo que la noche que la precedió fue mágica. Que en uno de los momentos en los que interrumpía el sueño y me asomaba por la ventanilla del coche, el cielo se había tornado verde y me había obligado a salir a toda prisa al exterior para unas fotografías de infarto. Y que tras la tormenta de auroras, el cielo más estrellado que jamás haya visto apareció sobre mí para hacer la compañía perfecta a la montaña de Stora-Dimon junto a la que acampamos. Pero no. Parecían coincidir todos los requisitos para que el párrafo anterior fuese muy cercano a lo que pasó, pero algo se debió torcer. El cielo ligeramente nublado de la medianoche se fue despejando. El “índice KP” que mide la intensidad de las tormentas geomagnéticas estaba en un prometedor 6 sobre 10. Pero sobre Stora-Dimon no apareció ninguna aurora, y solo el cielo estrellado no me motivaba suficiente para abandonar el cálido interior del saco de dormir y exponerme a la fría noche islandesa. Las noches se van agotando y las formas verdes se resisten a visitarnos esta vez, pero no perdemos la esperanza. Ausencia de auroras aparte, dormir junto a Stora-Dimon ha sido todo un acierto. Nadie ha venido durante la noche a recordarnos que la acampada libre ya no está bien vista en Islandia, y nuestros vecinos en tienda de campaña no han hecho ningún ruido. Más bien intentamos ser nosotros tan silenciosos que ellos, ya que mientras pasamos el trago de recoger el dormitorio ambulante su tienda de campaña permanece cerrada. Ya no hay rastro de la campista independiente que llegó a última hora, así que debía ser más madrugadora que nosotros. Cuando el interior de nuestro Transformer particular ha vuelto a su forma de medio de transporte, nos ponemos en marcha en busca de nuestra primera parada, muy cercana y frente a la cual ya pasamos durante la tarde anterior. La catarata de Gluggafoss se encuentra a escasos cinco kilómetros de Stora-Dimon, justo frente al punto en el que la asfaltada carretera 261 ve nacer el desvío a la algo menos óptima carretera 250 y su pavimento más irregular. La encontramos acompañada de varios carteles de información que nos hacen saber que se trata de un paraje especialmente protegido, y dada su vistosidad parece una sabia elección. Tenemos el agua cayendo a tres niveles. El primero es ancho y poco alto, y varios metros tras él se encuentra un segundo ya mucho más alargado y estilizado. El tercero y más elevado de los saltos de agua se adentra más en la montaña, siendo imposible verlo desde la base de la catarata. ![]() Dejamos atrás Stora-Dimon... ![]() ... para dar de frente con Gluggafoss Al fin disfrutamos de un paraje natural islandés en completa soledad. Nadie nos acompaña durante los largos minutos que pasamos primero en el puente sobre el río en el que deriva la cascada, luego junto a su base y finalmente en el piso intermedio que divide los dos saltos de agua más inferiores. Si giramos el cuello, detrás de nosotros queda de nuevo la característica “chincheta” que es Stora-Dimon y su escasa elevación pero con una extensa llanura a su alrededor. Unido al buen tiempo que nos acompaña -frío pero sin lluvia ni viento-, Gluggafoss nos regala uno de los momentos que mejor nos sabe de todo el viaje. ![]() El salto inferior, más cerca ![]() El río sigue tras la catarata Pasamos a puntos de la agenda con expectativas mucho mayores. Haifoss no figura entre los planes de la mayoría de los turistas que visitan Islandia aunque seguramente muchos de ellos la hayan visto sin saber lo que estaban mirando mientras ojeaban guías de viajes o listas de “las mejores cataratas del país”. El motivo de esa incoherencia es que Haifoss no es de fácil acceso. Más bien todo lo contrario. Pero nosotros ya nos la jugamos en 2015 y sabemos lo que podemos esperar. Y evaluando el largo y la altura respecto al suelo de nuestra Ford Transit, creemos que es posible llegar hasta ella. Los primeros 90 minutos que nos llevan con un rodeo hasta el norte de nuestro punto de partida son plácidos, incluso aburridos. Todas las carreteras que nos llevan desde Gluggafoss hasta la base de la montaña que esconde Haifoss -a saber: la 261, la 1, la 30 y la 32- no suponen ningún reto ni riesgo, y es a 7,5 kilómetros de la meta donde empieza la diversión. Nos queda por delante tener mucha paciencia y medir cada metro a un máximo de 15 kilómetros por hora ascendiendo por una pista que hace que la “carretera mala” a Dettifoss parezca una autopista de peaje. Cambios de rasante criminales, baches del tamaño de una oveja y enormes charcos que no dejan saber si lo que hay bajo ellos es llano o un socavón que supondría el fin de nuestra aventura. Pero con precaución y sin tomar ni un solo riesgo -si no lo vemos claro, nos damos la vuelta- lo conseguimos, y tras más media hora alcanzamos un aparcamiento de Haifoss en el que ya esperan otros cuatro vehículos que, por supuesto, han tenido mucho más fácil llegar hasta aquí ya que todos son de tracción a las cuatro ruedas. ![]() Llegamos Haifoss sigue siendo la cascada favorita de L en toda Islandia, y basta con asomarse a uno de sus primeros miradores para entenderlo. Su altura, sus colores, su abundante caudal y su ubicación en un profundo cañón en cuyo fondo el agua sigue fluyendo hacia el suroeste a través del río Fossá. Y por si estar frente a la segunda catarata más alta de Islandia no fuese suficiente, pocos metros a su derecha le acompaña también la cascada de Granni, que por sí sola resultaría igualmente espectacular pero cuyo que al llevar menos agua y quedar más escondida pasa a un segundo plano. ![]() Por esto soportamos la impracticable carretera Contemplar de nuevo Haifoss ya era motivo suficiente para la pequeña tortura que ha supuesto subir hasta aquí, pero venimos con la intención de hacer algo más. Algo que desconocíamos por completo y no nos atrevimos a descubrir sobre la marcha en nuestra visita anterior es que Haifoss no solo se puede ver desde arriba. También puede verse desde abajo. Y para conseguirlo no hay más que seguir, alejándose del mirador y del aparcamiento, unas estacas artificiales de color naranja que hace dos años juraríamos que no estaban allí. ![]() Avanzando de estaca en estaca Las primeras estacas nos llevan por un terreno llano, permitiéndonos al girar la vista ver Haifoss con un ángulo más escorado. Granni quedó ya totalmente oculta desde hace muchos metros. Tras superar tres palos perfectamente alineados, el cuarto nos hace sospechar que quizás sea momento de comenzar a descender. Se encuentra mucho más pegado al precipicio, y está mucho más cerca de la marca anterior que sus antecesores. De hecho, está equidistante entre dos estacas, ya que estas siguen sucediéndose en el horizonte hasta donde se puede percibir. Nos asomamos a la derecha y efectivamente, aquí está la bifurcación. Podríamos seguir rectos que ya aquí nace otra excursión desconocida, pero no es a lo que venimos. Girando hacia la derecha, el terreno empieza a bajar pero afortunadamente las marcas reaparecen para impedir que nos vayamos por un terreno que dado lo irregular del piso podría atraer consecuencias. Debemos superar tramos “divertidos” de grandes rocas o piso lateralmente inclinado hasta que llegamos a la altura del río, y si levantamos la cabeza… ahí la tenemos. A escasos 100 metros de nosotros, Háifoss nos saluda ahora desde las alturas con el ruido de sus aguas impactando contra el río. Estamos en una distancia clave en la que unos metros más o menos suponen la diferencia entre permanecer seco o acabar empapado por el agua en suspensión que escupe la cascada. Si miramos hacia atrás y más arriba, vemos los pequeños puntos de aquellos que disfrutan de la catarata desde el mirador. ![]() Vamos perdiendo altura... ![]() ... y al girar, está claro el destino ![]() Conseguido, Háifoss desde abajo ![]() Lejos queda ahora el mirador Es momento de complementar la magnífica experiencia con fotos para el recuerdo. Y me dejo el alma en ellas… y algo más. Subido en una roca completamente rodeada por el río Fossa, me dispongo a desenroscar el filtro de densidad neutra -ese que permite hacer disparos de larga exposición a plena luz del día- para hacer alguna instantánea en la que el agua quede congelada. Empiezo a desenroscar y… algo se me escapa de las manos. Al parecer el filtro propiamente dicho se había desprendido de la anilla a la que va pegado, y al inclinar la cámara para desenroscarlo ha salido despedido hacia delante. En otras circunstancias eso significaría verlo rodar por el suelo, recogerlo, rezar para que no tuviera arañazos, sacudirle el polvo y esperar a conseguir algo de cola de contacto para intentar repararlo. Pero… ¿he dicho ya que estoy rodeado de agua? El filtro rebota sobre la roca en la que me encuentro, y su segunda caída ya no viene acompañada de un “clinc” si no de un “chof”. El oscuro círculo cae sobre el agua que fluye a toda velocidad por el río, y en menos de un segundo desaparece tras las algas del fondo fluvial. No es muy profundo, pero con la corriente es imposible saber si el ligero cristal se habrá depositado a los pocos metros o habrá iniciado su propia expedición hacia el sur. Paso unos minutos palpando el fondo con el bastón de senderismo de L -y casi termino yo en el río en el proceso-, pero no hay suerte. La visita a la base de Haifoss me ha costado unos 40 inesperados euros pero, mirándolo por el lado positivo, es lo menos valioso de todo cuanto llevaba colgado al cuello y se podría haber llevado la corriente. ![]() El filtro se despidió por todo lo alto... ![]() ... antes de ahogarse Con un recuerdo más y un filtro menos, iniciamos el camino de regreso hasta las alturas. Nos lleva unos pesados 40 minutos, pero alcanzamos de nuevo el mirador. Y junto a nosotros llega una lluvia que vuelve a confirmar con increíble precisión la previsión meteorológica de Vedur. En nuestros últimos metros de regreso a la furgoneta vemos a un solitario turista caminando siguiendo el acantilado en dirección contraria, dando fe de que es posible acercarse mucho al lugar en el que nace la caída de Granni. Eso nos da una idea: dado que tenemos bastante margen para el resto de la jornada y que la previsión es que la lluvia no dure mucho tiempo, podemos esperar comiendo en la furgoneta a que el cielo se despeje y seguir sus pasos dentro de unos instantes. Cuando llegamos al aparcamiento, nos encontramos a gente todavía más osada que nosotros bajando de un sedán cuyos bajos habrán temblado al atravesar la carretera que lleva hasta aquí. ![]() Girando la cabeza durante el regreso ![]() Recuperando la altura ![]() Obligatorio volver a pararse ![]() ¿No te sobrará un filtro? Una hora más tarde y con unos macarrones en el estómago, cumplimos nuestra amenaza de acercarnos al nacimiento de Granni. Para ello debemos caminar campo a través y superando áreas empantanadas, con cuidado de no poner los pies sobre un charco traicionero que esconda un accidente. Antes de llegar, nos cruzamos con una pareja joven que, viendo la tienda de campaña que han instalado y haciendo gala de nuestra perspicacia, diríamos que planean pasar la noche en un lugar de ensueño. Nos acercamos todo lo que podemos al lugar donde las aguas empiezan a caer y… bueno, está bien, pero no colma las expectativas. Pocas cosas pueden hacerlo en comparación al mirador oficial, en el que justo en estos momentos aterriza un helicóptero que ha venido presumiendo de modo mucho más cómodo de visitar Haifoss. Antes de regresar a la furgoneta camino lo más cerca posible del acantilado buscando el ángulo exacto en el que se tomó una espectacular fotografía que he encontrado por Internet, pero cuando veo el estrecho y peligroso saliente en el que debió plantarse el fotógrafo dejo las imitaciones para otro día. ![]() El valle, camino de Glanni ![]() La siempre menospreciada Glanni ![]() Un helicóptero aterrizando en el mirador ![]() La antesala al nacimiento de Glanni ![]() Un último vistazo, y se acabó Lo peor de Haifoss no es la carretera que hay que superar para llegar hasta ella. Lo peor es que luego hay que bajar esa misma carretera para marcharse. Y sin premio al final del camino y con más charcos que a la ida fruto de la lluvia de mediodía, el descenso se hace más pesado. No obstante y con mucha paciencia, regresamos al mundo del asfalto y tras varios kilómetros hacia el sur y tras tomar el que debe ser nuestro último desvío del día, reconocemos la carretera. Sin pretenderlo, nuestros planes para hoy pasan por la mitad norte de la carretera 26, de ingrato recuerdo para nosotros cuando hace dos años la recorrimos para visitar la catarata de Thjofafoss. Se trata de una carretera no solo sin asfaltar, si no que con un piso formado por constantes pequeños badenes que hacen estragos en la amortiguación del vehículo. Afortunadamente, parece que en los dos últimos años han extendido varios kilómetros la mitad asfaltada del sur, y el traqueteo termina antes de lo esperado. Poco después de regresar al asfalto alcanzamos nuestro último destino del día: el hotel con camping de Leirubakki. Hemos elegido este lugar para pasar la noche con un objetivo muy claro: Landmannalaugar. La previsión meteorológica por ahora es optimista respecto a mañana, y eso significa que si nada se tuerce podremos cumplir nuestra intención de dedicar el día de mañana a visitar el remoto lugar solo accesible con todoterreno o como pasajeros de un autocar de las varias empresas que ofrecen trayectos hasta él. Una característica de esos autocares es que, cuanto más cerca del destino es la parada en la que te subes a bordo, más barato es el billete de ida y vuelta. Y eso, en precios islandeses, supone toda una diferencia. Leirubakki es una de las últimas paradas disponibles antes de que el autocar comience a circular por la temida carretera “F”. Leirubakki resulta ser uno de los mejores campings de nuestro viaje, si no el mejor. Para empezar, es el más barato, con un precio de “solo” 1100 coronas islandesas por persona. Para seguir, los baños y duchas, incluidos en el precio, parecen en buen estado y, lo más importante, con agua perfectamente calentada. Un punto muy a favor que nunca hay que dar por hecho tras experiencias como la del camping de Vík. Y para rematarlo, estar en el mismo complejo que un hotel ofrece varias ventajas. Por ejemplo, tener la opción de cenar en el restaurante, si bien tras consultar los precios es una opción que descartamos. Pero la más suculenta es la posibilidad que sí aprovechamos: darnos un baño en la “Viking Pool” que aguarda más allá de los edificios de habitaciones. La “piscina vikinga” resulta ser un híbrido entre lo natural y lo artificial. Aprovechando el agua hirviendo que emana un manantial de la finca, el hotel ha construido una pequeña piscina cuya piedra en el interior se encuentra cubierta mayoritariamente por algas. Así que la experiencia de meterse en sus aguas muy calientes es muy, muy cercana a zambullirse en un arroyo de agua calentada de forma natural. Será el único baño que nos demos en todo el viaje, pero no se podrá decir que no lo hayamos aprovechado. Tras el trago de llegar hasta ella en bañador y sufriendo las bajas temperaturas, pasamos poco menos de una hora sin salir del agua. Cuando lo hacemos, falta un trago todavía peor que la ida: la vuelta, con el frío congelando el agua que no hemos podido despegar de nuestro cuerpo por mucho que nos frotáramos con la toalla. ![]() La Viking Pool, un regalo inesperado ![]() Una relajante hora en remojo ![]() Levantando algas al pasar En estas condiciones, la ducha caliente sabe todavía mejor. Cuando salimos de ella, comprobamos en la pequeña plaza a la entrada del hotel los carteles informando de los horarios de las dos empresas que tienen aquí una parada con destino a Landmannalaugar. Confirmamos a qué hora debemos levantarnos y descubrimos que, de no alojarnos aquí, deberíamos pagar 500 coronas por dejar el coche estacionado todo el día mientras estamos de excursión. Terminamos el día como tantos muchos: cenando en la furgoneta, y con la esperanza de que esta noche podamos ver auroras. La previsión vuelve a ser esperanzadora, pero tras la experiencia de la noche anterior ya sabemos que con las “luces del norte” nunca se sabe. Etapas 7 a 9, total 13
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