Marhaba Jordania ✏️ Blogs de Asia Central y Oriente Medio

Nos despertamos, bastante bien! Los estiramientos y el masaje fueron geniales: El resto del grupo estaba tocado, y nosotros como rosas. Tras desayunar y hacer la maleta, nos vinieron a buscar para seguir la andadura jordana.

Atravesamos el pueblo de Wadi Mousa y pasamos por el pueblo donde viven los beduinos que trabajan en Petra. El Gobierno les dio ese barrio, para vivir de modo estable. Este lugar está camino de la Pequeña Petra.

La Pequeña Petra hay que visitarla antes de Petra, porque si no, no impacta. Eran los antiguos almacenes de Petra, donde los nabateos llevaban la materia prima del lugar. Aún así, se siguen contemplando las maravillas arquitectónicas: la recogida de agua, la manera de excavar en la roca, las canalizaciones, etc.

Lo que sí me gustó mucho son las carreteras que llevan desde Wadi Mousa a la pequeña Petra, con sus curvas, sus badenes, geniales…

Desde allí, nos fuimos hacia el desierto del Wadi Rum, llegamos sobre las 11.30 y nos metimos en los 4x4 (eran furgonetas tipo Pick-up), a dar un paseo por la parte más turística del desierto.

Hacía fresco, pero era totalmente soportable… Así vimos los 7 pilares de la sabiduría, la gran Duna Roja donde nos tiramos rodando, el Cañón, paseamos por las montañas… repartidos en 4 jeeps.

Llegamos a un puesto beduino y tomamos té con ellos y compramos el maravilloso té con
cardamomo… que en España ya no sabe tan rico!

Llegamos al Campamento donde íbamos a pernoctar. Se llamaba Oryx Hide Away Camp. Tenía muy buen aspecto y estaba muy bien preparado, baños, una zona de coffe shop, tiendas con mesas para comer, un espacio donde estar en medio, y las jaimas para dormir (con camas, mantas, mesita de noche, muy bien preparadas)

Allí nos habían cocinado cordero, pollo, verduras, arroz, asadas a fuego lento durante 5 horas debajo de la tierra, estaba muy muy bueno.

A las 14:00 terminamos de comer y nos despedimos del grupo, del guía. A algunos no los volveríamos a ver, pues se quedarían en Aqaba, otros volvían en otros vuelos (un matrimonio malagueño, una familia de 3 personas) y otros nos los reencontramos en el aeropuerto: La madre e hija asturianas, a Visi y Concha, a las chicas malagueñas…

Entonces el guía nos preguntó si nos apetecía hacer algo hasta el anochecer… le dijimos que sí y optamos los 9 que nos quedábamos por una excursión hasta los puentes y ver atardecer en medio de Wadi Rum. Eramos 5 amigos de Madrid y Barcelona, 2 argentinos y nosotros. Vino a recogernos Yuma, un hombre beduino, que recogió en Disie a su hijo benjamín para que viniese con nosotros y nos llevó en 4x4 a vivir lo más bonito de todo el viaje.


Nos llevó por lugares donde no había nadie, una luz maravillosa. Íbamos fuera, en los asientos de la pick up, y la verdad es que pasamos bastante frío… yo no paraba de pensar en la vuelta cuando ya fuera de noche. Subíamos las dunas, saltábamos, fue muy divertido.
Nos llevó a unos puentes, preciosos en la roca, (si alguien sabe como se llaman que me lo diga, porque creo que están fuera de la reserva del desierto, al otro lado de la vía del tren que pasa por allí, en una ruta diferente de la habitual para los turistas).


Íbamos con el tiempo muy pegado, y nos indicó que nos diéramos prisa en fotografíar o no llegaríamos a ver la caída del sol. Me metí con él dentro del coche, junto con el resto de chicas, pensando que iba a hacer frío, pero por lo visto, hizo menos frío a la vuelta. Yuma fue más rápido, buscando el lugar donde las nubes abriesen y viéramos al sol volverlo todo rojo. Y así fue.

Paramos en medio de un llano, inmenso, y vimos el sol meterse entre las montañas. De repente, al caer, todo se volvió rojo, todo. Mientras tanto, Yuma el beduíno, achuchaba amorosamente a su hijo. Mi chico, Víctor, jugaba con el pequeño en la arena a escribir cada uno su nombre en su idioma: tan diferentes, tan iguales... La sensación del atardecer fue indescriptible, me emocionó muchísimo, lloré de emoción.
A la vuelta, le regalamos un pedazo de mazapán casero que habíamos traído de España para compartirlo si se daba la ocasión. Y ésta fue la ocasión perfecta. Le dije que era para que su familia probase el dulce, y me lo agradeció muchísimo.

Cuando llegamos al campamento, era casi de noche, y nos tomamos un té calentito alrededor de una hoguera. Pedimos una cachimba, y nos pusieron música beduina.


Y se hizo la magia, porque llevo bailando danza oriental desde hace 8 años… y a la primera que nos sacaron a bailar accedí. Para mí fue “un viaje”, comenzamos bailando una pieza en la que un beduino con un bastón mandaba los pasos y el resto, agarrados de la mano, lo seguíamos en corro.

Tras comentarles que llevaba bailando muchos años danza oriental: egipcia, bellydance, folcklore gitano, roman dance y tradicional de la India… les encantó y me pusieron clásico árabe y una tabla. Me cubrieron el rostro, dejando ver sólo mis ojos. Uno de ellos era un artista, tocaba instrumentos, bailaba, como el animador y se puso muy contento.

Entonces, entre dos de ellos, perdí el sentido por completo, y saqué de mí misma el baile auténtico, el gitano, el del alma. Perdí la vista, la sensación temporal, podía estar en 2011 como en 1700 en medio del desierto bailando, dando vueltas, en el suelo, como una serpiente, al lado de una fogata, con un techo de estrellas… Tras tres piezas, caí exhausta… mi pareja se reía, bromeaba con que ahora, le iban a ofrecer el campamento por mí. Fueron totalmente respetuosos y fue maravilloso. El corazón me iba a 1000 de la adrenalina, la foto no lo plasma, está en la memoria...


Tras esto, seguimos comentando cosas alrededor de la hoguera, fumando, bebiendo té…. Y nos sirvieron la cena a las 18:30 aprox. Fue una caravana de sabores: ensaladas, hummus, cordero asado, pollo, dulces típicos… y lo regamos con 2 botellas de vino.

Tras la cena, comenzó el espectáculo. Nos enseñaron a tocar el Darbuka, cantamos con ellos cantos beduinos, nos enseñaron a gritar, y bailamos de nuevo.

Entonces nos enseñaron el desierto de noche. Nos habían dado unas linternas, y fuimos desierto a través caminando 20 minutos, hasta llegar a una zona donde no había nadie. Ellos iban mirando los setos para que no se acercaran serpientes. Entonces, nos dijeron que nos tumbásemos en el suelo y abriésemos bien los ojos. La luna se metía por el horizonte, entre las nubes.. Y fue el espectáculo más maravilloso… la luna se fue y se quedaron tantas estrellas, tantas… que no sabíamos donde mirar. 10 minutos en silencio, viendo estrellas dentro de las constelaciones que vemos en España… y más. En el horizonte, en todas partes y el silencio más absoluto. Total. Me hubiera quedado allí toda la noche, arropada por tanta belleza.
Volvimos y eran las 21.30.

Nos metimos en la tienda de pelo de cabra, y dormí vestida, con camiseta térmica y pantalón polar, con el gorro de lana. Hacía un poco de frío, pero pronto se calentó la cama. El generador eléctrico se apagó y disfrutamos de la noche más silenciosa y oscura de mi existencia. Ahí va una foto de la tienda por dentro, curiosetes...



Imperdible:
Ver atardecer en Wadi Rum.
Las estrellas en mitad de la noche, impresionante.

No me gustó:
Todo me gustó…

En el tintero:
NADA

Volverías?
SIIIIII!!!! Una semana después, siento que vuelvo cada noche al recordarlo!

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A las 6, me desperté, ya clareaba y hacía frío. "Dios mío, que estoy en el desierto!!!!", pensé.
Salimos Víctor y yo de la tienda y nos fuimos de expedición: Estaba amaneciendo en Wadi Rum, el paisaje era tremendo… la luz tan naranja de nuevo y tan baja… mereció la pena recorrer los dos sólos la inmensidad naranja.


Y volvimos al campamento, desayunamos, muy bueno, muy sano, nos despedimos de los que se iban y agradecí al dueño aquella noche tan grande que habíamos vivido.
Un taxi nos vino a buscar a los dos a las 9:00 de la mañana para llevarnos al Mar Muerto. Nos gustó la ruta, pasamos vía Aqaba, por lo cual, pudimos ver un trozo del Mar Rojo, y al lado, la frontera israelita.

El taxista tenía un inglés impecable, así que nos cuidó mucho y nos llevó por la carretera del Mar Muerto, con Israel a nuestra izquierda, a 5 km. Escasos de distancia. Nos iba explicando todo: Esa parte del país, los sitios por los que pasábamos, las minas de potasio, los campos, los cultivos, pasamos cerca de la reserva de Al Mujib… Incluso paraba para tomar fotos ( y para fumar también!)
Conducen muy alocadamente, pero como somos aventureros, nos encantaba, me lo pasé genial, recorriendo los pueblos.

Llegamos en unas 4 horas, a las 13 estábamos en el Mar Muerto, en el hotel Dead Sea Spa… hotel que nos dejó maravillados.


Estaba muy vacío porque la temporada era muy baja, pero tuvimos suerte y en recepción nos dieron la habitación 380… preciosa, tenía dos miradores esquinados, para ver atardecer, y ver Israel perfectamente.


Bajamos a bañarnos, hacía fresco (yo soy muy friolera, no obstante), unos 22º. Nos metimos en el agua y la sensación es extraña. Cuesta meterse y una vez que te has metido, el agua te sube para arriba… y te obliga a estar mirando al cielo, y es difícil nadar. Yo podía poner una pierna encima de la otra sin hundirme...

El agua tiene un sabor malísimo, jajaja… parece azufre o yo que sé! Cogimos un poco en una botella, para darla a probar, ¡qué asco!. Salimos y yo estaba helada, pero bueno, nos dimos los barros. A mí me picaba todo el cuerpo a rabiar… especialmente las zonas que tenía peor del roce de la ropa: piernas, tobillos y ¿barbilla?.

Eso sí, la piel te la deja totalmente lisa y suave como la de un bebé. Como era tarde, sobre las 15.30, nos fuimos a duchar y a descansar a la habitación y nos quedamos medio dormidos… mientras el sol bajaba en el horizonte. Vaya atardecer adormilada con el sofá en el mirador de la 380...

Bajamos de nuevo a la playa a ver caer el sol y estuvimos paseando, viendo las rocas, la orilla, y viendo Israel. Según se iba poniendo el sol, se iban encendiendo las luces de Israel, justo enfrente, que dejaban entrever Jerusalem al fondo, y Belén.

Bajamos a cenar temprano: El Dead Sea Spa, es una maravilla de hotel, las instalaciones son geniales, lástima que fuera invierno y no pudimos disfrutar de las 4 piscinas, las terrazas, los miradores y con una temperatura un poco más alta. Seguramente la mejor época para estar aquí serían abril y mayo… Me imagino todo eso lleno de gente, disfrutando del atardecer, en manga corta...
La cena muy muy bien. La calidad era buenísima: los guisos de pollo muy buenos, muchísima variedad de verduras, pan, pastas, carne al grill, una pirámide de postres… nos gustó mucho, el mejor de todo el viaje y la guinda del pastel.

Después nos fuimos a jugar al billar y a tomar un cocktail, al mismo precio que una cerveza ( 6 JOD), ya que no lo he dicho, pero el alcohol es carísimo, como es de esperar.
A las 10.30 o así nos fuimos a dormir, con unas vistas espectaculares: Israel al otro lado del Mar, se ve perfectamente. Muy muy bonito… e hicimos las maletas…

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Nos vinieron a buscar en un monovolumen de 8 plazas a la otra pareja y a nosotros y nos llevaron al aeropuerto, que desde el Mar Muerto son unos 40 minutos de trayecto.

Poco a poco decíamos adiós a este país tan cercano, tan hospitalario, y a una experiencia buenísima. En el aeropuerto hicimos las últimas compras, que con el tax free nos salieron muy bien. Sólo nos dejaron traernos una botella de vino St. George, que hemos compartido con nuestras familias. Los productos del Mar Muerto, también más baratos en el aeropuerto, al igual que las figuras de escayola típicas que me encargaron.


Royal Jordanian, impecable, y volvimos sentados junto a un médico, Munir, que lleva 40 años en Ibiza como doctor. Él nos acompañó hasta Barajas hablándonos del país, de las costumbres, del conflicto árabe-israelí, de la religión, de su familia, de la gastronomía… Nos recordó entre estas líneas, que la brecha es de intereses político-económicos, que las gentes somos iguales, y hasta que no bajamos del avión, seguimos degustando Jordania a través de este médico, que no es de ninguna parte, sino del Mundo.
Como los viajeros, que somos diferentes a los turistas, ¿no?.

Ma´ ssalama Jordania!.

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