Lanzarote. Todo un mundo ✏️ Blogs de España

LANZAROTE: TODO UN MUNDO

Las Islas Canarias, son conocidas entre otras muchas cosas, por tener un clima privilegiado y una vegetación extensa y abundante. Claro, que cuando uno aterriza en el Aeropuerto de Arrecife, piensa que le han tomado el pelo, y que la única vegetación que verá, será la de los magníficos complejos hoteleros que cada vez más inundan la isla.

Arrecife, su capital, no merece más que unas pocas horas de visita, tan solo para poder decir que se ha visitado, que no por sus encantos turísticos. Pongo rumbo al norte de la isla, pasando por el pueblo de Costa Teguisse, que no es más que una concentración de hoteles, y visito dos de los lugares más emblemáticos de la isla: La Cueva de los Verdes y Los Jameos del Agua.

La Cueva de los Verdes, son unas enormes galerías subterráneas surgidas por la erosión de un volcán y que nos transportan a un mundo lleno de galerías, rocas, colores, lagos... y alguna sorpresa. Imprescindible.

A pocos metros, esta la entrada a los Jameos del Agua. Un espectacular y bucólico recinto modelado por el hombre, donde hay un lago con agua salada, y que está habitado por un cangrejo blanco, único en todo el mundo. El lugar es para estarse horas y horas, contemplando el paisaje o aprendiendo en el museo de los volcanes, todo el apasionante mundo de este espectáculo salvaje de la naturaleza.

Después de relajarme en los Jameos, la carretera me lleva al pueblo pesquero de Orzola, de buenos restaurantes, donde se pude degustar un riquísimo pescado fresco y bien de precio. Desde Orzola, unos ferrys te transportan a la isla vecina de La Graciosa. Este pequeño islote es un remanso de paz, con la única actividad de pasear por sus desérticas playas y disfrutar de una inmensa paz. Si no se quiere atravesar el mar, se puede contemplar toda la isla desde el Mirador del Río, donde previo pago de unos pocos euros, se obtiene una bonita vista de toda la isla desde las alturas. Quien quiere ahorrarse el dinero, tan solo debe seguir la carretera y detenerse unos metros más adelante en el arcén.

Dejo el norte de Lanzarote, y después de conducir por una carretera llena de paisajes preciosos, llego al pueblo de Haria, conocido por ser el palmeral más grande de Europa. Tanto verde, tanta palmera, en medio de un negro suelo, impresionan. Dan ganas de bajarse del auto y tocarlas, y comprobar que son auténticas. Como toda la isla.

Voy hacia el centro de la isla, y me acerco al pueblo de Teguisse, donde se celebra un mercadillo ambulante, con un encanto especial. Los turistas se mezclan con los lugareños y con algunos hippys, que han cambiado la vecina Ibiza por Lanzarote.
El mercado se merece una visita, y quizás alguna compra.

Estoy ya en el centro de la isla, donde el Monumento al Campesino, del omnipresente artista canario César Manrique, me sirve de cruce de caminos. Tomo el camino del Sur, para adentrarme en la parte más particular de la isla, la más auténtica, la más especial y diferente: El Parque Nacional del Timanfaya.

En el siglo XVIII, Lanzarote sufrió una serie de erupciones que le dieron este aspecto tan característico. Y el Parque del Timanfaya, es el lugar ideal para comprender y admirar todo lo que la salvaje naturaleza puede llegar a hacer. Al llegar al Parque, después de pagar la correspondiente entrada, subo a un autobús, abarrotadísimo, que me lleva de visita por unos lugares casi inimaginables. A veces parece que estemos caminando sobre la luna, y que las formas caprichosas de las decenas de cráteres y piedras, hayan surgido del mismo infierno. El autobús se va deteniendo en los cráteres más impresionantes, dejando que los pasajeros intenten en vano, captar una imagen que vale para todo un mundo.

Después de la visita, nos vamos al lugar más turístico y típico del lugar: El Hislote de Hilario. Un lugar, donde la temperatura a tan solo 10 centímetros de profundidad es de más de 140º. Los trabajadores del Parque introducen agua en unos tubos excavados en el suelo, y que pocos segundos después y en medio de un gran estruendo es devuelta a la superficie en forma de geiser artificial. Hay que estar muy atento para poder captar la imagen del agua brotando con semejante fuerza.
El fuego del lugar, sirve para cocinar las carnes, que instantes más tarde serán servidas en el restaurante del Parque.

Dejo el Timanfaya para buscar la carretera de Yaiza y acercarme a Los Hervideros, que no son más que las extrañas y curiosas formas que dejó la lava de los volcanes en contacto con las frías aguas del Atlántico. Como inmensos acantilados negros, sin ningún tipo de vegetación, los Hervideros es, una más, otra nueva manera de contemplar el efecto del agua y el fuego juntos.
La carretera me lleva hacía El Golfo, donde se encuentra el simbólico lago de color verde, un verde que adquiere por sus microscópicos habitantes.

El extremo sur de la isla, esta lleno de tranquilas playas, como Playa Mujeres o Playa Papagayo, donde los surfistas aprovechan los fuertes vientos de la zona, para jugar con las olas.

Para contrarrestar tanta tranquilidad, me dirijo por último lugar hacia Puerto del Carmen. Una inmensa calle llena de bares, restaurantes y tiendas de perfumes me reciben. Sus tiendas son una buena manera de llevarse una económica fragancia de Lanzarote. Aunque el mejor olor, el mejor aroma, el mejor recuerdo, me lo proporciona el viento incansable fustigando incesantemente las rocas que adornan las playas de la isla. Todo un mundo.

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