Tras otro largo viaje desde Riga, con parada incluída en Cêsis, llegamos por la noche a la capital de Estonia. Por lo que habíamos podido leer tanto en guías como en foros, Tallín tenía mucho que ofrecer, especialmente en su centro histórico. La ciudad me gustó mucho, pero me sigo quedando con Riga. Esta vez nos alojamos en el hostal Euphoria (Hostel Euphoria - Roosikrantsi, 4), bastante cerca del centro, aunque no el casco antiguo propiamente dicho. En cinco minutos a pie te plantabas en una de las calles principales de la ciudad. Aquí pagamos casi diez euros por noche. Las habitaciones no estaban mal del todo, tampoco la cocina (cocinamos un par de días allí), pero lo mejor de todo era el pedazo de sala común de la que podías disponer: juegos de mesa, cartas, instrumentos de música, libros y guías de viaje, proyector para ver películas y poner música.. Fue un lugar muy bueno para descansar de los pateos que nos pegamos por la ciudad. Los recepcionistas eran muy simpáticos, y siempre nos echaron un cable en lo que necesitamos, incluída una broma a una amiga cumpleañera. En Estonia usan como moneda la Corona Checa: un euro equivale a 15 coronas, más o menos. El precio de las cosas en la ciudad no era demasiado elevado, pero, como ocurrió en Riga, tampoco era una ganga.

La noche que llegamos, después de soltar el equipaje en el hostal, salimos a dar una vuelta por la ciudad, porque había que celebrar el cumpleaños. Gente con la que habíamos coincidido en Riga nos habían contado que Tallín tenía mucha marcha, había muchos garitos de moda, y que íbamos a disfrutar de la fiesta. Pero, ciertamente, no sé si porque era jueves o porque no elegimos bien la zona para salir (fue la que nos recomendó el chico del hostal), pero fiesta había más bien poquita. Empezamos la noche cenando algunos en un McDonalds y otros en un 'Potato World', porque los precios de los restaurantes no nos acababan de convencer. Después de pegarnos un buen paseo buscando algún local decente, acabamos en uno que anunciaban ofertas especiales de chupitos, realmente baratos. Por supuesto, había trampa, porque tanto los chupitos como los cubatas tenían muuuuy poco alcohol. Una amiga fue a pedirle explicaciones al camarero, pero al final no le dieron la razón y tuvo que desistir. Siento no poder daros el nombre.. Como nos había defraudado tanto, salimos a buscar otra cosa, pero los locales o estaban cerrando, o había que pagar por entrar, o no tenían un gran ambiente. Acabamos en una especie de casa okupa bastante rara con una música psicodélica. A las cuatro de la madrugada estaba todo cerrado, así que ya nos fuimos a descansar al hostal.

Al día siguiente, viernes, nuestra octava jornada de viaje, estuvimos desde por la mañana visitando Tallín. El centro de la ciudad es pequeñito, por lo que no tendrás problemas en recorrerlo paseando. El primer pensamiento que me vino a la cabeza fue el de una ciudad medieval, por sus importantes murallas, y también por la colina a la que se podía subir, desde la que se veía gran parte de la zona. La mayoría de las calles son empedradas, estrechas y desiguales, con cuestas, lo que le da a la ciudad un aire antiguo que recuerda por momentos a ciudades como Toledo, aunque salvando las distancias. A mí lo que mas me gustó es la parte alta de Tallín, que imagino sería la más antigua, porque es todo muy auténtico: murallas, tiendas que han sabido aprovechar el encanto de la zona, torres con tejados de color rojizo,... De esta zona, destaco tres cosas: la catedral ortodoxa de Alexander Nevski, visita obligada incluso por el interior; el mirador que se encuentra en un extremo de esta ciudadela, desde donde la vista se te pierde en el horizonte; y la calle principal por donde se llega a la parte alta de la ciudad, llena de artistas y personas que venden postales. Es muy bonita. Si queréis comprar postales, os recomiendo la oficina de correos que hay justo al lado de la catedral, porque valen menos de la mitad que en las tiendas turísticas del centro. Y ya, de paso, podréis comprar los sellos.

Del resto, hay que destacar la plaza mayor, donde se encuentran unos edificios preciosos, llenos de colores y de decoración, con un estilo semejante al que pudimos ver en Riga. También encontrarás algunas iglesias por el centro de la ciudad, aunque no llegamos a verlas por dentro. Del resto, lo mejor es seguir paseando por el montón de calles peatonales que tiene la ciudad, todo con un ambiente especial. Desconozco si lo hacen siempre, pero por varias calles del centro había un mercado artesanal donde vendían flores, souvenirs y comida. Lo que más me llamó la atención fue la cantidad de puestecillos que vendían una especie de almendras garrapiñadas, y donde te daban a probar. Estaban ricas.

Después de almorzar en otro local de comida rápida (los precios de los restaurantes seguían siendo demasiado elevados para nosotros), nos tiramos en un céntrico parque para descansar y tomarnos un par de cervezas en el césped aprovechando que hacía sol. Y de eso en estos países no andan muy sobrados, jejeje. Más tarde seguimos paseando por la ciudad: acabamos de ver el resto de las murallas, dimos un paseo por un parque donde encontramos una escultura en memoria de las víctimas de un accidente de ferry y estuvimos un rato sentado en el puerto mirando al horizonte y disfrutando de la belleza del Báltico. Además, queríamos saber el camino para llegar allí, ya que al día siguiente teníamos que coger un ferry hacia Helsinki. Al lado del puerto encontramos un supermercado, y compramos comida para poder cocinar en el hostal y así ahorrarnos unos eurillos. Los precios no fueron nada caros. Esa noche, a pesar de que al día siguiente teníamos que coger el ferry a las 8 de la mañana, el recepcionista del hostal nos convenció para salir a tomar unas cervezas, y estuvimos en un local cercano con música 'maquinera', pero del que no hay mucho más que contar.