VILLEDIEU - LES-POELES - FOUGERES - VITRE - DINAN -LE MONT SAINT MICHEL. 192 Km.
Fue uno de los días más bonitos y que más nos cundió. Yo misma me sorprendí de lo bien que salió. Había descartado Vitré de antemano, pero nos organizamos bien y dio tiempo a todo. ¡Qué largos son los días de julio en Bretaña y Normandía!
Villedieu-les-Poeles es un pueblo famoso por la fabricación de campanas. Hay una hasta en la entrada del "Hotel de Ville" (ayuntamiento). Tiene una calle principal muy atractiva, una estupenda iglesia y muy buen ambiente. Había mercadillo ese día y los puestos ocupaban gran parte del centro del pueblo. Echamos un vistazo e hicimos algunas compras.
Villedieu-les-Poeles es un pueblo famoso por la fabricación de campanas. Hay una hasta en la entrada del "Hotel de Ville" (ayuntamiento). Tiene una calle principal muy atractiva, una estupenda iglesia y muy buen ambiente. Había mercadillo ese día y los puestos ocupaban gran parte del centro del pueblo. Echamos un vistazo e hicimos algunas compras.
Luego rumbo a Fougeres. Precioso pueblo medieval con un castillo impresionante. Le dimos la vuelta y subimos por los jardines hasta la iglesia de Saint Leonard. Las vistas son preciosas y el jardín encantador.
Bajamos por las calles medievales y recobramos nuevas e inéditas vistas del castillo.
Nos quedamos con ganas de comer en la plaza, con terrazas abarrotadas de gente, pero todavía era la 1 y habiamos desayunado tarde. En vez de ver el castillo por dentro, preferimos acercarnos a Vitré. Aparcamos frente a la estampa más típica de Vitré: el castillo flanqueado por casas de entramado de madera.
No eran ni las dos y ya tuvimos problemas para encontrar un lugar que nos diera de comer, al fin nos admitieron en un mesón donde comimos una carne excelente. El pueblo también es muy bonito, más pequeño que Fougeres y en sus casas se ve más madera y menos piedra y no faltan las flores. Se puede entrar gratis al patio del castillo a hacer fotos. Hasta nos dio tiempo a descansar media hora a la sombra, en un parque, frente al castillo. No olvidéis parar en el mirador de "Roches Noires" para ver una estupenda panorámica de la ciudad.
Desde allí, fuimos a Dinan. Aparcamos en la plaza de la iglesia.
Todo lo que diga de este pueblo no le haría justicia, así que no diré demasiado ni destacaré nada. Es uno de los pueblos medievales más bonitos y mejor conservados que he visto nunca. Sus calles empinadas (¡qué cuesta la de la famosa Rue Jerzual, que baja al puerto!, sus casas de entramados de madera de brillantes colores, sus banderines y gallardetes, que parecen transportarnos a otras épocas, las vistas que nos ofrecen las murallas, la torre del reloj (hay que subir a lo alto para ver la panorámica) y el Jardín Inglés, su puerto, sus puentes, sus edificios… Es como si estuviese paseando por las ilustraciones de un cuento. Precioso. De esos sitios a los que te prometes volver.
Llegamos al Mont Saint Michel sobre las 8 de la tarde. Pasamos la barrera con el código que me dieron por anticipado en el hotel y aparcamos el coche junto a la parada del autobús. Subimos a la habitación y me quedé impactada al abrir la puerta y ver aparecer la abadía en primer plano (dejan las cortinas de la terraza abiertas para impactarse con la vista).
Aquel hotel fue un capricho caro, pero merecía la pena por el tiempo que ahorra y por la vista maravillosa; además, al ser sólo una noche tampoco nos íbamos a arruinar. Un cuarto de hora después salimos a conquistar la abadía. Descartamos el autobús y fuimos andando, deshaciendo lentamente el camino que nos acercaba a lo que llaman “la maravilla”.
Realmente deslumbra pese a las máquinas y escavadoras que salpican sus laderas por las obras que se están llevando a cabo para recuperar el lugar, dejándolo como estaba en un principio, para lo cual se sustituirá el dique por una especie de puente colgante sobre pivotes. Fue un acierto ir a esa hora, aunque el sol no está en el mejor lugar para hacer fotos. En julio, todavía es pleno día y las multitudes ya no están. Los restaurantes y las tiendas seguían abiertos, pero se podía caminar con tranquilidad por las calles, sólo apiñados algunos turistas en los miradores para ver la puesta de sol y la subida de la marea, que tendría lugar desde las 9,20 hasta las 11,20 de la noche.
Tomamos unos bocatas acechando el horizonte desde la muralla y, a continuación, hicimos la visita nocturna de la abadía aún con luz natural aunque cierran algunas ventanas para oscurecer el ambiente. Se trata de un recorrido curioso, con iluminación especial, que supongo pretende crear un toque de misterio y recogimiento, pero que en algunas dependencias llega a resultar tétrica y artificial, como de parque de atracciones. Aun así, es una forma curiosa y diferente de ver la abadía. Para mi, lo mejor el claustro y unas vistas que no se obtienen desde el exterior. Contemplar desde el claustro la puesta de sol y desde uno de los torreones la subida de la marea con el sol hundiéndose en el horizonte de arena fue una experiencia maravillosa, una de esas imágenes que conservaré siempre en la memoria y que traté de inmortalizar inútilmente en unas fotos, sin embargo, muy evocadoras.
Después, visita del pueblecito ya de noche, con las tiendas y los restaurantes cerrados, sin gente apenas, una sensación casi monacal. Pero lo mejor de todo fue la vista de la abadía iluminada. Resulta sorprendente, una imagen casi irreal, acompañada del arco iris de colores crepusculares, primero anaranjados y luego malvas, demorándose en un interminable anochecer, mientras redibuja su silueta con las luces ornamentales verdes, azules y amarillas. No soy dada a los consejos, pero la abadía de noche es una visión mágica e inolvidable, más impactante que de día Lo recomiendo de verdad.
Otra vez descartamos el autobús: necesitábamos ese tiempo extra de andadura, que se hizo cortísimo pese al cansancio acumulado: y es que no dábamos tres pasos adelante sin volver la vista atrás, para, una y otra vez admirar, ahora sí, “la maravilla”.