La mañana, para variar, empieza temprano, muy temprano. Aquí amanece como a las 6h, así que no hay problemas de luz. Esperamos un rato y bajamos a las 7h a degustar el desayuno del día. Esta mañana toca probar las tostadas de trigo (vamos, el pan de molde de toda la vida) con mantequilla y mermelada de frambuesa, acompañadas como ayer por un buen tarro de fruta variada.

Una vez desayunados, nos hemos acercado a la zona del río para contemplar los grandes rascacielos que lo flanquean. Aquí está el complejo Marina City, que tenía muchas gana de ver en directo: dos edificios gemelos con forma de mazorcas de maíz. Las primeras diez o quince plantas hacen las veces de parking para los vehículos de los inquilinos que viven en las plantas superiores. A pie de río hay un embarcadero privado para yates al que los propietarios pueden acceder directamente desde su piso, acojonante. Sin duda, lo que más llama la atención de Chicago es su maravillosa arquitectura. Todo el camino vamos mirando hacia arriba: algunos edificios son de estilo clásico y otros más modernos, pero todos con mucho encanto. Otra cosa que destaca de Chicago es la extrema limpieza de sus calles, una muestra más del civismo de los americanos, o al menos de los que residen en las grandes ciudades. No hay ni un solo papel en el suelo.



Junto a las "mazorcas" se encuentran el edificio Wrigley y la Torre Trump. Desde allí hemos seguido la orilla norte del río hacia la Magnificent Mile, o lo que es lo mismo, "la Milla Magnífica", algo así como la calle Serrano en Madrid, una zona comercial repleta de tiendas exclusivas. Tras un (breve) paseo por la zona, nos hemos encaminado hacia la Water Tower, la antigua torre impulsora de agua de la ciudad, ubicada junto al edificio Hancock, que visitaremos por la noche.
"La torre de agua se hizo famosa tras el devastador incendio que asoló Chicago en 1871, ya que fue prácticamente la única infraestructura que quedó en pie. Desde entonces, este edificio se ha convertido en un símbolo del antiguo Chicago y de la recuperación de la ciudad tras el fuego".


De camino hacia el lago nos hemos topado con la estación de bomberos más antigua de la ciudad, muy cuca, del mismo estilo arquitectónico que la torre de agua. El caso es que mientras yo hacía unas fotos, mi mujer estaba absorta mirando el mapa y, de repente, una señora se ha acercado a preguntarle si necesitaba ayuda, que adónde quería ir… ¡Qué majos son estos americanos! Ya sólo nos falta entender bien lo que nos dicen…

Por primera vez nos hemos acercado a la orilla del lago… ¡a una playa! Chicago se encuentra junto al lago Michigan, y a todos los efectos es como si fuera un mar interior de lo grande que es: hay playas de arena, gaviotas y faros. Había bastante gente bañándose, claro que con el calor que hace lo raro es no andar en remojo. Tiene hasta un paseo marítimo donde se pueden alquilar bicis, tándems y cochecitos de pedales para cuatro personas.

De allí, hemos seguido bajando la costa del lago hasta llegar al Navy Pier, un muelle mezcla entre centro comercial y parque de atracciones muy americano, con cines, tiendas, puestos de comida, centro de convenciones… En un lateral es donde se cogen los barcos que ofrecen vistas panorámicas de la ciudad desde el lago.
Tras comprar algunas cosillas, hemos ido a reponer fuerzas a un puesto de comida de perritos calientes: America's Dog, muy conocido en la ciudad, donde hemos probado el auténtico perrito caliente Chicago Style, sin kétchup pero con abundante cebolla, mostaza, pepinillo gigante (como un dedo de grande), pimientos, tomate natural y un poco de sal de apio. Aquí tienen una forma muy particular de hacer todo: las pizzas, los perritos… y los negocios, ya me entendéis, “no es nada personal”...



El sitio estaba hasta arriba de gente y cuando hemos ido a sentarnos para comérnoslos nos faltaba una silla, pero uno de los adolescentes de un grupillo que había cerca, al vernos buscar con la mirada, nos ha dejado la suya. Una vez digerido el perrito, nos hemos ido a ver el resto del muelle, incluido el parque temático, aunque en realidad sólo tiene tres atracciones. Al pasar por el Chango Loco, una cantina mexicana, casi nos quedamos sordos, ¡tenían el perreo a todo trapo!
La verdad es que el Navy Pier está genial para pasar el día en familia, es enorme y hay un montón de cosas que hacer. De hecho, había muchísimos niños por todos lados.

A continuación, nos hemos acercado al acuario Shedd, desde donde se pueden hacer unas fotos estupendas del skyline de Chicago. Para descansar un poco, nos hemos tumbamos un ratejo en el césped a tomarnos una limonada cuando, de repente, una familia americana se nos acerca y nos regala un par de billetes, que ellos no iban a utilizar, para el water taxi. Alucinante, ¿verdad? Pues sí, mientras les dábamos las gracias, nos hemos ido limonada en mano al barco que salía en esos instantes. La verdad es que las vistas desde el lago son magníficas.


Nos fuimos al hotel para descansar un poco y prepararnos para la salida nocturna: teníamos entradas para subir a la torre Hancock. De camino cenamos en un restaurante mexicano que había por la zona, ‘Su Casa’. Acompañamos la comida con los dos margaritas más fuertes de la historia… ¡joder, que fuertes que estaban! La camarera nos explicó que los auténticos están hechos con limón natural exprimido y con más alcohol, la verdad es que no tienen nada que ver con los que ponen en España. Esta ha sido la primera vez que hemos pedido en español, todos los camareros eran mexicanos y nuestra amiga Rosy nos ha ayudado a elegir. De comer hemos elegido un combinado de la casa con un taco, un burrito, una enchilada y una chimichanga. Muy rico todo, pero nos hemos ido a las alturas con un colocón importante.
Una vez en el Observatorio de la torre (94 plantas en 40 segundos, ¡guau!) accedemos a unas vistas increíbles de la ciudad. Fuimos precisamente al atardecer para hacer fotos de la ciudad by night… ¡espectacular! He de decir que mi mujer tiene algo de miedo a las alturas, así que me parece que ella no disfrutó tanto la visita; de hecho, ni se acercó a los cristales, la pobre.


Para volver al hotel nos cogimos un taxi. El conductor era marroquí, un tío súper simpático, que cuando se enteró de que éramos españoles nos estuvo contando sus aventuras por España y preguntándonos cómo es que no habíamos visitado aún su país. Llevaba 5 años trabajando en Chicago y podía permitirse trabajar tres meses en USA y volver tres meses a Marruecos. Nos confirmó la impresión que nos hemos llevado de la ciudad: es tranquila, muy limpia y segura. Al parar el coche en la puerta del hotel él seguía contándonos historias, muy majo. Cuando le dije de dejarle propina hasta se negó, pero insistí… así da gusto.
Y con esto y un bizcocho concluimos nuestra visita a Chicago, una ciudad que tiene que estar bien para vivir, aunque el invierno seguro que es durillo.
Mañana nos echamos a la carretera para comenzar la verdadera aventura: Get your kicks on Route 66!
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