El día comienza regular.
A estas alturas de crucero, pagar cinco euros más o menos ya no rompe ningún presupuesto, pero la cuestión es cómo y para qué se pagan esos euros. EL buque atraca en algún punto del puerto de Livorno, que por cierto es enorme. Nada más llegar a puerto (nunca antes) te informan por megafonía que aquí, al contrario que en Roma (donde yo no escuché nada similar) está prohibido desplazarse por tus propios medios dentro de las instalaciones portuarias. El puerto de Livorno pone a disposición de los pasajeros un servicio de autobuses que por cinco euros te deja en el centro de la ciudad. Esto es fantástico si hay más opciones, pero no las hay. O tienes excursión, o alquilas un coche (por noventa euros, en la misma puerta del barco) o pagas cinco euros para salir y entrar en el puerto. Lo bueno es que al llegar al centro y callejear, vi un buque de MSC atracado muy cerca, y un trasiego constante de viajeros que iban y venían de allí. Caminando.
Pero bueno, autobús y al centro. Desde allí, caminas cien metros hasta la Piazza Grande y tomas el bus número uno, que te deja en la estación de tren en cinco minutos. Como no tenía cambio para pagar 1,70 euros con un billete de veinte, el conductor me dejó pasar y ya digo, en nada estaba en la estación.
Una cosa curiosa que me ha pasado en todo el viaje es que he tomado todos los medios de transporte sin esperar apenas nada. En el momento que llegaba había un bus, o tren, o lanzadera a punto de salir. En este caso, compré en las taquillas electrónicas de la estación mi billete y a las 10:01 salí para Pisa. Son quince minutos nada más. Y una vez en Pisa, mi plan original era continuar viaje hasta Lucca, pero la combinación de trenes no era tan buena como yo esperaba y finalmente me decidí a quedarme allí.
Aunque hay decenas de autobuses que paran en la estación, me decidí por pasear tranquilamente por la ciudad hasta la zona monumental de la Plaza de Los Milagros. Y como siempre, lo primero es disfrutar de un café “auténtico”. Y sentado en un café del Corso Italia, me puse a hacer calcular cuánto hacía que había visitado Pisa… veinticinco años. Que se dice pronto.
El paseo por la ciudad resulta muy agradable, a pesar de mi cojera, que ha ido a peor según avanzan los días de crucero. He procurado no andar más de siete u ocho kilómetros al día, pero a estas alturas ya creo que la carga de trabajo ha sido demasiado intensa y debo parar cada poco tiempo a estirar. Me pregunto cuanta gente pasará de largo el centro de la ciudad, cuanta gente no cruzará la Piazzza dei Cavalieri y se perderá por sus calles… Aunque parezca que estamos lejos del mar, fue precisamente su condición de potencia marítima y su próspero puerto la que hico que en el siglo XII Pisa fuera una próspera ciudad mientras que, por ejemplo, Florencia era un vilorrio. Pero una derrota ante otra potencia naval como era Genova le puso fin a todo aquello. Florencia se hizo cargo del control de Pisa y la ciudad fue derivando de un foco económico a uno académico. Dentro del tema de mi novela, reseñar que una parte muy importante del patrimonio de la ciudad se destruyó en la II Guerra Mundial, ya que la ciudad tiene el dudoso honor de haber sido una de las pocas ciudades bombardeadas tanto por los aliados como por los nazis.
Pero en fin, que de una forma u otra al final todos acabamos en el Campo dei Miracoli, donde por caprichos del destino, la torre inclinada, la imagen principal de la ciudad, sobrevivió a los bombardeos. Y como no podía ser de otro modo, me senté en la terraza de un café justo en la esquina de la Via Santa María y la propia plaza y dejé la imaginación volar. En mi maleta llevo siempre un pequeño catalejo de ocho aumentos. No es gran cosa, pero permite apreciar detalles que a simple vista pasan desapercibidos, ya sea en alta mar, atracando en los puertos o en un paseo por la montaña. En Agosto de 1609 Galileo, el más ilustre Pisano, acabó su segundo telescopio, precisamente de ocho aumentos (aunque bueno, el invento hemos de considerarlo veneciano). Galileo fue un hombre del renacimiento en el amplio concepto que hoy tenemos de esa definición, ya que muestra interés por todas las artes y las ciencias. Y fue desde lo alto de la Torre (que estaba inclinada casi desde el momento de su construcción en1173) desde donde demostró que los cuerpos de pesos distintos caen a la misma velocidad, lanzando bolas de metal.
Quizás Galileo es hoy día más conocido por su “Y sin embargo se mueve”… El pensamiento medieval hasta ese momento era una derivación de los planteamientos aristotélicos y de la interpretación de las Sagradas Escrituras en el que afirmaba que la Tierra era el centro del universo y todo se movía en torno a ella. Galileo, basándose en la observación, expone un sistema heliocéntrico (es decir, cuyo centro es el sol) en lugar del geocéntrico antes descrito. Puyitas y envidias académicas (Aristóteles era mucho Aristóteles, y en eso no hemos cambiado en tantos siglos) y el Santo Oficio (o sea, la Inquisición) se mete en la pomada...(Dios era mucho Dios, y los jesuitas casi más) A pesar de ello, Galileo se niega a presentar su tesis como una mera hipótesis y sigue en sus trece…finalmente, con amenazas de tortura de por medio, confiesa y la cosa acaba bien, en una cadena a prisión perpetua y una abjuración de sus ideas (considerando las alternativas, podemos decir que acaba bien). Tras hacerlo, se le cambió la prisión por un arresto domiciliario de por vida (era ya muy mayor por aquel entonces, aunque vivió nueve años más, hasta 1642). Y por cierto, parece que lo de “y sin embargo se mueve” nada más abjurar de sus ideas fue un invento y que por la cuenta que le traía no dijo nada similar.
Hoy día, la Plaza de los Milagros sería lo más parecido al paraíso para Blas Piñar, aquel político de ultraderecha español de triste figura y peor recuerdo, al ver tantísimos saludos fascistas entre gentes de tantos países, de culturas tan diversas, de edades tan distintas, ocupando toda la calle lateral de la Piazza del Duomo. Decenas, cientos de personas saludando con el brazo en alto en pleno siglo XXI… pero claro, un observador agudo y algo menos fantasioso se percatará en seguida de que la mayoría alzan el brazo derecho, pero otros el izquierdo; incluso hay algunos que elevan los dos, otros se agachan para hacerlo, otros que alzán una mano y con la otra cogen un palo?… al parecer hay un control en la salida de la ciudad y no permiten salir a aquellos que no tengan una foto “aguantando” la Torre en su caída. Y ese es el momento y el ángulo perfecto para hacerlo. Por un instante, sólo por un instante, deseé haberle pedido a alguien que me hiciera una foto con mi móvil… o hasta incluso haber tenido un palo de selfi… pero recuperé la compostura en el mismo momento en que me trajeron la cuenta por el cortado y un pastelito…
Volví a la estación perdiéndome por otras calles, pero sabiendo que es imposible extraviarse. El río Arno, el mismo que cruza Florencia, divide en dos Pisa, ya cerca de su desembocadura. Y desde el pretil me permito un ratito de contemplación y reposo. Voy muy bien de tiempo y, como dije antes, llego a la estación en el mismo momento en que sale un tren de vuelta a Livorno. Una vez allí, tomo el bus de nuevo al centro y callejeo un rato por la ciudad. Soy bastante rarito para mis cosas y siento debilidad por la ópera, y creo que también dije que Cavalleria Rusticana es una de mis preferidas. Su autor, Pietro Mascagni, es natural de Livorno y a modo de pequeño homenaje, caminé toda la Via Grande hasta la Piazza dell Arsenale, desde donde, divisando la Darsena Vecchia, escuché el Intermezzo una vez más. Es una experiencia que recomiendo a todo el mundo. No ver la dársena Vecchia, que entiendo que hay mejores viajes para hacer, sino escuchar esa pieza con unos buenos auriculares.
Desde ahí, una pequeña caminata por la Venecia de Livorno hasta la Fortezza Nuova y de vuelta al barco. Mañana tenemos la última etapa en Villefranche y aun no sé si visitaré el pueblo de Eze, la propia Villefranche o Niza. Lo co
nsultaré con la almohada. A estas alturas de crucero, pagar cinco euros más o menos ya no rompe ningún presupuesto, pero la cuestión es cómo y para qué se pagan esos euros. EL buque atraca en algún punto del puerto de Livorno, que por cierto es enorme. Nada más llegar a puerto (nunca antes) te informan por megafonía que aquí, al contrario que en Roma (donde yo no escuché nada similar) está prohibido desplazarse por tus propios medios dentro de las instalaciones portuarias. El puerto de Livorno pone a disposición de los pasajeros un servicio de autobuses que por cinco euros te deja en el centro de la ciudad. Esto es fantástico si hay más opciones, pero no las hay. O tienes excursión, o alquilas un coche (por noventa euros, en la misma puerta del barco) o pagas cinco euros para salir y entrar en el puerto. Lo bueno es que al llegar al centro y callejear, vi un buque de MSC atracado muy cerca, y un trasiego constante de viajeros que iban y venían de allí. Caminando.
Pero bueno, autobús y al centro. Desde allí, caminas cien metros hasta la Piazza Grande y tomas el bus número uno, que te deja en la estación de tren en cinco minutos. Como no tenía cambio para pagar 1,70 euros con un billete de veinte, el conductor me dejó pasar y ya digo, en nada estaba en la estación.
Una cosa curiosa que me ha pasado en todo el viaje es que he tomado todos los medios de transporte sin esperar apenas nada. En el momento que llegaba había un bus, o tren, o lanzadera a punto de salir. En este caso, compré en las taquillas electrónicas de la estación mi billete y a las 10:01 salí para Pisa. Son quince minutos nada más. Y una vez en Pisa, mi plan original era continuar viaje hasta Lucca, pero la combinación de trenes no era tan buena como yo esperaba y finalmente me decidí a quedarme allí.
Aunque hay decenas de autobuses que paran en la estación, me decidí por pasear tranquilamente por la ciudad hasta la zona monumental de la Plaza de Los Milagros. Y como siempre, lo primero es disfrutar de un café “auténtico”. Y sentado en un café del Corso Italia, me puse a hacer calcular cuánto hacía que había visitado Pisa… veinticinco años. Que se dice pronto.
El paseo por la ciudad resulta muy agradable, a pesar de mi cojera, que ha ido a peor según avanzan los días de crucero. He procurado no andar más de siete u ocho kilómetros al día, pero a estas alturas ya creo que la carga de trabajo ha sido demasiado intensa y debo parar cada poco tiempo a estirar. Me pregunto cuanta gente pasará de largo el centro de la ciudad, cuanta gente no cruzará la Piazzza dei Cavalieri y se perderá por sus calles… Aunque parezca que estamos lejos del mar, fue precisamente su condición de potencia marítima y su próspero puerto la que hico que en el siglo XII Pisa fuera una próspera ciudad mientras que, por ejemplo, Florencia era un vilorrio. Pero una derrota ante otra potencia naval como era Genova le puso fin a todo aquello. Florencia se hizo cargo del control de Pisa y la ciudad fue derivando de un foco económico a uno académico. Dentro del tema de mi novela, reseñar que una parte muy importante del patrimonio de la ciudad se destruyó en la II Guerra Mundial, ya que la ciudad tiene el dudoso honor de haber sido una de las pocas ciudades bombardeadas tanto por los aliados como por los nazis.
Pero en fin, que de una forma u otra al final todos acabamos en el Campo dei Miracoli, donde por caprichos del destino, la torre inclinada, la imagen principal de la ciudad, sobrevivió a los bombardeos. Y como no podía ser de otro modo, me senté en la terraza de un café justo en la esquina de la Via Santa María y la propia plaza y dejé la imaginación volar. En mi maleta llevo siempre un pequeño catalejo de ocho aumentos. No es gran cosa, pero permite apreciar detalles que a simple vista pasan desapercibidos, ya sea en alta mar, atracando en los puertos o en un paseo por la montaña. En Agosto de 1609 Galileo, el más ilustre Pisano, acabó su segundo telescopio, precisamente de ocho aumentos (aunque bueno, el invento hemos de considerarlo veneciano). Galileo fue un hombre del renacimiento en el amplio concepto que hoy tenemos de esa definición, ya que muestra interés por todas las artes y las ciencias. Y fue desde lo alto de la Torre (que estaba inclinada casi desde el momento de su construcción en1173) desde donde demostró que los cuerpos de pesos distintos caen a la misma velocidad, lanzando bolas de metal.
Quizás Galileo es hoy día más conocido por su “Y sin embargo se mueve”… El pensamiento medieval hasta ese momento era una derivación de los planteamientos aristotélicos y de la interpretación de las Sagradas Escrituras en el que afirmaba que la Tierra era el centro del universo y todo se movía en torno a ella. Galileo, basándose en la observación, expone un sistema heliocéntrico (es decir, cuyo centro es el sol) en lugar del geocéntrico antes descrito. Puyitas y envidias académicas (Aristóteles era mucho Aristóteles, y en eso no hemos cambiado en tantos siglos) y el Santo Oficio (o sea, la Inquisición) se mete en la pomada...(Dios era mucho Dios, y los jesuitas casi más) A pesar de ello, Galileo se niega a presentar su tesis como una mera hipótesis y sigue en sus trece…finalmente, con amenazas de tortura de por medio, confiesa y la cosa acaba bien, en una cadena a prisión perpetua y una abjuración de sus ideas (considerando las alternativas, podemos decir que acaba bien). Tras hacerlo, se le cambió la prisión por un arresto domiciliario de por vida (era ya muy mayor por aquel entonces, aunque vivió nueve años más, hasta 1642). Y por cierto, parece que lo de “y sin embargo se mueve” nada más abjurar de sus ideas fue un invento y que por la cuenta que le traía no dijo nada similar.
Hoy día, la Plaza de los Milagros sería lo más parecido al paraíso para Blas Piñar, aquel político de ultraderecha español de triste figura y peor recuerdo, al ver tantísimos saludos fascistas entre gentes de tantos países, de culturas tan diversas, de edades tan distintas, ocupando toda la calle lateral de la Piazza del Duomo. Decenas, cientos de personas saludando con el brazo en alto en pleno siglo XXI… pero claro, un observador agudo y algo menos fantasioso se percatará en seguida de que la mayoría alzan el brazo derecho, pero otros el izquierdo; incluso hay algunos que elevan los dos, otros se agachan para hacerlo, otros que alzán una mano y con la otra cogen un palo?… al parecer hay un control en la salida de la ciudad y no permiten salir a aquellos que no tengan una foto “aguantando” la Torre en su caída. Y ese es el momento y el ángulo perfecto para hacerlo. Por un instante, sólo por un instante, deseé haberle pedido a alguien que me hiciera una foto con mi móvil… o hasta incluso haber tenido un palo de selfi… pero recuperé la compostura en el mismo momento en que me trajeron la cuenta por el cortado y un pastelito…
Volví a la estación perdiéndome por otras calles, pero sabiendo que es imposible extraviarse. El río Arno, el mismo que cruza Florencia, divide en dos Pisa, ya cerca de su desembocadura. Y desde el pretil me permito un ratito de contemplación y reposo. Voy muy bien de tiempo y, como dije antes, llego a la estación en el mismo momento en que sale un tren de vuelta a Livorno. Una vez allí, tomo el bus de nuevo al centro y callejeo un rato por la ciudad. Soy bastante rarito para mis cosas y siento debilidad por la ópera, y creo que también dije que Cavalleria Rusticana es una de mis preferidas. Su autor, Pietro Mascagni, es natural de Livorno y a modo de pequeño homenaje, caminé toda la Via Grande hasta la Piazza dell Arsenale, desde donde, divisando la Darsena Vecchia, escuché el Intermezzo una vez más. Es una experiencia que recomiendo a todo el mundo. No ver la dársena Vecchia, que entiendo que hay mejores viajes para hacer, sino escuchar esa pieza con unos buenos auriculares.
Desde ahí, una pequeña caminata por la Venecia de Livorno hasta la Fortezza Nuova y de vuelta al barco. Mañana tenemos la última etapa en Villefranche y aun no sé si visitaré el pueblo de Eze, la propia Villefranche o Niza. Lo co