9 de septiembre de 2015

Mapa de la etapa 11
Las siete de la mañana ha pasado a ser nuestro nuevo horario de inicio desde que la furgoneta pasó a ser un lugar más cálido por las noches gracias al nórdico comprado en Egilsstadir. Pese a encontrar la noche anterior un emplazamiento para la camper resguardado por una línea de árboles, el vehículo ha batido récords de zarandeo durante esta noche. Sabemos que si existiera riesgo real de volcar el servicio meteorológico hubiera emitido alertas al respecto, pero incluso así cada fuerte golpe que simula un pequeño terremoto nos hace vacilar. Peor lo deben estar pasando al sur, donde la aplicación de Vedur sí que desaconseja dormir en vehículos durante las próximas 48 horas. Por otra parte, nuestro próximo destino en el oeste del país está sufriendo fuertes tormentas, aunque parece que pueden reducir su intensidad a medida que nos acerquemos a él. Contemplando el mapa de precipitaciones, parece que las nubes estén abriendo un pasillo para evitar exactamente el camino por el que estamos avanzando. Increíble.
Seguimos más solos que la una en el camping de Ferdabjónustan Daeli y entramos de nuevo en la gran cocina comunitaria con el doble objetivo de desayunar y ducharnos aprovechando las estupendas instalaciones. Las duchas, las primeras que vemos con una mampara en lugar de simples cortinas, son una delicia. Los baños están en buenas condiciones, sin olvidar que estamos en plena naturaleza y una araña del tamaño de un pulgar subiendo por tu pierna mientras te afeitas es algo normal. Para desayunar, una tortilla casera hecha con huevos comprados en Bonus y dos cafés solubles con la leche calentada en la vitrocerámica. Conexión a Internet a toda velocidad gracias a Siminn y los equipos electrónicos con la batería al máximo.

Abandonando con pesar las mejores instalaciones del viaje

Dejando todo en orden para los próximos afortunados

Adiós, zombies imaginarios

Adiós, dulce hogar
Paramos unos instantes en la recepción de este maravilloso camping que nos apena abandonar para despedirnos de la mejor manera: con un último saludo a nuestro nuevo amigo al que hemos bautizado como "Pirru". A decir verdad es un poco gruñón, pero le queremos igual.

¡Hola, Pirru!

Siempre alerta...

Siempre desconfiado...

Siempre observador
Nos quedan por delante algo más de 30 kilómetros con rumbo casi vertical hacia el norte. Durante los primeros minutos de la travesía, disfrutamos de una de las rutas escénicas más bonitas de todo el viaje. El valle sigue brindando postales de ensueño y el sol que se abre paso tiñe de brillante verde el pasto de las ovejas. Sumado a la tranquilidad que rezuma todo el lugar, lo convierten en otro serio candidato al que mudarse buscando un cambio radical.
Enfilamos ya esos 20 kilómetros de supuesto camino de cabras que hay que superar para alcanzar Hvítserkur, pero... ¿dónde están los baches? Lo que encontramos es un camino sin asfaltar pero en muy buen estado, pocos baches y tierra firme. No sabemos si los diarios que habíamos leído previamente y sufrieron este tramo tuvieron mala suerte con la meteorología, un coche con peor suspensión o simplemente tenían una opinión mucho más sensible sobre lo que es una carretera en mal estado. El caso es que estamos encantados, ya que avanzando a un ritmo más que bueno con tramos a incluso 70 kilómetros por hora tras apenas 30 minutos hemos llegado al aparcamiento señalado. Antes de alcanzarlo, en un tramo de obras un tractor tiene la deferencia de allanar el camino con un par de maniobras para que podamos avanzar.
El aparcamiento de Hvítserkur nos recibe con las ya clásicas señales prohibiendo la acampada. Avanzamos a pie unos metros por el camino que queda a mano izquierda, alcanzando enseguida un mirador de madera en el que ya vemos la estrella del paisaje. A su derecha, se inicia un sendero muy empinado que permite acceder en tiempo récord hasta la orilla evitando un rodeo de 15 minutos. Lo vemos asequible, y tras mucha cautela y evitando apoyar los pies en las zonas de traicionera gravilla alcanzamos el nivel del mar.
Hvítserkur es un arco de basalto que emerge de las aguas unos metros más allá de la orilla de arena negra. Es un lugar digno de ver, pero sobre todo es un regalo de la naturaleza para los amantes de la fotografía. Su posición, forma y textura así como el contraste con el agua, la arena y las nubes en un día propicio ofrecen un sinfín de posibilidades tras el objetivo. Una de las más socorridas es lanzar instantáneas de larga exposición en las que el agua se torna sedosa rodeando por completo el arco, generando una imagen digna de la ciencia ficción. Así lo hacemos, y no nos privamos tampoco de imitar a otros visitantes que han tenido la idea de enterrar su Go Pro en la arena para preparar un timelapse -vídeo generado a partir de la sucesión rápida de imágenes tomadas a lo largo del tiempo- muy prometedor.

Hvítserkur y sus aguas
Nos acompañan en la escena charranes árticos, unos pájaros similares a las gaviotas de los que nos habían advertido podían ser muy defensivos e incluso atacar a las cabezas si consideran que estamos agrediendo su hábitat. No es el caso, ya que se limitan a revolotear sobre nosotros pero guardando una distancia prudencial. En el aire se respira un aroma a tofa, choto o como prefiráis llamarle, desconozco si por los excrementos de los charranes o porque hay otro tipo de animal cerca.

Disfrutando del entorno
El cielo acompaña y la temperatura es agradable pero el viento en la orilla parece ir en aumento levantando pequeñas nubes de arena. Caminamos los metros suficientes por la orilla para empaparnos del lugar y emprendemos el camino de vuelta por la misma cuesta empinada. Mucho más fácil de superar en subida pero también más dura especialmente si no dosificas el esfuerzo. Al alcanzar el mirador nuestras piernas acusan el envite y aprovechamos el necesario descanso para inmortalizar una vez más el lugar.

Explorando otros ángulos antes de marchar

Hvítserkur, ahora desde las alturas
Mientras nos preparamos para partir y ya en los asientos de la furgoneta, aparece un excursionista solitario con el que recordamos habernos cruzado días atrás en Dettifoss. Al igual que entonces, nos llama la atención como parece estar deambulando esperando algo, y esta vez comprendemos por qué. Está desplazándose gracias al autostop, y está buscando candidatos para que le lleven a su siguiente parada. Finalmente convence a una mujer que no parece una turista y se ponen en marcha. A nosotros ni siquiera nos pregunta, no sé si por no inspirarle confianza o porque quiera evitar a turistas.
Deshacemos la ruta a Hvítserkur, viendo ahora a mano izquierda una inmensa playa de arena negra que antes contemplamos en el lado contrario del coche. Otra vez un gran paisaje a disfrutar al volante, y ya hemos perdido la cuenta.
Nos separan ahora unos 120 kilómetros hasta nuestro próximo destino, donde esperan un par de alicientes que disfrutar a modo de parada intermedia hasta la meta de la jornada de hoy. No tardamos en recuperar el asfalto de la Ring Road y arañar minutos al reloj gracias al buen ritmo en carretera. Hacemos un alto en el camino parando en una completísima gasolinera N1. Tiene un completo restaurante, una considerable tienda, y es muy espacioso. Al salir del coche, el viento casi nos arranca las puertas de cuajo.
¿Recordáis lo mucho que hemos insistido sobre la suerte que hemos tenido con la meteorología durante los pasados diez días? Pues ya va siendo hora de que la suerte cambie. Y lo hará atacándonos por varios frentes. Empecemos por poner sobre la mesa cuál era nuestro plan para lo que queda de viaje: nuestro día de hoy terminaría frente a Kirkjufell, una preciosa montaña de forma piramidal ante la cual queríamos estacionar la furgoneta y dormir para así poder contemplarla tranquilamente tanto esta noche como a la mañana siguiente. Acto seguido iniciaríamos un completo recorrido por la península de Snaefellness, cuyo perímetro incluye varios atractivos como iglesias de interesante arquitectura, acantilados, cuevas y varios miradores hacia el volcán ubicado en su centro, y que supone el punto de partida para el Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne. Al terminar ese recorrido, mañana mismo haríamos un último gran esfuerzo de carretera para desplazarnos a Hella, en lo que supone pasar de largo Reykjavik y regresar a una zona que ya atravesamos durante nuestras primeras etapas. ¿Y por qué volver hasta allí? Pues porque a su paso por Hella íbamos a tomar un autobús que te lleva al punto de partida de las excursiones a pie por Landmannalaugar, el auténtico paraíso de los senderistas y que supondría el broche de oro perfecto antes de regresar a la capital al día siguiente, incluso con unas horas de margen entre el momento de devolver la furgoneta y el de subirnos a bordo de un autobús que nos lleve al aeropuerto.
Pues empecemos con las malas noticias: el sistema meteorológico anuncia que para esta noche el oeste de la isla va a sufrir vientos superiores a 20 m/s. Ese umbral significa, en otras palabras, que más vale que busquemos un refugio. De cumplirse dicha previsión, nuestro objetivo de dormir frente a Kirkjufell quedará abortado irremediablemente. Al día siguiente, la situación no parece que vaya a mejorar y durante las horas de sol los vientos no harán más que subir. Eso complica también el recorrido por la península. Y ahora viene lo que quizás más duela de todo: para el viernes, día reservado para el postre en Landmannalaugar, esa región tendrá lluvia en aumento desde las 9:00 hasta las 18:00, exactamente las horas de las que íbamos a disponer para nuestra excursión. Sabiendo que Landmannalaugar conlleva tener que tomar un autobús que no es barato y recorrer por nuestra cuenta una distancia adicional de más de 300 kilómetros entre ir y volver, solo estamos dispuestos a invertir ese tiempo y dinero si estamos francamente seguros de que la meteorología acompañará. Y por ahora, no parece que vaya a ser el caso.
Empecemos por lo que parece más claro que se va a caer de nuestro plan: Landmannalaugar no va a poder ser. Y nos parte el alma, pero para estas cosas siempre nos decantamos por hacer caso al sentido común. Darnos una última paliza al volante, gastarnos más de 100 euros en un autobús, pasar dos horas en él para llegar al lugar y que luego allí debamos quedarnos ocho horas a cubierto por el temporal, no es sentido común. Ahora pensemos en lo positivo: tachar Landmannalaugar de la lista nos da un día extra para ajustar el resto de lo planificado. Con el único hito irremplazable de estar presentes en Happy Campers dentro de 72 horas, podemos organizarnos como queramos. Echando un vistazo a la previsión parece que, aunque mañana el viento empeore durante las próximas horas, más adelante prácticamente desaparecerá. Eso hace que el viernes sea propicio para recorrer Snaefellness. Vale, tenemos un plan.
Quedan varios puntos por cerrar. El primero y más inmediato es averiguar qué demonios hacer esta noche para que el viento no se lleve por delante nuestra Renault Trafic, o por lo menos no lo haga con nosotros dentro. El segundo es encontrar dónde pasar la última noche del viaje, ahora que desplazarse hacia Hella ha desaparecido de la agenda. Allí nos esperaba un completo camping en el que poder ducharnos, pero en Snaefellness el único camping con buenas opiniones en la red ha cerrado sus puertas con el inicio de septiembre.
Con estos interrogantes sobre la mesa hemos alcanzado la zona de nuestra próxima parada. Pero como al aparcar el reloj marca las 14:00 aprovechamos el alto para comer. Por desgracia no podemos aprovechar la parada para investigar nuestros temas pendientes, ya que la cobertura de Siminn es casi inexistente. En el capítulo de hoy de "Cocinillas con L", unos apetitosos macarrones cocidos en el último camping y perfectamente completados con salsa de tomate, atún y una variedad de quesos. ¡Exquisito!
Vamos a ver los cráteres de Grábrók. Mientras ponemos orden tras la comida, L se asoma por la ventana de la furgoneta, ve una pequeña pasarela elevada y anuncia, confiada, "bueno, no es para tanto". Entonces le hago girar la vista unos centímetros, los necesarios para que pueda ver la cima a la que debemos llegar para observar el cráter y en la que dos pequeñas figuras ya están disfrutando de las vistas. Y entonces le entra la risa nerviosa. Vamos allá.

La subida a Grábrók
La subida es sin embargo mucho menos fiera de lo que parece, gracias a un largo tramo de escalones de madera instalados y que cuando terminan dan pie a una pendiente muy suave. De entre los varios recorridos posibles el más corto parece también el que más vistas ofrece, ya que te lleva a la cresta del primero de los cráteres para entonces rodearla por completo y observar el segundo cráter, mucho más bajo, que queda tras él. Una actividad apta para todos los públicos a la que no dejan de llegar autobuses cargados con gente de anciana edad así como parejas con bebés colgados del pecho.

Las vistas al interior de Grábrók

Y su cráter vecino desde la cresta
En uno de los dos carteles al pie de la subida a Grábrók, una de las fotos que enumeran los distintos atractivos de la zona muestra una catarata en la que no habíamos reparado y que entra por los ojos, con rasgos similares a esa Bruarfoss que parece que visitamos hace ya toda una vida. Se llama Hraunfossar y a falta de un mapa que nos indique su posición, nos prometemos investigar si podemos visitarla en un futuro cercano.
Tres kilómetros más al oeste nos espera una catarata más que añadir a nuestro álbum de Islandia. Junto a un campo de golf y con un desvío desde la carretera mejor señalizado que el sendero posterior que recorrer a pie, la cascada Glanni puede disfrutarse desde un mirador al final del camino. Es muy ancha y con un contexto espectacular provocado por el paisaje de montañas tras ella.

Catarata de Glanni
Son las 16:45 y vamos algo atrasados respecto al plan, pero como la agenda ya ha saltado por los aires a causa de la meteorología no es algo que nos preocupe demasiado. Por ahora recorremos los 60 kilómetros en dirección suroeste hasta la ciudad de Bogarnes, desde la cual ya no quedará más remedio que plantear qué dirección tomar en función de lo que decidamos para pasar la noche. Lo que nos revienta es que, pese a que el día está ya totalmente gris y es habitual que nos caigan pequeñas gotas a cada pocos metros, hace ya más de una hora que el viento ha desaparecido casi por completo. Probablemente ya nos haya adelantado y esté esperando en Snaefellness para desbaratar nuestros planes.
Nos detenemos en el Netto de Borgarnes, en el que aprovechamos que la cobertura de Siminn es buena para volver a revisar previsión meteorológica y estudiar ahora alojamientos alternativos si la furgoneta deja de ser una opción segura. La previsión de viento para la noche sigue siendo nefasta por lo que se hace muy necesario buscar un cobijo de mayores garantías. Haciendo un recorrido de diez minutos por los resultados de Visit Iceland para los alrededores de Kirkjufell encontramos un hostal en Grundarfjördur, la población más cercana a la montaña. El establecimiento se llama Grund Í Grundarfirdi y es posible que por alrededor de 13.000 coronas podamos tener una habitación con desayuno y conexión a internet incluida. En TripAdvisor opiniones recientes lo ponen por las nubes, así que hacia allí nos dirigimos con la esperanza de llegar alrededor de las 19:00.
Manteniendo el rumbo hacia el norte el anunciado viento se hace de rogar pero no así la lluvia, que cada vez es más intensa y no dejar ver más allá de 300 o 400 metros. Por si fuera poco, vuelven las ovejas despistadas en medio del asfalto a las que hay que invitar convenientemente -traducción: arranca, frena, claxon- a que se aparten de la calzada. Intuimos formas de montaña en la lejanía, y nos animamos comprobando desde el teléfono que la noche de mañana será mucho más propicia para dormir junto a la puntiaguda montaña. Quizás podamos cumplir el objetivo con solo 24 horas de retraso, después de todo.

La cosa se pone fea
Nos metemos de lleno en la península de Snaefellness para atravesarla de sur a norte por la carretera 56. La cosa promete, y cuando alcanzamos su lateral norte y giramos a la izquierda, los lamentos por la mala visibilidad a causa del temporal se acentúa. Los lagos, los puentes, las verdes montañas, las innumerables cascadas -algunas de ellas de tamaño muy significativo-, las pequeñas parcelas de nieve que se resisten a derretirse en las cotas más altas. Todo lo necesario para convertirse en uno de los momentazos del viaje, echados a perder por una oscuridad creciente que lo tiñe de todo de tonos grises y sin vida. Vamos reduciendo la distancia hasta Grundarfjördur y por cada nueva silueta que se intuye en el horizonte nos preguntamos si esa será Kirkjufell. Superamos un hostal cuyo aspecto desde la carretera es de que en cualquier momento se convertirá en zona cero del apocalipsis zombi. Y llegamos al pueblo, y entonces no cabe duda de que ese monstruo a su derecha más allá del enorme lago es lo que hemos venido a buscar. Me habían dicho el lado opuesto de Kirkjufell, una vez abandonas su cara más atractiva, era más bien feo. Pero de eso nada. Es diferente y menos estilizado, claro está, pero sigue destacando mucho en el paisaje. Claro que es difícil formarse una opinión completa cuando la textura de sus paredes sigue siendo indistinguible bajo el temporal.
El GPS nos confunde un poco, pero finalmente acierta a darnos la ubicación exacta del Grund Í Grundarfirdi Guesthouse. Y ver para creer... era la zona cero del apocalipsis zombi que hemos pasado de largo. Retrocedemos hasta ella y resulta que el siniestro lugar era solo un establo en apariencia abandonado que distrae la atención del verdadero edificio con el hostal, una casa de dos pisos algo menos amenazante para nuestras vidas. Entramos en ella y encontramos un recibidor con carteles de "coge la llave de tu reserva", junto a una solitaria llave esperando a su inquilino. La página web del establecimiento aceptaba todavía reservas para hoy y el cartel junto a la carretera anunciaba habitaciones disponibles... pero aquí no hay nadie. Bajan por la escalera un par de chicas, pero son solo huéspedes y nos instan a llamar a cualquiera de los tres números de teléfono que figuran en el recibidor para contactar con los regentes del local. Lo intentamos con uno, luego otro, y luego otro más, y no damos crédito. El que no devuelve un mensaje de "línea móvil no disponible", sigue sonando hasta el infinito. Encontramos en su página web otro teléfono esta vez fijo, y también suena y suena sin nadie que conteste al otro lado. Aguardamos 15 minutos con la esperanza de que aparezca en un vehículo alguien que nos atienda, pero no hay suerte. Decepcionados y algo indignados ante un negocio tan discutiblemente atendido nos damos la vuelta y regresamos al pueblo. El segundo hostal que habíamos encontrado sí que contesta al teléfono, pero no es para darnos buenas noticias: no quedan habitaciones dobles libres, y la estancia individual que les queda solo es una opción si traemos nuestro propio colchón para habilitar la segunda plaza.
Han pasado ya las 19:00 y seguimos sin donde dormir a salvo del viento, y mientras la lluvia tampoco cesa. Como nos encontramos a solo tres kilómetros de su posición, nos dirigimos al aparcamiento frente a Kirkjufell en el que teníamos pensado originariamente pernoctar. Allí tenemos la preciosa montaña, pero hoy no está lista para el baile. También el conjunto de cascadas de Kirkjufellfoss, frente a ella separado por la carretera y esperando a que una cámara se coloque en el punto exacto para combinarlos en una fotografía inigualable. Por desgracia el horrible temporal se hace insoportable desde el preciso momento en el que nos apeamos del coche. Pasamos aquí apenas diez minutos y decidimos pasar a un nuevo plan: subir el límite presupuestario y localizar un hotel. Encontramos en Internet el Hotel Framnes, de buen aspecto y con habitaciones a partir de mañana por 18.000 coronas pero sin disponibilidad para la noche de hoy. Decidimos probar de todos modos visitándolo, ya que la quizás el no poder reservar en línea sea solo una restricción de su portal online. Lo encontramos -gracias al GPS, ya que está escondido en la punta de un saliente al lago- y entramos en un recibir acogedor y que huele a despilfarro por todas partes. Una amable chica nos confirma que no queda nada disponible, lo cual me da el contexto perfecto para preguntarle si habría problema en pasar la noche aparcados junto al edificio aprovechando el cobijo que un muro puede ofrecernos. Parece que no le pille por sorpresa la pregunta y, quizás apiadándose nosotros, nos dice que no hay ningún problema y si alguien llega diciendo lo contrario regresemos a la recepción para aclararlo.

Esto se supone que es Kirkjufellfoss

Y esto es Kirkjufell
Y así terminamos, con nuestra Renault Trafic a tres metros de la puerta de un hotel cálido pero al que no le queda una sola habitación para nosotros. En momentos así nos reafirmamos en nuestra política de llevar nuestros viajes lo menos abiertos a la improvisación posible. Una odisea de dos horas como la que hemos vivido no se la deseo ni a mi peor enemigo -bueno, quizás al peor sí-, y vivir con esta incertidumbre sobre encontrar un lugar seguro donde dormir noche tras noche me parece una fuente de ansiedad incompatible con el disfrute de unas vacaciones. Pero cada uno es libre de hacer lo que quiera... nosotros, desde luego, no lo haremos.
Son las 21:00 cuando preparamos el interior de la furgoneta, que sigue moviéndose levemente por el viento pero ha quedado bastante bien protegida por las instalaciones del hotel. Con el deseo de que Islandia vuelva a regalarnos un tiempo estable tras este pequeño bache, damos por terminada la jornada.