No oímos el despertador, así que al final salimos con media hora de retraso con respecto al horario fijado. El camino hasta la Estación Central lo hicimos a paso ligero y apenas nos paramos a verla. Entramos y siguiendo los carteles de los buses no tuvimos ningún problema para encontrar la oficina donde vendían los tikets (aunque también los puedes comprar en el propio autobús).
Nosotros sacamos los Waterland tikets por 10€ adultos y 3€ niños (el de 3 años no pagó). con ellos podíamos movernos en autobus libremente durante todo el día entre los pueblos del Waterland. Nos dieron un folleto explicativo que propone tres rutas. Nosotros hicimos la de Edam- Volendam- Marken.
Cogimos el autobús 314, el primero que llegó de los varios posibles y en unos 45 minutos estábamos en Edam.

La mayoría de la gente bajó aquí, casi todos españoles. Todos andaban en la misma dirección. Nosotros preferimos perdernos.
Paseamos, curioseamos el interior de las casas que me parecieron de programa de decoración. En cierto modo, algunas me recordaban a Ikea. Las ventanas grandes, sin cortinas, permitían asomarse y ver la vida en su interior, los gatos paseándose por esos magníficos suelos de madera y las flores adornando aquí y allá. Me encantó la tranquilidad que había.

Vimos una panadería donde los lugareños hacían cola para entrar y decidimos comprobar por qué. Compramos pan, estaba delicioso. Nos lo comimos para merendar en Marken. Fue un puntazo.
Cruzamos por la calle más turística y vimos el ayuntamiento y una pequeña feria. Sus casas eran tan bonitas... También vimos el exterior del Museo y comprobamos cómo algunas fachadas de aquí también estaban torcidas. Había una tienda de quesos y un par de tiendas de souvenirs. No nos llamaron la atención. Así que volvimos a la estación de autobuses y cogimos el 316 hasta Volendam.

Hizo varias paradas hasta llegar a la del centro, donde bajamos todos. En un corto paseo estábamos en el puerto. Turístico total.
A pesar de eso era muy bonito. Sus casas verdes, de madera, junto al mar componían una estampa de postal.
El lugar se llenaba por momentos de gente y decidimos buscar un sitio para comer. Hay mogollón de restaurantes y puestos callejeros pero al final entramos al restaurante The Lunch. Un acierto total.
Tuvimos suerte y encontramos una mesa. Nos atendieron muy rápido y muy amables. El baño era gratuito. Nos aconsejaron probar el bacalao recién pescado. Yo pedí bacalao, mi marido un combinado con calamares, mejillones, bacalao y ensalada. Todo acompañado con las tradicionales patatas fritas con mayonesa que a estas alturas ya tenía un poco aborrecidas. Los niños pidieron espaguetis y un bocadillo de calamares riquísimo.
Todo estaba delicioso y el precio fue bastante ajustado. No en valde estaba lleno y hasta los guías entraban a comer. La decoración era muy peculiar y en un par de pantallas se exhibían imágenes antiguas del lugar.
Alguien me dijo que aquí los precios de los souvenirs eran más baratos que en Amsterdam así que decidimos comprar algunos regalos después de comer. Iba tan distraída mirando cosas de aquí para allá que perdí el móvil. Se me hizo un nudo en la garganta pues en él iban todas las fotos del viaje. Nerviosa empecé a desandar mis pasos entrando en las tiendas que había visitado, pero nada.
Al final lo encontré!!! Puro milagro, pues cayó en buenas manos. La dependienta de una de las tiendas lo encontró y lo guardó. Me dijo que había salido detrás pero ya no me vió. Sea verdad o no, el caso es que me lo devolvió muy amable y no supe cómo darle las gracias. Mil veces, en inglés, en español y hasta en holandés...
Una vez repuesta del susto lo guardé bien en el fondo de la mochila y seguimos con la operación regalos.
Entramos al Museo del queso, que está en la misma calle. Probamos varias clases y aunque estaba riquísimo no compramos. Aun nos quedaba del que compramos en Alkmaar.
Cuando ya nos aburrimos cogimos el ferry hacia Marken. Podíamos haber ido en autobús gratis, pero el paseo en barco era tan tentador que ni dudamos. Además nos hicieron descuento con los waterland tikets.
El paseo no duró mucho pero las vistas eran espectaculares.

Llegamos a Marken y como es habitual en nosotros, enseguida nos perdimos por las calles, a veces y por error, entrando en los jardines particulares de las casas. Eran tan bonitos que pensábamos que eran públicos.
Las casas verdes, negras, de madera, era tan pintoresco. Casi como un laberinto, con los canales que nos impedían el paso en ocasiones. Fuimos a parar a la Fábrica de zuecos. Muy interesante. Aunque hicimos fotos y nos probamos los zuecos, no compramos ninguno.
Allí cerca había un supermercado y entramos a comprar agua y algo para meter en el pan que habíamos comprado por la mañana en Edam. Por supuesto compramos queso, algo de fiambre y bebidas y nos buscamos un lugar de lo más cuqui a la orilla de un canal, bajo la sombra de un árbol.
Allí nos tumbamos y en cuanto sacamos la comida, nos vimos asaltados por los patos, que estaban muertos de hambre y peleaban entre sí por la comida a picotazo limpio. Casi nos quitaban el pan de las manos. Mis hijos se lo pasaron en grande y las fotos fueron muy divertidas. No niego que en algún momento llegué a temer por nuestra integridad física, ja,ja,ja...
Después de aquella merienda campestre seguimos paseando por Marken. Vimos el museo, conocimos algo de su historia a través de las fotos. De las terribles inundaciones de 1916. Sobrecogedor.
La Iglesia, las casas, algunas familias ya cenando a las 7 de la tarde, las telarañas en los puentes, la ropa tendida, los cisnes... de postal todas las fotos. Y todo muy tranquilo.

Volvimos al puerto donde hay varios cafés y restaurantes. Lo más típico, aunque nada que ver con Volendam. Aquello era un remanso de paz. Al final del muelle estaba el faro, hasta donde llegaba una ruta de bicicletas seguramente desde el mismo Volendam.
Creímos que ya lo habíamos visto todo, así que volvimos nuestros pasos a la estación de autobuses que estaba al lado del parking del supermercado al que habíamos ido antes y cogimos el 316 de vuelta a Amsterdam.
Una cosilla a tener en cuenta. En este supermercado vimos galletas y dulces típicos a la mitad de precio que en las tiendas de souvenirs. También los quesos estaban más baratos que en el museo. Y el precio en general de las cosas estaba bastante bien. De aquí pillamos un par de regalos que había visto en una tienda en Volendam por menos de la mitad de precio.
Y de paso, nos pillamos cuatro Calipos por el mismo precio que uno, en el puesto de helados que había a 50 metros.
Detalles que alivian el bolsillo famiiar, ji,ji,ji....
De vuelta a Amsterdam cenamos en el Joselito, restaurante español junto al canal por la zona del Joordan. Recomendable 100%. Sus mesas en la calle siempre llenas. La comida muy buena y los precios también. Los camareros hablan español y son muy simpáticos. Repetimos dos noches, algo será.