Salimos de Madrid con una espesa niebla y una temperatura en torno a los cuatro grados. Después de 2 horas 25 minutos de vuelo, aterrizamos en el aeropuerto de Fuerteventura con un sol espléndido y 18 grados, en torno a las 13:15, tal como estaba previsto. Lo primero que me llamó la atención fueron las dimensiones del aeropuerto y el gentío allí congregado. Habiendo estado el año anterior en los del Hierro y La Gomera, casi desiertos, no esperaba tanta gente ni que fuera tan grande (no es Barajas, pero tampoco es pequeño precisamente). Está claro que Fuerteventura es un destino muy buscado por los turistas ingleses, nórdicos y alemanes, de cuyos países provenían la gran mayoría de los vuelos. En la terminal nos dieron un mapa turístico de carreteras que no nos sirvió de mucho, la verdad. Menos mal que yo llevaba preparada la ruta con bastante detalle, especialmente el itinerario de la primera jornada, ya que queríamos aprovechar desde el principio para ver algunas cosas.
Itinerario del primer día, según GoogleMaps: unos 135 kilómetros.
Fuimos a por las llaves del coche de alquiler en el mostrador de CICAR (sin salir del área de recogida de equipajes), pagamos la reserva en ese momento (no anticipamos nada por internet) y nos dijeron que devolviésemos el coche con la misma gasolina que tenía (cuatro líneas). No nos cobraron nada por la gasolina y tampoco nos dijeron ni palabra de que el seguro no cubría los trayectos por pistas de tierra. Luego lo estuvimos buscando en la documentación que nos dieron y no vimos nada al respecto. Nos pareció que teníamos gasolina de sobra, así que no repostamos al salir del aeropuerto, y para no perder más tiempo nos dirigimos directamente hacia Betancuria, nuestra primera parada turística en la isla.
Nuestro coche:
Como he comentado, hacía muy buena temperatura y el aire soplaba, pero no con demasiada intensidad. Queríamos ir por La Antigua, pero nos pasamos la salida y terminamos en Puerto del Rosario, desde donde seguimos por la PV-20 y luego la PV-30 hasta la antigua capital, donde teníamos pensado parar para comer. Durante el corto viaje (poco más de 30 Km y algo más de media hora), pudimos apreciar un paisaje muy árido, salpicado de piedras negras, arenas rojas, montículos, antiguos cráteres y casitas blancas. Algunos brotes verdes moteados de florecillas eran prueba de que había llovido no hacía demasiado tiempo. El panorama podría no agradar a los amantes de la vegetación exuberante y los bosques espesos, pero no estaba exento de encanto.
Nuestros primeros pasos por Fuerteventura.
Poco después vimos nuestro primer molino en la isla y una especie de puerta que nos avisaba de que estábamos entrando en el Municipio de Betancuria: mucho más chulo que un simple cartel. Al fondo vimos una montaña con algo en lo alto, que según nos fuimos aproximando vimos que era el restaurante del Mirador de Morro Veloso, diseñado por Cesar Manrique. Empezamos a transitar por una carretera muy pendiente y virada hasta llegar al desvío hacia el Mirador, que se encuentra junto al de las Estatuas. Como ya íbamos algo justos de tiempo, dejamos para después los Miradores y fuimos directamente hacia la Plaza de Santa María, en cuyos alrededores encontramos aparcamiento sin problema.
Betancuria.
Resulta curiosa la evolución de Betancuria, fundada en 1404 por los normandos Jean de Betancourt (de quien tomó su nombre) y Gadifier de la Salle, que conquistaron la isla para el reino de Castilla, instalando aquí la que fue su capital administrativa hasta 1834. Actualmente es su municipio menos poblado (unos 800 habitantes) y apenas desarrollado turísticamente, ya que no cuenta con infraestructuras ni playas de interés. Sin embargo, su importancia histórica hace que esta pequeña villa, de unos 100 vecinos, sea de visita obligada para cualquier turista en Fuerteventura.
Lo primero que atrae la atención es la Plaza de Santa María, con su bonita Iglesia que data de 1410, si bien fue reconstruida en el siglo XVII tras ser arrasada por los piratas berberiscos cuando invadieron la isla en 1593. Por cierto que esta Iglesia llegó a ser Catedral, pues aquí tuvo su sede el Obispado de Fuerteventura, creado por el Papa Martín V en 1424 y que englobaba a todas las islas Canarias excepto Lanzarote, pero que solo duró siete años ya que fue abolido en 1431.
A su alrededor, se encuentran una serie de edificios de típica arquitectura canaria que conforman el casco antiguo, declarado Conjunto Histórico en 1979. Apenas suman una docena de casas, hoy convertidas en restaurantes, museos y tiendas de productos típicos y artesanía, pero resulta muy agradable dar un paseo, contemplando las fachadas blancas, los típicos balcones de madera tallada y la sorprendente vegetación que rodea el núcleo urbano; y es que Betancuria se encuentra en uno de los valles más fértiles de toda la isla.
Cuando llegamos, la Iglesia de Santa María estaba abierta, pero como ya eran casi las dos y media, decidimos ir a comer directamente en uno de los restaurantes más recomendados, la Casa de Santa María, que presume de una carta que aúna la cocina canaria con la alemana, pues su propietaria es de esta nacionalidad (una señora muy amable, por cierto).
El interior es muy bonito, con varios salones y ambientes, que, según nos comentó, quiere unir las esencias africanas, árabes y canarias, que coinciden en la isla. Comimos muy bien y el plato fuerte, el cabrito, estaba delicioso. Con postres y cafés, la cuenta no llegó a 60 euros. La calidad de la comida y el lugar justifican el precio.
Al salir del restaurante nos encontramos con dos sorpresas: la primera que el sol radiante de hacía apenas unos minutos había desaparecido y las nubes copaban completamente el cielo; y la segunda, que la iglesia había cerrado sus puertas, así que nos quedamos con las ganas de ver el interior. ¡Vaya metedura de pata!
Después de caminar otro poco por los alrededores, fuimos con el coche hasta la entrada de la villa, justamente donde, a un lado, se ve una escultura que parece una palmera. Allí hay un aparcamiento, desde el que se puede acceder andando unos pasos hasta el antiguo Convento Franciscano de San Buenaventura, construido en 1416 y que fue el primer convento de las Islas Canarias. Hoy está en ruinas y apenas quedan las paredes desconchadas, pero resulta interesante echarle un rápido vistazo.
Mirador de Guise y Ayose (o de las Estatuas).
Retrocedimos, subiendo por la serpenteante carretera FTV-30 hasta llegar al primero de los Miradores que habíamos dejado atrás, el llamado de las Estatuas por las dos gigantescas esculturas, de cuatro metros y medio de alto y 1,5 de ancho, que están apostadas a un lado de la carretera, en un balcón de piedra, y que representan a Guise y Ayose, quienes, según la leyenda eran los reyes de los dos reinos (Jandía y Maxorata, del que deriva el gentilicio “majoreros”) en que se dividía la isla cuando llegaron los conquistadores normandos en 1402. Pese a que intentaron oponer resistencia, se vieron obligados a rendirse pronto debido a la superioridad de los europeos y a la situación de debilidad en que se encontraban por las continuas guerras que habían mantenido entre sí por el control de la isla, en la que incluso existía un muro defensivo para separar sus respectivos territorios, que según la tradición estaba situado en la Pared de Jandía. Sin embargo, lo más probable es que la frontera se encontrase más al norte, en las proximidades de este mirador. Según se cuenta, tras su rendición los reyes fueron bautizados con los nombres de Luis y Alfonso. Otra costumbre, que no se sabe de dónde ha salido, es hacerse una foto dando la mano a uno de los dos reyes, pero como solamente hay una mano “a mano”, el "dedito" más largo está ya pulido por tantos agarrones como ha tenido y tiene que soportar. En fin, no íbamos a ser menos…
Aparte del reclamo de las estatuas, el mirador se encuentra en un lugar excepcional, con extraordinarias vistas del norte de la isla y del valle de Betancuria.
Mirador de Morro Velosa.
A unos pocos pasos, en la carretera se halla el desvío para subir hasta otro de los miradores emblemáticos de Fuerteventura: el de Morro Velosa. Está instalado en la Montaña de Tegú, a 669 metros de altitud, y fue diseñado por el artista lanzaroteño Cesar Manrique con su habitual buen gusto y maestría, aunque éste no ha sido el que más me ha gustado de los que he visto en las diferentes islas.
Como en el resto de miradores de Manrique, hay un restaurante, rodeado de terrazas y balcones, componiendo un paseo panorámico desde el que se obtienen unas vistas extraordinarias del norte y centro de la isla.
Como en el resto de miradores de Manrique, hay un restaurante, rodeado de terrazas y balcones, componiendo un paseo panorámico desde el que se obtienen unas vistas extraordinarias del norte y centro de la isla.
Hacia el norte se llega a ver el pueblo de El Cotillo y la Montaña de Tindaya; hacia el sureste, el pueblo de La Antigua y los volcanes en torno a Tiscamanita.
Merece la pena acercarse hasta aquí. No es necesario hacer ninguna consumición en el restaurante ni en la cafetería, que están abiertos de martes a sábado de 10:00 a 18:00. Se puede visitar el mirador el resto de los días (era lunes cuando fuimos nosotros) antes de las seis de la tarde, porque luego cierran con una cadena la carretera y habría que subir a pie, según vimos otro día que pasamos más tarde de las siete.
Carretera que baja del mirador.
Faro de la Entallada.
En nuestro viaje hacia el sur, teníamos otras dos paradas previstas, de las que solo pudimos hacer una, ya que los minutos pasaron muy deprisa y la noche cae pronto a finales de enero. Desde Betancuria hay unos 48 kilómetros hasta el Faro de la Entallada, pero la carretera FV-20 que conduce al sur (dirección Gran Tarajal) no da para demasiadas alegrías conduciendo. Claro que tampoco teníamos interés en correr porque queríamos disfrutar del paisaje y de las vacaciones, así que tardamos casi una hora en llegar a nuestro destino, pasando por La Antigua y Tiscamanita.
El desvío hacia el faro se toma a la altura del antiguo pueblo pesquero de Las Playitas, que ha experimentado un gran crecimiento debido a la construcción de varias urbanizaciones turísticas, hoteles de lujo y hasta un campo de golf. Vimos a bastante gente corriendo y disfrutando de un carril bici muy cuidado. Algunos incluso nos parecieron deportistas profesionales, lo que no sería extraño ya que Canarias es uno de los lugares preferidos por atletas alemanes y nórdicos para entrenar en invierno.
Subiendo por la carretera hacia el faro.
El Faro se encuentra a 6 kilómetros de Las Playitas y a 12 de Gran Tarajal. Habíamos oído comentarios alarmistas sobre la carretera que sube al faro, considerándola algunos como “muy peligrosa”. No es cierto; tampoco hay que exagerar. Es estrecha, virada y con bastante pendiente sobre todo en los dos últimos kilómetros, cuando trepa por el acantilado, pero tiene buen firme y no supone ningún problema conduciendo con un mínimo de precaución. Al final de la pista hay un aparcamiento bastante grande para dejar los coches y recorrer el entorno con toda tranquilidad.
Faro de la Entallada.
Pasarela que baja desde el faro al mirador.
Pasarela que baja desde el faro al mirador.
El Faro de la Entallada fue construido en 1953 y tiene una arquitectura muy peculiar, con una torre y tres viviendas iguales. Se encuentra en un acantilado que tiene altura de 200 metros sobre el mar y constituye el punto canario más cercano a la costa africana, que está a unos 100 kilómetros. El interior del edificio no se puede visitar, pero hay un estupendo mirador sobre el océano al que se accede por una pasarela de tierra protegida por barandillas laterales de madera y que ofrece unas vistas realmente espléndidas.
El Faro desde la punta del mirador.
El balcón cae a plomo sobre el acantilado, pudiendo distinguirse con toda claridad las afiladas rocas que bate el mar con furia. A la derecha, se puede distinguir la parte sur de la isla, que alcanza hasta la península de Jandía. Sin embargo, el sol ya estaba muy bajo y su reflejo dorado impedía distinguir demasiado en esa dirección.
A nuestra izquierda, se apreciaba perfectamente, el Monumento Natural de los Cuchillos de Vigán, una zona protegida por su alto interés científico. Se trata de una cadena de montañas entre dos valles, formadas por la acumulación de coladas volcánicas que se elevaron hasta los 500 metros. Las afiladas aristas que se asoman al océano justifican plenamente su apodo. El paisaje es espectacular y merece la pena llegar hasta aquí para contemplarlo.
Continuamos nuestro viaje hacia el sur. De paso hacia Morro Jable, teníamos previsto parar a la altura del Hotel Meliá Gorriones, para ver atardecer en la Playa de la Barca, pero no pudo ser porque el ocaso del sol nos sorprendió bastante antes de pasar junto al desvío que conduce allí. Sin embargo, la puesta de sol también tuvo su encanto desde la carretera.
Ya de noche (no eran ni las siete de la tarde), llegamos a nuestro hotel, el Occidental (Barceló) Jandía Playa, situado frente a la Playa del Matorral, a unos cuatro kilómetros de Morro Jable, en el que nos alojaríamos dos noches. Pero lo referente al hotel, mejor lo cuento al final, en la etapa dedicada a conclusiones del viaje.
Por la noche, después de cenar en el buffet fuimos paseando hasta el Faro de Morro Jable, que está a unos dos kilómetros del hotel. Pese a que con la oscuridad no se veía el mar, el paseo fue agradable, por un camino cómodo y llano, en una avenida por la que pasa la carretera, con el mar a un lado y una gran zona de bazares, tiendas, hoteles, apartamentos, bares y restaurantes al otro. Quien se decida por Morro Jable para pasar sus vacaciones no tendrá problemas para hacer todo tipo de compras o salir a tomar algo.
Faro de Morro Jable por la noche.