Este día lo esperábamos con especial interés, ya que era el destinado a visitar la famosa playa de Cofete, que tantos comentarios suscita entre la gente que ha estado o se plantea ir a Fuerteventura: y es que la pista de tierra (único modo de llegar) que conduce a ella tiene casi tantas referencias como la propia playa. ¿Se puede o no se puede acceder con un turismo normal? ¿Resulta o no aconsejable hacerlo?
Desde el momento que me propuse visitar Fuerteventura tuve claro que quería ir a Cofete, pero como no somos personas temerarias, había que hacerlo con un mínimo de seguridad. Y al recabar opiniones, las encontré para todos los gustos. Además, se cuenta que los seguros de los turismos de alquiler no cubren los posibles percances que puedan ocurrir en las pistas de tierra. Lo cierto es que me leí el contrato de alquiler con Cicar y no encontré nada acerca de eso, y tampoco nos hicieron ninguna observación al recoger el coche, lo que, al parecer, si les ha pasado a otras personas. No sé, igual como tenemos cierta edad pensaban que no nos aventuraríamos con algunos destinos complicados…
En fin, el caso es que yo quería ir, así que, por si no era posible con el turismo (alquilar un todo terreno se salía de nuestro presupuesto y no nos hacía falta más que ese día), encontré un par de alternativas: ir caminando (hay un sendero de unos 9 kilómetros) o utilizar el servicio municipal de autobuses todoterreno que sale todos los días desde la Estación de Autobuses de Morro Jable. El inconveniente de esta elección era que hay que sujetarse a unos horarios, lo cual no nos apetecía demasiado. Para quien le interese decir que los autobuses salen de Morro Jable todos los días a las 10:00 y a las 14:00 y pasan tanto por la Playa de Cofete como por el Faro de Punta de Jandía. Podéis consultar más detalles en internet.
Al final, los foreros me convencieron de que era perfectamente factible llegar a Cofete con un turismo, lo cual fue todo un acierto, como el resto de sus recomendaciones, que tanto agradezco. Luego, las cosas se complicaron por otro lado.
Tal como amenazaba el pronóstico del tiempo, el día amaneció lloviendo. ¡No podía ser! El único día que daba lluvia en Fuerteventura durante nuestras vacaciones tenía que ser, precisamente, el que habíamos dispuesto para ir a Cofete… Y por eso, precisamente, habíamos reservado dos noches de alojamiento en Morro Jable. En cualquier caso, decidimos cumplir en lo posible el itinerario de la jornada, que era el siguiente:
Itinerario de la jornada.
Faro de Punta Jandía, Playa de Cofete, comida en Morro Jable, Playa de la Barca y puesta de sol en la playa del Matorral.
Faro de la Punta de Jandía.
Después de desayunar en el buffet del hotel, recogimos el coche y decidimos probar a ver qué pasaba. No es fácil que en Fuerteventura se tire todo el día lloviendo, tipo Galicia, así que había que intentarlo. Primero, enfilamos hacia el Faro de la Punta de Jandía, a ver que tal se daba, y luego intentaríamos llegar a Cofete. Pusimos gasolina en Morro Jable (apenas unos céntimos más barata que en los supermercados de la península, lo que nos sorprendió y no gratamente por cierto) porque estábamos ya en la reserva y no era cuestión de arriesgarse con lo que teníamos por delante (ojo con las gasolineras en Fuerteventura, hay zonas en que cuesta encontrarlas). Seguidamente, tomamos la carretera que lleva a Cofete y al Faro.
El día de se presentaba de esta forma tan poco prometedora:
Al principio está asfaltada, pero en apenas un par de kilómetros se convierte en una pista de tierra. El árido paisaje resultaba inquietante con la capa de nubes negras que cubría el horizonte, incluso llegamos a ver un poco prometedor manto algodonoso sobre los montículos que, hacia el oeste, nos separaban de Cofete. Era el colmo que incluso pudiéramos encontrarnos con niebla en Fuerteventura.
Continuamos en dirección al Faro, dejando a nuestra derecha el desvío hacia Cofete, a unos 8 kilómetros de Morro Jable. Había que ir despacio porque la serpenteante pista de tierra no daba para otra cosa y, además, con lluvia. Por el contrario, unos cuantos coches (turismos) nos pasaron a toda mecha como si quisieran emular a Carlos Saínz en sus mejores tiempos… Mira que hay gente imprudente, luego se quejarán de que les ocurren percances y no les cubre el seguro.
Continuamos en dirección al Faro, dejando a nuestra derecha el desvío hacia Cofete, a unos 8 kilómetros de Morro Jable. Había que ir despacio porque la serpenteante pista de tierra no daba para otra cosa y, además, con lluvia. Por el contrario, unos cuantos coches (turismos) nos pasaron a toda mecha como si quisieran emular a Carlos Saínz en sus mejores tiempos… Mira que hay gente imprudente, luego se quejarán de que les ocurren percances y no les cubre el seguro.
Después de un buen rato (se hace un poco largo el camino, son unos 20 kilómetros de pista de tierra), vimos la línea costera con el poste alargado del faro en su extremo y una esperanzadora pequeña mancha azul en el cielo.
Cerca de la pequeña localidad del Puertito de la Cruz, la pista de tierra recuperó el asfalto hasta el mismo faro, situado en la punta sur de la Península de Jandía. El paisaje a nuestro alrededor era realmente estremecedor. El viento soplaba con mucha fuerza, pero afortunadamente había dejado de llover.
El Puertito de la Cruz.
Llegando al faro ya por pista asfaltada.
El faro entró en funcionamiento en 1864 y su función era guiar a los barcos que se dirigían desde Europa a las costas africanas. Durante algún tiempo albergó un Centro de Interpretación del Parque Natural de Jandía, pero actualmente está cerrado. Sin embargo, merece la pena llegar hasta aquí para contemplar el descarnado paisaje que nos ofrece la punta. Además, se tiene una vista muy bonita del Puertito de la Cruz y sus alrededores.
Caminamos un rato por los alrededores, llegando hasta un hito, desde donde se podían ver la costa que cierra la isla, baja pero con afilados rompientes. El terreno estaba plagado de corazones formados con piedras, no sé si éste es un lugar mágico para los enamorados. También me llamó la atención un grupo de personas que llegó en un todo terreno a toda velocidad hasta el mismo hito, se bajaron, se subieron al hito, se hicieron una foto de lo más sonrientes y salieron disparados nuevamente a bordo de su vehículo… En fin, cada cual vive las vacaciones a su manera, por eso a menudo resulta muy complicado aconsejar. Desde aquí es posible tomar una pista que sale a la izquierda para alcanzar otros paisajes interesantes, como la Playa del Pesebre y la Caleta de la Madera. Pero tal como estaba el tiempo, preferimos ir directamente hacia Cofete.
Playa de Cofete.
Retrocedimos por la carretera, recuperamos la pista de tierra y llegamos hasta la señal que indica el desvío hacia Cofete. Las nubes seguían mostrándose amenazadoras pero no llovía. Enseguida empezamos a ganar altura, la pista era incómoda pero yendo despacio no presentaba especiales complicaciones, si bien nuevamente nos adelantaron algunos presurosos. Por cierto que hay tráfico en la zona, no excesivo, pero es un sitio más concurrido de lo que cabría esperar por su remota ubicación, al que acude bastante gente atraída por la fama de la playa más salvaje y recóndita de Fuerteventura.
Rumbo a Cofete.
Antes de lo que nos hubiéramos imaginado (dos kilómetros que transcurrieron deprisa), apareció el Mirador de la Degollada de Agua Oveja. No queda mucho sitio para dejar el coche, pero parar, hay que parar. Desde aquí se obtiene una primera vista espectacular de Cofete, el arco de su inmensa playa y los montículos que la cierran, incluyendo el Pico de la Zarza, el más alto de la isla con sus 807 metros de altura.
Aquel día tan nublado no era el mejor para vislumbrar las mejores perspectivas, pero tenía su encanto con el contraste gris de las nubes, el marrón de la tierra, el turquesa del agua y el azul profundo del cielo que se abría, despejado, mar adentro.
Desde aquí se aprecia también muy bien la pista de tierra que continua, serpenteando por el acantilado, hacia las inmensas arenas de una playa que se extiende a lo largo de más de 12 kilómetros. Nuevamente decir que, aunque la pista tiene muchos baches y algunas piedras, conduciendo con cuidado no tiene por qué haber ningún peligro, prestando mucha atención, eso sí, a los impacientes que se creen que la pista les pertenece en exclusiva. Por el camino vimos los cactus típicos de la isla, denominados “cardones”, que se encuentran protegidos.
Aquí se ve bien la pista que baja a la playa.
Esto es lo que teníamos a nuestra espalda, desde el mirador.
Esto es lo que teníamos a nuestra espalda, desde el mirador.
Los cactus protegidos.
Por si tenéis dudas del, terreno, pongo unas fotos para que veáis el estado de la pista que nos encontramos y que, quizás, os ayude a decidir si llegar hasta allí o no.
Poco después empezamos a divisar, la aldea de Cofete a nuestra izquierda, y al fondo, a la derecha, la famosa y enigmática Casa de los Winter.
Pasada la aldea, hay una pista que baja a la playa y otra que sube a la Casa. La que va hasta la casa se encuentra en bastante peor estado y, al final, hay bastantes piedras; es poco más de un kilómetro así que se puede subir a pie, pero mi marido se empeñó en llevar el coche hasta arriba, donde hay un aparcamiento. La verdad es que no tuvimos demasiados problemas, yendo despacio y con precaución, por supuesto. Sin embargo, insisto en que este tramo puede estar en muy malas condiciones.
La Casa o Villa de los Winter fue construida en 1946 por el ingeniero alemán Gustav Winter, que por entonces tenía arrendada toda la península de Jandía. Siempre ha estado rodeada de un halo misterioso, siendo foco de novelas, cuentos de espías y leyendas esotéricas. Se ha dicho que fue una base de aprovisionamiento de submarinos alemanes durante la II Guerra Mundial (lo cual resulta imposible dado el escaso calado que existe frente a la costa), que aquí se escondieron nazis huidos tras el fin de la guerra de camino hacia Sudamérica o que fue lugar de encuentro entre Franco y Hitler. En fin, mil historias, la mayoría sin fundamento. Lo que resulta indudable es que la casa está situada en un lugar privilegiado, en un alto sobre una playa inmensa, frente al mar, dominando un paisaje fabuloso y salvaje, bañado por el sol y barrido por el viento. Tiene dos plantas, una torre y un balcón con unas vistas sensacionales; además, existen pasadizos y subterráneos ocultos. Fue renovada en 1985, se dice que con idea de instalar allí un restaurante o un hotel, lo que nunca se ha llevado a cabo. Actualmente, se encuentra en un estado bastante precario, existiendo versiones diferentes según se pregunte a unos u a otros, en un debate en el que prefiero no entrar por puro desconocimiento.
Se puede visitar (lo visitable en cada momento) por la voluntad. Y resulta interesante hacerlo y pasearse por donde es posible, asomándose al balcón desde donde se disfruta de un paisaje soberbio que se pierde en un compendio de horizontes.
Playa de Cofete.
Volvimos a la pista principal y tomamos la que se dirige a la playa, que se encuentra junto a un antiguo y pequeño cementerio. Existe un amplio aparcamiento, pero hay que tener cuidado al dejar el coche, ya que puede hundirse en la arena y quedar atascado.
La Playa es inmensa hacia un lado y otro, por atrás y por delante, da la sensación de no terminar y produce el sentimiento extraño de habitar en un lugar ajeno a la vida diaria en que nos movemos, un lugar diferente. Teníamos pensado hacer una caminata hasta el islote, pero las nubes volvieron a cerrarse y empezó a lloviznar; así que nos conformamos con caminar por la orilla, sin siquiera mojarnos los pies porque el oleaje era muy fuerte, hacía fresco y no apetecía mojarse. Por cierto, no puedo pasar por alto el insistir en lo sabido, que es una playa muy peligrosa y, por lo tanto, no está recomendada para el baño; sin embargo, resulta una maravilla para patearla y conocerla, recreándose en su belleza salvaje.
Allí me encontré con una chica que viajaba sola y que me pidió que le hiciera una foto. Puede que fuésemos los únicos españoles en aquel momento, allí. Era de Madrid, de Torrejón, ¡qué curiosa coincidencia! Me dijo que ya se marchaba al día siguiente y que no dejásemos de visitar el Mirador de los Canarios.
Pensamos en quedarnos a comer en el pequeño restaurante de Cofete, pero al final decidimos volver a Morro Jable ante la incertidumbre de la climatología. No nos apetecía que empezase a llover y que el camino de tierra empeorase su estado. De hecho, cerca de Morro Jable nos cayó un diluvio, si bien duró apenas cinco minutos. Por cierto, que nos cruzamos con el autobús municipal todoterreno que iba hacia Cofete. Cuando aparcamos nuestro coche, daba pena verlo: parecía una croqueta, rebozado de barro.
Morro Jable.
Teníamos la intención de comer en el restaurante de la Cofradía de Pescadores de Morro Jable, como nos habían recomendado. Sin embargo, nos equivocamos de entrada y cuando quisimos darnos cuenta ya habíamos pasado el Puerto, así que dejamos el coche cerca de la plaza de la Atalaya, donde se encuentra la Iglesia y bajamos hasta la playa por unas escaleras que parten de un mirador que ofrecía unas vistas fantásticas.
Pese a las construcciones modernas, el color del agua era inimaginable y lo redimía todo. Imposible captarlo con la cámara de fotos (al menos yo no fui capaz). No podías dejar de contemplar ese agua y sus matices turquesas.
Ya era tarde y los restaurantes estaban llenos. No nos podíamos permitir seleccionar demasiado o nos quedaríamos sin comer. Encontramos una mesa libre (se acaban de marchar los anteriores clientes) en el restaurante La Laja. No es uno de los especialmente recomendados, pero su ubicación, a un palmo del mar, frente a aquellas aguas turquesas increíbles era todo un reclamo. Así que nos acomodamos allí, deleitándonos con la vista del agua. Tomamos sendas sopas de tomate, mojos y un pescado fresco que nos prepararon con ajos, las típicas papas y ensalada. Nos dieron a elegir entre varios pescados y escogimos uno de ellos (no sé cuál, los nombres que les dieron nos resultaron inidentificables). Nos gustó la comida, lo peor fue la sangría, un tanto simplona. Con postres y cafés, salió por 45 euros. Por cierto que tuvieron el detalle de advertirnos de que estábamos pidiendo demasiada comida, lo que nos evitó un empacho y un gasto extra. Un gesto para agradecer.
Después fuimos a dar una vuelta por el Paseo Marítimo de Morro Jable, que se encuentra paralelo a la playa. Estaba muy concurrido, el tiempo había mejorado de golpe y lucía el sol. Los colores de agua del mar continuaban siendo preciosos. Me gustó la playa para caminar y decidimos ir por la tarde.
También vimos parapetadas en un murete de piedra a las ardillas invasoras, a las que en todas partes pone que no se debe alimentar: da pena, pobres animalitos. Es un problema muy grande la introducción de especies ajenas al hábitat natural por parte de los humanos ya sea por ignorancia, descuido o razones mucho peores como el abandono
Ya cerca del Faro de Morro Jable, que se encuentra justo donde la costa hace un ángulo de casi noventa grados, vimos expuesto el enorme esqueleto de un cachalote que quedó varado en esas aguas hace algún tiempo.
Playas de Sotavento: Playa de la Barca.
Antes de volver al hotel para cambiarnos, nos acercamos con el coche hasta las Playas de Sotavento, donde se encuentra el Hotel Meliá Gorriones. Aparcamos el coche y fuimos caminando hasta la Playa de la Barca. Dicen que es una playa muy ventosa, lo que no era el caso ese día pues apenas se movía una mota y los surfistas iban de un lado a otro con sus tablas como almas en pena. Existe una barrera de arena situada entre 100 y 200 metros, que forma una laguna natural. La zona se inunda con las mareas y resultaba complicado divisar la línea marina, allá, a lo lejos, porque en ese momento había marea baja y se podía caminar tranquilamente. Existen banderolas rojas señalando las zonas de peligro.
La playa es enorme y hermosa, aunque no responde a lo que suele atraerme especialmente de una playa. Me alegré de no haber elegido esta zona. El enorme hotel con sus palmeras postizas me pareció un elemento extraño varado en un inmenso montículo de tierra. Fue curioso captar con la cámara una típica instantánea de playa caribeña, con sus falsos cocoqueteros. Las playas de Fuerteventura son tremendamente hermosas por sí mismas y no creo que haya que compararlas con las del otro lado del océano. ¿Las mejores playas caribeñas en España? No, por favor: las preciosas playas de Fuerteventura, sencillamente.
Playa del Matorral o del Saladar. Faro de Morro Jable.
Volvimos al hotel, nos cambiamos de ropa y bajamos a la playa que está frente por frente del Hotel Barceló Jandia Playa. Se tarda un ratito en llegar (seis o siete minutos). Además de atravesar el propio hotel (depende de donde esté el alojamiento habrá que caminar más o menos, nosotros estábamos cerca de la salida a la carretera, pero alejados del restaurante), hay que cruzar una zona comercial, bajar a la calle por unos ascensores, cruzar la carretera (se puede ir por un subterráneo) y encontrar el paso hacia la playa a través de la zona de matorrales (espacio natural protegido que no se puede pisar, compuesto por vegetación que soporta el agua salada). Existe un camino justamente frente al hotel, aunque para llegar a la línea costera hay que atravesar una zona inundada, con lo que tuvimos que mojarnos antes de tiempo.
Playa del Matorral y accesos desde el hotel. La vegetación está protegida y no se puede pisar.
Zona inundada por la que hay que pasar para llegar a la playa.
Zona inundada por la que hay que pasar para llegar a la playa.
Mereció la pena la pequeña caminata hasta alcanzar la orilla. Hacía muy buena temperatura, aunque no estorbaba el chubasquero. Casi daban las seis y el agua estaba fresquita, pero no molestaba en los pies. Estábamos prácticamente solos: una playa inmensa a disposición de unos pocos. A otras horas, en otras épocas, imagino que será otro cantar.
Parte opuesta al faro, que quedaba a nuestra espalda.
Rumbo al faro:
Ya de noche, alcanzamos el faro.
Rumbo al faro:
Ya de noche, alcanzamos el faro.
Fuimos caminando hacia el Faro, contemplando una preciosa puesta de sol. Los atardeceres están entre los mejores recuerdos que me he traído de Fuerteventura.