3 de junio de 2019
Un amago de resfriado debido a los cambios de sol a sombra, de frío a calor, ha provocado que esta segunda y última noche en Sevilla sea algo más dura que la primera. Sin haber descansado tanto como nos gustaría, cumplimos lo previsto y a las 8:29 estamos ya saliendo del piso dejando dentro de la llave, tras haber vuelto a cerrar el sofá cama y devuelto el colchón a su lugar original como si nada hubiera ocurrido.
Para el desayuno de hoy hemos pensado visitar un local que, a nuestro paso por delante suyo en días previos, nos ha llamado la atención. Se llama Dulce Trazo y se encuentra a escasa manzana y media del que hasta ahora había sido nuestro portal, y sus carteles anuncian apetecibles tartas y desayunos.
Pedimos un smoothie de fresa y plátano, un frappuccino de vainilla, una tostada de pan de semillas con tomate y una pasta con chocolate a ritmo de Last Dance sonando a través de Kiss FM por la radio del local. Nos atiende una camarera que podría ser la versión sevillana de Frances McDormand. El desayuno está bueno, aunque esperábamos algo todavía más espectacular para nuestro paladar.
Dulce Trazo
El desayuno
Volvemos a la calle y recorremos de nuevo un camino que ya es conocido: el que separa esta zona del casco antiguo de la Plaza del Triunfo frente a la Catedral. La diferencia está en que hoy no vamos hacia ella, si no a la construcción vecina del Real Alcázar. La segunda diferencia es que hoy no estaremos solos. Nos acompañarán durante nuestras últimas horas de viaje y ya están esperándonos en la plaza mis padres y una prima de mi madre, aprovechando la coincidencia de que estemos todos pasando unos días en Sevilla simultáneamente.
Nos encontramos a las 9:00, todavía con 30 minutos de margen respecto a la hora de nuestras reservas para acceder a un Alcázar frente al que no hay prácticamente nadie esperando para entrar. Aprovechamos ese margen para entrar de nuevo a la Catedral con la esperanza de poder acercarnos a la tumba de Cristóbal Colón, pero su acceso sigue restringido al público igual que ayer. Estamos de nuevo frente al Alcázar a las 9:20 y… una enorme cola ha aparecido de forma espontánea frente a las puertas. Y no hablamos solo de la destinada a aquellos visitantes sin reserva previa: los que tenemos los deberes hechos también nos contamos por decenas, cantidad que sube y sube según van llegando numerosos grupos y se unen a la espera.
Afortunadamente cuando a las 9:30 se abre el acceso nuestra fila avanza mucho más rápida que la de los que deben pasar previamente por taquilla. Nuestro trámite de entrada se limita a pasar los controles de seguridad y pasar por los tornos el código de barras que ya traemos impreso. Para nosotros el coste ha sido de 12,5 euros por persona. Para mi padre, por ser jubilado, el precio se reduce a 3 euros. Para mi madre y su prima, por ser nacidas y/o residentes en Sevilla, el acceso es gratuito.
El Real Alcázar de Sevilla es un palacio con más de 1000 años de historia, si bien su origen islámico dio paso a convertirla en lugar de ceremonias y residencia oficial de la realeza española. En su pasado más reciente, algunos de sus jardines e interiores han trascendido más allá de nuestras fronteras gracias al rodaje de varias escenas de Juego de Tronos ubicadas en la región ficticia de Dorne.
La primera mitad del recorrido consiste en perderse por los numerosos patios y estancias que conforman la edificación. Muchos de esos pequeños cuartos quedan algo deslucidos ante la ausencia de mobiliario, siendo las zonas de paso las que más llaman la atención a los turistas gracias a los detalles de sus paredes, sus columnas, sus techos o en el caso de la joya de la corona, la zona que mejor respeta los orígenes musulmanes en forma de patio que combina vegetación, coloridas baldosas, un canal artificial atravesando de lado a lado y una balconada en la planta superior a lo largo de todo el perímetro.
Sala de la Justicia
Patio de la Montería
Una de las muchas y descomunales pinturas
Otro patio de cuyo nombre no puedo acordarme
El Patio de las Doncellas, la joya de la corona
Luchando contra las luces y sombras
¿Creíais que no había venido?
Bóvedas en el interior
Tragaluces rodeados de artesanía en las paredes
Innegable la influencia árabe
Más arcos dando acceso a más salas
El Patio de la Montería, desde la planta superior
La segunda mitad invita a los visitantes a recorrer unos jardines cuya extensión multiplica en varios factores la de la zona edificada. Habiendo recorrido al detalle los interiores llegamos a esta fase de la visita algo cansados, pero afortunadamente las nubes cubren el sol haciendo algo más apetecible el rato que pasamos explorando los principales jardines y el laberinto levantado a base de plantas y flores. Pasamos entre 30 minutos y una hora disfrutando del ambiente festivo, hasta que decidimos emprender el camino hasta la salida y nos cruzamos con un grupo escolar que está sembrando el caos en un estanque en el que los peces y los patos se desplazan alborotados.
Conectando con los jardines
Paseando por el laberinto
Los jardines que rodean el Pabellón de Carlos V
Más detalles del exterior
La fuente donde se enamoran Myrcella Lannister y Trystane Martell
Antes de hacer la pausa para comer, nos queda la última visita que tenemos programada en nuestra agenda. En este caso no es tanto una visita de interés turístico como de interés simbólico: en el cercano Barrio de Santa Cruz se encuentra el portal y las estrechas calles por las que mi madre pasó gran parte de su infancia y yo no quiero perderme la oportunidad de visitarlas, menos aún teniendo la inigualable ocasión de hacerlo en su compañía. Nos topamos con algunos grupos organizados que hacen especialmente complicado transitar por las calles de apenas un metro de amplitud, pero finalmente conseguimos alcanzar el portón azul de la calle Lope de Rueda que andábamos buscando. La sonrisa risueña de mi madre cuando se encuentra frente a su pasado justifica con creces haber venido hasta aquí.
Las chicas del barrio
No es de las calles más estrechas del Barrio de Santa Cruz
El antiguo número 8 de Lope de Rueda
Son las 12:30 y, aunque todavía pueda parecer algo temprano para comer, a todos nos parece buena hora para sentarnos y calmar la sed. Además, resulta que por pura casualidad el local que tenemos apuntado en nuestras notas está literalmente a cuatro pasos de nosotros. Se llama Las Teresas y consiste en un interior alargado en el que unas pocas mesas acompañan a la barra, y unas pocas mesas de madera en una calle que ya es estrecha de por sí. Nos sentamos pero sería para menos tiempo del esperado, ya que hay obras en la calle y eso, unido al hecho de que hasta dentro de media hora la cocina no abre, no nos invita a estar aquí esperando a que lleguen los platos. Nos tomamos la primera ronda de cañas de cerveza y refrescos junto a una tapa de quesos, y decidimos probar suerte en esa calle Mateos Gago siempre surtida de lugares donde poder comer bien.
El destino hace que el local que más nos atraiga por lo que ofrece en sus pizarras de la puerta sea Casa Tomate, situado literalmente al lado de la taberna en la que L y yo comimos ayer a solas. Nos espera en el interior un amplio salón adornado con motivos musicales, en su mayoría fotografías de guitarras flamencas. Aquí sí, la cocina está ya abierta y esperando a que decidamos qué escoger de entre una bien surtida carta. Y no nos privamos de nada: hasta seis generosas raciones (media ración de todo lo que se puede y ración completa de lo que no queda más remedio) de ensaladilla, croquetas, berenjenas fritas con miel, crujiente de patatas y langostinos, chocos fritos y carrillada ibérica. Unos platos mejores que otros, pero todo de muy buen nivel. Sumado a las bebidas -que fueron algo más de las seis iniciales-, elevan la cuenta a 62 euros, apenas 10 por cabeza. Justísimo precio.
Echando el resto en Casa Tomate
Son las 14:00, y nuestra hora límite para coger el autobús de vuelta al aeropuerto son las 17:00. Utilizamos esas tres horas para, con absolutamente todo el margen del mundo, volver hasta esa pastelería La Campana que ayer pasamos de largo durante la hora del desayuno. Recorremos por última vez la plaza del Ayuntamiento y la calle Sierpes, en relativa tranquilidad gracias a que muchos de los comercios permanecen cerrados a esta hora. Alcanzamos el local, del que esta vez sabemos de antemano que sí dispone de terraza exterior en la parte trasera del edificio. Cada uno elige uno de los apetecibles postres del mostrador. Yo me quedo con el milhojas de turrón, anunciado como una de las opciones más tradicionales. Rico, pero también empalagoso. Lo acompañamos de cafés y alguna horchata y pagamos unos 30 euros que en comparación con el precio de la comida se antojan un poco excesivos.
A los pies de La Giralda
Elija su pecado
Milhojas de turrón
Con esta inyección de dulce en nuestro estómago, ya solo queda caminar a paso muy tranquilo hasta la estación de Plaza de Armas en la que cada pocos minutos un nuevo autobús sale hasta el Aeropuerto de San Pablo. Llegamos con tiempo suficiente para pasar 30 minutos sentados y charlando en el vestíbulo de la atención, hasta que llega el momento de bajar al andén, pagar de nuevo los 4 euros por persona en efectivo, y despedirse de nuestra compañía para el día de hoy. Finalmente cogemos el turno de las 16:27, y a diferencia de durante la ida esta vez tenemos la posibilidad de sentarnos y disfrutar de las vistas del recorrido durante la algo más de media hora que dura el trayecto. Es aquí, sentados y con el sol incidiendo por la ventana, cuando el cansancio acumulado en las últimas 48 horas empieza a hacer mella y nos comenzamos a venir abajo.
Pasamos el control de seguridad del Aeropuerto de San Pablo poco más tarde de las 17:00, con todo el tiempo del mundo para localizar y esperar frente a la puerta de embarque de nuestro vuelo que despegará dos horas más tarde. Hay bastante gente por los pasillos, pero nada comparado con lo que podría uno encontrarse en Barajas, El Prat o Son Sant Joan en la primera semana de junio. El vuelo sale puntualmente y nos ofrece a su salida unas últimas vistas a la provincia de Sevilla. Hora y media más tarde, la vista por la ventanilla da paso a un manto de nubes que lleva todo el día ocultando la isla de Mallorca.
Adiós, Sevilla
Hola, nubes en Mallorca
Son las 21:00 cuando estamos de vuelta en el recibidor de nuestra casa, dos días y medio después de que saliéramos con el objetivo de visitar Sevilla. Ciudad que ha cubierto nuestras expectativas y que, días después según estoy redactando este diario, ya empiezo a añorar. Pero para eso están las decenas de fotografías que quedan para el recuerdo.