6 de septiembre de 2018
Mapa de la etapa 5
Nos desperezamos a las 6:15 deseando que ninguna otra jornada del viaje requiera un madrugón tan escandaloso como el de hoy. La habitación de la Casa Rural Marín en Hecho pasará por nuestro diario sin pena ni gloria: una ducha decente, una cama suficiente, manipular lo mínimo posible el equipaje y a por un nuevo día. Salimos sin siquiera desayunar y siguiendo las instrucciones de la anfitriona de dejar las llaves en el buzón junto a la entrada desde la calle. El motivo de esta salida tan apresurada es que nuestro plan para hoy es visitar las praderas de Aguas Tuertas, sabedores de que si bien existe un aparcamiento junto al camping ubicado en la pista forestal que conecta con ellas, existe la posibilidad de avanzar cuatro kilómetros más con cautela y ahorrarse así esa distancia tanto para la ida como para la vuelta. Pasar de una excursión de 14 kilómetros a una de tan solo 6 es una recompensa que bien merece el esfuerzo. Solo lamento que tras haber llegado a Hecho en plena tormenta y abandonarlo todavía bajo el manto de la noche, no voy a tener posibilidad de hacerle unas cuantas instantáneas a un pueblo que se intuye debe ser bastante fotogénico cuando le baña la luz del sol.
No son todavía las 7:00 cuando estamos echándonos ya a la carretera acompañados de una niebla en algunos tramos bastante densa que obliga a ser todavía más prudente a la hora de conducir. Somos las únicas almas en pie cuando superamos las localidades de Siresa y Selva del Ozo. Alcanzamos el aparcamiento junto al camping tras unos dos kilómetros que ya habían presentado algunas dificultades, y temiendo por cómo deben ser los cuatro restantes. Pero a veces olvidamos que ya tenemos algo de experiencia en estos escenarios, especialmente gracias a sendas visitas a Islandia en las que no nos privamos de alcanzar algunas cascadas pese a lo difícil que lo ponían sus pistas de acceso -ejem, Háifoss-. Tras sortear varias decenas de baches, grandes rocas que sobresalen del piso y algunos charcos de profundidad misteriosa a las 7:45 hemos conseguido alcanzar el final de la vía transitable. Se nos ha ido la mano con lo de llegar pronto, y somos los primeros en aparcar. Pasada la incertidumbre de poder llegar hasta aquí, nos lo tomamos ahora con mucha más calma para desayunar, preparar dos pequeños bocadillos para la mañana y ponernos alguna capa más de ropa ante los nueve grados que marca el termómetro. Todavía estamos enfrascados en los últimos preparativos cuando aparece un Renault Clio del que se baja otra pareja y sigue un ritual similar al nuestro. Echan a andar antes que nosotros, que no comenzamos a caminar hasta las 8:30.
Preparándonos para arrancar
La ruta hasta Aguas Tuertas no tiene pérdida, ya que consiste en seguir a pie por la misma pista de tierra que nos ha traído hasta aquí sobre ruedas. Pista que en ningún momento deja de ascender, si bien lo hace con una pendiente lo suficientemente suave como para poder mantener un ritmo constante. Cada vez que giramos la vista hacia atrás, la altura ganada y el aumento de la luz natural hacen que la panorámica sea mejor que en la parada anterior. Cuando alcanzamos lo que parece el final del valle, debemos escoger entre dos opciones para el último y más pronunciado tramo de subida hasta alcanzar Aguas Tuertas. La primera consiste en seguir por la misma pista, que hace ahora un rodeo para poder ganar la altura de forma gradual. La segunda nos invita a abandonar la pista y comenzar a ganar altura a través de piedras y escalones naturales que nos harán alcanzar el collado ante nosotros en muchos menos pasos -tantos como un kilómetro menos-. Nos decidimos a hacer la versión dura ahora, y dejar la versión suave para un regreso mucho más pausado. Cuando alcanzamos el collado también damos caza a nuestros precursores, y cruzamos el paso cercado justo después de ellos para pasar al otro lado. Son las 9:35 cuando Aguas Tuertas se aparece ante nosotros.
Encarando la subida final...
... y subiéndola
Basta con un simple vistazo para entender por qué hemos incluido Aguas Tuertas en nuestro itinerario. Su extensión, su forma en U, la perspectiva de los miradores ya desde su inicio y, lo más importante, el serpenteante río que traza numerosas curvas a lo largo del valle hacen de esta postal algo totalmente diferente a cuánto se puede visitar a lo largo de los Pirineos. Los colores no son tan intensos como los que hemos podido ver en algunas fotografías tomadas en pleno verano y lo encontramos cubierto de un manto de nubes que le impide jugar con las luces y sombras del sol, pero aún con todo la visita queda más que justificada. Pasamos el homónimo refugio situado a nuestra izquierda y avanzamos unos pocos metros por su lado derecho, en lo que se sería el inicio de una ruta que llega hasta el Ibón de Estanes pero cuya longitud y desnivel a superar no encaja en nuestra agenda y forma física. Paramos aquí durante unos primeros minutos, pero enseguida vemos que el mirador ideal está a nuestra izquierda, centrado y todavía más elevado.
Aguas Tuertas
La pequeña cabaña de pastores tras alcanzar el collado
Encontramos el punto idóneo y establecemos aquí lo que será nuestro campamento base durante más de una hora. Dejo una de las cámaras disparando hacia el valle con la esperanza de conseguir un vistoso “timelapse” y mientras tanto descendemos hacia la izquierda, donde las aguas del Río Subordán abandonan la pradera y siguen su curso en paralelo a la pista por la que hemos subido. Aquí encontramos el Dolmen de Aguas Tuertas, una rudimentario construcción de tres rocas cuyo origen se calcula hace 5.000 años. Con la tranquilidad que nos brinda la ausencia de más gente -la otra pareja sí ha continuado la ruta hasta el Ibón- y con la esperanza de que el cielo que a nuestra espalda está totalmente despejado vaya ganando terreno a las nubes que cubren la pradera, permanecemos aquí bastante rato sin abandonar ningún momento este extremo del valle.
Inmejorable mirador
Yo me encargo...
El dolmen de Aguas Tuertas
Panorámica desde el dolmen
Esperando al cartero
Los residentes del lugar (I)
El Subordán, antes de empezar a serpentear
Los residentes del lugar (II)
Las nubes se resisten a disiparse y cuando ya llevamos más de una hora en el lugar decidimos que es el momento de regresar. Antes de caminar hacia el refugio, ganamos un poco más de altura para ver el valle contiguo por el que hemos venido con la mejor perspectiva posible. Resulta que este ascenso era también el más conveniente para el propio Aguas Tuertas, del que ahora podemos abarcar todavía más extensión con la mirada. Además el momento coincide con la primera vez en la que algún tímido rayo de sol se atreve a iluminar las vacas que permanecen junto al río, pero no parecen seguirle otros y las nubes vuelven a prevalecer. Más fotos mientras vemos como ya empieza a llegar más gente hasta el refugio y llega el momento de emprender el camino de vuelta cuando el reloj pasa de las 11:00.
Da pena darle la espalda
Aunque al otro lado del collado tenemos esto
Tomando la versión larga pero más suave para evitar ese empinado atajo que no haría ningún bien a nuestras rodillas en el descenso, no llegamos de nuevo a nuestro coche hasta las 12:15, tan rodeado de cencerros y mugidos como a primera hora de la mañana. Lo que a nuestra salida eran dos vehículos ahora ya son doce, pero hasta el aforo calculado de más de 30 automóviles todavía hay sitio de sobra. Nos podríamos haber ahorrado madrugar tanto.
La jornada de hoy tenía dos objetivos: el primero, visitar Aguas Tuertas, lo hemos cumplido con creces. El segundo consistía en recorrer en coche el Valle de Ansó con una pequeña incursión en Navarra, sin estar muy seguros de qué nos íbamos a encontrar o dónde íbamos a poder parar. Para hacerlo primero regresamos hasta Hecho, por esa misma carretera bacheada por la que ahora, sin niebla y con la luz del sol, es mucho más sencillo transitar. Desde Hecho cogemos el desvío hacia Ansó y una bifurcación nos obliga a elegir en qué sentido rodearlo. Sin mucho tiempo para pensar según se acerca la señal, en un impulso giro a la derecha por ser el camino ascendente y seguir la máxima de “cuánto más arriba, mejores vistas”. Es probable que aquí naciera el error que nos impidió disfrutar del valle en mayor medida.
Al girar a la izquierda, el recorrido circular alrededor del valle tiene lugar en sentido antihorario. Esto implica que las vistas panorámicas quedan a nuestra izquierda y, por lo tanto, hacer paradas rápidas en el arcén o los pequeños ensanches de la carretera no es una práctica tan cómoda y segura como si circulásemos en sentido contrario. Por ese motivo vemos como el valle va quedando bajo nosotros pero no podemos detenernos a contemplarlo con más calma.
El camino nos lleva, todavía en territorio oscense, a la entrada al Valle de Zuriza. Y lo que vemos desde los asientos del coche nos gusta, pero volvemos a cometer otro error. Justo en este punto un desvío a la izquierda indica el camino para entrar a Navarra, y siendo como es uno de los objetivos de esta ruta decidimos tomarlo en lugar de dedicar unos minutos a parar dentro del valle. De ese modo pasamos de largo la posibilidad de visitarlo. Con el giro hacia Navarra empieza una nueva ascensión, por lo que retomamos la esperanza de encontrar un buen mirador que nos permita bajar del coche y admirar las vistas. Pero nada más lejos: el límite entre Aragón y Navarra tiene lugar en un pequeño altiplano rodeado de vegetación que no ofrece vistas a ningún sitio en particular, y no queda más que hacer que seguir la carretera. La última decisión es si continuar conduciendo hacia el sur para seguir recorriendo carreteras en Navarra, o girar a la izquierda allí donde las señales indican el camino de regreso a Ansó, completando así el recorrido circular al valle. Nos decidimos por lo segundo y la decisión nuevamente no nos recompensa con ninguna vista relevante. Lo único digno de mención es que se hace muy evidente el nuevo cambio de Comunidad Autónoma, estando en muchas mejores condiciones el asfalto en la parte navarra que en la aragonesa.
Navarra por este lado...
... y Huesca por este otro
Terminamos el círculo alrededor del valle, habiendo disfrutado del paseo pero algo frustrados por no haber colmado las expectativas. Por solo dos kilómetros no volvemos a entrar en Hecho -el cuál, según qué cartel leamos, lo encontramos con H o sin ella-. Ponemos ahora rumbo a Jaca donde a las 15:10 y gracias a unas agradecidas carreteras nacionales exentas de curvas, nos espera un McDonalds que nos resulta muy oportuno para hacer la pausa para comer. Con el estómago lleno saltamos de Jaca a Sabiñánigo para volver a recaer en el supermercado Mercadona en el que hoy sí podemos hacer una compra más generosa teniendo en cuenta que al final de la jornada nos espera un apartamento con nevera y cocina. Dicho alojamiento pertenece a los Apartamentos Casa Isabale de Biescas, población de trágico recuerdo -camping, crecida del río…- que nos recibe a las 18:00 y para variar lo hace con lluvia.
Tras dejar el coche en un parking particular junto al edificio lo que nos espera es probablemente el mejor alojamiento de todo el viaje. Un piso en toda regla situado en la segunda planta, de generosas dimensiones con un buen dormitorio, baño suficiente y un generoso salón con lavadora y cocina además de un pequeño balcón con vistas al campanario de la iglesia. Viendo que vuelve a salir el sol, me ducho a toda prisa y vuelvo a la calle cámara en mano antes de que el cielo cambie de opinión.
Biescas resulta ser un lugar muy agradable para pasear. Conserva el encanto de un pueblo de montaña y ha sabido camuflar la cantidad de servicios turísticos disponibles, no siendo tan evidente la explotación de sus calles más comerciales hasta que te fijas en el interior de los locales. En apenas un par de minutos me planto en la plaza de un desmejorado Ayuntamiento que sirve de antesala al puente sobre el Río Gállego que une las dos mitades del pueblo. Los alrededores del río son lo más vistoso del recorrido. Regreso sobre mis pasos y voy más allá para subir hasta la iglesia, donde la panorámica permite ver los uniformes tejados y fachadas de todo el pueblo.
Con estas vistas desde casa, como para no salir
La Plaza del Ayuntamiento
Una calle cualquiera naciendo de la plaza
Y el inevitable Río Gállego
El río separa las dos mitades del municipio
Otro detalle del Ayuntamiento
La Calle Mayor, la más comercial
Nuestra vecina iglesia, ahora desde abajo
Las vistas desde la Iglesia
Parroquia del Salvador
Vuelvo ya al apartamento donde solo queda disfrutar de las instalaciones, la tranquilidad y concretar los planes para mañana. Planes que relajamos mucho respecto a los originales, ya que decidimos descartar la subida a los Ibones de Ordicuso con tal de dar un descanso a las piernas -queda mucho por hacer en futuras fechas- y en su lugar dedicar la jornada a visitas más cortas y asequibles esparcidas por todo el Valle de Tena. Nos planteamos si disfrutar de las instalaciones del cercano Balenario de Panticosa, pero los 32 euros por persona que cuesta realizar el circuito termal de 90 minutos se nos antojan excesivos.
El día termina con una última maniobra. Mientras nos familiarizábamos con el apartamento, ambos coincidimos con que el colchón de la cama de matrimonio era algo duro para lo que estamos acostumbrados. Sin embargo, el sofá del salón es terriblemente cómodo, por lo que nos preguntamos si en realidad será un sofá-cama… y resulta que lo es. Sin embargo el salón tiene el inconveniente de recibir más ruidos del exterior, ya que el balcón apunta a una zona de paso en la que constantemente se oyen conversaciones. Así que decidimos quedarnos con lo mejor de ambos mundos, abrir el sofá-cama, coger su colchón y colocarlo encima de la cama. Con la promesa de dejarlo todo como estaba cuando abandonemos el apartamento dentro de dos días, apagamos las luces del dormitorio tras cerrar la ventana para evitar que entren unas moscas que esta noche en Biescas parecen estar alteradas.