Este es uno de esos lugares pintorescos que no mucha gente conoce y menos aún visita pese a encontrarse en una región tan turística como Murcia, que tiene mucho más que ver que sus famosas playas. Me enteré de su existencia por casualidad, leyendo una revista de viajes, y con lo que me gustan este tipo de paisajes semidesérticos, enseguida lo incluí en nuestra siguiente incursión por una provincia a la que solemos ir bastante a menudo.
Ubicación del Barranco de Gevas en el mapa peninsular según Google Maps.


Los Barrancos de Gebas se encuentran a 41 kilómetros de Murcia capital. Se puede ir por la RM-C1, cruzando Fuente Librilla, o, si se prefiere por la A-7 hasta Alhama de Murcia y allí tomar la RM-515 en dirección a Pliego. Es un poco más largo, pero tiene la ventaja de que buena parte del recorrido es por autovía.
Itinerarios desde Murcia según Google Maps.



En cualquier caso, hay un tramo de carretera de montaña con curvas, aunque sin problemas y con muy buenas vistas, puesto que nos encontramos entre la Sierra del Cura y las estribaciones de Sierra Espuña.




El Parque Regional de Sierra Espuña (al que me refiero en otra etapa de este diario) se localiza en un macizo montañoso de naturaleza caliza que alcanza los 1500 metros de altitud sobre el nivel del mar y cuenta con una gran variedad de especies vegetales, entre las que destaca el pino carrasco. Sin embargo, hacia la ladera oeste, el paisaje cambia drásticamente en un claro ejemplo de los contrastes ambientales del sureste español y nos ofrece una sobrecogedora estampa de tierras áridas, de baja altitud y desprovistas de vegetación. Sin embargo, no por ello estas tierras carecen de belleza, ni muchísimo menos.

Uno de los ejemplos más claros lo tenemos en el Paisaje Protegido de los Barrancos de Gebas, en la comarca del Bajo Guadalentín, que en sus 1835 hectáreas nos muestra unos paisajes lunares de lo más sorprendentes, aunque tampoco nos podemos dejar engañar pues, al fondo, vamos a divisar una gran mancha turquesa: ¡agua! Eso hay que verlo de cerca.

En la carretera RM-515, cerca de Gebas, hay algunas casas rurales y un par de restaurantes. Pasando uno de ellos, se ve un indicador que señala la pista de tierra que conduce hasta el Mirador de los Barrancos de Gebas, al que se puede llegar en coche después de cuatro o cinco kilómetros. Cuando fuimos, la pista estaba seca y en buenas condiciones.



Y en cuanto nos adentramos en la pista, nos encontramos con la visión de lo que parece tierras de otro planeta, formadas por multitud de cárcavas, cañones y barrancos que adoptan formas curiosas y variopintas. En términos geológicos es lo que son lo que se conoce como “badlands”, es decir, tierras en las que los cultivos son casi imposibles por la falta de materia orgánica debido a la sequía y a la alta insolación durante la mayor parte del año.


Hay que circular con cuidado, lo que permite ir contemplando el paisaje tranquilamente. Cuando fuimos, no había absolutamente nadie, lo cual incrementaba la sensación de estar en un paraje remoto y perdido, donde parece imposible que nada vivo se mueva.


Sin embargo, eso tampoco es cierto porque en un ejemplo de adaptación a un medio hostil hay plantas como el salao, el esparto, la uña de gato, la artemisa, la siempreviva y la tapenera. En los fondos de los barrancos más húmedos, los que se acercan al Embalse, se ven juncos, carrizos y cañas comunes.


También en los puntos altos del perímetro exterior se pueden ver pinos y espinos negros. En cuanto a la fauna, hay que mencionar a la culebra de escalera, el lagarto ocelado y la culebra bastarda. También hay pequeños mamíferos como roedores, conejos e incluso se puede ver algunos zorros y jabalíes.


Ya en el amplio Mirador, con capacidad para unos 25 coches y tres paneles informativos, las panorámicas resultan impresionantes, si bien la visión del agua pone un contrapunto extraño al árido paisaje. Y es que al fondo del barranco se encuentra el Embalse de Algeciras, que se abre paso entre las tierras ocres con sus alargados brazos de color turquesa. Lo curioso es que antaño existía un núcleo rural que quedó sumergido cuando se construyó el pantano en 1995.


Desde luego, pese al intenso calor, no pudimos sustraernos a hacer una corta caminata por los alrededores. De hecho hay una ruta de senderismo de unos ocho kilómetros que conduce al borde del pantano, pero hay que elegir bien el día y la hora para no perecer achicharrados por el sol y el calor. Y una tarde tórrida del mes de septiembre no parecía el momento más adecuado para intentarlo. Por lo que nos han comentado, los atardeceres en este mirador son mágicos. Así que habrá que volver algún día. De todas formas, lo que vimos nos compensó de sobra.




Circulando de nuevo por la carretera RM-515, se llega a otros miradores desde los que se puede apreciar la actividad agrícola que subsiste en las estribaciones del barranco y que representa un buen ejemplo de integración en el medio. Son explotaciones agrícolas y huertas tradicionales de pequeña extensión que se basan en el aprovechamiento minimalista del bien más preciado y escaso en su entorno: el agua.
