Entre las diversas rutas que hicimos el pasado mes de julio durante nuestras vacaciones en los Pirineos, ésta fue una de las que me gustó, quizás porque estábamos en la comarca de la Jacetania, que no conocíamos previamente, y que nos ha dejado un grato recuerdo, tanto por su naturaleza como por sus pueblos llenos de encanto, especialmente Hecho y Ansó, a los que me referiré en alguna etapa de mi diario De Viaje por España.
Situación de la ruta en el mapa peninsular según Google Maps.
La noche anterior nos habíamos alojado en la localidad de Ansó, de modo que tuvimos que recorrer unos treinta kilómetros en hasta la Selva de Oza, en el Parque Natural de los Valles Occidentales, donde se encuentra la ruta que queríamos realizar y que lleva a Agua Tuerta o Aguas Tuertas, que de las dos formas lo he visto escrito, si bien en el cartel informativo le han tapado las “eses”. Ignoro quién lo ha hecho o el motivo, aunque supongo que se tratará de una cuestión idiomática. Aparte de su gran interés paisajístico, la caminata hacia Agua Tuerta proporciona también la oportunidad de contemplar varios dólmenes, ya que en el Valle de Guarrinza se concentra la mayor cantidad de megalitos de todo el Pirineo Aragonés. Todo eso, añadido a las fotos que había visto en una revista de viajes, me animó a incluir esta ruta en nuestro itinerario vacacional.
Nuestra ruta desde Ansó en Google Maps.
Ya de camino pudimos ver los estupendos panoramas de la Selva de Oza, a la que nos dirigíamos, en especial el paso por unas gargantas, donde, al atravesar un túnel, tuvimos la suerte de encontrar un hueco para detener el coche y echar un vistazo El cañón tallado por el río era tan angosto que apenas permitía pasar la luz y se veía bastante oscuro. Pasado este punto, la carretera se volvió más tortuosa y estrecha.
Datos de la ruta.
La ruta se puede iniciar en la Selva de Oza, dejando el coche en los aparcamientos que hay junto al camping. Sin embargo, es posible ahorrarse cinco kilómetros de caminata a la ida (cuesta arriba) y otros tantos a la vuelta (cuesta abajo), tomando una pista sin asfaltar que lleva hasta el aparcamiento de Guarrinza o hasta donde se permita circular en coche si dicho parking está cerrado. El ahorro en tiempo y esfuerzo es muy a tener en cuenta, aunque la pista en muchos tramos no se encuentra en buen estado, pues abundan las piedras y los baches.
Detalle de la zona en Google Maps.
En cualquier caso, en tiempo seco, se puede transitar sin problemas si se va despacio y con cuidado, como es lógico (bueno, y si no se es excesivamente tiquismiquis con los neumáticos del coche). Nosotros lo hicimos así y no fuimos los únicos, aunque supongo que había menos afluencia de gente que otros veranos y en determinados fines de semana, cuando al parecer se llega a cerrar la circulación de vehículos hasta dicho aparcamiento. A partir de aquí, hay otro tramo de pista, ya cortada al tráfico, que forma parte de la ruta a pie
.
En principio (se puede alargar), la longitud de la caminata es de 8 kilómetros, tres horas de duración y con un desnivel de unos 200 metros. El itinerario es de ida y vuelta, aunque tiene una variante circular que alarga un poco la ruta. Su nivel de dificultad es bajo, si bien tiene un tramo de subida por un risco en zig-zag, con lo cual tampoco puede calificarse de paseo.
Nuestro recorrido.
Dejamos el coche en el aparcamiento de Guarrinza y empezamos a caminar por la pista que asciende suavemente, paralela al valle del río Aragón Subordán, dejando el río a nuestra izquierda. Si se opta por la variante circular, hay que cruzar el río por un puente de piedra y seguir un sendero que, por el fondo del valle, conduce hasta las cascadas de los Gitanos, cerca de las cuales se cruza otro puente para recuperar la pista de Guarrinza por un nuevo sendero. El valle presentaba un tono verde espectacular pese a estar en pleno verano.
El recorrido por la pista, de unos dos kilómetros de longitud, resultaba muy cómodo y nos deparaba panoramas cada vez más bellos según íbamos ganando altura.
Al fin, tomamos un sendero en un resalte rocoso que conduce ala cima del Collado de Mallo Blanco, que realmente constituye una de las pocas zonas algo más complicadas de la ruta. Desde el alto pudimos contemplar una vista espléndida de todo el valle que acabábamos de recorrer con las montañas al fondo en varias perspectivas.
Y también se abrió ante nosotros el bellísimo Valle de Aguas Tuertas con sus retorcidos cursos de agua que riegan unos amplísimos pastos de intenso color verde, donde pudimos ver un gran número de vacas pastando.
Confieso que daba un poquito de cosa pasar junto a ellas, tan grandes y con esos cuernos

, por mucho que en su mayor parte nos contemplasen con bastante desinterés. Sin embargo, varias tenían terneros y bien sabido es que en ese caso hay que ir con precaución y no molestar a sus retoños. Lejos de mi intención, por supuesto.
En el alto, se encuentra uno de los monumentos megalíticos de la zona, el Dolmen de Achar Agua Tuerta, que data del III milenio antes de Cristo.
Teóricamente, aquí se puede dar por concluida la ruta si se desea, pero lo cierto es que no nos apetecía marcharnos, así que continuamos hacia adelante un par de kilómetros más, encontrándonos con manadas de yeguas pastando y bebiendo agua con sus potrillos.
Resultaba curioso porque las vacas estaban en un lado y los caballos en otro, hasta que las vacas emprendieron la retirada hacia su retiro vespertino y se cruzaron con los caballos, que remoloneaban bastante más, disfrutando incluso de una siesta. El panorama era de lo más bucólico. Daba gusto verlos.
Toda esta parte nos resultó muy cómoda, surcando un senderito entre los pastos, salvo algún paso embarrado por el agua; eso sí, no hay sombras porque, aparte de la inmensa hierba, la vegetación está compuesta por matorral y arbustos. De todas formas, la temperatura era muy buena y el sol no molestaba en exceso.
La ruta que estábamos siguiendo lleva también al Ibón Acherito. Habíamos caminado tanto que en el punto donde ya estábamos no nos hubiese costado demasiado tiempo ni esfuerzo llegar hasta allí, pero como en principio solamente pensábamos ir a Aguas Tuertas no llevábamos bocadillos ni nada para comer no solo en la mochila sino tampoco en el coche. Con lo cual nos tocaba ayunar o regresar al punto de partida y tomar algo en el restaurante del camping que habíamos visto al pasar por allí. Así que, como se nos había hecho bastante tarde, optamos por lo más sensato.
Ya de regreso, cuando volvimos a pasar por el collado, las vacas se habían marchado y las Aguas Tuertas estaban también solas pero el paisaje lucía igual de bucólico y bello.
Aunque eran más de las tres y media, todavía nos admitieron en el restaurante del camping, donde pedimos un menú de 15 euros que no estuvo mal, sobre todo en cuanto a la cantidad de comida que nos pusieron.
Luego dimos un paseo por la zona, en la que vimos muchas posibilidades para hacer nuevas rutas en un futuro. En concreto, las vistas de las montañas en esta zona son espectaculares. Habrá que explorarlas más detenidamente.
El entono del camping me recordó a los paisajes de Heidi.
A la vuelta, el paso por las gargantas tenía más luz y no parecía tan tétrico como por la mañana. Los picos seguían proporcionando unas estampas muy bellas. Bonito sitio éste de la Selva de Oza.