Hoy nos dirigimos al valle del Nansa. Para de nuevo visitar una cueva. En esta, sin embargo, no hay pinturas rupestres, no hay una carretera que la atraviese, no tiene una entrada espectacular, pero quizás sea la más famosa de Cantabria: El Soplao. Se trata de una antigua mina que a la hora de ir creando galerías se topó con una inmensa cueva natural llena de estalactitas y estalagmitas. Para acceder a la cueva, se sube en un tren minero por el que se desciende hasta la cueva. Una vez finalizado el paseo en tren, comienza la visita por la cueva, donde sobre todo por su cantidad de estalactitas excéntricas. Son formaciones de tipo calcáreo, pero que siguen un patrón de formación aparentemente “aleatorio”. A partir de un núcleo, empiezan a ramificar brazos que omiten a la gravedad y se expanden de una forma totalmente aleatoria, a su antojo. La sala de la Opera tiene una alta densidad de estas formaciones. Esta distinción de la alta densidad de estalactitas excéntricas la hace muy especial, pero hay que recordar que existe otra cueva en el Pais Vasco, la de Pozalagua, que también se disputa ser la cueva con más formaciones de este tipo. El recorrido a pie es de aproximadamente un kilómetro, aunque la cueva tiene más de 20 km de longitud. Además, hay otras opciones de visitar la cueva más aventureras, y adentrarse aún más adentro en el Soplao.


Después nos dirigimos a la Ferrería de Cades. La ferrería es un ingenio hidráulico de la primera mitad del siglo XVIII, habilitado para fundición del mineral de hierro a partir de la fuerza motriz del agua del rio Nansa. Cuando llegamos a ella no había nadie, estabamos solos. Y tuvimos que esperar un poco para comenzar la visita. Con la visita guiada personalizada (estábamos solo 6 personas), nos pusieron en funcionamiento la ferrería y el molino de cereal (en este caso de maíz). Es muy curioso ver como a través del agua conseguían hacer funcional la ferrería. Una visita muy recomendable.


Después nos dirigimos hacia Peñarrubia para realizar un sendero de pequeño recorrido por el Monte Horcazo. Es pequeño si, pero con un grado de desnivel altísimo, que parecía que estuviéramos casi escalando. Se trata de un bosque donde ascendiendo se llega al mirador de Santa Catalina. Y para hacer la subida más amena, han escondido entre su arboles a 15 seres mitológicos: la Ojancana, el Arquetu, el Pecu Ave, el Musgoso o Trenti son algunos de estos seres. La verdad es que el hecho de poder ir descubriendo a estos seres hacía que el ascenso fuese más entretenido y agradable.




Y una vez llegas a la parte más elevada del bosque, descubres las ruinas de un castillo medieval, y un mirador, un impresionante mirador: Santa Catalina. Y desde ahí tienes un impresionante balcón al Desfiladero de la Hermida. No hay palabras. Ni siquiera las fotos transmiten la inmensidad del lugar.


Desde el mirador de Santa Catalina tuvimos un poco de tristeza, por pensar que todo aquello dejaríamos de verlo al día siguiente, con nuestra marcha a nuestra querida Almería, pero tan diferente a Cantabria. Y es que España ofrece tanta diversidad en todos los aspectos que uno pueda imaginar cualquier paisaje, y seguro encontrarás alguno que se asemeje.