El programa del día suponía unos 186 kilómetros, todos en dirección norte. Saliendo de Pietra Neamt, comprendía el Monasterio de Agapia, una parada en una reserva de bisontes y el primer monasterio de Bucovina que íbamos a visitar, el de Voronet. Al final, nos alojaríamos en la ciudad de Radauti. El perfil en Google Maps era el siguiente.
MONASTERIO DE AGAPIA.
Tras recorrer unos cincuenta kilómetros desde Pietra Neamt, llegamos al Monasterio de Agapia, donde residen más de doscientas monjas, toda una novedad para nosotros, pues dudo que en nuestro país exista actualmente un convento con tantas religiosas. Aunque no es uno de los monasterios más renombrados, al menos entre los turistas españoles, mereció mucho la pena visitarlo, no solo por su valor cultural y artístico, sino también por sus maravillosas flores. Se encuentra en el pueblo de Agapia, a orillas de un río del mismo nombre, en el Parque Natural Varatori Neamt, en el cual seguimos disfrutando con sus espléndidos paisajes y sus sorpresas en forma de iglesias de vez en cuando.
Su origen se debe al ermitaño Agapia, que vivía en un claro, junto a la actual Ermita Vieja de Agapia. Como era de difícil acceso, a principios del siglo XVIII unos monjes se instalaron en el solar del actual monasterio, construyendo una iglesia de madera. En 1643 se erigió la actual iglesia, dedicada a los Santos Miguel y Gabriel. Posteriormente, sufrió incendios y ataques por parte de los turcos y de los tártaros, y en 1680 fue saqueado por los polacos.
En 1803, se convirtió en un convento de monjas. Fue incendiado de nuevo por los turcos en 1821 y reconstruido en 1823, añadiéndose una nueva Capilla en el lado sur en 1847. En 1858, se realizaron unas obras de reconstrucción, que contaron con la participación de Nicolae Grigorescu, quien se convertiría en uno de los pintores rumanos más famosos y que, por entonces, con solo veinte años, pintó las paredes interiores de la iglesia. Entre 1995 y 2009 se acometieron importantes trabajos de restauración, que recuperaron tanto la belleza del monumento como sus murales originales.
Según nos aproximábamos al Monasterio, fuimos descubriendo las casitas en las que residen las monjas, ya que no se trata de un convento cerrado, a la usanza española, o al menos tal como nos lo imaginaríamos hoy en día, sino una serie de terrenos e instalaciones en las que las religiosas cultivan la tierra, hacen labores de tejido o bordado, embellecen los jardines y cuidan de los edificios. En fin, donde cada una de ellas tiene y realiza su tarea. Así, pudimos verlas con sus hábitos y tocas negras, arreglando las flores, atendiendo los campos, tejiendo alfombras, planchando… Unas escenas que parecían sacadas de otras épocas.
En cuanto cruzamos la puerta del recinto donde se ubica el monasterio, nos sorprendió la belleza de unos jardines cuidados hasta el último pétalo de unas flores de colores brillantes, entremezcladas en macizos y composiciones de un gusto exquisito.
Preciosos estos jardines, que sirven de fondo a la Iglesia y a las dependencias donde se encuentra el museo y en las que trabajan las monjas.
Al igual que en el resto de monasterios que visitamos, es necesario vestir recatadamente, con las rodillas y los hombros cubiertos. Disponen de unas “faldas” que prestan a los “incumplidores”, ya sean señoras o caballeros, pero, viéndolas, mejor es llevar ropa adecuada o un pareo propio.
Tanto en el interior de la iglesia como en el museo está prohibido tomar fotos. Sin embargo, sí que se permite hacerlas en los talleres y, por supuesto, en sus fantásticos jardines.
RESERVA DE BISONTES DE NEAMT.
Por el camino, me llamó la atención este lío de cables delante de una iglesia. ¿A qué me recuerda tal desvarajuste? ¡Ah, sí! ¡A Nueva Jersey! Y seguiamos viendo casitas de campo, cada una de un color.
Según nos contaron, la reserva trata de recuperar el bisonte para su antiguo hábitat, pues esta especie desapareció del país tiempo atrás.
Hay varias hembras y algunos ejemplares jóvenes. Un gran macho parecía acusar los efectos del tremendo sol que azotaba esa mañana en esta zona de Rumanía, lo que mezclado con la humedad del ambiente producía un gran bochorno. En realidad, las pasaban canutas hasta las cigüenas. ¡Qué calor!
También vimos corzos, ciervos y algunas aves. El sitio natural es bonito, muy verde y con un lago. En cuanto a los animales, no sé qué opinar… No me gustó demasiado verlos retenidos en el interior de recintos cerrados con verjas. Me recordó en cierto modo y salvando las diferencias a los cercados donde están las osas en Proaza, Asturias. En fin, espero que sea en beneficio de especies en peligro de extinción o que necesiten una protección especial por la causa que sea.