Nos levantamos en Bristol y dormiremos en Bath, pero de momento, ¡no toca visitar ni una cosa ni la otra!

Hoy haremos una excursión a Gloucester, una pequeña ciudad un poco más al norte. Para ir de Bristol a Gloucester tomamos un tren.
La verdad es que la estación de tren de Bristol no está nada céntrica así que para llegar tenemos que cruzarnos media ciudad.

Está bien porque de paso vemos las ruinas de la iglesia de Saint Peter, en Castle Park.
Todo el centro de Bristol, que eran callejuelas medievales con casas de estilo Tudor, fue duramente bombardeado en la Segunda Guerra Mundial. Apenas nada queda en pie anterior a 1940 en la zona que ahora llaman Shopping Quarter.
Esta iglesia sin tejado es una excepción que sirve de homenaje para recordar a las numerosas víctimas.
Hasta la estación de tren de Bristol es preciosa.

Se tarda algo más de una hora en llegar a Gloucester en un confortable y puntual tren.

Nos toma un breve paseo alcanzar la Catedral, y llegamos justo a tiempo para unirnos a una de las visitas guiadas.
La entrada a la Catedral es gratis, pero por un coste muy razonable se ofrecen visitas guiadas al interior y también a la torre o a la cripta.
La visita nos la ofrece una encantadora señora voluntaria, y es únicamente en inglés.
Este templo muestra una mezcla de estilos arquitectónicos muy característicos de Inglaterra, el más temprano siendo el románico normando, en la primera parte de la nave.
Las columnas de piedra son anchas y robustas. Sus arcos en semicírculo están decorados con motivos geométricos y todo tiene un poco de aire a castillo. Se nota que Guillermo el Conquistador quería mandar un mensaje bien claro a los anglosajones: estamos aquí para quedarnos.

Pero avanzamos un poco más y a medida que nos acercamos al coro, en el crucero, la vista empieza a dirigirse hacia el techo inevitablemente.
Es la verticalidad deliberada del gótico perpendicular, con sus finas columnas nervadas que conectan en la bóveda creando una de sus más distintivas características, el arco en forma de abanico.

En la parte del altar destaca el magnífico vitral de época medieval.
Nos sorprende aprender que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial siendo desmontado y guardado preventivamente. Aún así, los pilotos Nazis nunca bombardearon la Catedral, al igual que hicieron con otras, para usarla como punto de referencia para orientarse.
Y finalmente visitamos la joya de la corona, el fascinante claustro.
La luz se filtra en colores por los vitrales decorados (la mayoría son victorianos) y crea un efecto místico, pero lo más extraordinario es la bóveda de abanico, con una tracería delicadamente elaborada, la piedra se vuelve ligera y etérea, creando sombras y contrastes con la iluminación que llega del exterior.
Presenciado esto, el jardín el cual rodea el claustro nos parece insulso, a pesar de la cuidada vegetación.

Se acerca la hora de comer y vamos en busca de algún lugar auténtico, nada de fast food o comida exótica.
Será el leitmotiv de este viaje: nos encontramos varias veces que no todos los pubs tradicionales sirven comida.

En uno nos recomiendan el Café René. Bueno, esto suena a francés,


Y ya habiendo retomado fuerzas, volvemos a la Catedral, porque nos ha flipado mucho mucho, esta vez paseamos por dentro a nuestro antojo.

Y a continuación vamos a pasear por la animada zona de los muelles, rodeados por almacenes victorianos de ladrillo. Hace un precioso día primaveral de esos de los que los británicos vienen esperando desde hace meses con anhelo, y todos han salido a la calle.
Se va acabando nuestra visita a Gloucester, pero antes de tomar el tren, pasamos por el monasterio de los Blackfriars , del que se conservan salas medievales.
También contemplamos la fachada del edificio conocido como The Folk of Gloucester, de las casas más antiguas que quedan, del siglo XVI, en estilo Tudor, es decir, con las vigas de madera a la vista.

Ahora tomamos el tren en dirección a Bath, es algo más de una hora.
Al llegar notamos la diferencia de pasar de una tranquila localidad medieval a una concurrida ciudad comercial y turística.
Y es que Bath está como quien dice, a tiro de piedra de Londres (menos de hora y media en tren) y es la excursión ideal para hacer en un día ida y vuelta desde la capital.

Lo más famoso de Bath son los Baños Romanos, a los cuales hemos reservado entrada para mañana, así que hoy simplemente damos una vueltecita por el centro y buscamos algún sitio donde cenar.
En los alrededores de nuestro hotel hay muchísima variedad de restaurantes, y nosotros como siempre elegimos el que nos parece más británico

Y habiendo cenado, retiramos a descansar, que hoy el día ha sido muy completo y hemos acarreado las mochilas con nosotros todo el día y estamos cansados.
El hotel Z es super elegante y cómodo, y no puede estar más céntrico.
La habitación doble nos ha costado 164€.