Esta pasada primavera aprovechamos un viaje de vuelta desde Santa Pola a Madrid para visitar tres destinos que no conocíamos y que tenía apuntados entre los futuribles, dos de ellos en la provincia de Jaén: la propia capital y Alcalá la Real, población a la que le voy a dedicar esta etapa y que supuso la primera parada en un recorrido que finalizaría en las Minas de Almadén. Como simple referencia, decir que Alcalá la Real dista 400 kilómetros de Madrid, 219 de Sevilla y 70 de Jaén capital. Su situación en el mapa peninsular según Google Maps es la siguiente:

Tras hacer un alto para tomar un menú del día en un restaurante de carretera pasado Guadix (Granada), llegamos en torno a las cuatro de la tarde a nuestro hotel, la Hospedería Zacatín, situada en el mismo casco histórico, junto a su eje vertebral, la avenida de la Alameda más conocida como “El Llanillo”. Nos pareció un establecimiento sencillo pero con habitaciones muy cómodas -dotadas incluso de aire acondicionado-, y un precio bastante ajustado (57 euros solo alojamiento) para alojarnos una noche, puesto que una tarde y una mañana nos resultó suficiente para visitar lo más interesante de la ciudad. Es casi imposible aparcar en las inmediaciones del hotel (zona azul, además), pero vi que hay un aparcamiento subterráneo de pago en la misma plaza, a unos cien metros. Sin embargo, no lo utilizamos, ya que tuvimos la suerte de encontrar un hueco en la zona nueva, donde se aparca libremente, a unos trescientos metros del alojamiento.

Alcalá la Real, cabeza de la Comarca de Sierra Sur, está situada en el extremo suroeste de la provincia de Jaén, en el límite con las de Córdoba y Granada. Actualmente, cuenta con una población cercana a los 22.000 habitantes censados. Su altitud es de 1.029 metros sobre el nivel del mar.

Tras acomodarnos en la habitación, salí a inspeccionar los alrededores, si bien lo primero que hice fue acercarme a la Oficina de Turismo, donde me dieron todo tipo de información y un mapa muy detallado. Anteriormente, había consultado su interesante página web, que ofrece varios recorridos virtuales con audio guía por el casco histórico y cuyo enlace es el siguiente: turismo.alcalalareal.es/
Fotografía del plano que me facilitaron en la Oficina de Turismo.


Recorrido por el Casco Histórico en torno al “Llanillo”.
La Oficina de Turismo está ubicada en el Palacio Abacial, edificio construido en 1781 en estilo barroco, aunque cuenta con elementos neoclásicos de influencias francesas e italianas, una gran portada y un bonito patio con claustro de tres cuerpos. También alberga el Museo de la Ciudad y el Conservatorio de Música. Aunque el Museo es de pago, a la planta baja del patio se puede acceder de forma gratuita.


Aunque el Museo lo visité al día siguiente, lo voy a mencionar ahora para no dispersar la información. Hay una entrada conjunta más barata para visitar el castillo y el museo, pero se dio la circunstancia de que el día de nuestra visita el acceso era gratuito por no recuerdo qué evento, razón por la cual me salió más barato pagar los dos euros que cuesta la entrada para mayores al museo, donde lo más interesante son algunos hallazgos arqueológicos de la épocas ibera y romana, en particular, la cabeza de un fauno y un alto relieve de un hércules con perro, rescatados del yacimiento romano de la Domus Herculana. También se puede ver una copia de la escultura de Hércules cuyo original se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional.


El Palacio Abacial se encuentra en la calle de los Álamos, eje comercial que vertebra el casco histórico y que supone el centro de la zona conocida popularmente como el “Llanillo”, donde se alternan elegantes edificios institucionales de sillería con viviendas privadas de estilo modernista de principios del siglo XX, que se caracterizan por las yeserías, los azulejos policromados y las rejas elaboradas. Según he leído, se está intentando recuperar una arteria que sufrió cierto deterioro como consecuencia de la crisis del comercio tradicional y el traslado de cafeterías y restaurantes a otros lugares de la ciudad. La verdad es que la calle en sí no es muy amplia y tiene bastante tráfico, lo que la hace un poco incómoda. Eso sí, es la única llana (de ahí su apodo, supongo) porque las cuestas hacia arriba de las calles que salen a un lado y a otro son de órdago.



Los monumentos más importantes de esta zona son el Convento de los Capuchinos (mediados siglo XVII), la Iglesia de la Encarnación (no se puede visitar al ser convento de clausura) y la Iglesia de las Angustias (siglo XVIII), que cuenta con una meritoria colección de pintura de los siglos XV y XVI. La Iglesia de San Antón (siglo XVIII, si bien está junto a una pequeña ermita del siglo XVI) cuenta con una capilla siempre abierta al exterior en la que se venera el Cristo de la Misericordia.

En una esquina y adosado a una casa, destaca el Pilar de los Álamos, un friso renacentista almenado que data de 1552 y contiene el escudo de la ciudad con el lema que le concedieron los Reyes Católicos. Está sostenido y protegido por dos guerreros flanqueados por sendos grifos, criaturas mitológicas con cabeza de león, cuerpo de dragón y mascarones en las alas. Tiene los caños de una fuente, aunque no recuerdo que tuviera agua.


Avanzando por la calle de los Álamos, tras contemplar algunas casas modernistas, llegué hasta una plaza donde está la Iglesia de Santa María la Mayor o de la Consolación, el mayor templo de la ciudad, que se empezó a construir en el siglo XVI, aunque no se terminó hasta el XVIII con el añadido de la torre. Destacan sus retablos y en la capilla mayor se encuentra la talla de la Virgen de las Mercedes, patrona de Alcalá.


Frente a la Iglesia, se abre una plaza muy vistosa, cuyas calles laterales suben hacia la parte alta. Se obtiene una bonita foto desde el jardín de la Fuente de la Mora, aunque el sol de frente molestaba un poco. Más adelante, siguiendo la calle de los Álamos, está la “Domus Herculana”, adonde no pude entrar porque estaba cerrado el acceso (está en un bloque de viviendas particular) pese a estar, supuestamente, en horario de visita. El lugar me pareció un poco descuidado. No sé si estará en proceso de restauración.

Subiendo por la Calle Real, llegué hasta la Plaza del Ayuntamiento, dominada por el edificio barroco de la Casa Consistorial, construido en 1733, en cuya fachada destacan la rejería, varias esculturas y un reloj lunar de 1803 que funciona perfectamente. En el extremo opuesto, aparecen las llamadas “Casas de Enfrente”, concebidas originalmente como lonja y dependencias de servicios municipales. Cuentan con tres cuerpos con galerías con arcos, balcones y escudos. En uno de los locales hay una churrería donde desayunamos divinamente al día siguiente.



Luego, seguí hacia arriba hasta llegar a la Iglesia de San Juan. Tuve suerte y estaba abierta, lo que solo sucede una o dos veces a la semana. Se supone que en sus orígenes fue una ermita tardo-medieval, pero lo que se conserva actualmente es consecuencia de actuaciones y reformas posteriores.




No obstante, merece la pena contemplar tanto el exterior y su patio emparrado -muy curioso por la mezcla de las paredes encaladas con la piedra de la fachada principal- como el interior, que, además del propio templo, cuenta con un museo instalado en la torre con numerosa documentación y objetos antiguos (incluso del siglo XVI), algunos de los cuales han sido donados por los feligreses. También tiene una zona etnográfica con útiles de labranza o de oficios tradicionales y otra zona dedicada a la famosa Semana Santa de la localidad. Hay visitas guiadas, pero como cuando llegué aún no habían empezado, la señora que se encarga del mantenimiento me lo mostró todo muy amablemente.





Al final, de la calle, arriba en todo lo alto, divisé ya la enorme mole del Castillo de la Mota, al que iríamos al día siguiente. Así que, tras echar un vistazo por sus inmediaciones, continué hasta los restos de la Ermita de San Blas, construida en 1616 y de la que solo se conserva un arco de la portada.




Luego, afronté, esta vez hacia abajo, la enorme cuesta de una de las calles, no recuerdo cuál, y, tras llegar al llano, volví a subir de nuevo, ahora hacia el lado contrario, para dirigirme al Barrio de las Cruces, otro de los lugares imprescindibles en Alcalá la Real, especialmente recomendado al atardecer.


Recorrido por el Mirador de San Marcos y el Barrio de las Cruces.
En esta zona, hay que prepararse para subir cuestas. No es que sea larguísimo ni cansadísimo, pero sí que es necesaria cierta mentalización. No obstante, salvo al Mirador de San Marcos -adonde se llega fácil y se puede aparcar bien-, interesa darse la caminata porque las calles son muy estrechas y empinadas y subir el coche no es la mejor idea.


Tras superar (todo hacia arriba
) la Ermita del Ecce Homo -que cuenta con exposiciones relativas a su famosa Semana Santa-. Casi con la lengua fuera, alcancé un cruce señalizado, donde me dirigí hacia la izquierda, para visitar primero el Mirador de San Marcos. Por el camino, además de contemplar las vistas, me encontré con la Caseta del Nacimiento del Agua, que recubre uno de los manantiales que abastecen a la ciudad. Construido en el siglo XVII, tiene forma de cubo con tapa piramidal y cuenta con galerías para encauzar las aguas que emanan de las rocas.



La Ermita de San Marcos , del siglo XVI con portada renacentista, se abre a una gran explanada con suelo empedrado convertida en un enorme mirador frente al casco histórico de la población y a su recinto fortificado, que se yergue altivo en lo alto del Cerro de la Mota, presidido por el castillo y la iglesia. Las vistas resultan impresionantes.




Merece la pena llegar hasta aquí, bien andado o en coche, ya que hay sitio para aparcar, salvo quizás en momentos de máxima afluencia, como los fines de semana. Aconsejan venir al atardecer, pero creo que el asunto de las puestas de sol está un tanto sobrevalorado (una puesta de sol destacada requiere de determinadas condiciones que no suceden a diario) y hay veces en que la perspectiva de un atractivo caserío blanco coronado por una iglesia y un castillo de porte espectacular puede ganar bastante iluminada por la luz del sol. En fin, es cuestión de gustos. En todo caso el lugar, resulta más impactante al natural que en las fotos y en mi opinión es uno de los mejores miradores hacia Alcalá la Real y su ciudad fortificada.

Retorné al cruce y seguí hacia mi izquierda, entrando ya en el Barrio de las Cruces, que debe su nombre a las numerosas cruces blancas que señalan el camino del Vía Crucis. Subiendo las inevitables escaleras, continué hasta la Ermita de Fátima , recubierta de rocalla natural y construida en el siglo XX para sustituir a la desaparecida Ermita de Judas Tadeo.





Este lugar, al estar muy alto, constituye otro mirador espléndido hacia Alcalá la Real y su ciudad fortificada, desde este punto más frontal que en el de San Marcos. No obstante, la vista no me impresionó tanto, ya que fui haciendo fotos por el camino de subida y algunas panorámicas desde otras ubicaciones me gustaron más que las que se obtienen en el propio balcón de la Ermita, aunque allí se apreciaba mejor la puesta de sol.

En esta zona es mejor olvidarse del coche tanto por las cuestas como por las escaleras; además, no vi sitios habilitados para aparcar. El barrio resulta realmente pintoresco con sus casas blancas con coloridos zócalos que flanquean unas calles estrechas y tremendamente empinadas que a menudo desafían a la gravedad. De verdad que no me explico cómo se las apañan los residentes en invierno para moverse con el suelo mojado y, posiblemente, helado. Menos mal que han colocado pasamanos y que yo llevaba zapatillas con suelas antideslizantes, que me evitaron más de un resbalón o quizás concluir la bajada rodando…




Alcalá la Real de noche.
No encontramos demasiada oferta para cenar en la zona del Llanillo. Lo del turisteo en día laborable y fuera de temporada turística es perfecto porque evitas las multitudes, pero también tiene sus inconvenientes. Al fin, encontramos la terraza de un bar abierto dejando un poco atrás el casco antiguo. Estaba casi vacía, pero nos preguntaron si teníamos reserva
Por fin, tras mirar a un lado y a otro, nos acomodaron en una mesa. Media hora después, empezó a aparecer gente y la terraza se puso hasta los topes
. Bueno, ya sabemos que en Andalucía gusta tomarse una cervecita con una tapa a última hora de la tarde, pero no pensábamos que tanto en un día laborable. Eso sí, hacía una noche espléndida. Tras cenar unas raciones, dimos una vuelta e hice unas fotos nocturna, en las que lo más divertido era buscar entre las calles la mejor perspectiva del castillo iluminado. Luego tocaba






Al día siguiente, llevamos la maleta al coche, que se quedó aparcado en el mismo sitio, y nos dispusimos a hacer la que es sin duda la visita estrella en Alcalá la Real: el castillo de la Mota, adonde llegamos caminando tras superar la correspondiente cuesta. Todas las calles de este lado conducen hasta allí y se puede divisar su enorme estampa coronándolas. Resulta de lo más llamativo. Por cierto que el nombre de Alcalá deriva del vocablo árabe Al-Qal’a, que significa “fortaleza”, pero eso queda para la siguiente etapa de este diario porque esta ya está muy completita y el castillo tiene mucho que contar y unas panorámicas de vértigo. El enlace el siguiente
Alcalá la Real, Jaén (II): Ciudad Fortficada de la Mota.


