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Continuando nuestra ruta por los pueblos blancos de Cádiz, tras haber visitado Olvera, nos dirigimos hacia Arcos de la Frontera, donde teníamos reservada una noche de alojamiento en el Hotel El Convento, de dos estrellas y con una ubicación estupenda en pleno centro pero en una calle tranquila, a un par de minutos del Parador. Nos costó 75 euros (sin desayuno). La habitación era muy confortable y disponía de una terraza, casi en lo más alto de la Peña Nueva, con unas vistas fantásticas hacia los campos adyacentes y al río Guadalete, en uno de cuyos espectaculares meandros está situada la población.
Situación de Arcos de la Frontera en el mapa peninsular e itinerario desde Cádiz, según GoogleMaps.
Con cerca de 31.000 habitantes censados, Arcos de la Frontera es el municipio más poblado de la comarca de la Sierra de Cádiz. Su casco antiguo esta situado a 185 metros de altitud sobre el nivel del mar y dista 64 kilómetros de Cádiz capital, unos cuarenta minutos de recorrido en coche. Poblado desde tiempos prehistóricos, su nombre deriva, al parecer, de Arx-Arcis, fortaleza elevada de la época romana, adjetivo que no ha perdido en la actualidad ni mucho menos.
En tiempos de la dominación musulmana, fue una ciudad próspera, llamada Arkos. En el siglo XI, se constituyó en reino de taifa, aunque poco después se integró en el de la taifa de Sevilla. En 1264, fue conquistada por Alfonso X y se convirtió en frontera entre los reinos castellano y nazarí hasta que Granada se rindió a los Reyes Católicos.
Llegamos cuando empezaba a atardecer. Como buen "pueblo" andaluz, hay que prepararse para subir una buena cuesta, pues el casco histórico se halla en lo alto de un espolón rocoso cortado casi a cuchillo en dos de sus lados, la Peña Nueva y la Peña Vieja. Y desde el río hasta el castillo hay nada menos que un desnivel de 145 metros. Así que intentamos dejar el coche lo más cerca posible del alojamiento, pero tuvimos que desistir, pues no había ni un sitio libre antes de llegar a la zona en que estaba cortado el tráfico.
De vuelta a la zona baja, vimos un parking subterráneo (El Paseo), pero decidimos dar otra vuelta a ver si con suerte podíamos ahorrar unos euros, pues habíamos pagado parking en Écija la noche anterior y sabíamos nos tocaría otro tanto en Cádiz capital, nuestro siguiente destino. Al fin, encontramos un solitario hueco en la calle de la Alameda y tuvimos claro que el coche se quedaría allí quietecito hasta que nos marchásemos al día siguiente. Como hacemos siempre en estos casos, metimos lo imprescindible en una bolsa de viaje pequeña, así que no nos supuso mucho esfuerzo acarrearla calle arriba hasta el hotel.
Caminando por la calle Corredera, llegamos hasta la Iglesia de San Juan de Dios, fundada como hospital en el siglo XVI y que cuenta con un interesante retablo barroco. No la pudimos visitar por dentro porque estaba cerrada. En adelante, afrontamos la Cuesta de Belén, una de las calles más emblemáticas de Arcos, pues conduce directamente al casco histórico. Su nombre se debe a la imagen de la Virgen de Belén, que estaba situada en una hornacina de la derruida Puerta de Jerez, una de las tres con que contaba el núcleo urbano en época musulmana.
En su punto más alto, se encuentra la Oficina Municipal de Turismo; así que aproveché a pedir información y mapas, que me facilitaron muy amablemente. Luego, nos resultaron sumamente útiles.
Puerta de la Oficina de Turismo y mapas que nos proporcionaron.
La tarde caía deprisa y antes de llegar al hotel, pasamos por buena parte de los lugares más destacados de Arcos, que visitaríamos más tranquilamente después; y también nos topamos con muchos visitantes, aunque no lo parezca en algunas de las fotos que tomé. Se notaba que era sábado, el peor día de la semana para hacer turismo, pero no tuvimos más remedio que organizar el itinerario así.
Tras hacer el check-in, nos quedamos prendados de la extraordinaria panorámica que nos ofrecía la terraza de nuestra habitación. Y eso que estaba ya oscureciendo.
El hotel se encuentra al lado de uno de los lugares que hay que visitar en Arcos, la Plaza de Boticas, rodeada de terrazas de bares y tabernas, donde también están el Convento de las Mercedarias Descalzas, el único de clausura que queda en Arcos y cuyas monjas son muy conocidas por sus dulces, el Teatro Olivares Veas (1912) y el Templo de los Jesuitas, que se empezó a construir en 1759, pero que no se concluyó por la expulsión de la Orden de España; ahora se utiliza como mercado.
Antes de cenar, volví a recorrer la Cuesta de Belén y sus alrededores, con lugares tan interesantes como la Casa Palacio del Conde del Águila, del siglo XV, que aúna admirablemente los estilos gótico tardío y mudéjar. Otro punto destacado es el Convento de la Encarnación, cuya fundación data del siglo XVI, aunque ya había sido capital, hospital y cofradía en el siglo XV. Su portada principal es plateresca y la contigua de estilo gótico florido. Estas fotos son de la mañana siguiente, cuando había más luz.
En este punto de la calle Deán Espinosa se atraviese el estrecho pero pintoresco Callejón de las Monjas, flanqueado a un lado por el muro posterior de la Basílica de Santa María de la Asunción y al otro por la fachada del Convento de la Encarnación y otros palacios nobiliarios. Un lugar perfecto para los amantes de la fotografía. Y tampoco está demás asomarse a las callejuelas de los alrededores, que ofrecen bonitas estampas típicamente andaluzas.
Sin embargo, el lugar más conocido de Arcos es, sin duda, la Plaza del Cabildo, que perdió su estructura porticada al ser destruida por el ejército francés antes de retirarse, en 1812. A su alrededor, se sitúan varios de sus monumentos más importantes, así como un excelente mirador panorámico, llamado Balcón de la Peña Nueva, situado a 100 sobre el cortado que forma el río Guadalete y la vega jerezana. Se estaba haciendo de noche cuando me asomé y la estampa era preciosa con la puesta de sol, si bien las vistas eran parecidas a las que teníamos desde nuestra habitación.
Había bastantes coches aparcados en la plaza, pese a la prohibición de circular por el casco antiguo, lo le restaba atractivo e incluso resultaba algo agobiante para el gran número de visitantes que nos movíamos por la zona. Supongo que serían los vehículos de los clientes del Parador de Turismo, ubicado en la que fue antigua Casa del Corregidor y que ocupa todo un lateral de la plaza, asomándose de modo vertiginoso al tajo. Enfrente, está el[/b] Castillo Ducal, fortaleza militar de la época andalusí, remodelada en los siglos XIV y XV para convertirse en un castillo medieval ocupado por los duques de Arcos. Sus orígenes se remontan al siglo X y todavía conserva un arco de herradura y un lienzo de la muralla árabe. Es de propiedad privada y no se puede visitar. Bueno, en realidad hay visitas cuatro veces al año... 
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También se encuentran en esta plaza, el Ayuntamiento, del siglo XVII, y la Basílica Menor de Santa María de la Asunción, construida sobre una antigua mezquita. De origen mudéjar (siglos XIII y XIV), fue muy modificada a partir del siglo XVI. La torre es neoclásica y la fachada principal, de estilo gótico-plateresco. No me cuadró el horario de visita turística y cuando pasé a verla, al día siguiente, estaban dando Misa y no hice fotos del interior.
Entre unas cosas u otras, nos habíamos plantado en la hora de cenar. Arcos estaba muy concurrido al ser fin de semana, incluso en el mes de marzo. Así que nos costó un poquito encontrar mesa libre para tomar tapas, ya que no queríamos cenar en plan formal, ya que habíamos almorzado bien y no teníamos demasiado apetito. En un bar, con patio típico, pedimos una ración de jamón ibérico, croquetas y el plato tradicional de Arcos, el abajao, en una de sus variantes, pues no era la sopa de pan y espárragos trigueros, sino una mezcla de tomate, pimiento, cebolla, huevos, jamón y espárragos. Estaba bueno, pero tampoco para tirar cohetes. Creo que no acertamos con el lugar, así que no lo voy a recomendar.
Después, fuimos a dar una vuelta, que aproveché para tomar unas fotos nocturnas, de las que dejo un resumen. Estuvimos también por la zona de la calle Boticas, a esa hora mucho menos concurrida que la de la Cuesta de Belén. Me gusta mucho moverme por los cascos antiguos cuando muchos visitantes ya se han marchado, pues ofrecen un aspecto completamente distinto y, si la iluminación es acertada, casi te hace retroceder en el tiempo. Por eso procuro alojarnos en sitios diferentes cada noche, aunque ello suponga un viaje más ajetreado.
Aparte de otros monumentos, que comentaré más adelante, me llamó la atención la Calle Cuna, situada en lo que antaño era el Barrio Judío y cuyo nombre se debe a que allí se recogía a los niños abandonados; asimismo, allí estuvo el pósito que inauguraron los Reyes Católicos. Fue reproducida en el Pueblo Español de Barcelona.
Al día siguiente, la mañana amaneció nublada, presagio del cambio de tiempo que se avecinaba y que un par de días después nos obligaría a cambiar de planes, pues en vez de continuar hacia Grazalema, decidimos ir hacia Málaga para huir de la lluvia. Pero esa es otra historia. De nuevo, disfrutamos de las imponentes vistas desde la terraza de nuestra habitación, ahora con una luz diferente. A continuación, nos dispusimos a dar otro paseo por el pueblo para ver lo que nos faltaba, que era bastante. Como de costumbre, cada uno por su lado, conforme a nuestros respectivos gustos.
Empecé a caminar en dirección contraria a la Cuesta de Belén, es decir, por la Calle Boticas y la Calle Núñez de Prado, donde, entre arcos, callejuelas y casonas, me encontré con el Palacio del Mayorazgo, del siglo XVII, en el que destaca su extraordinaria portada herreriana y los patios interiores con columnas; actualmente alberga la Pinacoteca Municipal y otras exposiciones. En su parte trasera aparece el Jardín Andalusí, resultado de una reforma reciente de las caballerizas. Cierra los domingos, pero pude divisarlo a través de las rejas exteriores.
Casi enfrente, está la [b]Iglesia de San Pedro, del siglo XVI e interior gótico, si bien la torre es del siglo XVIII y estilo barroco. Intenté entrar en el horario de acceso publicado, pero no lo encontré abierto. [/b]
Continué cruzando callejuelas angostas que descendían bruscamente hacia el río. Entre las casas blancas, atisbaba antiguos palacios, bien conservados algunos y otros casi en ruinas, pero siempre con encanto. Iba en busca del Mirador de los Abades, un imprescindible en Arcos, según dice todo el mundo. Sin quererlo, más de una vez me planteé todo lo que estaba bajando y que, luego, inevitablemente tendría que volver a subir. Pero, bueno, de eso se trata en estos lugares, ¿no?
Llegué primero a uno de esos “Bésame en este rincón”, ahora tan de moda, si bien aquí son más originales y cambian el “rincón” por el “arco”. Porque sí, hay un arco, así que al sitio en cuestión lo llaman “Bésame en este Arco”. Las vistas desde ahí ya comenzaron a ser espléndidas.
Más adelante, junto al panel informativo del Mirador de los Abades, aparece “el Banco que inspira”, lo que tampoco falta a la verdad, teniendo en cuenta las imponentes vistas que ofrece del Barrio Bajo y el río Guadalete, así como algunos parajes de la Sierra de Grazalema y los Alcornocales. Un mirador muy bonito y acondicionado, aunque, en cuanto panorámicas se refiere, otros me gustaron más.
Seguí descendiendo y descendiendo por las calles Alanises, San Juan y Torres, estrechas y empinadas, con escaleras o suelos empedrados, flanqueadas por hileras de casas, algunas de un blanco inmaculado y otras desconchadas, en un conjunto de lo más sugerente, porque a mí me encantan estos contrastes. Sé que a otras personas, no.
Llegué al Mirador de San Agustín, menos renombrado, pero que ofrece unas estupendas vistas del casco viejo, que cada vez atisbaba más lejos, allá, en todo lo alto. Al lado, el Convento de San Agustín, fundado en el siglo XVI.
Ya casi en la parte baja de Arcos, junto a los pocos vestigios que se conservan de la muralla almohade, traspasé la Puerta de Matrera, el único torreón que se conserva del sistema de defensa de la ciudad por el este y que, desde el exterior, tiene forma de arco rodeado de casas. Fue reconstruido en el siglo XVIII y cuenta con una figura de la Virgen del Pilar depositada en una hornacina.
Esta zona ya es más moderna y aparecen los coches, cuya visión no me apetecía demasiado. Así que decidí que ya era momento de emprender el regreso. No obstante, antes me fijé en dos casas-palacio, la de García de Veas, del siglo XVIII, y la de Matrera Abajo. Además de la fachada, pude ver los patios desde el exterior a través de las puertas, que permanecían abiertas.
Subiendo por la calle Matrera Arriba, llegué al Mirador de la Peña Vieja, otro de los más famosos de Arcos, aunque en realidad no es un balcón único sino que se va extendiendo a lo largo de la calle Callejas, proporcionando vistas más extensas según se va ganando altura hacia la Presa de Arcos y el meandro del río Guadalete, en el que se asienta la localidad. Incluso a la lejos, se divisa la costa gaditana. Merece la pena asomarse aquí.
De regreso en la parte alta, me reuní con mi marido para ir a buscar el coche. Por el camino, nos encontramos con una romería o procesión, no sé muy bien qué se celebraba. El caso es que las calles estaban atestadas de gente. Por fortuna, pudimos salir sin demasiadas incidencias.
Todavía nos quedaba detenernos en dos Miradores, a los que preferimos ir en coche para no perder demasiado tiempo, ya que queríamos llegar a Cádiz para comer. El primero fue el Mirador del Puente, al final de la Calle del Algarrobo. La verdad es que no nos dijo demasiado.
A continuación, fuimos hasta el Mirador de los Cabezuelos, que se encuentra junto a la carretera C-334, muy cerca del Puente de San Miguel, está acondicionado y hay sitio para aparcar, salvo multitudes. Entonces, no había nadie. Según el panel informativo, nos hallábamos frente a la estampa más típica de Arcos de la Frontera, cuyo casco antiguo, presidido por el castillo y las iglesias de Santa María y San Pedro, se distingue perfectamente en lo alto del risco rocoso sobre el que se asienta, adaptándose al tajo excavado por el río Guadalete. Totalmente cierto. La vista desde el mirador es espectacular. No hay que perdérselo. Un buen momento para sentarse un ratito en su correspondiente “banco que inspira” y disfrutar de la panorámica.
Aprovechamos también para acercarnos hasta el Puente de San Miguel, que da acceso al Barrio Bajo de Arcos. Calculo que no son más de doscientos metros, pero hay que ir con cuidado, pues se camina un pequeño tramo por el arcén de la carretera. El actual puente se inauguró en 1920, ya que el primitivo, construido en 1868 se lo llevó una riada en 1917. Es metálico, del tipo denominado “carretero”, y tiene 52 metros de largo y se eleva unos 10 metros sobre el río. Desde sus inmediaciones, pudimos observar otra perspectiva de las muchas diferentes que tiene Arcos.
En resumen, otro pueblo blanco gaditano de la lista que, pese a las cuestas, merece mucho la pena visitar. Mi mayor problema fue que no me cuadró ver el interior de ningún monumento, salvo la Basílica de Santa María de la Asunción, mientras estaban dando Misa, con lo cual no fue el mejor momento. Sin embargo, personalmente, lo que más me gustó de Arcos de la Frontera fue su emplazamiento y las panorámicas que ofrece.
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