Pazo de Mariñán.
Nuestra siguiente parada fue en este Pazo, que se encuentra a 25 kilómetros de A Coruña y a escasos cinco kilómetros de Betanzos, si bien pertenece al municipio de Bergondo. Por cierto que, según he leído, el término gallego “pazo” no equivale al “palacio” castellano, sino a una casa de campo o solariega, normalmente perteneciente a la nobleza.

Para visitar su interior hay que apuntarse a una visita guiada, también gratuita. Cuando llegamos, nos comentaron que empezaba un turno quince minutos después, así que esperamos dando una vuelta previa por la parte alta de sus cuidadísimos jardines de estilo francés, trazados en el siglo XIX, que se pueden recorrer de manera libre y gratuita. Todo un remanso de paz, en medio de un bosque de árboles centenarios, donde disfrutamos de una reconfortante sombra mientras contemplábamos unas panorámicas preciosas del río Mandeo, en cuya margen izquierda se sitúa el conjunto.

Su origen se remonta a mediados del siglo XV, cuando Gómez Pérez das Mariñas, caballero de la Corte de Juan II de Castilla, mandó construir un recinto defensivo, conocido entonces como Pazo de Bergondo. La propiedad se transmitió entre la familia hasta 1936, cuando su dueño, que falleció sin descendencia, legó el Pazo a la Diputación Provincial para fines sociales. Tras la declaración del Pazo y sus jardines como Monumento y Conjunto Histórico-Artístico en 1972, la Diputación acometió su rehabilitación, concluida en 1975. Actualmente se utiliza para actos institucionales, centro de cursos y Museo.
Foto de arriba, parte nueva; la de abajo, parte antigua.



Durante la visita fuimos solo cuatro personas y el guía, con lo cual hicimos todas las preguntas que se nos ocurrieron. El interior es interesante, más que nada por varias pinturas cedidas en depósito por el Museo del Prado, así como por las historias y anécdotas que te cuentan. Por lo demás, está completamente remodelado y no conserva –excepto la chimenea y las cocinas- prácticamente nada no ya de la construcción primitiva, sino de la disposición resultante de las modificaciones barrocas posteriores. El mobiliario tampoco es original, si bien se ha procurado que concuerde con las épocas de referencia de cada sala. Lo que más me gustó fueron los jardines, las fachadas exteriores y, sobre todo, las terrazas con escaleras imperiales de piedra, cuyas balaustradas presentan diferentes figuras, de cuya historia te enteras durante la visita guiada.



Faros de Mera, Monumento Natural de la Costa de Dexo.
Descubrí este lugar, catalogado como Reserva de la Biosfera y Monumento Natural, en uno de los carteles informativos del Pazo de Mariñán. Como nos pillaba de paso de regreso al hotel, decidimos echar un vistazo. Por el camino, vimos que todas las playas estaban a rebosar, con la gente dispuesta a aprovechar aquel nuevo día de sol y calor en Galicia.

Dejamos el coche en el aparcamiento que está junto a la antigua casa del farero, que actualmente es El Aula del Mar, un centro de interpretación de los faros y la naturaleza que los rodea.

En las inmediaciones, varios paneles informativos explican la historia de los dos faros y la ruta que puede hacerse por los senderos que los comunican, disfrutando también de unas vistas espléndidas. Pero iré por orden.

Los dos faros de Mera son, en realidad, torres de enfilación que marcan el canal de entrada a los barcos que llegan al puerto de A Coruña. El más pequeño y antiguo se encuentra sobre el acantilado, pegado al mar, mide 11 metros de altura y emite una luz roja.

A unos 300 metros tierra adentro, situado en una pequeña colina, está el faro mayor y más moderno, que tiene 14 metros de altura y emite una luz blanca. Para evitar los escollos y arribar sin peligro a puerto, las embarcaciones que llegan a Punta Herminia tienen que divisar ambas luces en la misma vertical.

Aunque ambos faros ofrecen unas panorámicas muy bonitas, me gustaron más, por ser más salvajes, las que se ven desde el faro pequeño con el Golfo Ártabro y las Rías de A Coruña, Ares, Betanzos y Ferrol, así como el perfil de la costa de la capital coruñesa con la Torre de Hércules actuando de punto de referencia infalible y emblemático. Lo malo era que el sol daba mucho reflejo e impedía tomar buenas fotos en esa dirección. Claro que las vistas hacia el este tampoco estaban mal.

Pero no nos conformamos con ver los faros, sino que seguimos el sendero que los comunica y, aparte de divisar otras vistas panorámicas preciosas, lo que más me sorprendió fue la impresionante vegetación que cubría las rocas, en aquel momento con un sinfín de flores de todos los colores. Una auténtica maravilla para la vista que solo se percibe plenamente estando allí.


Después de sufrir un buen atasco como consecuencia de la salida de las playas, regresamos a nuestro hotel en A Coruña.