El día lo empiezo temprano, vayan noche me han dado con los cánticos y encima a las 3:30 de la madrugada el canto a la oración a todo lo que da. En España tenemos las campanas y aquí la megafonía.
Hoy vamos en jeep hasta Askoli, el inicio del trekking, y parece ser que son al menos 6 horas. Ha salido primero un jeep con el material de campaña y el cocinero, y a las 7:30 he salido con mi guía Musa en un Toyota Land Cruiser antiguo chulísimo. Musa, el que será mi guía, se le ve buen tío. Su nivel de inglés es como el mío de malo, por lo que la conversación con él se hace más llevadera que con el de la agencia. Cuando los dos hablamos mal, la comunicación es más fácil pero tamben mucho más básica.
El trayecto hasta Askoli nunca me hubiera imaginado que sería tan bruto. Empieza relativamente cómodo, siguiendo el río Indo, hasta que se mete en el valle de Shigar. A partir de aquí han sido más de seis horas por un paisaje precioso pero por un camino que te hacía sudar por momentos. El aprecio a la vida es discutible porque las medidas de seguridad vial son nulas. Hay partes que básicamente son una senda ancha por un desfiladero. El conductor al menos se le ve serio y controlaba, pero cuando ves el desfiladero a tu izquierda te cagas. Para colmo, en muchas ocasiones se cruza el río Shigar, y es a través de unos puentes colgantes hechos con tablones y unos hilos de acero oxidados, muchos de ellos rotos. Esto lo harán todos los días, pero vamos, por narices alguna vez algún puente de estos tendrá que petar. Las vistas son preciosas, con el valle enorme y picos de 5 y 6 mil metros rodeándonos.
A medio camino hemos parado a comer. Debe ser el sitio donde paran todos los turistas, porque he coincidido con tres grupos. Básicamente los occidentales que estaban en el avión de Skardu. La comida durante el trekking es lo que más miedo me da. Antes de comer me encomiendo mentalmente para que todo me siente bien viendo el panorama. Aun así, con todo caliente y la sopa hirviendo, no debería haber problema, pero las condiciones higiénicas son tan mínimas que uno mira con recelo incluso los cubiertos.
De la comida hasta Askoli han sido otras tres horas más, aún por un camino de cabras en peores condiciones que la primera mitad. Una cosa que me parece curiosísima es que, al ser chiíes, durante el camino se pasa por pequeñas aldeas y en todas hay carteles gigantes de los ayatolás de Irán con frases en árabe que imagino serán versículos del Corán. No me imaginaba que hubiera esa devoción por los ayatolás en esta zona, pero al fin y al cabo los ayatolás son a los chiíes lo que el Papa a los cristianos. Hemos llegado a Askoli casi a las 16:00 y me temblaban hasta las pestañas.
Askoli es el último pueblo antes de iniciar el trekking que lleva al campamento base del K2. Estoy en un campamento con dos tiendas que hacen de cocina y comedor y una tienda tipo iglú para mí. En otro campamento hay al menos 5 o 6 grupos de turistas, por lo que me los iré cruzando durante el trekking y compartiendo campamento. A ver si al final puedo hablar con alguien, aunque no he visto a ninguno con pinta de español. He identificado franceses, un grupo de lo menos 10 checos y una rumana que creo que viaja sola con los franceses.
La tarde ha sido contemplativa. Por momentos me ha recordado al trekking de Etiopía porque el entretenimiento de los niños es venir a verte. Con la diferencia de que estos críos están mucho más acostumbrados al turismo y se les nota pillería. Te piden lápices y rupias, llegándose a poner cansinos hasta que se levanta el cocinero y salen corriendo... Para volver a la media hora. En qué momento a un turista se le ha ocurrido que es normal ir regalando lápices a los niños. Esto pasaba en Etiopía, y luego era curioso ver cómo adultos ofrecían a turistas lápices para vender... El niño pide, el adulto vende.
A media tarde me he ido a dar una vuelta por el pueblo. Aldea precaria rodeada de montañas espectaculares. Muchos viven del turismo, mientras que las mujeres se dedican a lavar y cargar cosas del campo. En un momento me he parado a echar una foto y de repente he escuchado un grito por detrás y una piedra me ha caído al lado. Me he girado y resulta que una mujer me estaba tirando piedras para que no echase fotos imagino... Yo le he hecho el gesto de perdón y me he ido zurriendo, pero tampoco sé qué es lo que le molestaba que fotografiara, porque era literalmente un paisaje con cuatro casas. Imagino que una sería la suya y no le haría gracia. Encima justo al lado había un cartel de "museo" y un niño señalándome que entrara, pero poco favor le hace al museo que una vecina espante así a quien pasa por allí. Estás que entro. Por el camino, la cuestión es que un par de niños también nos han tirado piedras al jeep. Esto también nos pasó en Uganda, salvo que en Uganda te gritaban a la vez lo de Muzungu. A la vuelta en el campamento me he animado a ducharme. Valiente he sido. Una caseta de adobe, con un grifo que llena un cubo y un cubilete para echarte el agua encima... Me he echado el primer capazo y casi me da un infarto de lo fría que está el agua, que burrada, mañana ducha del gato... Eso si, me he quitado una tonelada de polvo del camino en Jeep.
Aquí, al caer la noche, poco más se hace. Me han puesto de cenar medio pollo que han matado por la tarde. A media tarde he visto al cocinero venir con el pollo, se ha metido en la caseta y de repente se ha escuchado un grito de gallina y no más, ahí he imaginado que cenábamos pollo. Estaba bueno, aunque lo ha hecho el cocinero en aceite y se le ha quedado duro. De postre me han puesto melón. Lo he visto pelar, por lo que debe ser seguro.
Mañana me dice el guía que a las 6 desayunamos para empezar a andar a las 6:30. De momento, a la noche cae fresquito, la predicción parece ser que es buena, ojalá y aguante. Desde la tienda de campaña vuelves a escucharse canticos de muharram. Como la aldea está en un valle se escucha con eco y en estéreo, que pasión.