Este día llegábamos a Santa Lucía, que forma parte de las islas de Sotavento, siendo una de las Islas Vírgenes británicas, aunque es un país independiente desde 1967.
Esta vez sí hay personas vendiendo tours por la isla a los que descienden del barco. Eso sí, todo en inglés, no hay ningún conductor que hable español.
Por $40 te ofrecen un tour por la isla, pero nosotros queríamos llegar a Sugar beach, que es la playita que se encuentra justo entre los dos Pitones, que son formaciones montañosas que se levantan más de 700 metros de altura y que son el paisaje más conocido de la isla, estando incluso en la bandera de la isla. Se supone que el más grande, el Gros Piton, representa a la raza negra, y el más pequeño, el Petit Piton, a la raza blanca.
Así que contratamos, por $90, una excursión que incluía paradas en: el Volcán Soufriere que presenta emanaciones sulfurosas y manantiales, una cascada, Sugar beach, mirador de Marigot Bay y regreso al centro, ya cerca del puerto y del barco.
Así que, en un taxi para nosotros solos, salimos de camino haciendo las paradas que le pedimos al conductor, Joseph, un rastafari de corazón, según decía.
Pasamos por pueblitos pescadores como Anse La Raye o Canaries, donde compramos conchas marinas. Llegamos a una cascada ($3 la entrada) bonita pero pequeña, 5 minutos andando. No merece la pena.
Llegamos a un mirador desde donde se ve el humo que sale del volcán, el Soufriere. Y que según Joseph no es más que un agujero de aguas sulfurosas con mal olor y poco más, así que como la entrada cuesta $9 optamos por no verlo y llegarnos a la playa. Desde el mirador también hay una bella estampa de los Pitons.
Sugar Beach es preciosa, pero también con bastante gente que llega en catamaranes. Tiene un rincón como “reserva marina”donde hay un snorkeling decente. Es hermosa la postal con los Pitones a sus lados. Y con un restaurante a pie de playa que te permite tomar una buena Piton Beer frente al mar. De hecho, es bueno pagar los $4 que cuesta cada cerveza porque luego con el ticket te llevan en un carrito de golf hasta donde se quedó el chófer. Si no, te espera una empinadísima subida hasta el parking y con el calor reinante.
El regreso a Castries se hace pesado, porque son carreteras con mucha curva y bastantes kilómetros.
De camino se hace una breve parada para ver desde lo alto la playa de Marigot Bay.
Al llegar a Castries, la capital y puerto donde atraca el crucero, nos tocó sacar de un cajero para pagar la excursión. Conviene saber que los ATM o cajeros sólo dan dólares caribeños, y no dólares americanos. Lo que nos obligó a regatear el cambio porque el precio lo habíamos pactado en US$.
Una vez en la ciudad y cerca del puerto, hay tiendas para comprar souvenirs.
Poco más tarde, y bien soleados, embarcábamos de nuevo para ya descansar y comer en la cubierta de arriba con vistas a las isla.