2 de septiembre de 2018
Mapa de la etapa 1
Bzzzzz. Es el ruido de nuestras pulseras de actividad vibrando para avisarnos de que es hora de ponerse en marcha. Desde que descubrimos la posibilidad de programar alarmas con ellas, se acabaron las súbitas y molestas alarmas tradicionales. Pese a no ser una cama que me parezca extraña -son varias las veces que he venido a ver a mis padres durante el fin de semana en el último año-, he pasado mala noche despertándome varias veces. Más suerte corre L, que agradece la colchoneta visco-elástica que mis padres decidieron añadir al sofá cama. Empiezo el día con una buena noticia: investigando un poco por la red, encuentro el modo de conseguir que el GPS de mi teléfono móvil funcione (gracias a dos apps: QuickShortcutMaker para acceder a un menú de ajustes oculto y GPS Test para comprobar que el problema está solucionado). Traemos un GPS Garmin convencional como Plan B, pero para este viaje queríamos probar la experiencia de utilizar la navegación con información de tráfico en tiempo real de Google Maps. Problemas de geolocalización aparte, siento los clásicos nervios y ansiedad del inicio de un viaje en el que siempre van a haber imprevistos. Afortunadamente suelen durar poco, disipándose en cuanto entramos en materia. A las 9:10 y tras ir al encuentro de mi hermano para entrar en el aparcamiento, salimos de la capital catalana en dirección a Lleida.
Nuestra primera parada es en la Estación de Servicio Bonàrea en Òdena, muy cerca de Igualada. El gasoil es bastante más económico en Catalunya que en Baleares -debido a impuestos autonómicos-, y en concreto en las gasolineras Bonàrea es más barato que en la mayoría de sus competidoras. Más adelante descubriríamos que había otra gasolinera de la misma compañía ya en territorio oscense, pero por ahora nos ceñimos a lo planeado. Además del repostaje, por un euro sometemos el coche a cuatro minutos de lavado y aclarado a presión que le quiten la fina capa de sal que recubre toda la carrocería exterior. Volvemos al coche y volvemos a parar solo unos minutos después en un McDonald’s de Igualada, en el que compramos sendos cafés que acompañen a los cruasanes que mi madre nos tenía preparados -La Lola no da puntada sin hilo-. Habiendo repostado tanto nosotros como el coche, dejamos ya muy atrás en el retrovisor la peculiar forma de Montserrat y tras frenar a tiempo tras una furgoneta con matrícula rumana que ha decidido dar marcha atrás en una rotonda -todo vale- seguimos la marcha en dirección noroeste.
Entramos en Huesca unos 20 minutos después, a las 11:50. Durante éstos hemos superado múltiples puentes que atraviesan la autopista teñidos de amarillo por los incontables lazos que cuelgan de sus barandillas. La autopista A-2 da paso a carreteras nacionales, por lo que se acaba la posibilidad de mantenerse a la velocidad máxima permitida debido al tráfico que esporádicamente encontramos en nuestra dirección. Comenzamos a atravesar pueblos oscenses, primero en llano y luego levantados en la ladera de montañas. Suenan por los altavoces del coche programas atrasados de Nadie Sabe Nada. Hemos traído para la ocasión un adaptador “Bluetooth FM” que recibe la señal del móvil y la emite por la frecuencia que nosotros configuremos para poder escucharla en la radio del vehículo. Funciona a la perfección, incluso utilizando frecuencias que no están completamente libres.
Comienzan a sucederse carteles que ya nos suenan más familiares. Superamos la turística calle principal de Benasque, y a las 13:40 estacionamos en el muy amplio aparcamiento del Vado de Llanos del Hospital. Nuestro objetivo para hoy -y para mañana también, pero todo a su tiempo- es iniciar una excursión que nace en la explanada de La Besurta. El acceso hasta allí no está permitido para vehículos particulares así que nos vemos obligados a recurrir a los autobuses que permiten llegar hasta ella. La frecuencia es mucho mayor -y el precio muy inferior- cogiéndolo en este aparcamiento en lugar que subiéndose a bordo en el propio Benasque. A nuestra llegada acaba de irse uno de los servicios, así que nos toca esperar lo que termina siendo una larga media hora en el pequeño apartadero cubierto que hay junto a un río en el que pastan las vacas. Las vistas aquí ya empiezan a tener el sabor que andábamos buscando.
Esperando al autobús
Disfrutando de la fauna local durante la espera
A las 14:20 y tras pagar los 5,10 euros por cabeza que cuesta el pasaje de ida y vuelta, nos subimos al siguiente autobús y nos empezamos a mover. En la radio del conductor suena Platero y Tú. Su saludo ha sido seco, pero cordial, sin adornos ni una amabilidad que parezca impostada. Somos solo cuatro pasajeros a bordo, y tras 15 minutos atravesando por una pista con muchos baches un enorme valle atestado de vacas alcanzamos el pequeño kiosco que hay en el aparcamiento de La Besurta. Nos encontramos el paisaje mucho más verde de lo que esperábamos en esta época del año, si bien es evidente que los tonos han empezado a degradarse hasta el más amarillo más característico del otoño.
Vistas desde La Besurta
Para hoy tenemos previsto solo un pequeño aperitivo. Dejando para el día siguiente la excursión estrella de Benasque, hoy nos queremos limitar a alcanzar los Ibones de Villamuerta cuyo sendero se inicia aquí. Ibón es el término que en Aragón reciben los pequeños lagos formados por agua de origen glaciar en los Pirineos. Atravesamos el pequeño puente de madera que pasa sobre el agua que procede precisamente de esos dos ibones y tomamos el desvío a la izquierda. Según varias páginas webs especializadas en rutas de senderismo, nos quedan por delante 3 km de ida y vuelta en los que superar un desnivel de 170 metros. Suena a una buena opción para ir calentando.
En apenas 15 minutos hemos alcanzado el primero y menos elevado de los dos lagos que forman los Ibones de Villamuerta. Nos encontramos una masa de agua en calma rodeada por vegetación y piedra según dónde miremos, pero por ahora el espectáculo real lo estamos dejando a nuestra espalda. Según hemos ido ganando altura, las vistas a las múltiples cimas que quedan varias decenas de kilómetros tras nosotros han ido mejorando en consonancia.
Ibón Inferior de Villamuerta
Las vistas al valle dando la espalda al ibón
Tras un pequeño alto, damos inicio a la parte más exigente del recorrido. 40 minutos más ganando altura a un ritmo ahora mucho mayor, con una pendiente mucho más pronunciada que transcurre en paralelo al torrente. Poco a poco y vigilando cada paso para no patinar sobre todo en las zonas más escarpadas, nos encontramos el Ibón Superior de Villamuerta bañado por el sol a las 15:40. Coincidimos a nuestra llegada con otra pareja en la orilla contraria que no tardaría en marcharse, dejando así el ibón para nosotros solos.
Dejando atrás el ibón inferior
Por supuesto que él también ha venido
¿Todo eso hemos subido ya?
Más agua de origen glaciar rodeada de vegetación y piedra y de nuevo un espectáculo para nuestro gusto aún mayor mirando hacia las montañas al suroeste. Un poco más hacia la izquierda, mirando al sur, podemos intuir algunos saltos que el río hace a lo largo del recorrido que lleva a Aiguallut, la inevitable visita estrella de Benasque que nos espera mañana. El único pero de la escena es el resol de paisaje montañoso, pero por lo demás la relación entre esfuerzo y recompensa nos parece la idea para una excursión que no deja de ser introductoria. A las 16:30 y tras acumular las primeras de las muchas fotos que iremos haciendo a lo largo del viaje, iniciamos el descenso de regreso.
Ibón Superior de Villamuerta
Una panorámica junto al ibón
El intrépido reportero de naturaleza...
Con mucha más facilidad para ver dónde pisar y sin parar tanto como a la ida, en un suspiro estamos de nuevo en La Besurta cuando el reloj marca las 17:10. Sin ninguna cobertura móvil en toda la zona agradecemos llegar justo antes de que el bus aparcado junto al kiosco arranque y evitar así tener que esperar hasta el próximo servicio. Eso sí, llegar los últimos nos obliga a realizar todo el viaje de vuelta de pie y agarrados a una barra ya que el autobús está abarrotado.
Siempre es buena idea seguir los hitos
Vemos pocos metros antes de regresar al aparcamiento el hotel de Llanos del Hospital, y más concretamente el pequeño jacuzzi que asoma en una de sus esquinas. Unos pocos cientos de metros más y estamos ya de nuevo en nuestro coche.
Pastoreando mientras volvemos en autobús
Lejos de dar por concluido el día, nos dirigimos ahora hacia una Cascada de Espigantosa en una ruta en la que no encontramos el resultado deseado. Alcanzamos el desvío de la carretera que lleva a ella, y aquí ya nos sorprende un cartel de “Prohibido circular” que no se mencionaba en ninguna de las guías de cómo alcanzar la catarata disponibles en la red. Decidimos asomarnos unos pocos metros más de todos modos y entonces lo comprendemos. La pista que sube hasta la cascada se encuentra en un estado muy, muy malo en el que parece muy poco recomendable adentrarse con un vehículo que no tenga tracción a las cuatro ruedas. Damos media vuelta maniobrando muy despacio y con los ojos puestos en los profundos badenes a lado y lado de la pista, y nos resignamos a tachar la cascada de nuestra agenda.
Para utilizar el imprevisto en nuestro favor decidimos ir ahora al Mirador de Sos, parada que teníamos prevista hacer mañana antes de abandonar la zona de Benasque. Para llegar a él nos esperan cuatro kilómetros de subida por una de esas carreteras de montaña en las que deseas que no venga ningún vehículo de frente. Solo se cruza uno y además lo hace en un tramo en el que es muy sencillo apartarse levemente para dar cabida a dos coches en paralelo, así que sin más contratiempos alcanzamos el pequeño y coqueto -casas de piedra como nota predominante, y así ocurriría en muchos escenarios futuros- pueblo en lo alto de la colina. Aparcamos junto a la iglesia y aquí mismo, subiendo solo unos pocos metros a pie tenemos el mirador.
Resumiendo las vistas, tenemos ahora ya un poco apartada de nuestra posición una iglesia de formas muy fotogénicas, y en la dirección contraria todo el valle con el pueblo de Castejón de Sos a los pies de una cordillera que sube y sube tras él hasta alcanzar la cima del Turbón. El mirador se encuentra junto concretamente frente a la Ermita de Santa Elena, una pequeña construcción de piedra que alberga dentro la figura de la virgen y que parece sacada de una zona cualquiera del mapa de The Witcher 3.
Las vistas desde el Mirador de Sos
Un lugar tranquilo
La Iglesia de San Andrés
El Turbón arriba y Castejón de Sos abajo
Aquí tiene que haber una misión secundaria
Ahora sí, damos por cerrado este prólogo en territorio oscense y conducimos hasta precisamente ese Castejón de Sos que veíamos a nuestros pies. Gracias a Google Maps nos cuesta muy poco encontrar el Hotel Plaza en el que pasaremos esta noche, y junto a él el aparcamiento con capacidad para siete u ocho coches reservado para sus huéspedes. Nos registramos en recepción, en la que nos informan de que van a alojarnos en una habitación superior pero manteniendo el precio de estancia estándar que traemos reservado a través de la página web oficial del establecimiento. Nos acompañan hasta una habitación muy espaciosa, con un diván que acompaña a la amplia cama, una mesa junto a la terraza cerrada con una persiana eléctrica y un cuarto de baño completo con sistema de hidromasaje en la bañera.
Llegamos al Hotel Plaza
Todo suena muy bonito hasta que recordamos que nunca hay que fiarse por defecto de un negocio en el que te regalen algo. La mitad de los enchufes de la habitación no funcionan, incluyendo el que debería alimentar la pequeña nevera. La conexión a Internet es casi anecdótica, ya que resulta terriblemente lenta e inestable. Por último, el hidromasaje no se activa por mucho que utilicemos los controles tal y como indica las instrucciones incluidas en el dossier para huéspedes.
Vemos jugar a un vecino desde la terraza
Las vistas desde la habitación
Tras una muy deseada ducha y algo de descanso salimos a la calle del Hotel y sin abandonarla, solo varios metros hacia la derecha, nos metemos en el Bar La Morera. La carta suena genial gracias a las hamburguesas y burritos que en ella figuran y en la televisión se emite el partido entre Betis y Sevilla, algo lógico al ver que el establecimiento es un “Sports Bar”. La comida, sin embargo, es bastante decepcionante. La hamburguesa de L tiene poco sabor y viene dentro de un pan sin tostar, y mi burrito… se salva pero es algo extraño, con la tortilla que lo envuelve demasiado crujiente. De postre pedimos una tarta de queso que es azúcar puro y un vaso de “leche de la abuela” que sabe a anís. Incluyendo dos cañas de cerveza y un refresco, pagamos por una cena suficiente pero sin grandes alardes un total de 26 euros.
La carta de La Morera
Son las 23:00 cuando estamos ya de vuelta en nuestra habitación del Hotel Plaza, metidos en la cama y amenizando los últimos minutos del día, a falta de una conexión a Internet estable, con un placer culpable cinematográfico: 60 Segundos. Reproducimos en uno de nuestros teléfonos móviles el “sonido blanco” de lluvia que nos ayuda a amortiguar ruidos externos y cerramos los ojos. Mañana dejaremos Benasque pero no sin antes pasar por su más popular atractivo. Aiguallut espera.