2 de agosto de 2017
Mapa de la etapa 1
Vacaciones. Naturaleza. Senderismo. Paisajes verdes. Un pensamiento lógico sería "¡Pero pedazo de locos! ¡No hace ni dos meses que volvísteis de Yosemite! ¿Ya os vais otra vez a un National Park?". Y no, no hemos ido tan lejos. Porque tampoco hacía falta: teníamos lo que necesitábamos a mucho menos distancia en avión.
En este Capítulo II de nuestro plan "tres viajes durante 2017", nuestro destino se encuentra mucho más cerca de Mallorca. Cumpliendo por fin esa eterna intención de visitar también la naturaleza nacional hoy ponemos rumbo a algunos de los encantos naturales del Principado de Asturias. El objetivo: encontrarse con prados, vacas, menos masificación que el agosto balear y temperaturas más suaves que el horno en el que se ha convertido el Mediterráneo en verano. Vamos allá.
Nada más y nada menos que a las 4:30 de la mañana debe sonar nuestro despertador para asegurar que no perdamos un avión que despegará a las 6:30. Parece la estrategia perfecta para sufrir sueño durante nuestra primera etapa incluso compartiendo zona horaria con nuestro destino. Damos así por finalizada prematuramente la que ha sido la noche más calurosa que recordamos en los 10 años que llevo viviendo en Mallorca. La temperatura en el interior de la casa es de unos absurdos 29,6 grados.
Mediante el agradecido y gratuito servicio de traslado del hermano de L, son las 5:15 cuando ya estamos buscando el mostrador de facturación de Vueling en el Aeropuerto de Son Sant Joan. Mucha gente para tan temprana hora, aunque no debería ser tan sorprendente tratándose de ese insostenible infierno turístico en el que se ha convertido Mallorca durante los meses estivales. Facturamos nuestras dos bolsas de equipaje sin problemas y al pasar el control de seguridad me hacen sacar la cámara de fotos de su mochila por primera vez. Hasta ahora siempre había bastado con poner en la bandeja el ordenador portátil.
¡Nos vamos!
El vuelo sale puntual -faltaría más siendo el primer servicio del avión y la tripulación para el día de hoy- y tras alrededor de hora y media Asturias aparece bajo nosotros cubierta con un manto de niebla. Niebla que sin embargo comienza a despejarse por allí y por allá lo suficiente para dejar entrever varias colinas totalmente cubiertas por un intenso verde. Podemos vislumbrar ya -y nos gusta- que cuesta encontrar 100 metros seguidos sin desnivel, siendo todo el terreno una serie constante de colinas con casas de campo y granjas esparcidas por ellas. Con la ayuda de auriculares y el bendito efecto adormeceder de los motores en los niños que tenemos en los asientos inmediatamente anteriores y posteriores, incluso hemos podido conciliar pequeños momentos de "quedarse traspuesto" para tocar tierra con una pequeña propina de descanso sobre el escaso tiempo que hemos dormido esta noche.
Tomamos tierra y, en comparación con los aeropuertos que solemos frecuentar tanto dentro como fuera de España, el de Asturias-Oviedo nos parece de juguete. Todo está convenientemente cerca, siendo necesarios apenas tres minutos para alcanzar las cintas de salida de equipaje tras abandonar el avión. Y ya con nuestras bolsas de nuevo en nuestro poder, en apenas unos pasos estamos frente al mostrador de la empresa de alquiler de coches Europcar.
Cuando se trata de viajar a otro destino que no sea Norteamérica, alquilar un vehículo siempre es un puñal en el corazón. Acostumbrados a los bajísimos precios de las oficinas "rent-a-car" de Estados Unidos, nos resultan muy altos los más de 400 euros que pagamos por un pequeño vehículo, conductor adicional, y paquete medio de servicios y coberturas adicionales para incluir asistencia en carretera y rebajar la franquicia en caso de desperfectos a "solo" 300 euros. Tras darnos de alta en el sistema y consultar la reserva -realizada directamente con la compañía- la empleada nos entrega la llave del Volkswagen Polo que nos permitirá desplazarnos durante los próximos siete días. Modelo de gasolina, ya que si queríamos un vehículo diésel debemos pagar 20 euros más.
Mientras esperamos en el mostrador, las puertas automáticas de la terminal que se abren y cierran a escasos diez metros de nosotros ya nos anticipan lo que va a ser una estupenda noticia. ¡Hace frío! La brisa que entra en el edificio nos obliga, al igual que muchos de los recién llegados, a echar mano del equipaje para añadir alguna capa con mangas a nuestra indumentaria. Teniendo en cuenta que hace apenas unas horas nos encontrábamos en alerta naranja por temperaturas máximas superiores a 40 grados, nuestra satisfacción es infinita.
Quedan pocos minutos para las nueve de la mañana cuando localizamos nuestro vehículo en el aparcamiento del aeropuerto. Tras comprobar que todo está en orden -solo un pequeño arañazo en el parachoques trasero del que ya son conscientes en la oficina- nos ponemos en marcha. Nos esperan 44 kilómetros en dirección al este que interrumpiremos para realizar algunas compras básicas. Comienza el recorrido por una autopista con poco tráfico y tramos de espesa niebla que dificulta ver nada más allá del asfalto. Cuando lo permite podemos ver ya los primeros prados y vacas asturianas, aunque el resto del paisaje lo protagoniza una zona industrial que no está a la altura.
La parada de aprovisionamiento tiene lugar en el Hipermercado Carrefour de Azabache, pero antes de acceder a él pasamos unos minutos en el Decathlon anexo. Compramos aquí dos o tres artículos económicos para añadir mangas y pantalones largos a nuestro arsenal, ya que especialmente en mi caso he pecado de optimista y ahora no descarto pasar frío cuando el termómetro coquetea con las mínimas del día. Notamos ya aquí, y lo confirmamos al acceder al supermercado, que todo tiende a ser más barato que en casa. Consecuencias del elevado coste de la vida y la insularidad en lo que hacemos llamar hogar.
Aprovechamos el bar-cafetería del hipermercado para desayunar, costando decidir qué escoger de un mostrador en el que todo tiene una pinta inmejorable: empanadas, bocadillos, bollería... no es fácil elegir un ganador. Nos decantamos por sendos cruasanes, uno relleno de ensaladilla rusa y otro de ensalada de cangrejo. Con el estómago por fin atendido tras demasiadas horas sin darle trabajo pasamos al interior del supermercado para comprar algunas bebidas y patatillas necesarias durante el viaje. Cerramos la visita llevándonos del mismo sitio en el que hemos desayunado sendos bocadillos para el futuro almuerzo. Son las 10:30 cuando volvemos al exterior y la niebla ha desaparecido totalmente, permitiendo así la llegada de un sol que ahora amenaza con subir la temperatura varios grados. Por ahora sitúa el termómetro en los 20 y ya no está tan claro que vayamos a necesitar la manga larga durante el resto del día.
Retomamos la marcha y a las 11:00 detenemos el motor en el aparcamiento junto a la embotelladora de Fuensanta tras abandonar la autopista y recorrer durante apenas dos kilómetros una carretera nacional en el municipio de Nava. Nos espera aquí, perfectamente señalizado en un cartel cercano a la fuente en la que un anciano rellena varias garrafas, la primera excursión del viaje. Un pequeño aperitivo que no debería llevarnos más de cuatro horas conocido como la "Ruta de las Foces del Río Pendón".
No tiene pérdida
La ruta consiste en un recorrido circular que en su primera mitad nos llevará por el lateral de un barranco al fondo del cual transcurre dicho río. En el punto más alejado desde la salida, nuestra altura y la del río coincidirán para poder ver desde muy cerca unos pequeños saltos de agua. Al regreso y tras un remonte descenderemos por la cara opuesta de la misma colina hasta regresar a la embotelladora desde la que hemos partido.
No tardamos en empezar a subir
Arrancamos con una fina capa de manga larga sobre la camiseta de manga corta, pero tras unos minutos dicha capa termina en el fondo de nuestras mochilas. La temperatura, estable y soportable pero ya lejos del frescor de hace unas horas, se suma a un desnivel que muy pronto nos hace sudar mientras nos obliga a ganar ya gran parte de la altura de la ruta. En apenas 30 minutos alcanzamos el alto de Los Fornos tras cruzarnos con algunas vacas, cabras, e incluso tres enormes cochinos celosamente encerrados. Tenemos ya aquí, pese a un resol que no permite disfrutarlas plenamente, vistas a las verdes tierras del municipio de Nava. Comenzamos entonces la ruta paralela al río, dejando la caída a mano izquierda y acompañados a mano derecha por una elevada pared que cuando llevamos aproximadamente una cuarta parte del recorrido se pone a llorar debido al agua que cae desde las alturas. Momento perfecto para empapar nuestras gorras y dar un respiro a nuestras cabezas que han soportado el peso del sol durante todo un tramo escaso en sombras.
Primeras vistas a los valles asturianos
Comienza la senda junto al precipicio
El río queda bajo nosotros a mano izquierda
Duchas naturales
Detalle de las paredes que lloran
Cuando se cumple una hora desde la salida alcanzamos ya los dos puentes que atraviesan el Río Pendón y disfrutamos de un clima mucho más fresco gracias a las frías aguas que forman pequeños saltos a escasos metros de nosotros. Durante todo el trayecto solo coincidimos con un matrimonio y su hijo y nos acompañan pocos mosquitos para lo que cabría esperar.
Y aquí están los saltos del río
Un alivio de sombra y frescor tras el paseo al sol
El regreso comienza de forma muy potente, con un recorrido en zig-zag que vuelve a ganar altura rápidamente hasta alcanzar un alto en el que nos esperan varias grandes e inmutables vacas en pleno centro del camino. Pasando lo más lejos posible de ellas con toda la precaución posible -esos cuernos impresionan aunque no sean de toro- iniciamos los últimos cuatro kilómetros que nos separan del punto de partida. Los interrumpimos cuando encontramos, entre refugio y refugio, una roca situada convenientemente a la sombra en la que poder sentarnos y disfrutar de un almuerzo con vistas. Acompañados por el sonido de los cencerros de vacas comemos en absoluta tranquilidad ante las casas de Nava, ahora mucho más distinguibles desde nuestra posición tras haber perdido altura. Perfectamente podría ser el lugar perfecto para vivir acorde a nuestras preferencias.
Volvemos a los paisajes en cuanto subimos un poco
Los guardianes del paso elevado
Los últimos cuatro kilómetros son en descenso
Comiendo con vistas a Nava
Un último paisaje antes de perder el resto de altura
Son las 14:50 cuando estamos de nuevo en el coche, acalorados tras el soleado regreso. Tomo el relevo de L, que ha sido la primera en ponerse a los mandos de nuestro pequeño pero suficiente Volkswagen. Nuestro navegador GPS de Garmin se empeña en salir y entrar de la carretera nacional que estamos transitando para hacernos atravesar pequeños núcleos de casas. Desde un punto de vista turístico está bien, pero cuando para salir de alguno de esos nucleos tenemos que atravesar tramos de carretera rural en muy mal estado deja de tener tanta gracia. Decidimos ignorar sus arrebatos de naturaleza hasta que vuelva a sus cabales y no vuelva a proponernos abandonar innecesariamente la vía principal. Alcanzamos Arriondas, pueblo atravesado por el Río Sella y desde el que parte el popular descenso de embarcaciones por dicho río. Y resulta que dicho descenso tendrá lugar dentro de tres días. Y resulta que coincide con las fiestas locales. Dicho de otro modo: nos encontramos el pueblo engalanado y con una afluencia de visitantes mucho mayor de la esperada.
Pero no es aquí a dónde nos dirigíamos, si no algo más allá en dirección al norte. Concretamente diez kilómetros más allá, donde tras una carretera de montaña que nos impide pasar de la tercera marcha nos espera el Mirador del Fitu. Aparcamos en uno de los pocos espacios que quedan libres para alcanzar una pequeña escalera estratégicamente ubicada que ofrece un balcón hacia uno de nuestros destinos principales del viaje. Lamentablemente, los Picos de Europa quedan escondidos tras un espeso banco de nubes por lo que debemos conformarnos con el resto de vistas a toda la región, que no es poco. Si bajamos del mirador oficial y subimos unas pequeñas rocas en el lado opuesto podemos ver las orillas de algunas pequeñas playas del Cantábrico.
El Mirador del Fitu
Las vistas desde el Mirador del Fitu
Los Picos de Europa, tapados por las nubes
El Cantábrico tras nosotros
Por ahora, el sitio más concurrido de la jornada
Tras pasar un buen rato en lo alto del mirador escuchando el incesante ir y venir de turistas nacionales -por el acento creemos que hay una notable afluencia de extremeños- seguimos avanzando unos pocos cientos de metros por la misma carretera hasta alcanzar un área recreativa consistente en un aparcamiento que ha sido tomado por varias vacas sin intención de moverse. Dejamos el coche en el lugar más alejado posible de ellas y nos asomamos hacia el norte, donde los pueblos costeros son ahora mucho más visibles que desde el mirador.
Siempre dispuestas a posar
Deshacemos los 10 kilómetros ahora en descenso que nos separan del concurrido Arriondas y paramos durante unos minutos en un supermercado Mercadona para comprar algo que nos sirva de cena para esta noche. Solo nos queda avanzar 18 kilómetros más hacia el sur y habremos llegado a nuestro destino final del día, previo paso por un Cangas de Onís casi exclusivamente dedicado a abastecer de aparcamiento y accesos a los populares Lagos de Covadonga que esperamos visitar en breve.
Son las 18:00 cuando accedemos a nuestro alojamiento de hoy, La Casona de Con. Nos recibe un dueño que se encontraba en esos momentos en la cocina y durante los trámites de la entrada nos da valiosos consejos que incluso nos llevan a plantear modificar nuestros planes para mañana, tras ser muy evidente al repasarlos sobre un mapa que íbamos a recorrer distancias pesadas e innecesarias. Nos acompaña hasta nuestra habitación, que es amplia, acogedora y goza de muy buenas vistas a los alrededores. Lo único que nos inquieta son los diminutos zapatos que reposan frente a la puerta de nuestros vecinos, temiendo que haya que echar mano de recursos de emergencia para poder conciliar el sueño ante posibles ruidos.
Lo primero que hacemos al acceder a la habitación es consultar la carta del servicio de cenas que tiene lugar a las 21:00, ya que en caso de querer hacer uso de él tenemos que hacerle saber al cocinero qué plato queremos antes de las 19:00. Los precios son aceptables en algunos casos y algo elevados en otros, pero en cualquier caso desestimamos la posibilidad. Ya habrá tiempo para disfrutar de comidas locales y hoy ha sido un día muy largo que preferimos terminar en la tranquilidad de nuestra habitación.
Solo queda ahora disfrutar del resto de horas de sol repartidas entre la bañera, el sofá y la cama de nuestro hogar por una noche. La tranquilidad solo se ve interrumpida por el ruido de un lejano tractor -soportable- y puntualmente por el matrimonio y su hijo de la pared anexa -algo más molesto-. Cuando pasan las 20:00 echamos mano de nuestra cena siguiendo las noticias de Baleares a través de la web de IB3, y tras otro rato navegando por las redes sociales desde la cama son las 22:00 cuando apagamos las luces y nos vamos a dormir todavía con claridad asomando por los bordes de las cortinas. Asturias nos ha recibido con muy buenas formas, y ya estamos deseando ver cómo continúa nuestro encuentro con ella.