Llegaba nuestro último día en Azores y esperábamos tener mejor suerte con la niebla. El día prometía, había algunas nubes en la costa pero no parecía mucho. Empezamos donde lo habíamos dejado a media tarde el día anterior, recorriendo la carretera del norte. Al miradouro dos Caimbros y a la bahía da Alagoa siguieron otros miradores, como el de la Pedrinha y el de Ponta Delgada, con magníficas vistas de la isla de Corvo.
Desde Ponta Delgada fuimos al Farol de Albernaz, el faro más occidental de Europa. Tiene unas vistas magníficas, incluidas al Ilhéu de Monchique, el territorio europeo más occidental.
Desde allí teníamos que ir a la zona central de la isla, donde están las lagunas. Teníamos varias opciones, y escogimos la más directa, por un camino que pasaba por los puntos más altos de la isla. Un camino que resultó tener un firme horroroso y una inclinación que nos hizo temer por el motor de nuestro viejo coche.
El día estaba despejadísimo, vaya regalo nos estaba haciendo Flores nuestro último día. Primero fuimos a ver las 4 lagunas más elevadas, aunque donde más nos paramos fue en la Negra y en la Comprida, ya que la Seca la habíamos visto el día anterior y la Branca no es muy espectacular.
Estas dos lagunas, la Negra y la Comprida, están juntas y se pueden ver desde el mismo mirador, aunque ambas tienen otros puntos desde dónde admirarlas.
Otro mirador con vistas maravillosas es el de Craveiro Lopes.
Desde allí fuimos de nuevo al Poço da Ribeira de Ferreiro, para poder ver las cascadas sin niebla. Ya en la carretera vimos que el caudal de la Cascada del Ribeira Grande había. Arriba en el lago estaba muy bonito, ese lugar es realmente paradisiaco, más hermoso de lo que aparece en las fotos.
Nos tomamos una cervecita disfrutando del entorno y nos fuimos a comer. Fuimos hasta Fajã Grande y dada la experiencia de la tarde anterior, entramos en el primer restaurante que vimos, que fue O Costa. Era un restaurante pequeño con solo 4 platos en la carta, atendido por una sola persona tanto en cocina como fuera. Pedimos unos calamares en salsa y filetes de ternera, que resultó estar todo muy bueno.
Después fuimos a ver algunos de los miradores que no pudimos ver los días anteriores. Uno de los más bonitos, el miradouro do Portal, con vistas a Fajãzinha y a los acantilados por las que caen todas las cascadas del Poço da Ribeira do Ferreiro.
Más hacia el sur paramos en el miradouro da Rocha dos Bordões, que permite ver esta magnífica formación basáltica, y en la cascata da Lapa que, a diferencia del día anterior, podía verse en toda su amplitud.
Desde allí fuimos de nuevo hacia el interior para ver las dos lagunas que nos faltaban, la Lagoa Funda y la Lagoa Rasa, que se pueden ver desde el mismo punto. Como veis, son muy originales con los nombres de las lagunas. La Funda está honda y la Rasa en superficie. La Seca tiene poca agua, la Negra tiene el agua oscura, la Comprida es larga,…
Hay otro punto muy bueno para ver la Lagoa Funda y el paisaje que la rodea. También existe otro mirador desde donde se ven estas dos últimas, pero en ese momento no lo teníamos controlado y no nos quedaba mucho más tiempo ya.
Volvimos a Sata Cruz, nos despedimos de nuestros pececitos en la piscina natural y nos fuimos a preparar la maleta, que al día siguiente se acababa la aventura.
Pocas veces he sentido una nostalgia tan grande incluso antes de irme. Estábamos tan a gusto, viendo paisajes maravillosos, tranquilos por la covid,… que pensar en volver a la rutina, a las preocupaciones, al día a día, no nos hacía ni pizca de gracia.