5’15, el ventilador ronronea como un metrónomo. A las 6’30 bajo a la calle. Hay gente pero todo está cerrado y vuelvo a subir. Bajamos más tarde, cambiamos 30 euros a 69 INR x euro para el pick up al aeropuerto, algún café e improvistos. Desayuno en German Bakery, grandioso nombre para un garito que no tiene nada de German ni de Bakery, una Toast Butter Jam, o sea una vulgar tostada con mantequilla y mermelada, y una Cheese Omelette, o sea una tortilla con queso. Junto con el milk coffee y un capuchino, sube la cuenta a 105 INR (1’5 eu). Media hora de Internet, con dos cortes de luz incluidos, por 10 INR (14 cms) para chequear correo y tarjeta de embarque.
Fotos a la cartelera del cine Imperial en la manzana trasera del hotel, asomándonos con precaución sanitaria a la platea de sillas de ex-madera, y retirada para apurar aire acondicionado, ducha, check out y consigna.
Sobra el resto del día. Si no me muevo baja todo el peso del viaje, y ya solo esperamos a que llegue la noche para coger el taxi al aeropuerto, y llegar cuanto antes.
En este lapsus, ha habido un paseo por Conaught place, esta vez sin mierda en el zapato, comida de unos noddles chinos y una pizza en el Haldiram’s, una cuidada cadena de buffets-restaurant, bien montada, limpia y occidentalizada, antes de pillar el metro para volver y dar una definitiva vuelta por Main Bazar para comprar el juego “Champions” al que jugamos en Jodhpur, por 250 INR (3’6 eu), y a esperar a las 10 de la noche, hora de la cita con el taxi.
Nos queda un viaje de vuelta como siempre lo son todos: eternos. Bye.