
Despertamos, salimos, dejamos el peso, y preguntamos Tour al desierto para salir ya, y vuelta al día siguiente. No hay negociación porque es precio fijo.

Ofrecen las siguientes garantías de asepsia desértica:
• ruta sin concurrencia de reatas de guiris
• ruta sin plásticos ni desperdicios por el camino
• sleeping bags australianos en lugar de mantas con olor a “camello”
• camellos de carne y hueso
• comida casera y agua potable
• ni bailes ni música al lado de una hoguera
• auténtico culo dolorido

Condiciones de pago y horarios:
• 1250 INR (18 eu) por persona al contado a la firma del contrato
• Salida a las 15h de hoy y vuelta mañana sobre las 11h aprox.

Como quedan un par de horas nos vamos a voltear por Jaisalmer. Hace un frío que pela, más o menos 44º a la sombra. Me compro una camisa fina de manga larga color caqui oscuro para el Tour por 100 INR (1’4 eu). Esta mañana nos encontramos desayunando en la terraza de un hotel con 3 spanish chicas que empiezan tour de 1 año por la India, de momento con chófer para la adaptación. Intercambiamos algún recuerdo y unas risas.

Comemos en un Ristorante italiano en la plaza de entrada en la subida al castillo, miro por la ventana, subir y bajar la gente por la pendiente. Esperamos una pizza y un plato de pasta, mientras trago una cerveza. En la mesa en frente nuestro, una pareja de íberos ya ha acabado. Yo escribo lo que me viene a la cabeza del paseo antes de entrar aquí a comer.

Después de la caminata por el mágico castillo de arena, nos sentamos a tomar un Mazaa de mango en la terraza de un chiringuito antes de la salida, y recuerdo la hora y pico que estuvimos hablando con un jaisalmeriano genial al que se unió luego el dueño, igualmente estupendo, del chiringo. Hemos encontrado buenos feelings aquí. Otros quizás no, y lo cuente de otra manera.

La salida a las 3 se retrasó media hora. Mazi (escrito fonéticamente) una norteamericana se apuntó en el último momento y nosotros y Hanso, un agradable berlinés en ruta hacia Goa, la esperamos a que recoja el equipaje y vuelva.

Tras 1 hora de jeep nos desviamos de la carretera al punto de descanso de los camellos. Me asignan al bautizado como King kong, lo cual me hace pensar de inmediato que espero no averiguar el porqué durante la travesía. Los 2 niños camelleros que nos hacen de guias, nos dan las riendas y partimos, mientras oigo decir que se cabalga como un caballo. Tengo el problema de que tampoco he cabalgado un equino nunca.

El camello tira solo así que no hay problema. Va a su bola pero se siguen entre ellos o a los sonidos de garganta que emiten los chavales. Para ir al trote se les arrea en el flanco con una vara o con los talones. Dina y Vima, un joven de 17 años y un niño de 10 respectivamente enseñan un monton de cosas. Nos muestran como se vive sin perder la dignidad, y tratando de que se encuentren bien unos marcianos aterrizados de vete a saber que coño de planeta.

Montamos durante 1 hora y tiramos de las riendas para que los camellos paren en los sembrados de una aldea. Hay plantadas sandías con cáscara de camuflaje militar, y las que están para recogerse son del tamaño de medio melón.

En la aldea todos se te echan encima a golpe de risas, sobre todo niños y mujeres. De hecho, sólo un hombre, enjuto y casi negro, cabeza de familia, sonriendo irónicamente nos hace gestos de que es con él con quien hay que hablar. Nos ofrecen las sandías, cuya pulpa blanca, no roja, no es dulce pero tiene mucho agua. Vemos que dependen de 3 posesiones básicas: rebaños, sandías y grano.

Al cabo de un rato volvemos a montar para recorrer este desierto castigador de matojo. Llegamos a unas pequeñas dunas, donde los chavales establecen el campamento y donde, inmediatamente empiezan a trajinar con la intendencia. Realmente la ruta esta fuera de circuito concurrido como pueden ser las dunas de Sam hacia el otro lado, así que estamos solos.

Hanso pone su cometa-parapente a volar. Entre la pericia con que lo hace y el sonido de la cometa cortando el viento, atrae embobados a unos niños que pastorean por los alrededores. Mientras Mazi se abstrae, y yo me pierdo siguiendo huellas de kakarraldos peloteros. Tomamos un masala tea, una cena ya a oscuras, y Dina se escapa a una aldea cercana, mientras nosotros hablamos tumbados. Al volver se preparan los sacos australianos donde dormiremos, mirando las galaxias, la noche.
