![]() ![]() Embarque Libre a Amsterdam ✏️ Blogs de Holanda
Diario de nuestro viaje a Amsterdam en Marzo de 2013Autor: Gatuka Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (9 Votos) Índice del Diario: Embarque Libre a Amsterdam
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Etapas 1 a 3, total 5
Tras un vuelo rápido a pesar de la escala en Frankfurt, aterrizamos en Amsterdam. Al poner el primer pie fuera del aeropuerto de Schiphol ya entendemos que la ropa de abrigo que llevamos no va a estar de sobra.
Después de esperar escasos quince minutos, subimos al autobús número 197, dirección Leidseplein, y según nos acercamos a la ciudad contemplamos maravillados las casas de baja altura color chocolate a orillas de los canales, todo tal y como lo habíamos imaginado. Desde el interior del autobús, casi ajenos al frío del exterior, observamos también como la primavera aún no ha traído a Amsterdam la explosión de colores que ya comenzábamos a degustar en Bilbao: aquí los árboles todavía no tienen ni una hoja y la gente corretea de un lado a otro en sus bicicletas, no se sabe si apresurados o tratando de huir del frío. Acomodados en nuestros asientos, al fondo del vehículo, somos testigos de la diversidad de culturas que conforman Amsterdam: aunque no podría diferenciar quién ha nacido allí y quién no, todos se mueven a un mismo son, imparable a la vez que relajado. El trayecto llega a su fin y de nuevo nos embozamos en nuestros abrigos para salir a un exterior helado aunque completamente vivo: gente que pasea, tranvías que se cruzan, bicicletas que tratan de esquivar cualquier obstáculo… así, intentando seguir la coreografía de esta nueva ciudad que parece recibirnos con los brazos abiertos, caminamos, guiados por nuestra intuición, hasta el hotel que tenemos reservado. La habitación es sencilla, con un gran ventanal que deja que la luz del día ilumine toda la estancia. Reticentes a abandonar la calidez del que será nuestro hogar los próximos días, salimos a explorar las calles. Cruzamos puentes, observamos canales y paseamos mientras los primeros copos de nieve comienzan a caer y, con ellos, la noche. Caminamos por la ajetreada Kalverstraat, llena de tiendas con llamativos escaparates, hasta llegar a Dam, donde una colorida feria ha tomado la plaza por completo. Dejando atrás el olor a salchichas, a manzanas asadas y demás ambiente festivo, ponemos rumbo de vuelta al hotel. Es tarde y el frío comienza a calar hondo en nuestros huesos. Mientras regresamos, por el mismo camino, vemos cómo las calles se transforman con cada bajada de persiana: las tiendas, únicas abastecedoras de luz suficiente para leer un mapa, van cerrando sus puertas, dejando sus maniquíes y escaparates a la espera de que llegue un nuevo día. En un momento llegamos al hotel, donde reponemos fuerzas con una buena cena mientras charlamos hasta que nuestros cuerpos deciden que ha sido suficiente por hoy y nos vamos a dormir. ![]() Etapas 1 a 3, total 5
El estruendo del despertador nos saca de nuestro sueño, que ha sido completamente reparador. La luz del día nos invita a levantarnos, aunque el cielo, plomizo, nos advierte del frío helador que nos aguarda fuera. Tras una casi ferviente ducha y un copioso desayuno nos enfrentamos de nuevo a las calles, con sus tranvías, bicicletas y canales que, pletóricos, nos dan la bienvenida.
![]() Ponemos rumbo al Monumento Nacional, en la Plaza Dam, donde pretendemos unirnos al tour gratuito organizado por la empresa Sandeman’s New Europe (para más información: www.neweuropetours.eu/es/)
Así, nosotros hoy recorremos las calles de la mano de Javier, un joven español residente en Amsterdam y a quien no faltan dotes comunicativas. Nos muestra las calles del Barrio Rojo, contando anécdotas curiosas de esta zona que nos ayudan a entender cómo Iglesia y prostitución conviven en un mismo lugar. Tras un largo paseo por el centro de la ciudad, finalizamos el recorrido junto a la casa de Anna Frank, no sin antes hablar de la Segunda Guerra Mundial y de la posición de los holandeses ante ella: decidieron unirse en pro de la justicia y oponerse a tal exterminio y violación de los derechos humanos. Tras este acercamiento a la historia y cultura del pueblo de Amsterdam nos decidimos a reservar plaza en el tour nocturno por el Barrio Rojo, en esta ocasión de pago. Con las manos enrojecidas por el frío nos sentamos a comer en un eetcafe en pleno canal de Prinsengracht. Pedimos (y aprendemos a pronunciarlo) una ewrtensoep, un delicioso guiso de guisantes, cebolla, carne y Dios sabe cuántas cosas más, acompañada de un trozo de pan con jamón york, que consigue acabar de un plumazo con el hambre y el frío. Su sabor evoca al potaje de invierno y la gente alrededor habla tan bajito que no parece que estemos en una gran ciudad. Al fondo, un gran gato gris duerme sobre un banco corrido, ajeno al devenir de personas, como si el que entrase por la puerta, fuere quien fuere, perteneciera a ese lugar y fuera a quedarse por mucho tiempo. El fin de la comida marca nuestro regreso a la realidad, y es que debemos apresurarnos porque tenemos una reserva para visitar la casa de Anna Frank. Nuestra visita a “la casa de atrás” no es fácilmente descriptible con palabras. En las casi dos horas que pasamos en su interior conseguimos casi conocerla, comprenderla, diría que sentirla. Como si esas paredes, las de la verdadera casa de atrás, nos atraparan para siempre, pidiendo no ser olvidadas, mantenerse en el recuerdo constante de lo que nunca jamás ha de volver a suceder. Con un trocito de Anna dentro de nosotros, salimos al mundo exterior, tan bullicioso, tan frío como lo habíamos dejado. Conmovidos por la experiencia paseamos por los canales haciendo infinidad de fotografías, tratando de captar pedazos de vida con los que tapar la naturaleza más oscura del ser humano. ![]() Así, llegamos al hotel y descansamos un rato, hasta que decidimos salir a hacer el nuevo tour que habíamos contratado. Quién sabe si es por la necesidad de frivolizar la vida, la antítesis entre lo espiritual y lo meramente físico, entre el sufrimiento y el hedonismo. El caso es que tenemos ganas de adentrarnos en esta parte de la vida de Amsterdam que tanta fama se lleva.
De nuevo de la mano de Javier recorremos las mismas calles, los mismos escenarios que esta misma mañana, pero con unos personajes y una puesta en escena completamente diferentes: la noche inunda los rincones más escondidos. Las luces de neón y los farolillos rojos sustituyen a los copos de nieve y los turistas, que cámara en mano, tratan de captarlo todo, como si con una imagen pudieran llevarse algo de esta ciudad, cosa que nosotros ya hemos descubierto que es imposible: lo único verdadero que puedes llevarte de Amsterdam no se puede fotografiar. Con una lección más que aprendida, recorremos las calles, plagadas de cabinas con chicas en ropa interior, coffeshops y gente que lucha contra el frío de una noche especialmente gélida. Conocemos los entresijos del barrio y con un brindis damos por terminado el recorrido. De camino al hotel compartimos una de las afamadas croquetas de carne mientras hablamos animados de la experiencia del día.. Mientras cenamos, reponiéndonos del frío, observamos las fotos realizadas, que hacen calar más hondo si cabe las experiencias tan contrapuestas que en este día hemos disfrutado. Etapas 1 a 3, total 5
La luz de la mañana, que se cuela entre los pliegues de las opacas cortinas, nos despierta. Fuera está nevando suavemente, tanto que dudo si es una plantación de algodón cercana la que está produciendo tal efecto. Bien abrigaditos nos disponemos a salir hacia las Waterlands en busca de aventura. Por el camino a la Estación Central nos detenemos en el mercado de las flores (bloemenmarkt) del canal Singel, donde recorremos los puestos de bulbos, flores y semillas entre el bullicio matutino. ![]() Tras recorrer tan florido mercado, llegamos a la estación, que se encuentra en obras, lo que hace que tengamos que coger un ferry y un autobús (ambos gratuitos) hasta la marquesina desde la que parten los autobuses a la región de Waterlands. Así, adormilados por el traqueteo y la agradable temperatura del autobús, contemplamos maravillados los campos que se extienden hasta el infinito, mucho más allá del horizonte, hasta llegar a Edam. Edam es un pueblo encantador. Un caminito arbolado nos lleva de la estación de autobuses al centro. Las casas, algunas de ellas cumpliendo la función de pequeños hoteles, invitan a quedarse allí con lo puesto, sin ningún cuidado del tiempo. ![]() Caminando, encontramos un singular café. Su decoración, acogedora a la par que algo kitsch, invita a sentarse a ver la vida pasar con una taza de té entre las manos. Por mi parte, dedico el tiempo a abstraerme de la conversación de la mesa de atrás mientas escribo unas líneas en mi cuaderno. Armando, mientras tanto, disfruta sacando fotografías. Con ganas de seguir explorando, dejamos nuestro refugio y salimos a la calle. Los rayos de sol que iluminan las empedradas calles invitan a pasear. Así, cruzamos puentes y canales y llegamos a un río semi-helado que nos hace plantearnos la temperatura a la que estamos expuestos. Patos y cisnes parecen divertirse sobre una improvisada pista de patinaje. Nos perdemos entre casas de colores que parecen querer hacer aún más luminosas las calles y un ataque de tos de Armando nos indica que debemos parar a comer algo caliente que nos proteja del frío. Entramos en un eetcafe regentado por una amable pareja, que nos sirve un ewrtensoep y un par de cervezas. El bar, con decoración antigua, resulta de lo más acogedor. Unas ventanas no demasiado grandes, ni tampoco demasiado pequeñas, permiten que la luz del sol ilumine nuestra mesa. Mientras tanto, unos señores, al fondo, juegan al billar francés. Dirigiendo la mirada hacia el techo, observamos que el friso está decorado con cientos de abrebotellas de diferentes tamaños, formas y colores. Aunque la música, animada, nos invita a quedarnos un rato más, apuramos nuestras cervezas y decidimos continuar con nuestra expedición. Regresamos a la estación, donde por suerte, nuestro autobús está parado en la marquesina. Así, llegamos a nuestra siguiente parada: el pueblo pesquero de Volendam. Paseamos por un mercadillo al aire libre hasta llegar al puerto, que en nuestra imaginación, tal vez porque habíamos recreado una escena más bien estival, era infinitamente más bonito. Debido al viento helador que trae la apertura al mar, decidimos no cruzar al puerto de Marken y continuamos paseando por zonas más resguardadas de Volendam, donde tras hacer unas cuantas fotografías, no encontramos mucho más que investigar y nos dirigimos de nuevo a la parada del autobús para poner rumbo a Broeck in Waterland. ![]() Broeck es un pueblecito de preciosas casas que invita al viajero a perderse entre sus calles. El trinar de los pájaros como único sonido perceptible, las calles apenas transitadas y el paisaje, junto con el sol del atardecer, convierten este lugar en el destino perfecto para perderse, olvidarse de todo y observar el devenir de la vida holandesa a través de los jardines de las casas, con esas ventanas abiertas al mundo, siempre desnudas de cualquier cortinaje. ![]() Un lago que se pierde en el horizonte crea una amalgama de colores al unirse con el fuego del sol que se esconde. El frío comienza a hacer estragos y cuando ya hemos exprimido cada rincón del pueblo, decidimos regresar a Amsterdam. Como aún queda largo rato para que llegue el autobús, entramos en una cafetería, donde tomamos un café caliente. Sentados en la barra nos sentimos parte del vecindario y hacemos bromas con el dueño del local. Mientras nos reponemos del frío, comentamos lo abierto de las gentes de Holanda, que al entrar en un bar te sonríen y saludan como si fueras de allí. Apuramos los últimos sorbos de café rodeados de tenues luces, holandeses charlando animadamente y experimentando ese gezelligheid en el que el tiempo y las preocupaciones quedan al margen. Regresamos a la marquesina para tomar el autobús y, en un momento, llegamos a Amsterdam. Como ya habíamos hecho la noche anterior, ponemos la nota discordante al apacible día entre pueblos y molinos, adentrándonos en las calles del Barrio Rojo y empapándonos de su ambiente hedonista. Cuando empezamos a notar como el cansancio hace mella en nuestras piernas, ponemos rumbo al hotel, desviándonos, curiosos, de la línea recta que nos lleva al placer de una cena y la cama. Etapas 1 a 3, total 5
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