![]() ![]() Fin de año castellanoaragonés, entre el Duero y el Ebro. ✏️ Blogs de España
Despedimos otro año saliendo de casa, Visitamos Soria - capital y provincia - y algunos lugares de Aragón.
5 días y 1300 km de paisajes e historias cambiantes.Autor: Marinator Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.9 (14 Votos) Índice del Diario: Fin de año castellanoaragonés, entre el Duero y el Ebro.
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Etapas 4 a 6, total 7
1 de enreo de 2015. Atrás quedan aquellos años en los que te despertabas destruida porque la noche anterior te la habías pasado bailando. Ahora estas destruida de tanto andar por calles de piedra y ascender a altas lomas para disfrutar de fortalezas y castillos.
Nos arreglamos, y después de un buen desayuno, hacemos maletas, cargamos el coche y nos disponemos a visitar las montañas que llevamos viendo desde que hemos llegado a Soria: los Picos de Urbión. Salimos a una de las arterias principales de la ciudad y nos encontramos con gentes que todavía no se han acostado. Salimos de Soria y el paisaje empieza a cambiar de nuevo: pinos y valles que en primavera deben ser muy verdes; los pastos están siendo atacados por ganados de vacuno. Adelantados algunos kilómetros nos encontramos con el pantano que parece un mar. No es de extrañar que a los Pinares Altos la llamen la Suiza española. Dejamos Vinuesa a la izquierda y continuamos por la carretera, que parece estar en condiciones, de modo que subimos tranquilos. Al poco rato el firme de la carretera empieza a cambiar, y la nieve se asoma tímidamente entre los pinos. La cosa se va complicando, y en una curva nos encontramos una señal que nos avisa: en 400m puedes hacer un cambio de sentido, y allí te permiten aparcar. Si subes más arriba, eso ya es cosa tuya. Hacemos el cambio de sentido, pero es en vano, porque a Aristóteles nos lo pasamos por el forro y decidimos ser temerarios, así que continuamos la ascensión. En menos de un kilómetro dejamos la temeridad y aparece la prudencia, más que cobardía, y decidimos aparcar. La carretera está llena de hielo, y hay un coche allí aparcado, en el llano de una curva. Bajamos del coche y emprendemos el camino a pie. Cada vez hay más hielo en la carretera que empieza a convertirse en nieve. La subida es bastante fuertecita, no sabemos cuanto nos queda porque no tenemos un punto de referencia, y tampoco tenemos demasiado claro que aquél sea el camino. De todos modos, decidimos continuar ya que aquello es precioso. ![]() La nieve convertida en agua forma riachuelos por la ladera del monte, entre pinos y cantos rodados. El aire puro y la paz que allí se respira son terapéuticos. La subida se hace en algunos puntos difícil, porque todo es hielo o agua, pero no pasa nada, sarna con gusto no pica. ![]() ![]() ![]() Llegamos a un alto y allí nos encontramos con un parking, en el que hay un coche – no entendemos cómo ha llegado hasta allí – y una valla, además de algunas casetas. Nos indica que nos quedan 2 km. Pues nada... a andar se ha dicho. ![]() El paisaje aparece cada vez más nevado y, porque no decirlo, nos estamos divirtiendo un montón, Llegamos finalmente a lo alto, vemos el panel que indica que estamos ya a los pies de la Laguna Negra. ![]() Escasos 200 metros son los que nos separan del lugar en el que Machado imagino la tragedia de Alvargonzález. Un bello sendero nos conduce hasta unas escaleras de piedra que están totalmente heladas. ![]() Juanjo va por delante de mí por varias razones, la principal, porque soy un pato y siempre tengo que ir con mucho cuidado. Así, él llega primero a la laguna y escucho un sonoro “HUALA”. Cuando consigo asomarme finalmente, quedo impresionada: un panel blanco, rodeado de piedra y pinos aparece frente a nosotros. ![]() Rodeamos la laguna, empapándonos de esa belleza natural tan increíble. Estamos totalmente solos, por lo que la magia es todavía mayor. En algunos lugares se escuchan unos blup blup fantásticos que bien podrían inspirar para escribir una historia de miedo. Se oyen crujidos, el hielo está vivo y a medida que el sol lame la superficie del glaciar éste se despierta y despereza. ![]() No vemos el momento de volvernos, pero se nos está haciendo tarde y tenemos que marcharnos. Es en ese momento cuando empezamos a encontrarnos con gente, y a medida que deshacemos el camino más y más personas suben, preguntándonos si les queda mucho para llegar. A algunos les decimos que 30 minutos y se quedan pasmados, por eso se paran y nos preguntan si vale la pena subir... qué cosas dice la gente ¡pues claro! Otros se alegran que ya no les quede tantos, y los menos deciden dar media vuelta y marcharse, 4 km son demasiados para ellos. Cuando llegamos finalmente al coche, vemos que aquello está lleno de vehículos aparcados por la ladera del monte... menos mal que nos hemos levantado pronto. Paramos en Vinuesa, pueblecito que nos sorprende. Tiene los muros de piedra, las calles de piedra. Las casas muy bien arregladas y una iglesia enorme allí, abierta, en la que puedes entrar y comprobar que es tan castellana como todas las demás. Sólo le veo un defecto, en la fachada del Ayuntamiento, pero eso es harina de otro costal. Nos decimos que no nos importaría vivir allí, y seguimos paseando, sin más, disfrutando de sus calles. ![]() ![]() ![]() Salimos de Vinuesa reconfortados y nos dirigimos hacia Ágreda, a los pies del Moncayo. Será la última localidad soriana que visitaremos, después de ella pasaremos los días que quedan en Aragón. Volvemos a tener el monte mágico bien cerca, muy nevado, y antes de llegar a lo alto de una loma donde pararemos a comer, vemos a lo lejos, muy a lo lejos, unos montes puntiagudos, nevados, trazados a lo largo de todo el horizonte: son los Pirineos. Paramos a comer en una zona de descanso y, aunque hace sol, las brisas del Moncayo se presentan contundentes. Llegamos a Ágreda, y nos tomamos un café. Ágreda es más o menos bonito, tiene sus cosas, pero no demasiadas. Como nos pasó el día anterior con Almazán, después de todo lo visto, nos sabe a poco. Aún así, no dudamos en recorrer sus calles y buscar sus cosas bonitas, que también las tiene. ![]() ![]() Saliendo de Ágreda los Pirineos siguen asomándose, majestuosos, mientras el Moncayo va dejándose atrás. Las vistas son cautivadoras, te llenan el espíritu y te hacen sentir bien pequeña. El contraste de terrenos es alucinante: desde el rojo de la frontera entre Castilla y Aragón hasta los picos encrespados de la frontera natural pirenaica. No puedes más que pensar, en ese momento, que el hombre puede hacer cosas grandes y maravillosas, pero nunca llegarán a ser tan majestuosas como aquellas que la naturaleza ofrecen. Bajamos metros, más de 400, y cruzamos la frontera entre territorios administrativos, aunque los cambios no sean tan evidentes ya que, si no fuera porque lo dice en la entrada del pueblo, bien podríamos decir que Ágreda forma parte de Aragón. Y es en Aragón donde ahora nos encontramos, y aparcamos en Tarazona, ciudad que ya visitamos hace 3 fines de año – el incio de esta gran aventura. Nos disponemos a redescubrir la ciudad, esta vez más tranquilos, y a la luz del día. Y es esta misma luz la que nos confirma que de noche todos los gatos son pardos. Vemos ahora la Tarazona desnuda, que en su parte alta está triste, deprimida, porque se cae a trozos, herida, y nadie la rescata. Aún así, esa misma parte alta es buena con nosotros y nos brinda unas hermosas vistas de la ciudad que no queremos para nada despreciarle. ![]() Paseamos por sus calles, y nos perdemos, porque para eso hemos ido lejos de casa, para perdernos. Vemos algunas cosas que no nos gustan, pero muchas otras que sí, por eso queremos apreciarlas más aún si cabe. ![]() ![]() Acabamos llegando a la Plaza Mayor o del Mercado, con el Ayuntamiento, edificio del s.XVI y fachada renacentista que fascinó a Bécquer y que no duda en describir el conjunto en su carta 5 desde su celda. Quote::
[align=justify]Entre los muchos sitios pintorescos y llenos de carácter que se encuentran en la antigua ciudad de Tarazona, la plaza del Mercado es sin duda alguna el más original y digno de estudio. Parece que no ha pasado para ella el tiempo que todo lo destruye o altera. Al verse en mitad de aquel espacio de forma irregular y cerrado por lienzos de edificios a cual más caprichoso y vetusto, nadie diría que nos hallamos en pleno siglo XIX, siglo amante de la novedad por excelencia, siglo aficionado hasta la exageración a lo flamante, lo limpio y lo uniforme. Hay cosas que son más para vistas que para trasladadas al lienzo, siquiera el que lo intente sea un artista consumado, y esta plaza es una de ellas. Adonde no alcanza, pues, ni la paleta del pintor con sus infinitos recursos, ¿cómo podrá llegar mi pluma sin más medios que la palabra, tan pobre, tan insuficiente para dar idea de lo que es todo un efecto de líneas, de claroscuro, de combinación de colores, de detalles que se ofrecen juntos a la vista, de rumores y sonidos que se perciben a la vez, de grupos que se forman y se deshacen, de movimiento que no cesa, de luz que hiere, de ruido que aturde, de vida, en fin, con sus múltiples manifestaciones, imposibles de sorprender con sus infinitos accidentes ni aun merced a la cámara fotográfica? Pienso en ese momento que, si tal vez la hubiera visto hoy en día esta plaza, ese escrito nunca se hubiera parido (confieso, a modo de redención, no haberlas leído, pero las tengo aquí preparadas para deleitarme con ellas). ![]() Terminamos de perdernos por sus calles judías y acabamos de nuevo en el río, que nos brinda el maravilloso espectáculo de un atardecer a los pies de la ciudad de Tarazona, que despierta a la vez amor y odio, y que no deja indiferente, porque tiene un algo especial que no puede describirse y que, como mucho mejor que yo dijo ya Bécquer, hay cosas que deben vivirse para poder entenderse, y disfrutarse. ![]() Después de algunos kilómetros, paramos en Alagón para repostar, el gasóleo allí está a 0,96 y cuanto menos paguemos, más podremos hacer. Acabamos nuestro día en lo que será nuestro alojamiento las próximas dos noches: el Monasterio de Rueda, en la Ribera Baja del Ebro. Llegamos allí y nos sorprendemos, es inmenso, maravilloso, fantástico. En aquél momento decidimos bajar el ritmo del viaje y disfrutar del lugar en el que vamos a hospedarnos, qué menos. Acomodados ya, cenamos algo y descansamos, porque para el día siguiente tenemos pensado viajar en el tiempo 2000 años atrás. [/align] Etapas 4 a 6, total 7
Hoy no nos hemos puesto el despertador. Aún así, nos levantamos temprano, aunque vamos sin prisas. El lugar en el que estamos alojados espara disfrutarlo, se respira una paz infinita. Si abres la ventana, escuchas el murmuro del Ebro y algunos pájaros cantando, nada más. Es una delicia abrir los ojos por la mañana y darte cuenta que en toda la noche no has oído nada más que tus propios sueños; eso no me pasa ni en el pueblo. Nos tomamos un breve desayuno en la habitación – que traíamos de casa, no os creáis – y nos arreglamos. Teníamos pensado irnos hoy a Zaragoza y visitarla, pero como estamos tan bien en la hospedería, decidimos hacer una ruta que no sea muy lejana a ella y así poder disfrutar un poco más de la estancia. De este modo, nos vamos hasta Velilla de Ebro, donde se encuentra el asentamiento romano de Lépida Celsa, el más importante de la zona hasta la fundación de Cesáreagusta. Velilla de Ebro se encuentra en la misma comarca en la que está el Monasterio de Rueda, que perteneciente a la localidad de Sástago, está mucho más cerca de Escatrón. Se trata de la Ribera Baja del Ebro, y los pueblos están todos abrazados por las curvas del río que discurren sinuosas hasta llegar al Delta, allá por la zona sur de Catalunya. Hasta Velilla no tenemos mucho tramo, y discurre todo siempre acompañado por el río, imponente y majestuoso. Velilla es un pueblo pequeño, y suponemos que su nombre viene por estar tan arriba y verse desde ella toda la ribera del río – suponemos también que es por eso que los romanos eligieron ese lugar para asentarse, por la panorámica del territorio. Velilla es un pueblo pequeño, incluso más pequeño que el mío – que es muy pequeño. Tiene una ermita, allá en lo alto, con unas campanas que gozan de ser dueñas de una leyenda: les daba por repicar solas, y entonces era que algo malo pasaba. Detrás de esta ermita aparece un campo, ladera arriba, extenso, pero curioso. Allí empezamos a encontrarnos con piedras, muchas piedras, que resultan ser la calzada romana. Nos topamos primero con la parte nueva del asentamiento romano, el eixample de la época. Según nos cuenta el panel, allí había una casa... ¡pero qué casa! Nos la imaginamos y pensamos que en aquel lugar debiera vivir el rico del pueblo, porque vamos... Seguimos explorando, caminando por esas calles que fueron construidas hace 2000 años, y sentimos como la fuerza de la historia aferra nuestros pies al suelo. ”Aquí había una posada”, nos dice un panel informativo que pusieron hace años, y así se ha quedado. Continúan los paneles, viejunos y resquebrajados, maltratados por el sol y el viento, contándonos que la parte primitiva del poblado es el que está a la derecha del mismo y que allí había panaderías, y carnicerías, y las casas de las gentes que allí vivían. La ciudad, por lo tanto, acabó extendiéndose ladera abajo, porque ya no cabían. ![]() Bajo un techo translúcido encontramos otra casa, de otro rico suponemos, por sus dimensiones y sus muchas habitaciones. Es la casa de los delfines, nos cuenta el panel, llamada así por los bellos mosaicos que decoran el suelo. Ante nosotros sólo encontramos un montón de gravilla dispuesta encima de un plástico, y suponemos que bajo éste están los mosaicos, resguardados de la dejadez del ser humano. ![]() Acabamos recorriendo toda la calzada de Lépida Celsa, y nos quitamos así un poco la espinilla de no poder haber visitado los días anteriores la famosa Numancia, que tal vez no tenga nada que envidiar a este asentamiento romano que hoy aquí os mostramos. ![]() Las campanas suenan y miramos el reloj; es casi la una. Vaya, no tenemos pan. En la única tienda existente del pueblo, en la plaza donde se encuentra la iglesia, compramos una barra de pan, y nos volvemos de nuevo al hotel, donde comemos un bocadillo de espetec bien bueno, con pan y tomate del rastre y aceite del bueno, del pueblo. Por la tarde decidimos hacer la visita libre al Monasterio de Rueda, que forma parte del conjunto en el que nos alojamos. Las visitas pueden hacerse hasta las 18:00h, y a las 16:00h y a las 12:00h hay visitas guiadas que duran más o menos una hora. Nosotros decidimos hacer la libre, porque después queremos ir hasta Caspe y, siendo enero, oscurece pronto. Nos dirigimos, de este modo, a la chica de recepción, que descubriremos después que es también la guía del monasterio. Ella nos explica la historia del lugar, y nos da indicaciones para nuestra visita. Nos dice que empecemos por la parte románica y que sigamos el recorrido que nos marca para respetar así la cronología del lugar. Le hacemos caso y, mediante un librito explicativo – que hizo el amigo del rey de los selfies cuando él gestionaba la hospedería – y nos adentramos en la historia del recinto. La construcción primaria del monasterio data del s.XII, y fueron los de la orden del cister quiénes allí habitan. Desde el románico, estilo en el que está construido parte del claustro, hasta el barroco, donde se encuentra la hospedería actual, podemos hacer en ese lugar un gran paseo por la historia, y por estilos artísticos y arquitectónicos. La iglesia del monasterio está totalmente desnuda, sólo encontramos columnas, arcos, ventanas y capiteles. Así me gustan esos lugares, desnudos, porque los disfruto más, los siento más, los vivo más. ![]() Esa desnudez es debida a que, con la desamortización de Mendizábal, los pocos monjes – menos de 10 – que allí quedaban fueron trasladados a otro lugar. Quien se quedó con la construcción hizo de él lo que quiso, y acabo convirtiéndose en un almacén para los campesinos del lugar. En los años 90 del siglo pasado el último propietario cede el monasterio a la Diputación de Aragón, y es ésta quien años después acaba restaurándolo. Y menos mal... porque hubiera sido una lástima enorme perder algo tan maravilloso como ese claustro que camina entre el románico y el gótico. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Pero es que, además de todo esto que aquí se ha contado, este monasterio tiene algo más que lo hace especial – y que parece ser que no tiene nada que ver con su nombre: la rueda hidráulica. Como ya se ha comentado, nos encontramos a orillas del Ebro, y se construye una infraestructura inmensa para poder aprovisionar a los que allí viven de agua. Por eso aún hoy existe parte del acueducto, por el que todavía corre el agua, y una rueda inmensa, gigante – restaurada – de la que nos dicen que es de las mayores de Europa aún en funcionamiento. ![]() Olvidaba deciros que, y teniendo en cuenta la zona en la que estamos, además de todo esto que se ha comentado, el estilo mudéjar también está presente, y lo podemos contemplar perfectamente en la torre que asoma esbelta y coqueta por encima de todo lo demás: ![]() Terminada la inmensa visita al monasterio, nos dirigimos hasta Caspe, ciudad comprometida. Está a tan solo 27 km de Escatrón y no podemos dejar de visitar ese lugar que tantas veces hemos escuchado en las clases de historia del instituto. Lo del Compromiso de Caspe nos suena a todos, por eso mismo que acabo de decir, y a nosotros – a quienes hasta allí viajamos – nos es próximo, no sólo geográficamente, sino también por las gentes que allí estuvieron. Hemos vivido con el Papa Luna siempre muy presente – tenemos Peníscola aquí al lado –, y esa zona de Aragón la sentimos tan cercana que nos da igual donde uno meta la frontera, porque somos todos gentes de un mismo lugar. En Caspe encontramos la oficina de turismo abierta - ¡no me lo puedo creer! La chica que allí trabaja nos dice que si queremos visitar cosas, tendremos que ir en otro momento porque está todo cerrado y, sin que nosotros le digamos nada, nos comenta que se indigna cuando vienen gentes realmente interesadas en el lugar y no pueden visitarlo porque las horas de apertura de los monumentos son intempestivas y van allí solamente aquellos que lo hacen porque sí, porque mira, porque hay una excursión y merendaremos después en el bar de carretera – quien quier entender, que entienda. Asentimos y le decimos que no pasada nada, que estamos acostumbrados y que no nos importa. Ella nos recomienda callejear por la ciudad y nos explica que debemos ir hasta lo que era el barrio judío para ver un par de cosas: - la construcción tan estrecha de las casas, ya que los judíos pagaban muchos más impuestos y, por lo tanto, compraban menos terreno y construyan en altura, y - la calle de la Infanzonía, donde las madres iban a parir, porque los niños allí nacidos lo hacían libres; así las caspolenses de la época se dirigían hasta aquella calle y, allí mismo, en el frío suelo de la ciudad, daban a luz a sus hijos. Le hacemos caso y nos dirigimos hasta donde estaba el castillo donde se firmó el Compromiso. Además, allí está la tumba de Miralpeix, no sabemos bien si del s. II o s. III de nuestra Era. ![]() ![]() Continuamos el recorrido y nos metemos por la antigua judería. Recordaréis lo que dije sobre Tarazona; pues aquí es todo lo contrario. O tal vez sea que se está haciendo de noche y ya todos los gatos son pardos. Sea una cosa o la otra, esas calles, en ese momento, están muy bonitas, y podemos apreciar perfectamente esas casas estrechitas y altas que aún se conservan y en las que hace muchos años vivían otras gentes, con diferente cultura, pero tan personas y tan dignas como las de hoy en día. ![]() ![]() ![]() ![]() Terminamos nuestro recorrido caspolense y nos vamos hasta la hospedería. Pasaremos un buen rato jugando a las damas y después de perder no sé cuantas veces, le digo a JJ que ya está bien, que tampoco hace falta empezar el año con tanta humillación. Cenamos algo, y a la cama. Mañana será el último día de viaje, en el que visitaremos Zaragoza, ciudad de la que estoy enamorada. Etapas 4 a 6, total 7
Despertamos el 3 día del año, y nuestro último día de viaje. Hoy tampoco hemos puesto el despertador, pero nos levantamos también temprano. Recogidas todas las cosas - que no son pocas - devolvemos la llave a recepción y nos despedimos del magnífico monasterio que nos ha acogido estos días. Nuestro último destino será Zaragoza. Esta ciudad nos encanta, y no sabría bien decir porque. Tal vez por el río, o por la inmensa plaza del Pilar. Puede que sea por la Alfajería, o por sus ruinas romanas. SEa cual sea la razón, decidimos terminar nuestro viaje allí, para ponerle la guinda al pastel. Llegamos a Zaragoza pasadas las 12:00h, se encuentra a poco más de 70 km de donde estábamos alojados. Aparcamos donde podemos; es sábado antes de reyes y está el centro lleno de gente. Buscamos las agujas del Pilar para situarnos y allá que vamos. Mientras disfrutamos de las calles de esta bella ciudad, no así del frío... ¡qué frío! Lo sufrimos más que en Soria, ya lo dice Carmen París, y mi padre - que allí hizo la mili, el pobre. Después de dar vueltas y vueltas, terminamos en la mencionada plaza. Nos encontramos con un mercado navideño que la ocupa toda, un tiovivo ecológico y también una noria ecológica, de lo más curiosa. ![]() Nos dirigimos a la oficina de turismo, no para nada especial, sólo queremos un mapa para no perdernos del todo.. Allí nos recomiendan la visita al Pilar, que ya hemos hecho en anteriores ocasiones, y hoy repetiremos. Nos recomiendan también ir a la Alfajería, que también hemos visitado en otras ocasiones pero no esta vez. Y también nos dicen que no nos perdamos la Seo, que dejaremos para otro momento. Os preguntaréis, entonces, y con razón: ¿y para qué vais a Zaragoza, pues? Fácil respuesta: a disfrutar. Damos vueltas por sus calles y entramos a comer en un restaurante - ¡increíble! Sí, no comemos ni bocata, ni ensalada de pasta, ni nada por el estilo, aunque no creáis que nos estiramos mucho, salimos a 17 € los dos menús. Comemos en un restaurante de los alrededores de la plaza del Pilar. Allí hay muchos y de muy variados precios, sólo es cuestión de buscar y conformarse con poco. Para mí unas migas y un churrasco adobado. JJ se toma paella y codillo - parece que tenía hambre. Continuamos nuestra ruta después de comer y nos dirigimos a la orilla del río, para contemplar la ciudad desde lejos. ![]() Seguimos andando, y vemos como las edades del hombre aparecen grabadas en la ciudad: roma, edad media, s. XIX... todo es posible allí. ![]() ![]() ![]() Cuando nuestros pies están cansados, decidimos que aquí termina nuestra aventura. Es hora de volver a casa con un gran sabor de boca. Terminamos y empezamos el año de forma maravillosa, como siempre intentamos, descubriendo nuevos lugares y disfrutando de ellos. Etapas 4 a 6, total 7
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