![]() ![]() GRENADA EN UNOS CUANTOS ACTOS ✏️ Blogs de Grenada
Crónica de mi primera vez como viajero solitarioAutor: Angel2711 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (2 Votos) Índice del Diario: GRENADA EN UNOS CUANTOS ACTOS
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Etapas 4 a 6, total 8
Apenas mi tercer día como viajero solitario, y ya sentía esa satisfacción de saber que, nadie más que tú, decidía el itinerario del día. Me sentía fenomenal, y mientras tomaba una ducha trataba de pensar que lugares quería visitar, que comida quería probar y cuánto dinero quería/podía gastar. Esta avalancha de pensamientos se vio interrumpida cuando note varias picaduras de mosquitos en mi cuerpo. Soy venezolano, por ende, vivo en un clima tropical y conozco perfectamente a los mosquitos. Pero es que los mosquitos de Grenada son muchísimo más inteligentes. Durante toda mi estadía en la isla no vi ninguno, pero bastante sangre que me sacaron, y curiosamente la mayoría de las picaduras estaban en lugares tan remotos para un mosquito, como por ejemplo, la entrepierna. Entonces mis duchas matutinas se dividían en planear el itinerario y pensar en cómo demonios un mosquito podía picarte a través de la ropa. Afortunadamente, había comprado en Caracas uno de esos kits viajeros de aseo personal que traen desde jabón hasta crema humectante. Tome el pequeño frasco de repelente y listo, ya tenía mi chaleco antimosquitos. Lo único malo es que quedaba impregnado de un aroma como a aceite de coco.
Antes de salir a buscar un lugar para desayunar, estuve conversando con Oliver. Me contó que Grenada estaba compuesta por tres isla: Grenada, Petite Martinique y Carriacou. Esta última era un destino turístico obligado para los amantes del diving y las playas casi vírgenes. Además, también era punto de partida para un pequeño archipiélago llamado Tobago Cays, dentro de un Parque Marino del mismo nombre. Algo similar a Los Roques en Venezuela. En medio de la conversación de playas paradisiacas le pregunte donde podía comprar toallas de playa, ya que yo (siempre despistado) no había llevado. Tras una gran carcajada y una palmada en mi espalda, me dijo “Wait a moment”, entro a su casa y en par de minutos salió con varias toallas. Un gran tipo este Oliver. Quería conocer St. Georges University (SGU), una prestigiosa universidad americana para estudiantes de medicina. En los años ochenta, Estados Unidos invadió esta pequeña isla con la excusa (cierta o no) de rescatar a los miles de estudiantes que allí se encontraban. En ese momento, la isla estaba gobernada por Maurice Bishop, un líder bastante carismático y muy cercano a Fidel Castro. Así que ya sabemos por dónde va toda la historia. Lo curioso es que en la actualidad, son muy pocos los lugareños que critican la invasión americana. Por el contrario, la mayoría de la población parece feliz de convivir los 365 días del año con los estudiantes americanos (y sus dólares). *** Imagen borrada de Tinypic ***
L’Anse Aux Epines en todo su esplendor Tomé sombrero, lentes, cámara y móvil; nada más que lo necesario para iniciar la jornada. Los americanos que había conocido en el parque el día anterior, Taylor y Kate, eran estudiantes. Habíamos quedado para encontrarnos en el club de la SGU. Según Google Maps, la distancia era la misma que hasta Grand Anse Beach, pero hacia el sur. L’Anse Aux Epines es una zona netamente residencial, y por cada 100 autos que pasaban por el camino, había un peatón. Si, adivinaron, el peatón era yo. Había pensado en rentar un auto ($50 por día), pero el temor a manejar al estilo inglés versión agresiva me hizo descartarlo. No me arrepentí, la vista era muy bonita. Grandes casas de madera con amplias bases, enormes árboles frutales, y un verde casi que amazónico. Cada diez pasos paraba a sacar una foto. De lo más curioso, las patrullas de la policía universitaria, unas camionetas pick up color vinotinto. No me quedó claro si tienen jurisdicción en toda la isla o solo en los alrededores de la universidad.
Mientras caminaba, vi una misma patrulla pasar ida y vuelta varias veces. Supuse que les resultaba extraño ver a un extranjero caminando por allí, con cara de estar perdido y tomando fotos. Así que decidí apurar el paso para no seguir levantando sospechas. Revise el GPS del móvil, y pues apenas iba a mitad de camino. De pronto, la patrulla con vidrios polarizados se detuvo junto a mí. Inmediatamente pensé en lo estúpido que había sido por haber salido sin el pasaporte o alguna identificación. Ya estaba preparado mentalmente para ser llevado hasta la comisaria por estar indocumentado. Bajaron el vidrio, y apareció un hombre IDENTICO a Chris Rock. Instintivamente comencé a levantar mis manos como se rinden los malos en las series americanas, hasta que escuche “Hello sir. Are you ok?”. En medio de mis nervios apenas pude esbozar un “yes, yes”. El oficial pregunto nuevamente “Are you sure? Do you need a ride?”. Moviendo la cabeza ridículamente dije “oh no, no. I’m ok”. Entonces en un último intento, y con una enorme sonrisa me dijo “well, the sun is burning. If you wanna go to Grand Anse…”. Amablemente les explique que iba al club de la SGU y quería caminar para tomar fotos. Me desearon un feliz día, y se despidieron. Seguí caminando mientras reía a carcajadas por lo que me acababa de pasar. Finalmente llegue al club, que en realidad era una marina. Saludé a Taylor y Kate, me invitaron a pasar el día en el yate de uno de sus amigos. Les dije que yo compraría los refrigerios para la jornada (pan, quesos, enlatados, jugos = $35), y entonces todos quedamos encantados. *** Imagen borrada de Tinypic ***
Navegando en algún lugar del Mar Caribe A medida que nos adentrábamos en el inmenso mar Caribe, mi sorpresa era cada vez mayor. El oleaje era suave, el agua turquesa, todo era perfecto. Excepto cuando los chicos Calvin Klein se devoraban a besos, entonces yo me iba hasta el otro extremo a tomar fotos o simplemente a sentir la brisa marina, cualquier cosa antes que incomodar su fantasía caribeña. Preparamos un picnic en altamar, y después de unas cuantas rondas de blackjack, extendimos nuestras toallas en ubicaciones estratégicas, y nos dedicamos a reposar mientras conversábamos un poco de nuestras vidas. Taylor y Kate eran un par de veinteañeros provenientes de Colorado, se conocían desde la secundaria y desde entonces habían estado juntos. Después de meses de dudas, decidieron pedir uno de esos préstamos estudiantiles que casi todo americano ha usado, y ahora estaban en una isla del Caribe siendo cálidamente abrazados por el sol que nunca veían en Colorado. Su meta era graduarse para luego establecerse en Florida. Par de chicos realmente agradables.
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Fotos de SGU (tomadas por Taylor y Kate) *** Imagen borrada de Tinypic *** Bonita universidad Llego la hora de regresar. Y nuevamente quedaba atolondrado con los atardeceres de Grenada. Indescriptibles.
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Simplemente alucinantes los atardeceres Una vez en L’Anse Aux Epines, recibí un mensaje de Adrián, el chico de la familia venezolana con la que había entablado conversación en el aeropuerto. Me decía que la isla le había parecido aburrida y un montón de cosas absurdas. A pesar de estar un poco agotado, le anime a que nos encontráramos esa noche en Grand Anse, para experimentar un poco de cultura local y cambiar su perspectiva de la isla.
Pensé en tomar un bus, pero como no hay un horario establecido, no sabía cuánto tiempo esperar. Pregunte a Oliver por un servicio de taxis, y me recomendó que caminara, según él, por ser bastante lenta la búsqueda. Mientras caminaba me topé con el Excel Plaza, un pequeño mall con poquísimas tiendas, un cine y un Subway donde cené por $ 5-7. Como era navidad, la iluminación era bastante colorida y llamativa. *** Imagen borrada de Tinypic ***
Excel Plaza Adrián y su familia estaban alojados en Mont Tout, en un apartamento vacacional, a apenas dos cuadras de Grand Anse. Quedamos de encontrarnos en el Camerhogne Park a las 8 de la noche. Me senté en una de las bancas a esperarlo, y mientras miraba a mi alrededor, me parecía estar viendo uno de esos modelos de Naciones Unidas; en una esquina familias musulmanas haciendo barbacoas, en las bancas parejas de enamorados, lugareños sentados en la grama, y en el estacionamiento algunos hindúes con música. Me pareció tan grato ver tanta diversidad religiosa / cultural conviviendo en armonía. Cuando Adrián llegó, pasamos por el supermercado Real Value en el Spiceland Mall a comprar algunas cervezas (Heineken $3), y luego a KFC a comprar una caja de pop chicken ($ 4,50). No importa si pedíamos modo natural o picante, el sabor del pollo era prácticamente similar. Y es que la cocina grenadina ama con pasión y locura el uso de las especias para cocinar, dando como resultado agradables sabores con toques picantes. Nos instalamos a comer en el parque, mientras conversábamos sobre nuestra experiencia en la isla. A los pocos minutos se acercó un perro y demostrando cuan inteligente puede ser un animal, comenzó a juguetear a nuestro lado intentando llamar nuestra atención para que le diéramos comida. Terminamos dándole casi la mitad de una de las cajas, y cuando intentamos sujetarlo para revisar los datos de su collar (creíamos que estaba perdido) salió huyendo hasta uno de los autos estacionados, donde su dueña lo esperaba. Reímos a carcajadas con la escena, y fuimos a caminar por la arena buscando algún bar que tuviera música o algo parecido. Recorrimos desde el parque hasta el hotel Flamboyant, y solo vimos lugareños reunidos en sus autos escuchando música y divirtiéndose, parejas cumpliendo fantasías playeras, y curiosamente algunos grupos de chicas caminando y conversando. Conversamos con algunas de ellas y nos dijeron que eso de ir a caminar y hablar, sin hacer nada, le dicen “liming”, lo que tendría una traducción así como “el arte de hacer nada”. También nos recomendaron no caminar juntos por zonas muy solitarias, pues según ellas, los hombres de Grenada no son precisamente gay friendly y si veían a dos extranjeros caminando sin rumbo en medio de la noche, pensarían que éramos homosexuales y muy probablemente nos insultarían o en el peor de los casos, nos golpearían. Después de esas sutiles advertencias, nos dimos cuenta que ya eran casi las 2 de la madrugada. Nos despedimos frente al Spiceland Mall. Adrián se fue a paso de maratonista, aun con la paranoia de la inseguridad con la que vivimos los venezolanos. Intente tomar un taxi o un bus, pero la calle estaba desierta. Respire hondo, me hice el valiente e inicie la caminata de 2 kilómetros hasta L’Anse Aux Epines. Gracias por leer!!! Etapas 4 a 6, total 8
El amanecer del último día del año es, quizás, el momento cuando más personas hacen balances de su vida, de logros y fracasos. Ese miércoles desperté sintiéndome un poco culpable por estar alejado voluntariamente de mis seres queridos en una fecha tan simbólica, mientras miles de personas habrían querido tener apenas un par de segundos con al menos un integrante de su familia. Fue un momento extraño, sentimientos mezclados, muchas preguntas y pocas respuestas. Afortunadamente estamos en la época de internet, y un par de videollamadas aliviaría mi conciencia.
Adrián estaba de vacaciones con su hermana Alejandra, su madre Laura y su abuela Noelia. La noche anterior me había invitado a un tour por toda la isla que tenían programado. El costo del paseo era de $ EC 300 ($ 111), de los cuales tendría que aportar $ EC 60 ($ 22). El guía (Elwen) garantizaba al menos 8 horas de paseo, parecía una buena oferta, imposible de rechazar. Así fue como a las 8:00 am estaba esperándome una furgoneta frente a la casa de Oliver. Era un transporte bastante simpático, guardaba cierto parecido con la Mistery Machine de Scooby Doo. Elwen era todo un personaje, un Sancho Panza caribeño. Moreno, de poca estatura, y como el mismo se describía, de “huesos anchos”. Además era bastante conversador, amante de las tradiciones de su tierra y de las mujeres. Fuimos hasta Mont Tout por Adrián y su familia, e iniciamos la jornada. El auto avanzaba por una serpenteante carretera. A cada lado, decenas de casas vagamente inspiradas en la época victoriana. En menos de 100 metros podías ver estructuras algo ostentosas, rodeadas de pequeñas casas que apenas podían sostenerse. Un recordatorio de cuan desigual es el impacto del turismo en la vida de los habitantes de cualquier zona turística. De pronto las casas ya no estaban tan juntas. Y ahora el paisaje se tornaba uniformemente verde. Pero no era cualquier verde, era ese verde natural, el de la vida, el que te hace pensar en las maravillas de este planeta. La relativa monotonía de la carretera apenas y se veía interrumpida por algunos camiones de gaseosas, o pequeños lagartos que parecían estar tomando el sol a mitad del asfalto. Para recordar, la pintoresca maraña de cables que conforman el tendido eléctrico de la isla, un grito de la civilización en aquellos predios. *** Imagen borrada de Tinypic *** En alguna carretera de Grenada Habrían pasado poco más de 40 minutos cuando llegamos a la entrada del parque donde se encuentra Annandale Falls, una de las cascadas mas famosas de la isla. Un estacionamiento para aproximadamente 20 vehículos, y un cartel que indicaba el costo de la entrada, $ 1 por persona. En ese momento, por alguna razón desconocida, la entrada era gratuita. Es un lugar bastante familiar, idóneo para niños y ancianos que no tengan mayor inconveniente con escaleras. Luego de 5 minutos a través de un sendero con algunas escalinatas y señalizaciones, se llegaba a la base de la cascada, que tenia una altura de aproximadamente 25 metros.
Cuando se es joven e inmaduro, la adrenalina es una adicción. Haciendo gala de ello, fui con la agente forestal que resguardaba el área y pregunte si podía lanzarme desde lo alto de la cascada. Me dijo que sí, pero únicamente con la ayuda de un experto. Alejandra, Laura y Noelia inmediatamente se acercaron hasta mi intentando advertirme cuan peligroso era lo que quería hacer. Agradecí su preocupación, e intentando ser interesante dije “es preferible morir hoy haciendo esto, que pasar el resto de mis días preguntándome que habría pasado si lo hubiera hecho”. Vamos, que después de decir unas palabras tan hollywoodenses, lo único que quedaba era inflar el pecho y dirigirse al patíbulo. La agente forestal, quien había entrado a su caseta minutos antes, salía con malas noticias; había sido imposible contactar al especialista. Entonces dije “it’s ok. No problem”, y sintiéndome liberado de la locura que había querido hacer, di media vuelta. En un extraño episodio de determinismo o alguna otra teoría filosófica, la agente puso su mano en mi hombro y dijo “don’t worry. You will jump today”. Acto seguido me pidió acompañarla a través de la montaña, iríamos hasta la casa del experto. Con una sonrisa nerviosa emprendí el camino a través de un sendero que a veces era absorbido por la vegetación. Cuando ya estábamos a mitad de camino, la chica lanzo un grito al cielo, y repetía “snake, snake”. Era la primera vez en mi vida que veía una serpiente. Era pequeña, de esas que se confunden con un tronco. Por irónico que parezca, tuve que tranquilizar a la agente haciéndole ver que la serpiente estaba muy lejos del sendero y que no mostraba interés por nosotros. Una vez superado el episodio, seguimos el camino hasta la cima de la montaña, donde se dejaba ver un pequeño poblado. Allí estaba un pequeño colmado con bebidas y snacks, y su dueño, John, era el especialista en clavados de la cascada. Me explico que su función era mostrar a los turistas la manera correcta de saltar, y por ello pedía una colaboración de $ EC 50 ($ 18.5). *** Imagen borrada de Tinypic *** Buscando quien me enseñara a saltar en Annandale Falls La adrenalina daba paso al temor. Sentía que, a pesar de estar en medio de una isla del Caribe, estaba sudando frio. John y la agente probablemente notaron mi cara de angustia y en par de ocasiones, mientras íbamos montaña abajo, preguntaron cómo me sentía. Una vez en el tope de la cascada, me quite camisa y zapatos, mientras que John se enfundo camisa y pantaloncillos con los colores de la bandera de Grenada. Acto seguido inicio sus plegarias, que se alargarían por unos cinco minutos. Vaya que la cosa ya parecía más peligrosa que al principio. Mira que rezar antes de un chapuzón no es que sea muy común. Se paró al borde de la cascada, en una pequeña piedra que sobresalía. Me dijo “no left, no right” mientras dejaba caer un guijarro que se hacía pedazos contra las rocas al fondo del agua. “Just one step” fue su siguiente instrucción, y es que era importante dejarse caer en lugar de saltar, para engañar a la ley de gravedad. Repitió un par de veces las instrucciones y simplemente se dejó caer. Ahora yo quedaba solo en lo alto de la cascada, y solo en ese momento caí en cuenta de la docena de espectadores que había en el sitio, y que hacían palmas para que me lanzara. Nunca he sufrido de miedo escénico, pero en ese momento me congele, no sabía qué hacer, había olvidado las indicaciones de hace un minuto; y para hacer más dramática la situación, un par de nubes negras se posaron sobre el área.
Allí estaba bajo la lluvia y un cielo gris, paralizado de miedo, pero obligado por el orgullo. Fue tanto el tiempo que estuve paralizado, que John alcanzo a subir nuevamente hasta la cascada. Apenas se paró junto a mí, me dijo “if you don’t wanna jump, it’s ok. Don’t worry, bro”. Como si fuera una escena de película, gire mi cabeza y le dije “no, I don’t wanna jump. But I will do it. I need it”. Di un último paso sobre la piedra que sobresalía, conté hasta 3, y justo cuando me iba a dejar caer, me arrepentí. Pero ya era tarde, torpemente resbale y fui directo en caída libre hasta la pequeña laguna que se formaba al pie de la cascada. Fueron casi 5 segundos cayendo al vacío, donde comprobé la falsedad de eso que dicen “cuando estas a punto de morir, ves pasar tu vida en cuestión de segundos”. En ese momento, simplemente pensaba en como enderezar mi cuerpo, porque ese último segundo de duda hizo que cayera lateralmente. El choque con el agua dolió, y mucho. Fue como una gran cachetada en mi mejilla, me dejo atontado y no sabía dónde estaba ni que estaba haciendo. No podía moverme, escuchaba risas y algunos gritos, pero era incapaz de mover mis extremidades o gritar para pedir ayuda. Tras varios segundos de desesperación, pude retomar el control de la situación, recordar que estaba al pie de la cascada y que solo necesitaba nadar un par de metros hasta la orilla. Así lo hice, y cuando salí a flote, tuve esa indescriptible sensación de poder disfrutar el simple hecho de respirar, de caminar por mí mismo. Los turistas me preguntaban si estaba herido, si sabía dónde estaba. Adrián y su familia corrieron a auxiliarme. Una vez se cercioraron de mi integridad, inició la lluvia de reproches por tal acto de irresponsabilidad. Lo último que quería en ese momento era escuchar algún reclamo, así que con una gran sonrisa de sarcasmo, les dije “no me paso nada. Estoy bien. Relájense, lo que importa es el aquí y el ahora”. Me senté en una gran roca al borde de la laguna, y simplemente me dedique a sentir la lluvia caer sobre mi cuerpo. Para cuando había cesado la lluvia, en mi mente solo había un pensamiento: saltar de nuevo. Así lo hice saber a John, quien con una gran sonrisa extendió su puño hacia mí, y dijo “you have my respect, bro”. Que alguien que se gana la vida saltando desde una cascada te diga eso, es más que una simple frase motivacional. Subimos nuevamente por el sendero hasta lo alto de la cascada, escuche las instrucciones de rigor, hice una breve revisión visual del área, y de pronto me parecía que no era tanta la altura, no había tanta gente, y que no me había dolido tanto el primer salto. Ya no sentía temor, solo esa adictiva e indescriptible adrenalina. Fue menos complicado, tomar aire, dar el primer paso y por último dejarse caer. Fueron 5 segundos de perfección. No siempre se tiene una segunda oportunidad, pero cuando la tienes debes tomarla como si fuera lo último que harás en tu existencia, vivir cada instante, disfrutar cada sensación, olvidar el resto del universo. Después de semejante espectáculo, Adrián y su familia me veían como un suicida en potencia. Apenas en ese momento comprendí cuan irresponsables e inmaduros habían sido algunos de mis actos. Con la mayor vergüenza me excuse ante ellos, pero deje en claro mi posición sobre aprovechar cada momento que te ofrece la vida. Con las cosas más relajadas, fuimos hasta el colmado que estaba en la entrada del parque, y después de unas cervezas Carib ($ EC 6 c/u) partimos hacia Grand Etang Lake. *** Imagen borrada de Tinypic *** Annandale Falls, nunca te olvidaré En esos 15 minutos de trayecto, el clima sorprendentemente se tornaba bastante frio. Incluso había neblina a pesar de estar tan solo a unos 500 metros sobre el nivel del mar. Se me hizo un tanto incomodo, pues venia empapado de pies a cabeza después de mi aventura en la catarata. Al detenernos junto al parque, todos fueron hasta la orilla del lago a tomarse las respectivas fotos. Me quede dentro del auto, y cuando Elwen me vio titiritando por el frio, reviso en su bolso y saco una pequeña cantimplora, extendió su brazo ofreciéndomela mientras decía “oh boy! You are crazy”. No era agua, era ron. Tomé un par de tragos antes de devolverla, lo suficiente para calentar mi cuerpo. Nos recostamos de la furgoneta, admirando la tranquilidad del paisaje. Elwen me contó que el lago Grand Etang es un lugar lleno de un extraño realismo mágico para los habitantes de la isla. Se decía que nadie había podido llegar al fondo del lago, y la última vez que un par de buzos quisieron cambiar la historia, desaparecieron, siendo sus cadáveres encontrados en la bahía de St George. Se creía que existía alguna especie de conexión entre el lago y el volcán submarino activo Kick’em Jenny (8 kilómetros al norte de Grenada).
*** Imagen borrada de Tinypic *** Grand Etang Lake, y al fondo Mt. Qua Qua El paseo continuó con una parada en la entrada del parque Grand Etang, a pocos metros del lago. Decenas de autos llegaban a estacionarse junto a una tienda de frutas para comprar bananas, con la esperanza de poder atraer a los monos Mona (Mona monkeys), una especie originaria de África que ha estado en la isla desde el siglo XVIII. De acuerdo a lo comentado por Elwen, lamentablemente bajo amenaza en la isla por caza indiscriminada. Nunca lograré comprender el afán de algunos seres humanos por destruir en lugar de conservar.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Una especia amenazada Después de unos quince minutos debajo de los árboles, pudimos apreciar algunos monos balanceándose por las ramas. Jugando a no ser descubiertos. Vaya que son animales inteligentes. Te coquetean para que dejes las bananas en las mesas junto a los árboles, y solamente después que te has alejado lo suficiente, es que se abalanzan sobre la comida para darse un festín. Realmente son un espectáculo digno de admirar.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Inteligencia en su estado mas puro Una vez cumplido este trayecto, Elwen recomendó visitar Gouyave, un poblado pesquero al norte de la isla que a su vez era capital de la parroquia (departamento) de St John. Todos estuvimos de acuerdo. En el camino, nos comentaba que los días viernes se acostumbraba a hacer una especie de feria de comida al aire libre a partir del atardecer, y la llamaban Fish Friday. Según su descripción, ese día podrías conseguir langosta en los puestos de comida por menos de $ 15. Para cuando llegamos al pueblo, el cielo estaba cubierto por amenazadoras nubes negras. Dimos algunas vueltas por el centro, sacamos las fotos de rigor y cuando nos disponíamos a entrar a un pintoresco restaurant, las nubes dejaron caer todo esa energía acumulada. Temíamos que si almorzábamos allí, la lluvia nos obligara a cambiar el resto de la jornada, por tanto decidimos huir lo más pronto posible de ella. Nuestro próximo destino seria Grenville.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Desde Grand Etang a Gouyave. De Gouyave a Grenville. A medida que nos desplazábamos hasta el otro lado de la isla, no podíamos dejar de sorprendernos por la diferencia tan marcada en las viviendas a lo largo del camino. Cuando preguntamos a Elwen, nos dijo que después del terrible huracán (Iván) que azotó la isla en el 2004, no todos pudieron superar el episodio. Según cifras oficiales, cerca de 40 personas murieron producto de la tragedia, y según estimaciones, más del 80% de la isla quedo prácticamente destruida. A pesar de las donaciones, y el esfuerzo del gobierno, no todos pudieron regresar a la normalidad.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Siempre hay dos realidades Grenville es la segunda ciudad más grande de la isla de Grenada, después de St Georges, y es la capital de la parroquia de St Andrew. En ese momento, y como si la isla se burlara de nosotros, el cielo de Grenville no asomaba nada parecido a una nube. Aprovechando el buen clima decidimos ir a comer. Laura y Noelia, las mayorcitas del grupo, apostaron por lo seguro y fueron a KFC. Adrián, Elwen y yo convencimos a Alejandra de probar algo nuevo y buscar comida local. Caminamos a través de los puestos de comida, los locales apenas y se tomaban un par de segundos para ver a los curiosos turistas que intentaban hacerse un lugar entre ellos. Atraídos por la cantidad de personas y el magnífico olor, llegamos hasta un pequeño remolque con dos chicos a cargo. Mientras uno cocinaba, el otro gritaba a todo pulmón anunciando una oferta de jugo y roti por $ EC 5. Nos paramos a un lado (obviamente no había donde sentarse) y después de hablar muy lentamente intentando hacernos entender, terminamos con dos roti de carne y pollo en nuestro estómago, y dos refrescante vasos de limonada. Según entendí, el roti es originario de la India, pero con el crisol de razas que se han mezclado en el caribe, ha sufrido algunas ligeras modificaciones. El que comimos en Grenville era más parecido a un shawarma o uno de los famosos tacos mexicanos. Sin duda, realmente delicioso. Después de comer, hicimos unas cuantas fotos para el recuerdo y caminamos un par de cuadras viendo a las personas prácticamente correr de un lado a otro con las compras de última hora.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Caminando en Grenville El próximo lugar a visitar seria River Antoine Rum Distillery, donde (según Elwen) se produce el mejor ron de la isla. Ir a visitar una fábrica un 31 de diciembre no es precisamente la mejor idea, y así lo corroboramos al llegar. La destilería no estaba operativa ese día, sin embargo, los turistas podíamos acceder y hacer un recorrido por las áreas comunes del lugar. A los pocos minutos de haber llegado, otra furgoneta estacionaba junto a nosotros. Era un grupo de unos diez americanos. Algunos me veían de reojo mientras conversaban en voz baja. Realmente me sentía incómodo, hasta que uno de ellos, un cincuentón con cabello blanco, se acercó y con una cara circunstancial me preguntó “sorry, are you the guy… You know! In the waterfall…”. Ya no me sentía incómodo, ahora sentía que era una celebridad. Adrián no podía contener la risa por la situación.
Dimos un recorrido por la zona. Como todo estaba cerrado, apenas y pudimos ver la maquinaria que supongo usaban a principios de siglo. Todo bastante artesanal y pintoresco. El ambiente impregnado de un olor a melaza, y a cada paso que dabas tropezabas con la caña de azúcar. Para completar el escenario, el cantar de los pájaros le daba un aspecto idílico a esta destilería. Sin duda, un lugar recomendado para visitar. *** Imagen borrada de Tinypic *** Maquinaria para el ron (supongo) Tomamos nuevamente la ruta, esta vez dirección St Georges en busca del famoso Fort George. Elwen tomo en esta oportunidad la Eastern Main Rd, una carretera que bordeaba la costa este de Grenada, ofreciendo vistas increíbles, pero con 30 km de curvas que provocaron nauseas en casi todo el grupo. Cuando llegamos a Mont Tout, apenas Adrián y yo nos manteníamos en pie. Como a ninguno de los dos nos atraía el tema de ir a ver una fortaleza, decidimos dejar el tour hasta allí.
*** Imagen borrada de Tinypic *** Dejando atrás la Eastern Main Rd Por otra parte, Laura (aún convencida de una actitud suicida en mi persona) me invito a cenar con ellos esa noche, porque según sus palabras “eres un excelente chico, y no me gustaría que estés solo el último día del año”. Tomando en cuenta que no tenía nada planificado, acepte de inmediato. Como ya el sol comenzaba a ocultarse, me despedí e inicie mi recorrido hasta L’Anse Aux Epines. Cuando llegue a casa, hice el zapping de costumbre. En uno de los canales transmitían un biopic de Helen Keller, escritora estadounidense sordociega, que se convertiría en referencia para la sociedad de la primera mitad del siglo XX. En una de las escenas de la película, Helen (o mejor dicho, la actriz) pronuncia una frase poderosísima, que se amoldaba perfectamente a lo que hasta ese momento había sido mi travesía como viajero solitario: la vida es una atrevida aventura o no es nada. Gracias por leer!!! Etapas 4 a 6, total 8
La libertad, más que un situación física, claramente apreciable, ocasionalmente puede simplemente ser un estado de ánimo. Cosas como esas, se aprenden cuando afrontas viajes en solitario. Y ese tipo de libertad a la que me refiero, no implica que sea desagradable pasar tiempo en familia o con los amigos. Por el contrario, esos momentos de separación son los que permiten replantear y hasta revalorizar las relaciones que has construido durante toda tu vida.
Mientras me preparaba para salir a la cena con Adrián y su familia, tocaron a mi puerta. Era Oliver, y a su lado una esbelta joven, que presento como su hija. Querían saber si tenía planes para esa noche, o por el contrario me quedaría en casa. Estaban organizando su cena de año nuevo, y no tenían ningún problema con sumar un puesto a la mesa. Vaya que fue una sorpresa ese ofrecimiento, pues apenas y había compartido un par de momentos con Oliver. Les conté sobre la cena con Adrián y su familia, agradecí la invitación y para intentar corresponder un poco a tan maravilloso gesto, propuse compartir un brindis mientras esperaba un taxi. Rossane, la hija de Oliver, tenía 32 años. Canadiense de nacimiento, economista de profesión, y cansada del “caos” de Toronto. Decidió mudarse a la tierra de su padre. Con apenas 6 meses viviendo allí, había conseguido quedarse con un cargo gerencial en uno de los bancos de la isla. Su delgado rostro irradiaba felicidad cuando decía que lo mejor de Grenada era que casi no había semáforos, además de la indescriptible calidez caribeña. Oliver soltaba una carcajada, colocaba su copa en la mesa al mismo tiempo que cruzaba los brazos, y decía no encontrar alguna razón lógica para que su hija cambiara la modernidad y estabilidad del primer mundo, por una isla que vive del turismo. Rossane se defendía diciendo que no había nada más placentero que tener la libertad de poder escoger el lugar donde quieres pasar el resto de tus días, o al menos una buena parte de ellos. Cuanta sabiduría en esas palabras de Rossane. En vista de que el taxi nunca llegó, tuve que prepararme mentalmente para emprender mi caminata de 2 km hasta Camerhogne Park, el sitio de encuentro fijado antes de la cena. Me despedí con un fuerte abrazo, mientras les agradecía por su calurosa amabilidad. Cuando estaba a punto de cruzar el umbral de la casa, me detuve, y en un gesto que ni yo mismo sé de donde salió, giré, y levantando mi mano grité el coro de aquella canción de José Feliciano “I wanna wish you a Merry Christmas, my friends”. Oliver y Rossane se miraron, rieron hasta más no poder, y me daban las gracias. Mientras caminaba por la carretera, pensaba en hacer auto stop para no llegar tarde. Como no sabía si era ilegal, inmediatamente desistí. Pero apenas pasó una de las furgonetas del transporte público, hice señas para que se detuviera, y poder subir a ella. El viaje duró menos de 10 minutos, pero realmente fue un “viaje”. La furgoneta llevaba unos 6 pasajeros, al parecer todos se conocían, pues iban hablando entre ellos. Cuando escribo “hablando” realmente quiere decir que se gritaban a pesar de estar a medio metro de distancia. Lo de los gritos era comprensible pues al mismo tiempo la furgoneta retumbaba por el sonido ensordecedor de una mezcla de calipso y drum & bass. Era bastante surrealista la situación, pero para nada atemorizante, por el contrario, podías sentirte a gusto y con personas que solo querían divertirse un rato. Cuando estábamos a una cuadra del Camerhogne Park, solicité se detuviera, no me escucharon; grite en medio de la música, ni se inmutaron. Entonces hice señas como si tuviera un ataque de pánico, y muy amablemente el resto de los pasajeros le pidieron al chofer que se detuviera. Una muy grata experiencia por sólo $ EC 2,50 ($ 1). Cuando llegue al parque, Adrián y su familia estaban un poco molestos por mi demora. Intenté explicarles toda mi aventura, pero al parecer nadie tenía muchas ganas de escuchar mis anécdotas. De pronto escuche una carcajada, una que me parecía conocida. Cuando dijeron “oh boy! You are crazy”, giré velozmente y allí estaba Elwen, el Sancho Panza caribeño. El estaría a cargo del transporte esa noche. Entramos a la furgoneta, y con la ayuda de Elwen, hicimos algunas bromas para aliviar la tensión del momento. Para cuando llegamos al restaurant, ya reinaba nuevamente el espíritu de camaradería. El restaurant donde habían reservado era el Dodgy Dock, ubicado en True Blue Bay Resort, casi detrás del aeropuerto Maurice Bishop, y frente a la St Georges University. Como su nombre lo indicaba, estaba en el muelle (y por ende, repleto de americanos). Así que podíamos comer al mismo tiempo que veíamos al mar Caribe haciendo gala de una inusual tranquilidad. El grupo se sentó en el bar, Alejandra y yo fuimos a caminar por el pequeño muelle que bordeaba a los comensales. Ella estaba en sus 30 y algo, aunque sus ojos color café reflejaban una inocencia casi infantil. Con una mano sujetaba la cámara, y con la otra recogía su cabello castaño. Al tiempo que hablábamos, ella tomaba fotos. Buscaba una que captara “el frio americano, en el caluroso caribe”. A medida que buscaba la iluminación ideal, nos alejábamos de la multitud. Nos sentamos, y tuvimos una de esas conversaciones donde te sientes a gusto, intercambiando puntos de vistas, historias, experiencias, etc. No sé en qué momento me pareció sentir que había una especie de “feeling” entre ambos, pero no pude siquiera comprobarlo, pues llego Adrián, diciendo que tenía bastante tiempo buscándonos porque ya teníamos mesa, y ellos no podían ordenar porque ninguno hablaba inglés. *** Imagen borrada de Tinypic *** El menú ofrecido por Dodgy Dock Volvimos a la mesa. Como entrada, pedí “Tandoori spiced cornish hen with lentil dhal and pineapple puree”; es decir, pollo rebosado en harina con una salsa de especias hindúes (tandoori), lentejas y un extremadamente delicioso puré de piña. El plato principal fue “Callaloo shrimp and lobster callaloni with parmesan creme”; lo que era igual a camarones con unas pequeñas hojas (callaloo) que le daban cierto sazón, y langosta igualmente aderezada con esta especie de orégano caribeño. Para finalizar, el postre fue “Citrus tart with sorrel and ginger sorbet and candied nuts”; esta si es fácil de explicar, un delicioso pie de limón con jengibre y nueces. Todo este banquete tuvo un costo de unos $ 80.
En cuanto al ambiente del Dodgy Dock, pues bastante agradable. Toda la noche pudimos disfrutar de música en vivo. Hasta las 10 pm, no sonó nada diferente al jazz. Los americanos parecían estar cómodos, pero los pocos latinos presentes estábamos un poco inquietos esperando que la velada se hiciera un poco más animada, algo coherente con el caribe. Luego vino una coreografía con bailarines haciendo un baile tribal al ritmo de los tambores. Y en la última hora llego el calipso y el pop. Los últimos diez minutos del año fueron acompañados por la música de Avicii y Pharrell Williams. Acto seguido, se dio inicio a un espectacular show de fuegos artificiales que duro casi 1 hora. Alejandra, Adrián y yo estuvimos en el bar y bailando hasta casi las 3 am, hora en la que notamos el cansancio de Laura y Noelia. Llamamos a Elwen, quien con su acostumbrada cordialidad nos llevaría hasta Mont Tout y luego me dejaría en L’Anse Aux Epines. Pero en el trayecto note algunas miradas cómplices de Alejandra, y sin nada que perder, le invite a seguir la noche en algún local nocturno. Adrián pensó que la invitación también iba dirigida a él, y se apuntó. Mi resumen del 31/12/2014 en el Dodgy Dock Elwen nos dejó frente a Camerhogne Park, la zona más activa en la noche. Era todo un espectáculo, para ellos la noche apenas comenzaba. Decenas de puestos de comida ambulante, y como el alcohol me hace un ser hambriento, me sentí en el paraíso. Roties, asados, hamburguesas y muchas otras delicias, por menos de $ 4. Después de comer, entramos a un local nocturno a seguir la fiesta. Subimos las escaleras, y de pronto todo era oscuridad al ritmo del calipso. Segundos después, bajaba del techo una bola disco al estilo John Travolta. Al final del salón, se veía el bar, lleno de luces de neón y rodeado de sillones de cuero. Era como estar una película de gangsters de los 70. Al parecer no era común que los turistas fueran a bailar a otro lugar más allá de los resorts; pues todas las miradas estaban puestas sobre los tres blanquitos que estaban con la boca abierta junto a la puerta. A medida que caminábamos hacia el bar, las mujeres miraban de reojo, y los hombres no dudaban en invitar tragos a Alejandra.
Para intentar pasar desapercibidos en el bar, pedimos un par de Carib. Pero eso no era suficiente, seguíamos siendo el centro de atención. Mientras Alejandra y yo intercambiábamos miradas de nerviosismo, Adrián disfrutaba su sorpresiva fama. Un par de tragos después se fue al baño y cuando volvió, en una de esas extrañas sorpresas de la vida, llego acompañado de una simpática chica que no entendía absolutamente nada de español, y el, pues ya sabíamos que era incapaz de enlazar una frase coherente en inglés. Lo importante es que al parecer había feeling entre ellos. Alejandra y yo reíamos a carcajadas. Le dijimos que nos íbamos hasta el parque, por precaución le anotamos la dirección de la casa en un papel, y nos despedimos. Para nuestra sorpresa, no éramos los únicos que habíamos pensado en ir al parque. Personas haciendo yoga (4 am), parejas, grupos de jóvenes, etc. Nos sentamos en una de las bancas. El farol que estaba detrás de nosotros tenía un problema, y la luz se tornaba tenue durante algunos segundos, dándole un toque romántico a la ocasión. La conversación giraba en torno a nuestras expectativas en la isla. Para ella, mi situación de viajero solitario en época navideña, era admirable. Me decía que lo había pensado en un par de ocasiones, pero no tenía la “valentía” para hacerlo. Intentando hacerme el interesante, le dije que alguien alguna vez había dicho que la valentía está sobrevalorada. El silencio se apodero del momento, y en un movimiento prácticamente sincronizado nos acercamos para darnos un beso. Quince minutos después, ambos sabíamos que debíamos ir a otro lugar. En su casa, estaría su familia, así que estaba descartado. Mi casa estaba a dos kilómetros, y obviamente no había ni un taxi en el perímetro. Después de un rato, coincidimos en que el mejor lugar era ir hasta la playa. Probablemente estaría desierta, y aun nos quedaban un par de horas hasta el amanecer. Como dos quinceañeros nos tomamos de la mano, y caminamos por el sendero que conducía a la playa. Estábamos a menos de cinco metros de la arena, cuando escuchamos unos gritos en perfecto español, inconfundiblemente venezolano para más señas, era Adrián. Haciendo gala de nuestra sincronía, Alejandra y yo soltamos nuestras manos, y nos alejamos un par de pasos, lo suficiente para que su hermano no tuviera sospecha alguna. Avanzábamos por la arena, y cuando veíamos diferentes puntos de posible refugio (caseta de salvavidas, por ejemplo) surgía una mirada cómplice entre Alejandra y yo. Adrián había regresado porque la chica con quien estaba, terminó consumiendo más alcohol de lo que podía permitirse, teniendo que ser auxiliada por sus amigos y poniendo punto final a los planes de Adrián. Cuando los primeros rayos del sol despuntaban, decidimos sentarnos en un pequeño muelle de madera. Aunque la idea era sumergir los pies un par de minutos, terminamos quitándonos la ropa y nadando casi una hora. *** Imagen borrada de Tinypic *** Grand Anse Beach en la madrugada Había sido una larga jornada, y al notar a los primeros transeúntes del día, decidimos que era hora de dormir un poco. Atravesamos el, ya bastante familiar, Camerhogne Park y cruzamos la calle. Pronto llego una de las furgonetas de transporte publico un tanto abarrotada, preguntamos si en su ruta estaba L’Anse Aux Epines, y dijeron que sí. Me despedí calurosamente de Alejandra y Adrián, y subí pensando que estaría en casa en apenas cinco minutos. Nada más alejado de la realidad, pues la furgoneta no estaba trabajando como transporte público en ese momento, simplemente aprovechaban para recoger pasajeros. Así que, sin haberlo solicitado, tuve un tour por todas las zonas deprimidas de Grand Anse, Morne Rouge y sus alrededores. Afortunadamente Grenada es una isla con índices de seguridad prácticamente idílicos, y no tuve percance alguno. Al momento de llegar a L’Anse Aux Epines, e intentar cancelar el costo del traslado, aprovecharon que no tenía billetes de baja denominación y terminaron cobrándome $ EC 50 ($ 20) por un trayecto de 2 km. Apenas baje de la furgoneta, escuche las carcajadas del chofer y el resto de los pasajeros. Cuando entre a la casa, eran casi las 9:00 am. Puse a llenar la tina, y me deje caer sobre el suelo mientras veía tv. Estaba realmente agotado, y un tanto desilusionado por el saldo agridulce de la jornada. Entonces sonó el teléfono, era un mensaje de Alejandra “Que buena noche. Ahora tenemos que descansar un poco, quedaron cosas pendientes por hacer y necesitaremos energía. Un beso”. Gracias por leer!!! Etapas 4 a 6, total 8
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