Todo iba bien hasta que el avión comenzó un descenso en medio de la oscuridad un tanto precipitado y sin previo aviso. Lo único que se alcanzaba a ver a través de las ventanas era el reflejo de la luna en la inmensidad del Mar Caribe. Claro está, que “inmensidad” es una palabra muy bonita para describir el temor que infunde semejante cantidad de agua meciéndose lentamente, como si fueras una mosca a punto de caer en su red. Cuando creía todo perdido, y pensaba en lo poético que sería desaparecer en medio del mar el día de tu cumpleaños, sentí el rebote característico de los aviones al momento de aterrizar en pista. En menos de 15 segundos, el piloto a través del altavoz nos decía que habíamos hecho un aterrizaje un tanto intempestivo motivado a algunos inconvenientes en la pista (pésima iluminación, según escuche comentar a la tripulación).
*** Imagen borrada de Tinypic ***
Aeropuerto Maurice Bishop. St Georges
El proceso en migración fue realmente fluido (quizás por ser el último vuelo de un domingo por la noche), al punto de tener mi equipaje en mano en apenas 15 minutos, y con ello, un amable guardia de seguridad “invitándome” a salir del área lo más pronto posible. Una vez fuera, el panorama era desolador, locales cerrados, turistas a la caza de los pocos taxis disponibles, ningún tele cajero (ATM) a la vista, y lo peor de todo: no había WiFi. El guardia ni se inmuto ante mis suplicas para permitirme reingresar a la sala para intentar un llamado de auxilio a Oliver, mi casero. Primera lección del viajero solitario aprendida, siempre lleva efectivo contigo, no siempre hay ATM’s en los aeropuertos.
Con menos de 5$ en efectivo, sin taxis a la vista, sin WiFi, mi debut como viajero solitario, primera vez en un país de habla inglesa y con el aeropuerto a punto de cerrar. Única opción a la vista: deambular por el área buscando la familia venezolana que se había ofrecido a “adoptarme” en esas fechas. Muy tarde, ya no estaban a la vista. Era tiempo de un nuevo plan: implorar por ayuda a la primera persona que apareciera frente a mí.
De unos cincuenta años, morena, corpulenta, enfundada en un vestido de flores detrás de un delantal. Allí estaba ella, sentada junto a los baños, usando su teléfono celular. Me acerque lentamente, calculando cada palabra, pues podría ser mi única oportunidad. Con voz entrecortada, pésimo inglés, y con escalofríos en una noche de 32° C, le dije “- Excuse me, Lady. Can you help me?”. Subió lentamente su mirada hacia mi rostro, y con una rugosa voz respondió “- What do you want boy?”. No era complicado relatarle mi situación, pero mi cerebro era incapaz de recordar el inglés. Tras respirar profundamente, hice lo único que podía hacer: jugar a ser Tarzan. Con una sonrisa nerviosa y hombros encogidos dije “- Me, Angel. Problem. No cash for taxi. No ATM. Please, can you text my friend? He pick up me”. Su mirada de desconfianza se tornó en una gentil mueca, mientras decía “- Oh! Poor white ass. Give me the number”. Rápidamente me senté a su lado y le dicte el número, ella marco y me dio el teléfono. Vaya, todo parecía arreglado.
“- Jalou?” respondía una voz somnolienta. “- Hi Oliver. How are you? It’s me, Angel. I need your help”. Al menos ya recordaba lo básico del inglés, todo estaba fluyendo. “- Wazu ki?” me respondió. Había escuchado que el inglés caribeño era realmente particular, pero demonios, esto era un lenguaje desconocido. A las puertas de una nueva crisis de pánico, apenas alcance a pedirle amablemente que repitiera lo que acababa de decir. El sudor frio volvía a mi cuerpo, mientras escuchaba una voz en mi interior que me recriminaba haber viajado solo a un lugar desconocido, en lugar de haberme quedado en casa. Justo en ese momento, sentí como me arrebataban el teléfono. Entonces mi benefactora comenzó a hablar con Oliver, explicándole mi situación, y pidiéndole que fuera a buscarme al aeropuerto. Al finalizar la llamada, me explico que Oliver vendría en unos 15 minutos. Solo debería esperarle allí. Le agradecí e intente ofrecerle los únicos 5$ que tenía, como pago por la llamada, con una seriedad digna de oficial de migración, rechazó el dinero. Acto seguido, puso su mano en mi hombro y me dijo “- This is your first time in the island. Right?”. Le dije que sí. Nos presentamos, me dijo que su nombre era Helga, y trabajaba como personal de limpieza en el aeropuerto. Minutos después, apareció Oliver. Me despedi de Helga dandole un un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, y sin que se diera cuenta deje los 5$ en uno de sus bolsillos. Segunda lección del viajero solitario aprendida, siempre encontraras personas dispuestas a ayudarte, pero eso no significa que puedes andar con tantas torpezas por la vida.
Con menos de 5$ en efectivo, sin taxis a la vista, sin WiFi, mi debut como viajero solitario, primera vez en un país de habla inglesa y con el aeropuerto a punto de cerrar. Única opción a la vista: deambular por el área buscando la familia venezolana que se había ofrecido a “adoptarme” en esas fechas. Muy tarde, ya no estaban a la vista. Era tiempo de un nuevo plan: implorar por ayuda a la primera persona que apareciera frente a mí.
De unos cincuenta años, morena, corpulenta, enfundada en un vestido de flores detrás de un delantal. Allí estaba ella, sentada junto a los baños, usando su teléfono celular. Me acerque lentamente, calculando cada palabra, pues podría ser mi única oportunidad. Con voz entrecortada, pésimo inglés, y con escalofríos en una noche de 32° C, le dije “- Excuse me, Lady. Can you help me?”. Subió lentamente su mirada hacia mi rostro, y con una rugosa voz respondió “- What do you want boy?”. No era complicado relatarle mi situación, pero mi cerebro era incapaz de recordar el inglés. Tras respirar profundamente, hice lo único que podía hacer: jugar a ser Tarzan. Con una sonrisa nerviosa y hombros encogidos dije “- Me, Angel. Problem. No cash for taxi. No ATM. Please, can you text my friend? He pick up me”. Su mirada de desconfianza se tornó en una gentil mueca, mientras decía “- Oh! Poor white ass. Give me the number”. Rápidamente me senté a su lado y le dicte el número, ella marco y me dio el teléfono. Vaya, todo parecía arreglado.
“- Jalou?” respondía una voz somnolienta. “- Hi Oliver. How are you? It’s me, Angel. I need your help”. Al menos ya recordaba lo básico del inglés, todo estaba fluyendo. “- Wazu ki?” me respondió. Había escuchado que el inglés caribeño era realmente particular, pero demonios, esto era un lenguaje desconocido. A las puertas de una nueva crisis de pánico, apenas alcance a pedirle amablemente que repitiera lo que acababa de decir. El sudor frio volvía a mi cuerpo, mientras escuchaba una voz en mi interior que me recriminaba haber viajado solo a un lugar desconocido, en lugar de haberme quedado en casa. Justo en ese momento, sentí como me arrebataban el teléfono. Entonces mi benefactora comenzó a hablar con Oliver, explicándole mi situación, y pidiéndole que fuera a buscarme al aeropuerto. Al finalizar la llamada, me explico que Oliver vendría en unos 15 minutos. Solo debería esperarle allí. Le agradecí e intente ofrecerle los únicos 5$ que tenía, como pago por la llamada, con una seriedad digna de oficial de migración, rechazó el dinero. Acto seguido, puso su mano en mi hombro y me dijo “- This is your first time in the island. Right?”. Le dije que sí. Nos presentamos, me dijo que su nombre era Helga, y trabajaba como personal de limpieza en el aeropuerto. Minutos después, apareció Oliver. Me despedi de Helga dandole un un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, y sin que se diera cuenta deje los 5$ en uno de sus bolsillos. Segunda lección del viajero solitario aprendida, siempre encontraras personas dispuestas a ayudarte, pero eso no significa que puedes andar con tantas torpezas por la vida.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
El dinero que tanto me hizo falta esa noche
Oliver era un jubilado divorciado de 70 años. Había vivido gran parte de su vida en Canadá, y con la muerte de sus padres heredo una casa que le había hecho volver a la isla. Mientras conducía hacia la casa, hacia una breve descripción de las calles que veíamos. Paramos frente a una gran casa, era el consulado de Estados Unidos, pero sin siquiera un guardia a la vista, y como el viento no era fuerte, su icónica bandera no ondeaba como en las películas. Sentimientos encontrados. Las sedes diplomáticas siempre están en zonas privilegiadas, alejadas del ciudadano promedio, de la realidad. Pero por otra parte, esas zonas probablemente sean las más seguras. Encendió el auto nuevamente, pero en lugar de perderse en la carretera, enfilo hacia el portón “americano”, desviándose a último momento. Oliver vivía junto al consulado.
Gracias por leer!!!
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