La Toscana - Rinascita ✏️ Blogs de ItaliaDiez días de road trip en 2017 por la Toscana pasando por Francia y MónacoAutor: Gattotrips Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (2 Votos) Índice del Diario: La Toscana - Rinascita
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Como es uno de los destinos más populares a los que se puede llegar desde España en coche, he decidido dedicar mi próxima colección de posts a un lugar que recorrí a fondo la pasada primavera, en donde el cielo es más azul y la luz y los colores son más vivos: la Toscana en Italia.
Como una de las veinte regiones del país, esta región del noroeste de Italia, es famosa entre otras cosas por su arte y sus antiguas familias nobles, como los Medici, que prosperaron como banqueros y otros oficios que les proporcionaron buen sustento, hasta el punto de convertirse precisamente en mecenas de las artes y dejar su huella en las ciudades más representativas de la región: Florencia, su capital, Pisa o Siena. Aquel interés por las artes, constituyó un nuevo despertar de la propia humanidad después de la desolación producida en el siglo XIV en Europa por la peste negra, y es a lo que se vino a denominar en nuestros días Renacimiento, siendo esta región italiana el epicentro de este. Emprendemos así un viaje marcado por el abandono de lo medieval para la adopción de lo moderno, una transformación del mundo en algo más humano y bello, evocador e inspirador de la cultura clásica antigua que se idealizaba y recuperaba, un mundo de proporción y estética, plasmado en la arquitectura, pintura, literatura, escultura y exportado de aquí, al resto de cortes europeas que empezaron a interesarse por este nuevo renacer. Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Donatelo (aparte de tortugas ninja) fueron algunos de los grandes artífices de estas obras que han perdurado hasta nuestros días y que constituyen a día de hoy, gran parte de los fundamentos de nuestra cultura y del patrimonio de la humanidad. Pasemos a ver lo que conocemos de los libros de arte e historia, a vivirlo en primera persona a través de esta experiencia en la acogedora región toscana. Como muchas de mis rutas, preferí partir desde aquí y disfrutar de la conducción en la zona con mi propio coche aunque se necesite un día para ir y otro para volver desde allí, pero siempre hay altos en el camino que justifican y hacen provechosas estas quilometradas. Otra opción es volar hasta Pisa o Florencia y allí alquilar un vehículo, pero lo que es seguro, es que merece del todo la pena contar con un coche para moverse libremente por la región más allá de las grandes ciudades, y disfrutar así con libre albedrío de todos los paisajes y pequeños pueblos, que son en realidad, los que constituyen el verdadero espíritu de la Toscana. Un alto en la Vía Domitia Como siempre, y ya que ancha es Francia, cualquier viaje en coche cuyo destino se encuentre más allá de las Galias hace difícil atravesar el país de una tirada. Esto que en principio puede parecer un inconveniente, no tiene por qué serlo, ya que en la Provenza, de camino a Italia, existen multitud de interesantes lugares en los que descansar y hacer noche, y en los que se puede, en el tiempo que quede, aprovechar para hacer visitas más relajadas. Este es por ejemplo el caso de Arlés, a las puertas de la Provenza y junto a la antigua Via Domitia romana. fácilmente alcanzable a escasas cuatro horas de conducción desde casa Gatto, por lo que saliendo temprano por la tarde, estábamos allí ya sobre las seis, con aún luz y sol para disfrutar de una visita ligera. En efecto, la antigua Theline (nombre romano de Arlés cuyo parecido con el actual obviamente es pura coincidencia...) conserva la huella de sus fundadores originales, con varios elementos declarados como patrimonio de la humanidad. Entre estos, su mayor atractivo sin duda son las arenas de Arlés, antiguo circo o anfiteatro romano, en un soberbio estado de conservación y en el que todavía se celebran entre otros, espectáculos taurinos propios y comunes también del sur de Francia. Entre otros vestigios romanos, se encuentran también el teatro, parte de las murallas, y las termas de Constantino, aunque en mucho peor estado de conservación. Todas ellas están en el antiguo casco urbano en una zona peatonal, tranquila y agradable a pesar de ser Arlés ya uno de los grandes reclamos turísticos de la Provenza, si bien es cierto que siendo mi visita durante el viernes previo a la semana de Semana Santa, quizás la afluencia no era tan abrumadora como en los meses de verano. En general Arlés es un pueblo agradable que merece un paseo, en el que se puede ver también la gran plaza del ayuntamiento con su obelisco (Place de la Republique), u otros parques que delimitan la zona de los restos romanos junto al teatro. Terminado nuestro paseo, nos fuimos a ver los restaurantes alrededor del gran anfiteatro con buena pinta, y nos acabamos decantando por Le Criquet, un restaurante mediterráneo en el que saboree unas deliciosas costillas de cordero a la provenzal regadas con vino occitano. Ya anochecido, volvimos hacia nuestro hotel para un merecido descanso... al día siguiente nos teníamos que levantar temprano para llegar ya no aún a la Toscana, pero entrar en Italia, en donde haríamos una segunda escala provechosa antes de llegar al destino principal de nuestro viaje. Resumen de la etapa No fue este un día completo de vacaciones ya que en realidad por la mañana había trabajado, y de ahí que emprendiéramos nuestro viaje por la tarde. Ello por lo menos supuso no un día demasiado intenso en cuando a conducción, por lo que nuestra primera parada fue la última, Arlés, en donde pasamos aquella primera noche. Paradas Mataró - Arlés: 397km (4h). Hotel Esa primera noche teníamos una reserva en el hotel Le Belvedere (**), cerca del cual hay un aparcamiento público en el que se puede dejar sin problemas el coche durante toda la noche e internarse en la zona más peatonal, donde se encuentra el hotel. Digamos que como hotel, aunque limpio, era mejorable en cuanto a amplitud de las habitaciones, y quizás ruido, ya que estaba en una plaza en la que había movimiento hasta tarde. Aún así, era barato y para una noche sirvió. Hotel Le Belvedere (**) Place Voltaire, 13200 Arles, Francia Etapas 1 a 3, total 9
Portofino y la costa de Liguria bien merecen una paradaAlto en la costa de Liguria y Portofino de camino a la Toscana
El plan para este día consistía en conducir por la mañana desde temprano para lo antes posible llegar a la región italiana de la Liguria, donde merece la pena pasar una noche por los interesantes lugares que allí se pueden visitar en la costa una vez pasada Génova, capital de la región. Mi gesto de horror fue notable al reconocer el puente sobre Génova que hacía apenas un año había cruzado con mi propio coche: el viaducto de la autopista que hace apenas una semana se hundió.
Esta área, a las puertas ya de la Toscana, contiene en su costa entre Génova y La Spezia espléndidas playas y villas costeras, siendo un lugar de turismo interno típicamente italiano, sobretodo en verano, si bien lugares en la misma zona, como Portofino, son de reconocida fama mundial y visitados durante todo el año. Ese iba a ser precisamente uno de nuestros lugares de interés en donde pasar el día. Además. más abajo siguiendo la costa hacia el sur, entre Portofino y La Spezia, hay otra zona de interés, llamada las Cinque Terre, declarada patrimonio mundial de la UNESCO por sus bellos pueblos al borde de las aguas: Vernazza, Monterosso, Corniglia, Manarola y Riomaggiore, que pueden ser visitados durante una jornada mediante el tren que parte desde La Spezia. A través de los Alpes Marítimos Con la idea de llegar sobre el mediodía a Rapallo, la localidad en la Liguria en donde teníamos pensado coger un ferry que nos llevara a Portofino, recogimos todo nuestro equipaje y nos dirigimos desde el hotel al coche que habíamos dejado en un aparcamiento público cercano a una hora en la que literalmente aún no habían puesto las calles... era aún de noche, poco antes de las siete de la mañana, y todos aún dormían, pero nos esperaban cinco horas de ruta hasta llegar a nuestro destino y había que salir temprano si se quería aprovechar el día. Lo bueno es que una vez allí no necesitaríamos movernos demasiado por ese día. De esta forma, partimos de Arlés tomando la A7, para coger después la A8 siguiendo la autopista que pasa por las cercanías de Marsella, luego Niza, en donde paramos en un área de servicio para repostar y tomar un pequeño desayuno, y continuar dejando atrás Mónaco para internarnos en Italia por una carretera serpenteante llena de túneles que atraviesas grandes montañas que acaban abruptamente en el mar: ni más ni menos que las estribaciones de los Alpes que separan Francia e Italia, que en esta región son llamados los Alpes Marítimos, siendo la región hasta la propia Génova tan montañosa por esta misma razón. Tras aproximadamente cinco horas sin demasiados percances (solo algo de tráfico en el cruce de la frontera) llegamos a Rapallo y dejamos el coche en el aparcamiento público cercano a la terminal de ferries, para a continuación hacernos con unos billetes que nos llevaran en una pequeña embarcación hasta Portofino. En realidad, es posible llegar hasta Portofino en coche, pero desaconsejable debido a la escasez de aparcamiento y las malas carreteras, que dada su estrechez hacen en ocasiones difícil el cruce entre dos vehículos, por lo que como no quería encontrarme un autobús de cara en esas condiciones, decidimos disfrutar de un agradable paseo en barca con la brisa marina. La Dolce Vita en Portofino Sitio turístico por excelencia de la región desde principios del siglo XX, Portofino conserva el encanto de un pequeño pueblo pesquero aislado en la punta de una pequeña península que sale hacia el Mediterráneo, difícilmente comunicado, lo que ayuda a la conservación de su encanto y lujo decadente. Orientado totalmente al turismo, impresiona su cuidado aspecto con sus casas de colores en su pequeño puerto de embarcaciones que recibe a los visitantes. Nuestra gran suerte fue que pese a ser un sábado, no era aún el de las vacaciones de Semana Santa, si no el anterior, por lo que para nada había una gran cantidad de turistas, y se podía disfrutar tranquilamente de la bella localidad. Entre los lugares de interés que pueden visitarse, además de su paseo marítimo que rodea la pequeña bahía, destaca su castillo y la cercana iglesia de San Jorge, de la que se dice que conserva reliquias del santo y soldado. No obstante, son las espléndidas vistas panorámicas del paseo las que deleitan a los viajeros, y sin duda la mejor actividad posible es comer en uno de los deliciosos restaurantes del paseo disfrutando de estas vistas mientras se degusta pescado o marisco de la zona. Ciertamente, nosotros escogimos el Ristorante Stella, en el que disfruté de unos deliciosos Spaghetti a la Vongole con vino blanco, y mi acompañante de unos Calamari Fritti igualmente con una pinta estupenda, que mejor supieron aún a la vista de la espléndida panorámica. Y es que en verdad Portofino es tan famoso, que muchos anuncios publicitarios han tirado de su fama para promocionar sus productos... ¿quién no recuerda si no al famoso hombre Martini con una jovencísima Charlize Theron mientras se le deshacia el dobladillo de la falda? Maldito logo de Martini... Algo que no había comentado aún, es que el ticket del ferry da derecho a desembarcar en las paradas intermedias antes de llegar a Portofino, por lo que es una forma fantástica de explorar las pequeñas localidades de la costa de la península, a las que merece la pena dedicarles un breve paseo entre barco y barco. Eso es precisamente lo que hicimos, y a la vuelta bajamos a medio camino, en la pequeña localidad de Santa Margherita Ligure, llamada la perla del Tigullio, antes de volver a nuestro origen. La perla del Tigullio Así pues, cuando cogimos el barco de vuelta hicimos una breve parada en la localidad de Santa Margherita, otro lugar turístico de la costa de Liguria, tranquilo en esta época, pero seguramente abarrotado en meses de verano. Tras un pequeño paseo alrededor viendo las playas, en las que realmente había algunos bañistas pese a las tempranas fechas de la recién estrenada primavera, nos volvimos a coger el próximo ferry para volver a nuestro orígen, Rapallo. Allí pasaríamos esa noche, pero aún haríamos una última visita que merecería mucho la pena, aprovechando ya las tardes que se alargaban y la luz hasta horas más tardías. Nos dirigimos así hacia Camogli, también en la costa pero al lado norte de la península, una encantadora localidad junto al mar cuya visita mereció mucho la pena. Camogli Ya al atardecer, tras recorrer unos pocos quilómetros desde Rapallo, llegamos a Camogli, cuyo significado literalmente sería "casas muy juntas", seguramente por sus estrechas calles. Este es otro pueblo en la costa de Liguria con una amplia playa bañana por el Mediterráneo, en el que por las horas a las que llegamos, o por la mayor afluencia turística, o a saber, parecía que costaba un poco más encontrar aparcamiento, al menos en las calles por las que se llega al paseo junto al mar, pero justo antes de este, donde acaba la zona transitable, se abre un amplio aparcamiento público en el que se puede dejar el coche por unas pocas monedas y visitar la localidad. Orientado de cara al mar, la luz dorada del atardecer convertía la panorámica de las vistosas casas de colores de la fachada del paseo en una idílica postal de un precioso pueblo italiano, un poco con ese aspecto antiguo y decadente que puede recordar ciudades como Oporto. Lo más atractivo de la visita es recorrer el largo paseo marítimo alzado, bajo el que se divisa el mar y la playa, lleno de pequeños restaurantes con terraza en los que sin duda hubiera sido muy placentero tomar la cena. El paseo acaba en la basílica de Santa Maria Assunta, y por detrás, se puede ver otra atractiva panorámica del pequeño embarcadero rodeado de tantos otros edificios pintados de vivos colores. Ya bien entrada la tarde, nos volvimos para descansar ya en el que tenía que ser nuestro alojamiento de aquella noche en Rapallo, en donde SI costaba mucho encontrar aparcamiento. Normalmente siempre procuro reservar establecimientos con aparcamiento precisamente para evitar este tipo de problemas y por suerte este fue el caso... pero cual fue mi sorpresa cuando al llegar al hotel me dijeron que todo el aparcamiento estaba completo, pese a que tenía garantizada una plaza que había reservado ya hacia tiempo. Por suerte, pudimos buscar una solución al malentendido y aparcar en la puerta del hotel, que sin ser el aparcamiento propiamente dicho, me permitieron dejar allí mi coche por esa noche. Tras instalarnos y después de un pequeño descanso, salimos a dar una vuelta por Rapallo y a cenar por la zona del paseo algo rápido, ya que de lo que más ganas teníamos ya después de un día tan largo era de dormir. Nos inclinamos por el Ristorante Vesubio, en donde cominos una pizza acompañada de cerveza de trigo alemana, y nos volvimos arecuperar fuerzas para el día siguiente... por lo menos ya no estábamos tan lejos de la Toscana. Resumen de la etapa Como he descrito, fue este un día intenso en cuanto a conducción, por lo menos por la mañana, si bien ya por la tarde todas las visitas fueron en los alrededores y ya nos quedamos prácticamente a las puertas de la Toscana. A continuación podemos ver el detalle de la ruta efectuada. Paradas Arlés - Rapallo: 480km (5h). Rapallo - Camogli: 10km (15min). Hotel Una vez superado el incidente con el aparcamiento comentado, nuestro alojamiento para esa noche fue el Hotel Stella (***) regentado por una pintoresca mamma italiana de cuyo voluble carácter ya fuimos testigos durante el incidente con nuestro lugar para aparcar. El hotel en sí está bastante bien, con la pinta típica de hotel de playa en sitio turístico y un precio acorde al lugar, unos 90€/noche. Hotel Stella (***) Via Aurelia Ponente, 6 16035 Rapallo, Italia Etapas 1 a 3, total 9
Al amanecer del tercer día no estábamos tan lejos ya de la región por la que íbamos a movernos los próximos días, la fantástica Toscana, de la que íbamos a empezar a disfrutar de sus paisajes, localidades y también alguna que otra pequeña ciudad ese mismo día, para esa noche dormir ya en una de las ciudades insignia de la Toscana y epicentro renacentista: Pisa.
Siguiendo la carretera de la costa hacia el sur, y dejando atrás la Liguria con La Spezia como última ciudad destacable, nos introdujimos en la Toscana a través de la región de Carrara, famosa desde tiempos romanos por sus mármoles usados desde tiempos antiguos. Algo más al sur, cerca de la costa, llegaríamos a Pietrasanta, nuestra primera visita de la jornada. Nos había llevado poco más de una hora desde Rapallo, nuestra base durante la noche anterior. Primeras impresiones de la Toscana Como su propio nombre parecería sugerir, Pietrasanta, en la costa norte de la Toscana y como parte de la provincia de Lucca, es otro de los pueblos relacionados desde tiempos antiguos con el bronce y el mármol, por lo que tiene estrechos lazos con el arte que se han perpetuado hasta nuestros días. No es de extrañar la abundancia de canteras y yacimientos de mármol en la región, pues en realidad hasta aquí llegan las estribaciones de los Alpes Apeninos, de los que se extrae esta piedra valiosa. A nuestra llegada, intentamos dejar nuestro vehículo lo más cerca posible del centro histórico, encontrando para ello un amplio aparcamiento público al aire libre en el que por unas pocas monedas se podía dejar el tiempo necesario. Aquel domingo por la mañana, aún temprano, encontramos sitio de sobra para dejarlo. Muchos pueblos de la Toscana tienen similares lugares de interés, alrededor de la plaza de su Duomo, suelen alzarse las casas más antiguas, y se abre a su alrededor cada villa de calles estrechas con sus propias singularidades: su castillo, su ubicación elevada que permite contemplar la panorámica de los alrededores, sus torres o antiguas murallas... cada una tiene su único y propio encanto que las hace disfrutables, unidas por rasgos comunes característicos que definen su identidad, pero con sus propias diferencias que hacen merecedera una visita. En el caso de Pietrasanta, como primera pequeña localidad visitada, destaca su calle principal que lleva hasta la plaza de su catedral, San Martín, de arquitectura románica y gótica y un impresionante campanario. Allí en la misma plaza, encontramos varías exposiciones, una de ellas de coches italianos modernos y antiguos, Fiat y Alfa Romeo sobretodo. Destaca así mismo, la presencia de algunas de algunas obras de arte (de las cuales no sabría decir si construidas con mármol de Carrara... una de ellas un desconcertante pimiento gigante), pues además famosos artistas que trabajan el mármol residen periódicamente en la zona y trabajan con este material. Tras visitar el Duomo y entretenernos un poco con las exposiciones, tomamos un rápido desayuno en una pastelería de la misma plaza, y nos dispusimos a seguir la ruta que teníamos planeada para esa jornada. Después de una hora más al volante, llegábamos a Pistoia, en el interior al este de nuestra ubicación. Pistola, Pistoia, Pistoya... Unidas ambas localidades por la misma autopista, llegamos bastante rápidamente al que sería nuestro próximo destino, Pistoia, si bien cabe decir que las autopistas en Italia no son ni gratis ni baratas que digamos. Por suerte en los próximos días una vez nos introdujéramos más en las profundidades de la Toscana eso cambiaría, y no necesitaríamos usar autopistas, si no que más bien nos perderíamos por carreteras rurales que unen pequeñas villas. Pistoia, lugar de paso de la Vía Cassia y antigua colonia romana desde el siglo VI a.C., cumple perfectamente con el esquema toscano descrito en cuanto a lugares de interés. Es algo más grande como para ser calificado de simple pueblo como en el caso de Pietrasanta, pero sigue siendo una pequeña ciudad, más industrializada, en la que destaca de nuevo la plaza de su Duomo del siglo XII-XIII, así como algunos otros edificios destacables en cuanto a su arquitectura alrededor de esta plaza. Como aún era razonablemente pronto, antes de comer decidimos avanzar hacia nuestro próximo lugar a visitar, y buscar algún sitio interesante para comer tranquilamente. Ese sitio sería Lucca, al que dedicaríamos toda la tarde, una de las primeras ciudades más grandes de la Toscana que visitaríamos. Hasta luego Luccaaa! Perdón... no he podido contenerme. A escasa media hora de Pistoia por la autopista, y ya de vuelta hacia Pisa, donde dormiríamos esa noche, llegamos a Lucca, en donde aparcamos en uno de los muchos aparcamientos que hay alrededor de su muralla, pues además todo el centro histórico está restringido a la circulación, por lo que no se puede acceder sin un permiso que imagino será solo para residentes, más allá de los muros de la antigua ciudad medieval. En efecto, lo primero que impresiona a la llegada a Lucca son sus imponentes murallas, conservadas desde siglos pasados y rodeadas de su correspondiente foso, convertidas en parque y paseo por el que poder rodear la ciudad siguiendo sus muros. Lucca es tan antigua que su orígen se remonta al de los primeros pobladores ligures, anteriores al Imperio Romano, si buen fue famosa además en aquellos tiempos por el encuentro que Julio César, Pompeyo y Craso allí tuvieron. Es precisamente en el antiguo foro romano, en donde se alza probablemente su más atractivo monumento, la iglesia de San Miguel en Foro, una basícilica de característico románico toscano, en la plaza del mismo nombre, rodeada por antiguos edificios medievales que transportan a la época pre-renacentista. Otros vestigios de ese mismo pasado romano, se pueden encontrar en la plaza del anfiteatro, una plaza literalemente de forma esférica, en la que si bien es difícil reconocer cualquier rastro de arquitectura romana (aunque los hay), su inconfundible geometría elíptica delata su verdadero orígen como antigua arena de Lucca. Hoy en día los gladiadores han sido sustituídos por una gran cantidad de restaurantes con agradables terrazas de las que disfrutar de la panorámica de la plaza. Otra insigne plaza, es la de San Martín, en donde se encuentra la catedral, otro gran templo dedicado al mismo santo, San Martín de Tours, y otro ejemplo de característica arquitectura toscana con su gran campanario. Lo cierto es que se tiene que ir con cuidado y buena orientación pues acaba siendo fácil perderse por sus estrechas y sinuosas calles. No puede dejar de nombrarse la importancia que las familias ricas toscanas en particular, durante el Renacimiento, daban a las torres, como símbolo de riqueza, y como existía una competición sobre la que quizás Freud tendría mucho que decir, sobre quien era capaz como símbolo de opulencia, de construir una torre más grande y quizás hasta exótica, como sería el ejemplo de la torre Guinigi con su jardín en su cima. Llamada así por el nombre de la familia que la construyó en el siglo XIV, se convirtió esta en un símbolo del Renacimiento en Lucca y marca de identidad de la ciudad, siendo además una de las pocas torres que quedan en pie en Lucca de aquella época, y siendo visitable pudiendo subir a tu cumbre para contemplar la panorámica de la ciudad. Antes de que fuera más tarde, decidimos encaminarnos hacía nuestra base para aquella noche, Pisa, a la que aunque está bastante cerca tardaríamos un poco más en llegar debido al tráfico. Nuestro hotel estaba algo apartado, por lo que si queríamos dar un paseo hasta la zona de los monumentos aún de día, tendríamos que apresurarnos un poco. Pisa, primer epicentro del Renacimiento A las siete de la tarde pasadas, conseguimos llegar después de superar el tráfico de entrada a una ya gran ciudad de la Toscana, capital de la provincia de su mismo nombre. Cabe decir que a Pisa podría (y debería) dedicársela sin duda un día entero, pero como era esta la segunda vez que visitaba esta ciudad, decidí usarla como base para esa noche y contemplar de nuevo sus famosos monumentos bajo la luz del atardecer. En efecto, en la famosa Piazza dei Miracoli, Patrimonio de la Humanidad, se encuentra la catedral románica con su famoso e incondundible torre del campanario inclinada, más conocida como Torre de Pisa, así como el Baptisterio y camposanto monumental, todos ellos en estilo románico pisano, construidas en mármol con puertas de bronce. En realidad, la inclinación de la famosa torre se produjo desde el momento mismo de su construcción y es debida a las peculiaridades del terreno en el que se asienta, que hace que no solo la torre del campanario esté inclinada, si no algunas otras torres y edificios de la ciudad menos vistosos y famosos. La ciudad se asienta sobre terrenos pantanosos, que causan que el peso de los edificios se asiente sobre el terreno... en algunos casos de forma totalmente erguida. Por Pisa pasan además dos ríos, el Arno y el Auser, con varíos puentes que los cruzan y dividen la ciudad en diferentes barrios. Cerca del río se encuentran las grandes avenidas alrededor de las cuales se puede ver la ópera y numerosos y animados restaurantes y cafés. Tras dar una vuelta para ver la zona de los monumentos a la luz del atardecer, fuimos a uno de estos restaurantes a disfrutar de una fantástica tagliata, carne de ternera cortada con parmesano por encima y rúcula, lo mejor para ir a dormir feliz con el estómago lleno. Al día siguiente pondríamos rumbo al corazón de la Toscana, en donde visitaríamos en los días siguientes, míticos lugares de la región. Resumen de la etapa Un día movido de un lado para otro, pero en localizaciones relativamente cerca. En el mapa puede verse la ruta de entrada en la Toscana, y el circuito realizado entre las ciudades comentadas. Paradas Rapallo - Pietrasanta: 115km (1h30min). Pietrasanta - Pistoia: 76km (1h). Pistoria - Lucca: 48km (45min). Lucca - Pisa: 21km (30min). Hotel Para esa noche teníamos habitación en el Hotel La Pace (***), que aunque por su entorno apartado y raruna entrada a través de unas galerías comerciales puede parecer que da un poco de miedo, ofrece espaciosas habitaciones tipo apartamento, aunque sean algo anticuadas. Hotel La Pace (***) Viale Antonio Gramsci galleria B, 14, 56125 Pisa PI, Italia Etapas 1 a 3, total 9
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