ATRAPADA EN SHANGHAI (+ HONG KONG) ✏️ Blogs de China

Regresé hace un par se semanas de Shanghai, en donde estuve retenida 10 días más de los previstos por culpa de las cenizas del volcán islandés. Mi propósito era hacer un viaje de 10 días para ver a mi hija que se instaló allí hace dos meses, pero al final estuve 20 días, incluyendo una estancia de 3 días en Hong Kong, aprovechando que ella debía desplazarse a esa ciudad por motivos de trabajo. Y precisamente esa visita de Hong Kong me enseñó una cosa muy importante: cuando se viaja a China, a la hora de tramitar el visado, es esencial poner una x en la casilla de varias entradas. Yo, poco previsora, había puesto una única entrada y eso me provocó unos problemas enormes en Hong Kong para conseguir el visado y poder regresar a Shanghai con tiempo suficiente antes de mi vuelo de regreso a Europa. Al final se solucionó, pero perdí un día entero con los nervios de punta por una cuestión absurda.

Viajé desde Bruselas (en donde estoy viviendo ahora) con Swiss Air, vía Zurich, en un vuelo relativamente cómodo porque hay apenas una hora de conexión en Zurich, aunque a la ida salió con retraso y, a la vuelta, el vuelo duró más tiempo de lo normal, al parecer porque no tenían permiso para sobrevolar Rusia. A pesar de las horas de vuelo, unas 16 en total, el viaje se hace bien, pero eché de menos los reposapiés en los asientos, fundamental con tantas horas de vuelo, y tuve que recurrir a colocar mis pies encima de mi bolso, bien repleto de cosas, para estar más cómoda. Había reservado el vuelo directamente con la compañía y me costó unos 800€.

En el aeropuerto de Shanghai se puede coger la línea de metro 2 que te lleva directamente hasta el centro o un taxi que tarda una hora aproximadamente en llegar y cuesta unos 180 RMB, que vienen a ser unos 20€.

Shanghai no es una ciudad fotogénica. Es casi imposible hacer una foto bonita. Tiene un clima endiablado. Durante los casi 20 días que estuve allí, vi dos días de sol, el resto bruma, lluvia o ambas cosas a la vez y además con una temperatura fría. Parece ser que el verano llega de repente y, sin transición, se pasa del frío a un calor intenso, pero sin abandonar la humedad, que es enorme. Sin embargo, en mi último día en Shanghai la ciudad me regaló un día espléndido, sol, temperatura agradable y menos humedad. Nada que ver con los días anteriores. La ciudad es otra. Disfruté paseando por calles repletas de gente y pude sentarme a comer agradablemente en una terraza.

Por todas partes se veía una actividad frenética para poner la ciudad lo más presentable posible para la Expo que se abría el 30 de abril con el eslogan “better city, better life”: calles limpias, parques verdes, parterres llenos de flores, arbustos podados concienzudamente, papeleras cada dos pasos y también cada poco el gracioso muñeco azul con el dedo gordo levantado, que es la mascota de la Expo.

La verdad es que la ciudad es muy interesante, con sus mezclas y sus contrastes: viejo y nuevo, antiguo y moderno, edificios bajos y rascacielos, lujo y pobreza, aunque yo diría pobreza digna, no miseria: sólo en una ocasión vi un hombre pidiendo a la salida de un restaurante.

Son varias ciudades en una. La supermoderna y futurista con sus inmensos rascacielos que parecen platillos volantes, la colonial con sus imponentes edificios de principios del siglo pasado, sus barrios de casas bajas y sus calles arboladas, la china con sus calles estrechas y casas insalubres en las que la vida se hace en la calle, y la histórica que conserva viejas edificaciones de estilo tradicional chino con sus templos y sus jardines.

La pena es el tiempo, porque además la ciudad tiene muchos y bonitos espacios verdes, pero con ese tiempo horroroso no apetece ni pisarlos. Yo a veces me adentraba en alguno e intentaba hacer fotos tapándome con el paraguas.

Un desastre. Ahora parece que empieza a hacer buen tiempo, pero eso quiere decir que dentro de nada el calor será horroroso por culpa de la humedad. Así que no hay tregua.


En mi primer día en Shanghai, después de dormir unas horas, quise salir a hacer algunas compras y así conocer un poco el barrio. Mi hija vive en el límite norte de la antigua Concesión Francesa. Porque esta ciudad, que empezó a crecer a mediados del siglo XIX, después de la Guerra del Opio que los chinos perdieron frente a la potencia inglesa, conserva aún las huellas de la época colonial, cuando la China derrotada se vio obligada a ceder a los extranjeros cinco puertos, uno de ellos Shanghai, hasta ese momento un pequeño pueblo pesquero a orillas del Huangpu. La ciudad que nace entonces se divide en lo que se llamó “concesiones” -francesa, inglesa y americana- que funcionaban en la práctica como territorios autónomos, a la vez que mantenían el carácter del país colonizador. La antigua Concesión Francesa es quizás la que supo mantener mejor su carácter con calles arboladas y antiguas villas residenciales, algunas convertidas ahora en colegios, en restaurantes o en hoteles con encanto.

Es una zona residencial tranquila y muy agradable para pasear que se extiende a lo largo de la calle Huaihai, una vez pasada la antigua Concesión Inglesa que ocupaba los terrenos entre el Huangpu y la actual People’s Square, centro neurálgico de la ciudad, una enorme plaza que no parece tal y en la que están los mejores museos en edificios de singular arquitectura, y el Gran Teatro, un moderno edificio con forma de pagoda, todos ellos rodeados de parques y jardines.

Merece una visita el Museo de Shanghai, de entrada gratuita, y que, aunque cierra a las cinco, no se puede entrar más allá de las cuatro de la tarde. Ocupa un edificio circular con un diseño que recuerda los antiguos cuencos de bronce chinos y es uno de los mejores museos de China. En ese momento había además una exposición temporal de retratos procedentes de la Galería de los Uffici de Florencia.

De Peaple’s Square hacia el Huangpu sale el tramo más importante de la que es la calle más comercial de China, la calle Nanjing que atraviesa gran parte de la ciudad y que en ese tramo mezcla edificios importantes de principios del siglo XX con nuevas y rutilantes edificaciones que albergan todos los centros comerciales inimaginables para satisfacer a las multitudes que se desplazan constantemente por ella.

El tramo de la calle Julu Lu, en donde mi hija vive, es muy diferente a la calle Nanjing, es popular y bullicioso.

Por las mañanas, desde el piso 12 de una torre de más de 20 pisos, en una urbanización absolutamente occidental, oía los sonidos y las conversaciones de la calle. Conversaciones que me parecían discusiones (y a veces lo eran) porque los chinos, cuando hablan, parece que discuten, y a veces -como digo- sí lo hacen y son ruidosos y porfiadores. Pero me parecieron también gente amable, dispuestos siempre que pueden a ayudarte. Digo siempre que pueden porque el 90% sólo habla chino y la comunicación es imposible. Sin embargo, yo me encontré gente encantadora y servicial que me ayudó cuando les pregunté algo e incluso me acompañaron hasta el lugar que estaba buscando y que, por alguna razón, no localizaba en el plano. Es esencial disponer de un buen plano. El que venía en mi guía era minúsculo y sólo traía las calles importantes y el que me dejó mi hija, en inglés, aunque era bastante práctico, tenía el problema de que a veces la grafía de las calles no coincidía con la que aparecía en el plano y, naturalmente, a mí me despistaba porque no estaba segura de que se tratase de la misma calle. Afortunadamente los nombres de las calles y las indicaciones en aeropuerto, metro o estaciones son bilingües en chino y en inglés.

Ese primer día me sorprendió ver en su calle minúsculas tiendecitas de fruta y un mercado cubierto de no sé muy bien qué productos cuyo olor no incitaba a dar más de dos pasos en su interior, pero ningún supermercado, ni en su calle, ni en las calles adyacentes que recorrí. Después, cuando cada mañana, al salir de casa sobre las once, veía los chiringuitos de comida en la calle repletos de gente, comida que se prepara literalmente en la acera, con grifos y fregaderos donde cocinaban y lavaban los platos, llegué a la conclusión de que la mayoría de la gente hace todas sus comidas fuera de casa, porque seguro que no disponen de infraestructura para cocinar, en viviendas mínimas, muchas de ellas insalubres, con servicios compartidos, por eso hay pocos supermercados chinos.

Esa primera tarde me sirvió también para comprobar que en Shanghai el rey es el coche. Los semáforos están abiertos para ellos durante largo tiempo y cuando al fin se pone en verde, eso no significa que el peatón pueda cruzar con tranquilidad. Yo no sé si es mejor cruzar en rojo o en verde, porque en el primer caso cruzas con cuidando y fijándote en los coches, pero en el segundo cruzas confiado y te puedes llevar un buen susto. Yo me llevé varios cada vez que un autobús, un coche, una moto o una bici se me cruzaban sin inmutarse ante mis gestos señalando que el semáforo estaba en verde para los peatones. Pero nadie a mi alrededor parecía molestarse, ni cuando una moto o una bici circula por la acera, un coche está ocupándola o una valla de una obra te obliga a salir a la calzada. Todo parece absolutamente normal. Cada cual puede hacer lo que quiera, no hay normas. Tampoco de cortesía: no se cede el paso, se escupe en la calle sonoramente y bostezos ruidosos con estiramientos están a la orden del día entre el personal de museos o establecimientos públicos.

Después, durante el fin de semana, mi hija me llevó a un supermercado para expatriados no lejos de su casa, con productos occidentales importados pero con precios en consonancia. Precios caros que sólo pueden pagar los expatriados con sueldos occidentales o los chinos ricos, esa nueva clase social de nuevos ricos a los que les encanta la opulencia y la exhibición de su estatus económico. Por eso hay tal cantidad de tiendas de lujo y superlujo con precios astronómicos. Y no sólo tiendas de lujo, Shanghai está lleno de tiendas y, en el barrio de mi hija, millares de pequeñas tiendas de ropa que abren hasta muy tarde incluyendo los fines de semana. No cierran nunca. No sé si porque al ser tantos necesitan tanto comercio o porque les encanta consumir.

Ese día, después de nuestra compra en el súper, cogimos un taxi para ir a conocer la Ciudad Vieja. Los taxis son baratos en Shanghai: 12 RMB la bajada de bandera, un euro y medio que dura unos cinco Km. y al final acabas pagando entre dos o tres euros. Además de baratos son limpios: todos ellos llevan unas fundas blancas impolutas y los taxistas son honrados, no te dan vueltas inútiles y te dan recibo por la carrera. Yo al principio me movía en taxi, cogía uno para ir hasta el sitio que quería visitar y después caminaba, porque no me atrevía a coger el metro. Sin embargo, cuando supe que tenía que quedarme 10 días más, me decidí a coger el metro y resultó más sencillo de lo que suponía, además de muy barato. El precio varía según la estación, pero yo siempre pagué entre 40 ó 50 céntimos de euro.

El centro de la Ciudad Vieja es el bazar de los Jardines Yu que merece la pena visitar, tanto los jardines como sus pabellones de hace más de cuatrocientos años. Es preferible no acudir en fines de semana para huir de las multitudes, no tanto de turistas extranjeros, como nacionales. La entrada cuesta unos 6€ y cierran a las cinco.

Todo el entorno de los Jardines Yu se compone de edificaciones de arquitectura tradicional, no sé si restauradas o artificiales de cara al turismo.

En cualquier caso el conjunto es bonito y animado, lleno de tiendas en las que se puede encontrar todo lo que se supone pueden ser recuerdos del viaje, las típicas cosas que compras cuando viajas. Mi guía decía que los precios allí eran caros y seguramente es cierto. Pero tiene la ventaja de que encuentras absolutamente todo lo que te pueda apetecer y, regateando bien, al final el precio es razonable. Seguramente se podría encontrar más barato pero habría que saber dónde. Además de tiendas hay también restaurantes, desde los tradicionales chinos hasta al inevitable Mac Donals. Nosotras comimos en Nan Xiang, Yuyuan Lu, 85 dentro de la ciudad vieja y que es conocido por los xialongbao, una especie de empanadillas rellenas de carne de cerdo y cangrejo.

Es un edificio de madera de varios pisos. En la planta baja la gente estaba haciendo cola para comprarlos y llevárselos, en las otras plantas están los comedores, que aumentan la categoría según vas ascendiendo de planta. Y también, dentro del recinto, se encuentra el templo más antiguo de la ciudad, el Templo del Dios de la ciudad, en la calle Chenghuang Miao, abierto sólo hasta las 16h.30. También lleno de gente porque parece ser que es el más venerado de Shanghai. La entrada cuesta unos 2€.

En cuanto sales de esta Ciudad Vieja turística te encuentras sumergido en un laberinto de callejuelas estrechas de viejas viviendas, calles llenas de trastos, lavabos comunitarios, bicis, palos de bambú con ropa colgada, imágenes de la china profunda que contrastan con la arquitectura futurista que puedes ver unas pocas calles más allá. Eso es Shanghai.

Yo quería ver más templos, así que otro día me dirigí a pie hasta el Templo de Confucio dejando atrás las multitudes de la Ciudad Vieja, pero me costó trabajo encontrarlo, sumergido en un barrio popular de callejas estrechas y ruidosas que curiosamente pertenecen al barrio musulmán de Shanghai, cerca de la Mezquita de los Melocotones. Tuve que preguntar varias veces para conseguir llegar, pero al final mereció la pena: ¡estaba yo sola! Extrañísimo verlo sin gente, o sea que no debe de estar en los circuitos turísticos. De hecho la chica de la inevitable tienda -muy interesada en aprender los números en español- me preguntó por qué había ido.

También se pueden visitar otros templos como el Templo del Buda de Jade, cerca de la estación central o el de Jing’an, en la calle Nanjing, al lado del parque y de la estación de metro con el mismo nombre.

En nuestro primer domingo juntas en Shanghai, mi hija me llevó a Xintiandi a tomar lo que los anglófonos llaman brunch -mitad desayuno, mitad comida-. Xintiandi es una zona de moda, un tanto snob, llena de restaurantes, cafeterías, terrazas y pequeñas tiendas, todo puesto con muchísimo gusto en un antiguo conjunto de lo que se llaman casas shikumen, completamente restauradas, cerca del parque Fuxing y al sur de la calle Huaihai que atraviesa toda la antigua Concesión Francesa y es, junto con Nanjing, otra de las calles más comerciales e importantes de la ciudad.

Las casas shikumen son construcciones de principios del siglo pasado, normalmente de ladrillo gris y bandas rojas, que mezclan elementos arquitectónicos europeos y chinos. Además de ocupar las aceras longitudinalmente, cada tres o cuatro portales se abre un callejón de unos pocos metros que da salida a las viviendas construidas perpendicularmente a la calle, supongo que con el fin de aprovechar todo el espacio interior de la manzana y responder así a las necesidades urbanísticas que suponía el acoger a los numerosos inmigrantes que llegaban desde los pueblos a la ciudad en aquella época. Según sean más o menos modestas esas viviendas, los callejones -llamados lilongs- son más o menos anchos, incluso pueden tener pequeños jardincitos, como en algunas calles de la Concesión Francesa. Era un día horroroso, frío, húmedo y lloviendo sin parar. Quizás por eso no me convenció: me pareció artificial, poco auténtico, snob y caro. Sin embargo, en mi último día en Shanghai, que como dije hizo un día espléndido, buscando otro sitio parecido a ése, pero más auténtico, también -parece ser- en la calle Taikang Lu, llegué sin querer otra vez hasta allí. Al principio no me di cuenta de que estaba en Xintiandi porque el sol cambia totalmente las cosas y después tuve que reconocer que el sitio era agradable, muy animado con las terrazas repletas de gente y los edificios bonitos y bien restaurados. Aproveché para ver el interior de una casa Shikumen de la época (2€) y me gustó sumergirme en aquel ambiente lejano y refinado.

Pero en aquel primer domingo, con un tiempo que no tenía nada que ver, fuimos a refugiarnos al mercado de las telas en Jiabang Lu, 399 en donde te hacen ropa a medida, bien uno de los modelos que tienen ellos o bien algo que lleves tú y que quieras copiar. Los precios son de lo más económico y tardan unos cuatro días en hacerlo. Quizás menos si tienes que irte. Otro de los mercados que tiene mucho éxito es el Fake Market. Parece ser que hay varios. Nosotras estuvimos en el de Nanjing Lu, 580. Hay todo tipo de copias: bolsos, relojes, ropa deportiva, camisetas, electrónica… Pero es necesario regatear mucho para conseguir buenos precios.

En una ciudad tan grande como Shanghai es indudable que hay montones de sitios a donde ir, pero el lugar turístico por antonomasia, tanto para extranjeros como para nacionales, es sin duda el Bund. Se llama el Bund a la calle que bordea el río Huangpu, desde el puente Waibaidu sobre le río Souzhou Creek hasta la calle Yan’an. Fue el corazón comercial y financiero de la ciudad y aún se pueden ver una veintena de importantes e imponentes edificios de estilo europeo levantados a principios del siglo XX frente al Huangpu.

El Bund es el pasado de Shanghai, el recuerdo de lo que fue hace un siglo, pero frente al Bund, en la otra margen del Huangpu, en Pudong, se levanta un conjunto de rascacielos impresionante y así, las dos vertientes, mirándose frente a frente, pasado y futuro, son el recuerdo de lo que fue y el presagio lo que será la ciudad, cuando Shanghai se convierta el la capital económica de Asia.

El Bund está siempre atestado de gente, haciéndose fotos frente a los rascacielos, alguno de ellos como la Perla de Oriente, con sus tres esferas, convertido ya en un símbolo de la ciudad. Por la noche, cuando se iluminan todos los edificos, Shanghai se convierte en un festival de luces, entonces sí que es fotogénica y la gente se agolpa en la barandilla del paseo del Bund, y conseguir un hueco para hacerse una foto sin gente es poco menos que imposible. Yo pasé a Pudong un día que hizo bueno porque quería hacer fotos. Hice la tontería de pasar por lo que llaman el túnel panorámico, un espectáculo de efectos especiales mientras vas en un trenecito. No merece la pena pagar los 6€, lo mejor es pasar en el metro. Después, una vez allí hay que ir al paseo frente al Bund, para contemplar los edificios desde la otra orilla.

Tampoco son muy fotogénicos porque el color de la piedra es grisáceo y están más favorecidos de noche que de día. Pero de noche toda esta zona es realmente espectacular. Nosotras fuimos a cenar a uno de los mejores restaurantes del Bund, M on the Bund, en el nº 5 – 7º, comida y precios europeos, pero, si se tiene una buena mesa, las vistas del Bund y Pudong merecen la pena.

Y en la sexta planta está del El Glamour Bar, con un Disc Jokey español, Toño, un chico ovetense majísimo, que lleva ya varios años en Shanghai. Renata, su novia australiana, es la manager del restaurante, así que nos reservó una mesa fetén desde la que pudimos contemplar perfectamente el espectáculo de luces. Y con buen tiempo también se puede cenar en la terraza, pero supongo que reservando con muchísima antelación.

Naturalmente que en una capital como Shanghai la oferta de restaurantes es amplísima, se puede comer todo tipo de comida y el abanico de precios también amplísimo. Hay un restaurante chino muy glamouroso en pleno corazón de la Concesión Francesa, el Lost Heaven en Gao Yu Lu, 38 que está francamente bien, tanto la comida como la decoración. Y cerca de casa, en Julu Lu esquina Xiangyang Beilu, está el Pronto, un restaurante italiano muy agradable y con buena cocina, y si se prefiere comida local hay otro chino, el Guyi, Fumin Lu, 87 con precios económicos y con buena comida de Hunan, muy rica aunque un tanto especiada para mi gusto.

Para mi sorpresa, a la vuelta de Hong Kong, me encontré con que la primavera había llegado y los árboles se habían cubierto de hojas. Durante mi paseo por el barrio me fijaba cómo la gente había aprovechado para secar su ropa colgándola en palos de bambú sujetos a los árboles o en improvisados tendales en plena calle.

Aproveché ese día para visitar una zona a la que no había ido aún porque no aparecía el nombre de la calle, Duolum Lu, en el callejero de la guía. Al final encontré la zona y la parada de metro más cercana, Dongbaoxing Road. Está al norte del Suzhou Creek, en lo que fue la Concesión Americana y es una zona que merece la pena ver. La calle, que está calificada como “calle cultural” porque fue residencia de muchos escritores, conserva bonitos edificios, una curiosa iglesia que tiene forma de pagoda, evocadores cafés y -cómo no- tiendas para turistas, pero no las clásicas tiendas de turistas. Por ejemplo la que está en el nº 181 es muy especial, una especie de brocante con todo tipo de objetos antiguos de lo más insospechados y en total desorden. El dueño, todo un personaje que sólo habla chino, te pide por señas que escribas algo en el libro de la casa con un enorme pincel para la caligrafía china. La tarea no resulta fácil, pero lo hice, y me gustó dejar testimonio de mi paso por esta ciudad de la que guardo un especial recuerdo.

Mi paso por Hong Kong fue rápido e imprevisto. Ni me había documentado ni tenía guía. Solamente el plano del hotel y los folletos que me dieron después en la oficina de información de Kowloon. Así que allí me enteré de que Hong Kong es una región administrativa especial del sur de China formada por una península y varias islas. La península es Kowloon y sólo una de las islas, la más conocida evidentemente, se llama Hong Kong. El tráfico entre Hong Kong y Kowloon es constante. Puede hacerse en metro o en coche, pero lo bonito es hacerlo en ferry, salen con muchísima frecuencia y cuesta el billete unos 50 céntimos de euro. Desde el ferry vas viendo el estrecho y su tráfico marítimo, pero también y, sobre todo, los rascacielos de Hong Kong y Kowloon.

Porque Hong Kong es un pequeño territorio repleto de rascacielos, tantos que yo diría que no está hecho a escala humana, impresionan, aplastan.

Se comunican entre ellos por pasarelas y hay que cambiar de ascensor para subir a los pisos superiores porque, al parecer, normalmente un ascensor no tiene la suficiente potencia para esas alturas.

Hay también parques como los jardines botánico y zoológico en Hong Kong, de flora exuberante, o el parque de Kowloon bordeado de unos árboles preciosos que parece ser son alcanforeros (Cinnamomum canphora), de cuya madera se extrae el alcanfor, y un barrio -también en Hong Kong- el Soho, más chino que occidental, porque en HK, aunque yo diría que es una ciudad occidental, hay también una presencia china, pero todo mezclado con el recuerdo de la colonización inglesa presente aún en muchas cosas: se conduce a la izquierda, todo es bilingüe cantonés-inglés y el 90% de la población habla inglés, aunque en el hotel me daban una tarjeta con la dirección en cantonés para que se la diera al taxista.

Una de las visitas imprescindibles es subir al Victoria’s Peek en un tren de madera, más bien un funicular, que salva pendientes pronunciadísimas mientras atraviesa una vegetación frondosísima y deja atrás los rascacielos que se cuelgan en la vertiente de la montaña. Es como una jungla comida por rascacielos. Hay que armarse de paciencia porque la cola es larga y la espera también, pero al final merece la pena. La vista desde lo alto es única: jungla, rascacielos desafiando la naturaleza, mar, barcos y Kowloon al fondo con el que será el rascacielos más alto del mundo cuando acaben de construirlo, estrecho como un lápiz y metido ya entre las nubes.

El billete de ida, más el billete para ver la vista panorámica desde la terraza cuesta unos 6€. Se puede sacar billete de ida y vuelta, pero nosotras preferimos bajar andando desafiando el desnivel y machacando los músculos que se resintieron con agujetas al día siguiente, aunque menos de las que esperábamos porque tuvimos la prudencia -y porque ya no podíamos más- de hacernos un masaje de pies al llegar abajo (unos 18€, una hora), que en realidad es hasta la rodilla y eso fue una delicia. Existe también un sendero circular que rodea la montaña en la cumbre, de unos 4km. Pero sendero y bajada quizás sea demasiado.

Ahora bien, para mí Hong Kong es comercio, lujo y frivolidad. Nunca vi tantas tiendas de superlujo juntas, ni tan grandes. Ni en la calle Rodeo de Beverly Hills. En Canton Road, en Kowloon, la tienda de Louis Vuitton parece un supermercado y tan llena de gente como si comprasen chucherías. Y, unos metros más allá, en la misma calle, un grupo de jovencitas arregladísimas hacían cola ante la puerta de Chanel como si estuviesen esperando las rebajas del Corte Inglés. Increíble. Pero no sólo hay mercado de lujo, hay mercado en general, todo tipo de tiendas y montones de grandes almacenes. Porque a Hong Kong se va a comprar. Pero también a contemplar el espectáculo de luz y sonido. Todos los días, a las ocho de la tarde, la gente se encamina a lo que se llama el Paseo de las Estrellas, en Kowloon, para contemplar desde allí los juegos de luz en los rascacielos de Hong Kong que están justo enfrente.

Se llama así por las estrellas en la acera con nombres de los actores chinos más conocidos, al igual que el otro Paseo de las Estrellas de Hollywood. Yo también fui allí, como todo el mundo, y después fuimos a cenar, allí mismo en Kowloon, a un restaurante vietnamita el Golden Bull, en 1a planta del centro comercial Ocean Centre en Tsim sha tsui un día, y otro a uno japonés que se llama Miso y que está en el local G301, Gateway, Harbour City, 5-25 Canton Road, también en Tsim sha tsui. Son los restaurantes favoritos de mi hija en Hong Kong y tanto uno como otro me parecieron deliciosos.

Después, vuelta a Shanghai yo sola para esperar dos días más mi vuelo de regreso. Muchas experiencias, muchas imágenes, muchos recuerdos de un viaje accidentado, pero que, gracias a eso, fue más rico y más interesante de lo que hubiera esperado.