Un recorrido por Oregon y Washington: El norte por el noroeste ✏️ Blogs de USA

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Este diario describe nuestra visita de nueve días a una pequeña parte de Oregon y Washington, los dos estados más característicos de una zona de EEUU muy poco conocida tanto para los extranjeros como para los mismos estadounidenses. Algo curioso, porque el Pacific Northwest contiene algunos de los escenarios naturales más espectaculares del país y porque es un lugar fácil de visitar, con precios relativamente económicos, una variedad enorme de atracciones y una magnifica oferta gastronómica y hotelera. Es un área a la que estoy muy atado, porque allí estudié, residí varios años y tengo muy buenas amistades y a la que, aunque ahora viva bastante lejos, sigo considerando como una especie de “patria chica”.

Aclaro que, aunque en el mapa del país el noroeste parezca estar en el fin del mundo, esta percepción es falsa. El vuelo directo de las ciudades de la costa este a Seattle o Portland solo toma una media hora, o una hora, más que el vuelo a ciudades mucho mas visitadas, como Los Angeles o San Francisco. Seattle tiene vuelos directos diarios a varias capitales europeas y asiáticas. De todas formas, lo mas probable es que veáis muy pocos de vuestros conciudadanos si visitáis esta zona. Encontrareis, a cambio, personajes fuera de lo corriente, personas amantes de la naturaleza y gente local, casi siempre súper amable, encantada de charlar con alguien que viene “de lejos”. El Noroeste atrae a muchos visitantes. De hecho, en algunos lugares (como en los parques nacionales), habrá que reservar habitaciones con mucha antelación. Pero tiende a atraer a un viajero mas interesado en la naturaleza y en un ambiente intimista que al que busca glamour, parques temáticos, grandes hoteles de lujo (aunque por haberlos, también los hay por allí) y lugares mas trillados y mundialmente conocidos.

Es importante tener en cuenta que la geografía del noroeste es muy curiosa, ya que ofrece una gran variedad de paisajes en un área relativamente pequeña. En el extremo oeste esta la costa, que alterna playas arenosas, estuarios y dunas con zonas de promontorios, islotes cubiertos de bosques, riscos y acantilados. La costa del noroeste es uno de los lugares donde más llueve en el mundo. Allí se encuentran los famosos bosques de lluvia de la Península Olímpica. Al este de la costa se alzan las cadenas costaneras, que pueden llegar a alcanzar más de 7700 pies (alrededor de unos 2500 metros) de altura en la Península Olímpica y que suelen estar cubiertas de espesos bosques húmedos. Mas allá de la cordillera se encuentra el valle central, verde, pastoral y surcado por grandes ríos, que es donde se concentra la mayor parte de la población. Y al este del valle, y visible desde las grandes ciudades, se alza la sierra de las Cascadas, una cadena de montañas volcánicas con una procesión de picos helados que llegan a alcanzar los 5000 metros de altura. Estos picos crean una barrera que mantiene la humedad del lado oeste de las montañas. Al este de la sierra, brilla el sol casi siempre sobre un altiplano semi desértico caracterizado por mesas, cañones y formaciones geológicas parecidas a las del desierto del suroeste.

El área tiene cuatro estaciones bien marcadas. La mayoría de los visitantes prefieren conocer la zona entre los meses de Junio y Octubre, cuando el clima es agradable y fresco y cuando el sol brilla casi todo el tiempo. El otoño suele ser espectacular debido al cambio de la hoja, especialmente si la visita coincide con el “Indian Summer” (el verano indio), cuando los bosques multicolores resaltan contra el verde de los prados y un cielo despejado y azul. Ahora, en esta época el buen tiempo no es predecible. El invierno no es excesivamente frío en el valle central o en la costa, pero se caracteriza por la lluvia constante, la humedad continua, la oscuridad y las deprimentes brumas que hacen que, en el verano, el paisaje sea tan verde y exuberante. La época de lluvias y frío suele comenzar a mitad de Octubre y no es raro que continúe, sin interrupción, hasta finales de Mayo o principios de Junio. No es una época muy recomendable para visitar la zona, a no ser que el viajero este en busca de buenos centros de ski, ratos de descanso junto a la chimenea o ver como enormes olas rompen sobre los acantilados de la costa.

PRIMER DIA: DE LA COSTA ESTE A PORTLAND

Salimos para el oeste, por aquello de terminar el día de trabajo, en un vuelo que partía tarde de la costa este y, claro, llegamos a Pórtland cerca de la media noche (para nosotros, las 3 de la mañana). El vuelo por American Airlines estuvo bien pero nosotros no. Lo único que queríamos era acabar de llegar al hotel.

Si note al salir del avión que el aeropuerto de Pórtland había cambiando enormemente desde la ultima vez que lo visite, hace ya unos cuantos años. Deje atrás un edificio pequeñito, muy de andar por casa, y me encontré con aeropuerto súper sofisticado, con elegantes tiendas y restaurantes, un diseño arquitectónico muy interesante y un servicio estupendo. Salir del avión y recoger nuestras maletas nos tomo solo 7 minutos. Llamamos por teléfono al Fairfield Inn, un hotel de la cadena Marriott cercano al aeropuerto donde teníamos hecha una reserva, y el shuttle nos recogió 5 minutos mas tarde en el área indicada. Nos llamo la atención que toda la zona en donde se recoge y descarga a los pasajeros esta cubierta por un increíble techo o cúpula de cristal, a varios pisos de altura, que debe de venir muy bien en invierno cuando llueve. Mas tarde nos enteramos que el pequeño aeropuerto de Pórtland que deje atrás se había convertido, en los últimos años, en uno de las terminales favoritas de los viajeros en USA que lo han votado, repetitivamente, entre los 5 aeropuertos mas agradables, con mejor servicio, mas amistosos y mejor acondicionados de todo el país. Ole por Pórtland!

Nuestro hotel estaba a 5 minutos del aeropuerto y resulto bien cómodo. El personal muy amable y el desayuno buffet, al día siguiente, amplio y variado. Cuando visitamos alguna ciudad donde el aeropuerto no esta lejos del centro, solemos escoger un hotel en la zona del aeropuerto porque hoteles de características similares suelen ser mucho mas económicos en esa área que en el centro de la ciudad. Normalmente, la habitación con cama king y desayuno incluido en este hotel sale en unos $110. Gracias a tener puntos acumulados en nuestra cuenta de Marriott, las 3 noches que pasamos en el hotel (1 al llegar y 2 al partir) nos salieron en $60 cada noche (cuestión de hacerse “miembro” y comenzar a añadir puntos por cada noche que se utiliza uno de los hoteles de esta cadena en cualquier parte del mundo). Advierto que Oregon es uno de los pocos estados donde no hay tax sobre las ventas así que, en principio, lo que dice el rotulo es lo que cuesta el articulo.

La mañana siguiente nos levantamos bastante temprano gracias al “jet lag” (si, hay jet lag aunque uno este dentro del mismo país), desayunamos fenomenalmente en el hotel y nos fuimos a recoger el coche que habíamos alquilado. Nuevamente, sale negocio alquilar el coche en algún rent a car que este cerca de la terminal, pero no en el aeropuerto en si, porque los aeropuertos suelen incluir altas tasas de impuestos locales a las compañías que rentan coches desde el mismo recinto. En este caso, conseguimos un coche de tamaño intermedio por 9 días con la Hertz, con GPS incluido, en solo $310. El mismo coche nos hubiera costado $525 el mismo número de días si lo hubiéramos rentado en el aeropuerto. Por lo tanto, los $20 que nos cobro el taxi por llevarnos hasta la agencia de Hertz valieron la pena. A la vuelta, se puede entregar el coche en la terminal del aeropuerto sin que haya ningún tipo de recargo.

DE PORTLAND A MT. RAINIER NATIONAL PARK

Comienza nuestro viaje. Este primer tramo toma unas 3 horas y algo, pero hicimos tantas paradas por el camino que no llegamos a Rainier hasta la tarde…

Salimos de Pórtland por la interestatal 5 en dirección norte y dejamos atrás los edificios del centro de la ciudad, amontonados entre el río Willamette y las colinas cubiertas de bosques que se levantan detrás de los rascacielos del “down town”. La imagen nos resulta bonita y, a mi, familiar. Unos minutos mas tarde cruzamos el anchísimo río Columbia y ya estamos fuera de Oregon, en Vancouver, un suburbio de Pórtland ya en el estado de Washington. Este Vancouver no tiene nada que ver con Vancouver BC, mucho más al norte. Es un pueblo pequeño en donde trabaje un tiempo. Nos bajamos de la autopista y damos una vuelta por el centro. Me hace gracia ver el pueblo, porque esta mucho más bonito y sofisticado de lo que yo recuerdo. Vancouver era entonces un pueblito de campo y ahora es una ciudad de tamaño medio… Nos acercamos al Fuerte Vancouver, una antigua fortaleza conservada por su interés histórico y damos una vuelta por la zona central. Nos encantan las casas de los oficiales que rodean el prado donde se ejercitaban las tropas con sus porches y sus jardines. En el edificio de administración, encontramos la oficina de turismo, donde unos voluntarios nos facilitan montones de mapas de la zona y folletos informativos.

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Continuamos en dirección norte hacia Mt. Rainier pero nos desviamos antes de la salida usual de la autopista, al llegar a Woodland, donde tomamos la 503 que nos lleva a la 25 y a la entrada este del Mt. St. Helens National Monument. Al principio el día esta gris y feo. Me escama el tema un poco del tiempo porque temo que los clásicos cielos grises nos acompañen todo el viaje pero, tal como pronostico la tele la noche anterior, hacia el medio día el cielo se abre y queda una tarde fenomenal. Por suerte, tenemos buen tiempo todo el viaje.

Al medio día paramos cerca de Cougar Lake, en la última tienda que hay en la carretera a Mt. St. Helens National Monument, y compramos unos sándwiches para hacer un picnic que nos comemos en un punto acondicionado con mesas y barbacoas en el bosque y a borde de un rio. Estoy interesado en ver como quedo el monte Santa Elena después de la famosa erupción de los 80, pero las montañas mas bajas que lo rodean no nos permiten ver el volcán. Cerca del desvío hacia el mirador del monumento nacional el paisaje comienza a ponerse cada vez más bonito. Vamos ganando altura y, al fin, divisamos el volcán. Sigue siendo enorme, pero la erupción lo ha cambiado. El cono perfectamente simétrico esta ahuecado por un lado y la montaña ha perdido altura. De hecho, la erupción de los 80, nos cuenta un ranger, desmorono parte del monte y redujo su altura de los 3000 a los 2600 metros. La carretera sube haciendo curvas por profundos bosques hasta que alcanzamos la zona de devastación. Aquí comienzan a crecer algunos árboles pequeños, pero la zona tiene todavía poca vegetación. La vista, sin embargo, es espectacular…

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Al fin llegamos al borde. De allí podemos apreciar la caldera que se formo al desplomarse el monte y, al fondo, a Spirit Lake, un lago antiguamente rodeado de enormes bosques donde solíamos ir a acampar que hoy esta en medio de un páramo calcinado. Han desaparecidos los hoteles de recreo al borde del lago y el pequeño pueblo. Junto a las orillas del lago, que aun queda, vemos miles de troncos de árboles que se quemaron durante la erupción y que, 30 años mas tarde, aun flotan sobre el agua. La vista es preciosa, pero hace bastante viento y frío. Yo me quedo pasmado porque el paisaje esta totalmente cambiado. No me acabo de situar y no se si, realmente, me gusta o no….

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Comenzamos a bajar la montaña y, por encima de las colinas peladas, tenemos nuestro primer vistazo del Monte Rainier. Que bonito! Es el monte más alto de la zona y realmente majestuoso.

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Rainier es también un volcán activo pero hace mucho tiempo que no da señales de vida. Nos enteramos, esa noche, que lleva el nombre de un amigo del explorador ingles George Vancouver. Este Rainier parece que dirigió tropas en contra de los ejércitos de EEUU durante la revolución americana, derrotando las fuerzas de Washington en dos ocasiones. Asi que resulta que el monte más alto de Washington unos 5000 metros) lleva el nombre de un señor que era un enemigo de estado de USA, en general, y de Washington en particular… Nunca se me hubiera ocurrido… Nos comentaron mas tarde que un descendiente directo de Rainier había visitado el parque en el 90 y habia alucinado con el lugar, dejando constancia, mediante una ceremonia, del cese de hostilidades…

Al entrar al parque lo primero que hacemos es visitar el tal llamado “camino de los patriarcas” en la zona de Ohanapecosh. Esta es una de las pocas zonas de bosques vírgenes que quedan en el área y contiene algunos ejemplares realmente gigantescos. El sendero sale del borde de la carretera, esta bien señalizado, es corto, no presenta ningún problema aun para personas mayores, bordea el río, que tiene un bonito color azul/verde debido a los depósitos glaciales, y cruza a una isla por medio de un puente colgante. Nos damos gusto sacando fotos, aunque ninguna foto puede captar el tamaño de estos gigantes.

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Continuamos hacia Paradise, una preciosa zona de prados alpinos al borde de los ventisqueros donde esta el Paradise Inn, el hotel del parque donde planeamos quedarnos esa noche. Cuesta mucho trabajo conseguir una habitación allá arriba pero, un par de semanas antes, se abrió un hueco y pillamos una. Mi señora, que no ha estado nunca por allí, va encantada con el paisaje pero no mucho con la carretera, que cada vez sube más alto. En todo momento, nos acompaña la cima del monte, a veces entre las copas de los árboles y, a veces, reflejado en lagos.

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Finalmente llegamos al hotel. Es un antiguo chalet, típico de los hoteles de los parques nacionales, que data de principios del siglo XX. El lobby es muy bonito y tiene un ambiente muy agradable—primero un pianista entretiene a los huéspedes y, mas tarde, una ranger da una charla sobre la historia del parque mientras lo maderos chisporrotean en la chimenea.

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Las habitaciones, sin embargo, son muy pequeñas y están bien frías y la cama resulta dura y súper incomoda. La verdad que bien podían mantener el ambiente de principios de siglo con unos muebles más cómodos y unas habitaciones más acogedoras. Sobre todo, si se tiene en cuenta que este es el hotel que mas caro nos costo en todo el viaje--$158 la noche sin desayuno. Supongo que tienen una audiencia garantizada con el espectacular paisaje y que no les importa si a la cantante que canta en la función se le van gallos. Yo recomiendo a los viajeros quedarse en un hotel en el valle, fuera del parque nacional, y subir hasta al Paradise Inn para pasar el día y cenar. El restaurante no es caro, es muy bonito, el servicio es majo y la comida vale realmente la pena.

Bueno, la cuestión es que allí vimos un bonito atardecer sobre los ventisqueros y pasamos un rato oyendo el piano y conversando con otros huéspedes.

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Yo me desperté temprano, no se si por el jet lag o por el frío, y, desde la ventana, me encontré con esta vista de la cima del Mt. Rainier que parecía que se nos había encaramado encima. No creo que me vuelva a quedar en el Paradise Inn pero, por una vez, la experiencia valió la pena.

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Hoy el viaje es corto. De la zona de Paradise en Mt. Rainier al centro de Seattle hay solo hora y media de camino a pesar del contraste que existe entre los picos alpinos y el centro de una ciudad de varios millones de habitantes Sin embargo, nosotros nos demoramos mucho más porque vamos parando a cada momento para tirar fotos, caminar por algún sendero o disfrutar del paisaje. De Seattle a Granite Falls, el pequeño pueblo al borde de la sierra de las Cascadas donde viven mis amistades, hay una hora y media mas. Esta parte del viaje es casi toda por autopista y la hacemos rápidamente.

Hoy nos levantamos de nuevo temprano, gracias al jet lag y al frío que hay en la habitación. De todas formas, nos parece buena idea continuar con el horario “de la costa Este” y acostarnos y levantarnos temprano para poder disfrutar mas del día. Nos damos una ducha (el baño de la habitación si esta muy bien) y somos casi los primeros en llegar a desayunar. Nos encontramos con un magnifico buffet: tortillas francesas con diferentes ingredientes a escoger hechas a la orden, salmón fresco del noroeste con queso crema y bagles, quiche de champiñones de la sierra y otras exquisiteces de la zona. Por supuesto, también hay bacon, hot cakes y waffles. Desayunamos tranquilamente y salimos a explorar la zona aledaña al hotel.

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Esta área de prados alpinos es una de las principales atracciones del parque y uno de los pocos lugares del mundo donde se puede acceder por carretera a la zona que bordea los ventisqueros de un volcán. Paradise se caracteriza por la enorme cantidad de flores que crecen en la zona. Las flores alpinas comienzan a salir en Junio, casi a medida que se retira la nieve, y la floración llega a su punto culminante en Julio, cuando las laderas se llenan de lirios de avalancha, encaje de la reina Ana y el “luplin” de todos colores, ofreciendo al visitante un paisaje multicolor coronado por la vista de Mt. Rainier nevado. Ahora, en Agosto, hay ya menos flores, pero quedan las suficientes “para hacerse una idea”. Mi señora, que no conoce el área, esta encantada y dice que aquello parece de verdad el paraíso. Encima, como es muy temprano, hay muy poca gente caminando por la zona. Aparte de unas señoras mayores y de una pareja de ingleses, muy agradable por cierto, que nos cuentan visitan diferentes puntos del Oeste casi todos los años, no vemos a casi nadie por la zona y nos sentimos en un mundo aparte. Si nos tropezamos con algunos ciervos, que andan muy a gusto por allí y nos ignoran olímpicamente.

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La altura hace que uno se canse un poco, pero los senderos son fáciles y muchos están asfaltados y preparados para personas en sillas de ruedas. A medio Km. del hotel nos tropezamos con Myrtle Falls y, un poco mas allá, subimos a un montículo donde vemos montones de arroyuelos que bajan de los glaciares y se esparcen por los prados llenos de flores. Hace una temperatura ideal y la realidad es que no dan deseos de irse nunca…

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Sin embargo, no queda más remedio que continuar nuestra ruta. Recogemos las maletas que, por cierto, pesan un montón (debido a las características del lugar tenemos ropa para cualquier tipo de clima y ocasión), y comenzamos, con tristeza, a bajar la montaña. Paramos primero en el lago “del reflejo” donde se ve una vista muy bonita del monte pero donde es todavía muy temprano en el día para pillar el reflejo de Mt. Rainier en el agua. El paisaje es, de cualquier forma, ideal, así que nos damos una vuelta por el sendero que bordea el agua que esta, de nuevo, preparado para personas en sillas de rueda.


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Bajando hacia el valle tenemos esta espectacular vista del monte y de los bosques húmedos que lo rodean. Incluyo una foto de nuestro Toyota Corolla, que nos acompaño durante todo el viaje y no nos dio el menor disgusto a pesar de haber cubierto casi 3000 Kms. en solo unos días.


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Hay muchísimas cascadas y cataratas en la zona, algunas más cercanas a la carretera que otras. Estas, Christine Falls, son particularmente bonitas y requieren solo un paseo de 5 minutos desde el parking para alcanzar el mirador.

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Más adelante nos tropezamos con el Lodgepole Campground, un área de camping de la que tengo un buen recuerdo. Allí fuimos todo un grupo de antiguos amigos y compañeros universitarios un fin de semana, hace ya unos cuantos años, para celebrar nuestra graduación universitaria. Estábamos repartidos entre varias tiendas y éramos un grupo bastante grandes entre adultos y niños. La pasamos fenomenal hasta que, esa primera noche, bajaron los osos del monte y nos llevaron toda la comida que uno del grupo había insistido dejáramos guardada en un cajón de madera que el había construido porque, según el, el cajón era “a prueba de oso”. El primer oso que llego, a las 4 de la mañana, vio el cajón, lo examino bien, lo desbarato de un zarpazo y salio de lo más contento con un jamón bajo un brazo y un queso debajo del otro. Unos cachorros reventaron después todos lo huevos por encima de la mesa, se tomaron la leche y se comieron el pan y la fruta. Si no conseguimos ahuyentarlos haciendo ruido nos dejan si nada. No nos quedo más remedio que bajar al pueblo a buscar mas vituallas a la mañana siguiente….

Llegamos al centro de Seattle sobre las 2 de la tarde después de comer, mal que bien, en un restaurante de carretera. Como ambos conocemos Seattle, nos vamos directamente a la zona del Pike’s Market, el antiguo mercado que es, un poco, el símbolo de la ciudad. Nuestro plan es quedarnos dando vueltas por allí hasta las 6 para que no nos pille el trafico pesado que seguro encontraríamos en las autopistas saliendo un Viernes por la tarde de la ciudad. Pike’s Market no ha cambiando nada. Continúa en el mismo edificio, cerca del puerto. Esta actualmente lleno de pequeñas boutiques con productos curiosos y de restaurantes bastante aceptables, pero lo más divertido siguen siendo los mercados de flores y de productos del mar. Los chicos de las pescaderías se siguen tirando los filetes de las 10 o 12 variedades de salmón de un lado a otro, como lo han hecho siempre, mientras gritan “dos libras de King Salmon” o “una libra de halibut”. Los deliciosos cangrejos de Dungeness, que vienen de la península olímpica y son la especialidad de la zona, se amontonan sobre el hielo.

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Las florerías siguen trayendo flores preciosas de la campiña cercana que venden a precios súper baratos. Por $5 se compran estos ramilletes enormes. Y por $15 los compradores desaparecen debajo de un montón de dalias y lirios de todos colores.

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Llegamos a Granite Falls sobre las 7:30. Granite Falls es un pequeño pueblo contra la sierra donde termina la carretera que enlaza la zona con la I-5. Es un poco mas grande, pero no muy diferente, del arquetípico Cecily de la serie “Doctor en Alaska” (que aquí en EEUU se llamo Northern Exposure) y que es, en realidad, Rosslyn, un pueblo de esta zona del estado de Washington. Mis amigos viven a unos Kms. del pueblo. Veo que mi señora, que es muy de ciudad y que no ha estado nunca en casa de mis amigos, pone cara rara cuando hago un giro en la carretera comarcal y meto el coche hacia el medio del monte por una carreterita de gravilla. Bajamos una loma por entre altos árboles. Ya es casi de noche, esta oscuro y su cara sugieea que el asunto no tiene muy buena pinta. Finalmente, traspasamos el portón de entrada y entramos en el prado donde esta la casa de Pat y Mary Margaret, dos entrañables amigos, de esos “de toda la vida”, que son casi mas familia que amistades. Nos reciben con todo tipo de demostraciones de alegría (hace ya más de 4 años que no nos vemos aunque nos hablamos por teléfono constantemente). Mi señora se queda encantada con la casa que, a pesar de ser bastante grande, hizo solo Pat (que es constructor) con un poco de ayuda de sus compañeros de trabajo. Mary Margaret y sus amigas se dedicaron a traer piedras del Stillaguamish, el río que corre por el fondo de la propiedad, para decorar las paredes. Frente a la casa hay un enorme prado que les pertenece, pero que ellos comparten con sus vecinos, que son también conocidos y muy agradables.

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Al costado de la casa hay una pequeña huerta y, al fondo, un trozo de bosque atravesado por una carretera de gravilla que lleva al borde del río, donde están los cobertizos de la leña y una zona para hacer barbacoas al borde del agua. El río ahora esta muy bajo, porque estamos a finales de Agosto. Ahora, la mayor parte del año es anchísimo y muy turbulento. El río arrastra enormes árboles de los bosques que están al otro lado de la propiedad (en la otra orilla empieza uno de los bosques nacionales de la zona que conectan directamente con la sierra y al zona donde estuvieron las minas de oro de Montecristi). El Stillaguamish a veces se ha saltado los bordes y lo ha inundado todo. En una ocasión llego hasta las casas! Aclaro que, aunque la casa es muy moderna, elegante y cómoda, se respira en ella el ambiente ese medio rustico de la zona. Hace poco, un oso bajo de la sierra y se estuvo comiendo las manzanas del vecino y, hace solo unos años, unos castores hicieron una represa en el pequeño arroyo cercano y el estanque que crearon amenazo, de nuevo, con inundar el área. Finalmente, entre todos los vecinos los espantaron, aunque muy en secreto porque los castores están protegidos por el estado de Washington y no se les puede tocar.

Bueno, quedemos por aquí el día de hoy, disfrutando de un rato con nuestras amistades. Ya mañana contaremos como fue la reunión y lo que hicimos esa noche y al día siguiente.

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Los próximos dos días los aprovechamos para disfrutar de la sierra de las Cascadas y de la compañía de nuestras amistades, así que aquí toca hablar un poco de ellas (y de la cocina de que disfrutamos esos días)

Realmente, no creo que hubieramos podido estar mejor que donde estábamos. Teníamos una espectacular habitación, mucho mayor que la del mejor hotel, con una cama King, un magnifico baño privado, nuestra tele y una terraza con vista a los bosques y la sierra. Estábamos rodeados de paisajes preciosos y de buenos amigos. Y, encima, Mary Margaret hacia ya unos años que había decidido abandonar la carrera que había estudiado en la universidad para ingresar a un instituto culinario, donde paso 2 años perfeccionando su arte como chef. Después de trabajar en algunos restaurantes, ha optado por dedicarse a organizar, por periodos determinados, la cocina de residencias particulares de cierto nivel o de “spas”. De mas esta decir que en esas tres noches tuvimos unas aventuras gastronómicas impresionantes organizadas por nuestra amiga utilizando los materiales proveídos por Pat, que sale con frecuencia en su barco de recreo y acababa de traer mas de 40 kilos de salmón Coho y King, y un montón de cangrejos de Dungeness, de una expedición pesquera por las islas San Juan. No esta mal, verdad?

Esa primera noche Mary Margaret nos preparo una cena a la griega. Chuletitas de cordero a la barbacoa, ensalada campesina (con productos de la huerta de la casa), tsatziki, unas patatas exquisitas al grill con una salsa de limón y un buen vino del valle del río Columbia. Mientras cenábamos, nos contó sus aventuras durante los últimos tres meses, cuando estuvo trabajando como chef particular en un gran yacht privado de súper lujo en el que un millonario de Alaska pasa el verano con sus familia y unos 15 o 20 huéspedes (el numero, al parecer, varía de un día para otro) pescando por la zona, visitando fiordos inaccesibles para los cruceros y parando en islas poco exploradas donde se veía a los osos pescar salmones al borde del mar. A pesar de que la experiencia fue increíble, nos aseguro no lo volvería a hacer porque le resulto muy difícil alejarse de su casa y de los suyos por tanto tiempo.

Al día siguiente, nuestra anfitriona nos despertó en plan mejicano, con quesadillas de gambas gigantes que, aunque la idea suene un poco rara, estaban buenísimas y una tarta casera. Una vez desayunados, y bien desayunados, decidimos pasar el día en el cercano North Cascades National Park, otro parque nacional adonde yo no había estado en mucho tiempo y que mi señora no conocía. North Cascades es uno de los parques nacionales mas jóvenes del país, uno de los tres que hay en Washington (los otros son Mt. Rainier y el Olympic) y uno de los menos conocidos. A propósito, el parque esta cruzado solo por una carretera que discurre de este a oeste. Por lo tanto, la gran mayoría de los lugares de interés son accesibles solo por senderos. El parque, que es enorme, contiene paisajes absolutamente espectaculares, pero es casi todo zona oficialmente “salvaje” (solo se puede entrar andando o a caballo). Tiene la mayor concentración de glaciares en los EEUU contiguos (es decir, sin contar Alaska, que es la madre y la abuela de los glaciares).

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Donde primero paramos fue en Diablo Lake, que es, en parte, el resultado de una represa. Ya allí vimos los típicos colores azul turquesa y verde azul del agua de los lagos de la zona, que toma ese color gracias a la arenilla que se desprende de los glaciares. La verdad que el color del agua es increíble y el paisaje, con los lagos rodeados por altísimos picos nevados y profundos bosques, parece de calendario. Aquí realmente no tiene gracia tirar una buena foto porque, para donde quiera que se apunte el lente, los resultados acaban siendo, por fuerza, extraordinarios.

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Visitamos primero el embarcadero que hay en Diablo Lake. Se toma allí un ferry que cruza el lago y lleva una especie de “resort”, inaccesible por carretera, a una hora de distancia por agua y a mucha mas distancia andando si se baja desde un parking. Me imagino que debe ser un lugar súper agradable para estar unos días, pero no llegamos a visitarlo. Continuamos subiendo un poco hasta llegar a unos riscos desde donde se ve una impresionate vista de Ross y Diablo Lakes. Nuevamente, el color de los lagos es impresionante. Como comento TrekOrange, uno de los foreros, el color recuerda mucho al del también fabuloso Payto Lake en las rocosas canadienses pero estos lagos, me parece, son un poco mayores. Que crees Mapani?

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Después de visitar el mirador no quedo mas remedio que volver a casa, porque se iba haciendo tarde y a todos nos apetecía ya comer algo. Pat tenia idea de que probáramos unas hamburguesas en un pueblo cercano que, según el, estaban muy bien y acabamos por marcharnos. Las hamburguesas estaban muy ricas pero yo hubiera preferido seguir hasta Winthrop, un pueblito en un valle al otro lado de la cordillera que, segun recuerdo, parece haber salido directamente de un Western. Otra vez será…. Por la noche, y ya en casa, tuvimos un pequeño refrigerio que consistía en una cacerola de cangrejo de Dungeness con alcachofas y crema (para morirse de bueno), pan hecho en casa y un Riesling de Washington. Paradise… De nuevo…

El día siguiente lo pasamos descansando en casa de nuestros amigos. No nos apetecía hacer otra cosa, la verdad, así que dedicamos el día a charlar, ver algunas de las fotos que habíamos traído, jugar a las cartas, caminar por la zona y, esa noche, dar cuenta de un fabuloso salmón a la barbacoa acompañado por una ensalada tipo Auvergne con queso de chevre y unas verduras de la huerta al grill que, nuevamente, eran un escándalo. Esta vez el vino lo puse yo. Me había traído un Ribera del Duero de nuestra casa en la Florida (por allá no se ven muchos los vinos españoles, aunque haberlos, si que los hay). Aqui van unas fotos de parte de la huerta, el King salmon en la barbacoa y la mesa del "family room" informal donde cenabamos.

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Al día siguiente no nos quedo más remedio que hacer camino. Íbamos en dirección a la península olímpica, los bosques de lluvia y la costa de Oregon, lugares todos espectaculares pero la verdad es que, en ese momento, a los dos nos hubiera apetecido quedarnos por allí más tiempo. Nos despedimos de nuestros amigos con tristeza pero haciendo planes de vernos en el invierno en la Florida, de forma que ellos se puedan escapar un poco del mal tiempo y de la lluvia y que nosotros podamos disfrutar de su compañía . Espero que así sea y que los tengamos unos días por casa. Después de todo, la Florida tampoco esta mal y, si a Mary Margaret le da por cocinar, pues miel sobre hojuelas….

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