Al levantarnos, nos encontramos el desayuno ya servido en la mesa. Los dueños, alrededor nuestra, cuidaban que todo esté a punto. Las mermeladas caseras eran especialmente deliciosas.
Hoy queríamos ir a Sapanta, a visitar su famoso Cementerio Alegre (Cimiterul Vesel). Pasar por Baia Sprie y por Sigheti Marmatiei (poblaciones mucho más grande de lo que esperábamos) nos corroboró la idea de lo canis que son los muchachos de por aquí.
Es precioso el paso de Gutai, con sus bosques inmensos. Y, al ser aún temprano, vimos las cuadrillas familiares con sus aperos del campo (todo de madera) camino de las tareas cotidianas. Nos llamó mucho la atención que aquí todo el mundo hace autostop para ir de un pueblo a otro, no sólo jóvenes, sino mujeres mayores con su bolsa para la compra, parejas de viejecitos ¡lástima no tener espacio en el coche para montarlos!
Llegamos a Sapanta. El pueblo no es muy bonito, pero se compensa con la artesanía de verdad que vendían las mujeres en las puertas de sus casas. Todo era realmente artesanal ¡hasta vemos una mujer hilando en su huso!
Se llega muy fácilmente al famoso cementerio. Desde la puerta hasta la última de sus lápidas, todo está inundado de un alegre color azul y salpicado de amarillo, rojo y verde. Es realmente alegre. En cada una de las lápidas aparece dibujado algo que la persona amó mucho en vida (abundan los coches y tractores, y alusiones al oficio del difunto) o bien cómo murió (hay muchos accidentes de coches ¡uy, uy!). Los epitafios acompañan a los dibujos con divertidas alusiones. Hay muchísimas, muy pegadas unas con otras.
Hoy queríamos ir a Sapanta, a visitar su famoso Cementerio Alegre (Cimiterul Vesel). Pasar por Baia Sprie y por Sigheti Marmatiei (poblaciones mucho más grande de lo que esperábamos) nos corroboró la idea de lo canis que son los muchachos de por aquí.
Es precioso el paso de Gutai, con sus bosques inmensos. Y, al ser aún temprano, vimos las cuadrillas familiares con sus aperos del campo (todo de madera) camino de las tareas cotidianas. Nos llamó mucho la atención que aquí todo el mundo hace autostop para ir de un pueblo a otro, no sólo jóvenes, sino mujeres mayores con su bolsa para la compra, parejas de viejecitos ¡lástima no tener espacio en el coche para montarlos!
Llegamos a Sapanta. El pueblo no es muy bonito, pero se compensa con la artesanía de verdad que vendían las mujeres en las puertas de sus casas. Todo era realmente artesanal ¡hasta vemos una mujer hilando en su huso!
Se llega muy fácilmente al famoso cementerio. Desde la puerta hasta la última de sus lápidas, todo está inundado de un alegre color azul y salpicado de amarillo, rojo y verde. Es realmente alegre. En cada una de las lápidas aparece dibujado algo que la persona amó mucho en vida (abundan los coches y tractores, y alusiones al oficio del difunto) o bien cómo murió (hay muchos accidentes de coches ¡uy, uy!). Los epitafios acompañan a los dibujos con divertidas alusiones. Hay muchísimas, muy pegadas unas con otras.

En un lateral están reconstruyendo la gran iglesia del cementerio, va a ser realmente grandiosa, quizás demasiado para el lugar en el que está. En la misma puerta es donde se encuentra la tumba de Joan Patras, el “inventor” de este particular cementerio.
A los niños les encantó. Mi hijo salió diciendo que él en su tumba pondrá coches y dinosaurios (ssshhhh, niño, eso ni se mienta).
A los niños les encantó. Mi hijo salió diciendo que él en su tumba pondrá coches y dinosaurios (ssshhhh, niño, eso ni se mienta).


Al continuar camino me entraron muchas ganas de acercarme a la frontera con Ucrania, anunciada en las señales de la carretera. Ya lo sé, una tontería, pero... estábamos tan cerca y sonaba tan exótico. Aunque claro, no sé lo que me había imaginado. Una frontera como la de Portugal, que de un pueblo a otro hay una carretera y va la gente a comprar toallas. Nada, el sentido común gana: el paso para ver la frontera está a muchos kilómetros y, siendo mínimamente realistas (y con la experiencia ya de los kilómetros comehoras rumanos) vemos que no nos merece la pena.
De vuelta, cerca de nuevo del paso de Gutai, paramos a comer en el Restaurante Alexandre, a pie de carretera. Resulta muy particular, todo de madera, claro que no podía ser de otra forma aquí, y cuando digo todo de madera, quiero decir todo, incluido el tobogán y el espacio de juego para niños. Las mesas estaban al aire libre en pequeñas terracitas, con una cascada a un lado y un gran estanque-piscifactoría a otro. ¿La especialidad? truchas fresquísimas cogidas a vista del público. Buenísimo.
De vuelta, cerca de nuevo del paso de Gutai, paramos a comer en el Restaurante Alexandre, a pie de carretera. Resulta muy particular, todo de madera, claro que no podía ser de otra forma aquí, y cuando digo todo de madera, quiero decir todo, incluido el tobogán y el espacio de juego para niños. Las mesas estaban al aire libre en pequeñas terracitas, con una cascada a un lado y un gran estanque-piscifactoría a otro. ¿La especialidad? truchas fresquísimas cogidas a vista del público. Buenísimo.

Retomamos camino, pero sólo un poquito, al llegar a lo alto del puerto paramos para hacer un pequeño sendero. Nos apetecía algo de bosque. Se nota que por aquí hay bastante afición al senderismo, porque los caminos están en bastante buen estado y bien señalizados.
De nuevo en nuestros dominios de Maramures, ya muy cerca de nuestra pensiunea, visitamos la iglesia de Poplis. Se llega por un camino estrecho y bastante malo, pero precioso: praderas con florecillas, arroyos, arboleda... Tuvimos ocasión de tocar por fin uno de los perfectos montones de heno que llevábamos viendo desde que entramos en el país. Son realmente compactos, a pesar de su apariencia frágil.
De nuevo en nuestros dominios de Maramures, ya muy cerca de nuestra pensiunea, visitamos la iglesia de Poplis. Se llega por un camino estrecho y bastante malo, pero precioso: praderas con florecillas, arroyos, arboleda... Tuvimos ocasión de tocar por fin uno de los perfectos montones de heno que llevábamos viendo desde que entramos en el país. Son realmente compactos, a pesar de su apariencia frágil.

En la iglesia estamos solos, e impacta mucho. Vuelve a notarse la misma atmósfera serena y algo enigmática que en Rozavlea.

A la iglesia de Surdesti, la última ya de nuestro recorrido por ser la más cercana, llegamos andando. Estaban reasfaltando el camino y una vecina (a la que compramos varios collares de minerales que son los típicos de la zona) nos aconsejó que dejemos el coche al lado.
Ésta de Surdesti es la más esbelta de las iglesias que hemos visto y la más bonita. Volvemos a estar solos, para contemplarla a nuestras anchas y rodearla admirando la trabajada estructura de madera.
Curioseando por el pequeño cementerio nos llamó la atención, atención con repelús, que había una gran lápida con la fecha de nacimiento grabada pero sin la de la muerte aún uuufff).
Ésta de Surdesti es la más esbelta de las iglesias que hemos visto y la más bonita. Volvemos a estar solos, para contemplarla a nuestras anchas y rodearla admirando la trabajada estructura de madera.
Curioseando por el pequeño cementerio nos llamó la atención, atención con repelús, que había una gran lápida con la fecha de nacimiento grabada pero sin la de la muerte aún uuufff).

Por suerte, la santera estaba en su interior y nos permitió pasar.
Por dentro sigue la misma estructura a la que ya estamos acostumbrados: tres naves e iconostasio. Las pinturas murales están hechas sobre la propia madera y se conservan bastante bien. Está todo profusamente adornado de paños bordados e iconos. En un lateral hay una gran montaña de mantas y los bancos están forrados de pelo de borrego. Nos podemos imaginar qué temperatura hará aquí en cuanto llegue el invierno.
Por dentro sigue la misma estructura a la que ya estamos acostumbrados: tres naves e iconostasio. Las pinturas murales están hechas sobre la propia madera y se conservan bastante bien. Está todo profusamente adornado de paños bordados e iconos. En un lateral hay una gran montaña de mantas y los bancos están forrados de pelo de borrego. Nos podemos imaginar qué temperatura hará aquí en cuanto llegue el invierno.

Nos quedamos mucho rato allí, intentando retener cada detalle y cada sensación en nuestra memoria de la última visita en Maramures.
Al salir nos encontramos a tres españoles que inician su recorrido. Intercambiamos opiniones y buenos deseos y nos vamos a nuestra pensiuena. Esta noche tocaba un plato de pasta con una salsa de champiñones que creo que no olvidaremos nunca, bueno y filetes empanados y tarta y ..... ummmmmm ¡cómo se come por estas tierras!
Cuando ya estábamos acostados, vuelve a levantarse otra gran tormenta, como la de la noche anterior. Toda la casa cruje con el viento. Es precioso y salvaje.
Al salir nos encontramos a tres españoles que inician su recorrido. Intercambiamos opiniones y buenos deseos y nos vamos a nuestra pensiuena. Esta noche tocaba un plato de pasta con una salsa de champiñones que creo que no olvidaremos nunca, bueno y filetes empanados y tarta y ..... ummmmmm ¡cómo se come por estas tierras!
Cuando ya estábamos acostados, vuelve a levantarse otra gran tormenta, como la de la noche anterior. Toda la casa cruje con el viento. Es precioso y salvaje.