Adiós a la lluvia y a Alemania. Salimos pronto para Salzburgo, y no tuvimos que parar en la frontera porque ya habíamos comprado la viñeta para el coche. Nada más llegar a las afueras vimos una oficina de turismo y paramos para preguntar un par de cosas.
Nos dijo una muchacha muy simpática que, además de la vuelta típica en torno a la Catedral y a Getreidegasse, fuéramos al palacio de Hellbrunn a ver los Juegos de Agua y que si teníamos poco tiempo para ver las casas de Mozart, que nos quedáramos con la casa natal. Compramos la Salzburg Card, aunque esta vez no la rentabilizamos tanto como las que hemos comprado en otros viajes.
En Salzburgo habíamos conseguido una buena oferta en un hotel muy céntrico, al lado de los jardines de Mirabell, el hotel Austrotel Salzburg am Mirabellplatz. La habitación era enorme y tenemos muy buen recuerdo de la muchacha de recepción, que se ofreció a guardarnos los bombones suizos en una nevera (en el minibar no cabía todo eso) y fue siempre muy amable. El desayuno no lo teníamos incluido pero había justo al lado del hotel una pastelería con unos dulces buenísimos. En cuanto soltamos los bártulos en la recepción, nos fuimos a la conquista de Salzburgo.
Dimos un paseo por los jardines de Mirabell, entramos en un par de iglesias y nos pateamos la Getreidegasse, la principal calle comercial del centro, y aledaños. Es una de las calles con más encanto que he visto, con las montañas de fondo y las fachadas de color pastel con sus artísticos letreros, me recordaba a Innsbrück en el Tirol.
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A la hora de comer fuimos al Sternbräu, un restaurante muy céntrico en Griesgasse que recomendaban en el foro. Era muy agradable y comimos muy bien por 45 € los dos, con litro de cerveza incluido.
Estrenamos la Salzburg Card en la casa natal de Mozart. Cogimos la audioguía en español y fue un acierto porque la mayoría de lo que está expuesto son instrumentos musicales y si, como nosotros, no entendéis mucho del tema os vais a enterar de poca cosa. Si váis, fijaos en las dos dianas para jugar a los dardos que hay colgadas en el salón. Los que están dibujados con el culo en pompa eran amigos del padre de Mozart y supongo que os imagináis donde había que clavar el dardo...
Volvimos a cruzar el puente sobre el río Salzach y nos paramos de nuevo para disfrutar de la vista de las torres barrocas de la catedral con las montañas de fondo, es muy bonita. Vimos la catedral por dentro y decidimos que era el momento de tomarnos un buen trozo de tarta Sacher en una terraza. Espectacular.
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Cerca de la catedral hay está la abadía de San Peter que nos gustó muchísimo. Está excavada en la roca, (se da un aire a la de San Juan de la Peña en el pirineo) y tiene un cementerio precioso.
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A dos minutos andando está el funicular que sube a la fortaleza Hohensalzburg. Merece la pena subir sólo por las vistas, aunque de la fortaleza por dentro no os puedo decir nada porque no entramos. En el funicular nos dimos cuenta de que estábamos en territorio comanche por como miraban la camiseta de España que llevaba mi marido puesta (Salzburgo está prácticamente en la frontera con Alemania).¡Ja, ja, les quedaban menos de tres horas para quedarse fuera de la final!
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En el mirador estuvimos intercambiando impresiones con una pareja muy simpática de Valencia, nos deseamos suerte para el partido. Ellos iban a verlo en su hotel y nosotros habíamos quedado para cenar y ver el partido con dos amigos nuestros que estaban en Austria de viaje de novios y coincidíamos en Salzburgo esa noche.
Durante el día habíamos visto varias terrazas con carteles que decían que sacarían una pantalla grande para la hora del partido. Recogimos a nuestros amigos y nos sentamos en una de ellas. Del partido de aquella noche no os habéis olvidado ninguno, ¿verdad? ¡Nos tomamos un buen par de jarras de cerveza para celebrar el triunfo y la cara de acelga que se les puso a nuestros vecinos de mesa!