Me levanté especialmente contenta porque ese día íbamos a Hallstatt y esa era una de las excursiones que más me apetecían. Hallstatt es un pueblo a unos 75 km de Salzburgo en Salzkammergut, la región de los lagos. Es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1997, posiblemente por la combinación tan fascinante entre historia, arquitectura y paisaje.
Tardamos una hora en llegar en coche desde Salzburgo. Durante los meses de verano el pueblo está cerrado al tráfico rodado y hay que aparcar a las afueras en alguno de los aparcamientos habilitados (a menos que tengas alojamiento reservado). Nada más llegar entiendes porque se ha dicho de Hallstatt que es el pueblo más bonito del mundo a orillas de un lago...
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Por la mañana estuvimos paseando por el pueblo, cada rincón era más bonito que el anterior. Fuimos a ver el famoso osario que está al lado de la iglesia católica, el cementerio y la Markplatz y nos gustaron mucho, pero lo mejor es callejear sin rumbo fijo, el sitio es una auténtica preciosidad.
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En este sitio nos hubiera gustado comer, ¿a quién no?
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Pero comimos en este otro en el paseo del lago, que también era bonito y nos entraba en los 40€ de presupuesto. Probamos el pescado después de una semana, un tipo de pescado típico del lago. De postre otra vez tarta Sacher, que me supo a gloria bendita.
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Nos fuimos al embarcadero a coger el barquito que da la vuelta por el lago. La vista del pueblo desde el barco, otra de las que se te graban en la retina. En la otra orilla había un castillo que ya era lo único que le faltaba a este escenario de cuento.
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De vuelta en Hallstatt fuimos a coger el funicular para subir a las minas de sal. Son las más antiguas del mundo con más de 7.000 años de antigüedad y ya se explotaban cuando todavía no existía Roma. Antes de entrar en la mina propiamente dicha, había paneles en los que te enterabas de muchas cosas de interés sobre la vida en la mina y sobre la que se ha llamado “la cultura de Hallstatt”, perteneciente a la Edad del Hierro. En las tumbas de Hallstatt se encontraron algunas de las primeras espadas de hierro fabricadas en Europa y ajuares con objetos muy valiosos de ámbar, oro, etc....
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Al llegar a la mina nos pusieron un pijama de minero a cada uno y esperamos con una familia americana, otra australiana, varias parejas más y 20 coreanos a que nos tocara entrar. Entramos por los túneles en las entrañas de la mina y si no recuerdo mal estuvimos a unos 100 metros bajo tierra. La visita es interesante, pero sobre todo divertidísima.
Lo que más recordamos, por supuesto, son los toboganes de madera (big slides) que utilizaban los mineros para desplazarse por el interior de la mina cuando aún se explotaba. Por el primero hay que tirarse a la fuerza, pero no da miedo. Pero cuando te asomas al segundo se te ponen los pelos de punta.
Normal si tenemos en cuenta que es el tobogán de madera más largo de Europa y que tiene más de 60 metros de desnivel. Hay unas escaleras para bajar si a alguien le a miedo de verdad. Estuve gritando como una posesa toda la bajada pero me lo pase genial, claro. Mi marido debía estar abochornado arriba, como si lo viera, él bajo muy dignamente, ya había gritado yo por los dos.
Al final del tobogán hay unas pantallas que marcan a que velocidad has bajado, en mi caso 23 km/h, ¡no estuvo nada mal! Por supuesto, me compré la foto de la hazaña más tarde en la entrada, no faltaba más. Debajo del segundo tobogán había un lago subterráneo en el que ponían un espectáculo audiovisual muy currado diferente de todos los que habíamos visto hasta entonces.
Volvimos a Salzburgo después de salir de la mina porque queríamos ver los Juegos de Agua del Palacio de Hellbrunn (Wasserspiele). Como estábamos en julio pudimos aprovechar uno de las visitas guiadas “nocturnas” que comenzaba a las 8 de la tarde.
El palacio lo construyó en 1612 el arzobispo Markus Sittikus, que tenía un sentido del humor muy peculiar. En los jardines del palacio mandó construir grutas, esculturas y estatuas que recreaban temas mitológicos y lanzaban chorros traicioneros de agua para mojar a sus ilustres invitados mediante ingeniosos surtidores automáticos ocultos.
Lo primero que te encuentras en el recorrido es la mesa del príncipe. La mesa está rodeada de unos bancos de piedra y tiene una curiosa pila de agua dentro en la que se enfriaba el vino que se consumiría durante la cena. Cuando estaban allí sentados los invitados, el arzobispo accionaba el mecanismo para que los surtidores que están escondidos en los bancos de piedra empezaran a echar agua y les dieran una ducha.
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Jacob Poul Skoubo
Jacob Poul Skoubo
Del resto del recorrido no entro en detalles para no estropearos las sorpresas, ni privaros de las duchas, pero os pasaréis unos 45 minutos muy emocionantes escuchando las explicaciones. Hay grutas que son una auténtica pasada y cuando estéis embobados viendo los artilugios que inventó el arzobispo el guía aprovecha para darle al mecanismo...Cuando ya crees que le has pillado el tranquillo te llueve desde otro lado, merece mucho la pena la visita, es muy original y se disfruta mucho.
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Volvimos al hotel a cambiarnos pero todavía nos quedaba algo que hacer en Salzburgo. No podíamos marcharnos sin ir al famoso Augustiner Bräu a cenar. Fuimos andando, desde el hotel tardamos unos 20 minutos, y de camino sacamos algunas fotos de Salzburgo de noche.
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Aquello es tal y como lo cuentan en el foro. Cuando llegas y entras por Augustinergasse, crees que te has equivocado, que no tiene ninguna pinta de convento y que no hay un alma. A medida que atraviesas pasillos y bajas escaleras, empiezas a oír gente y a oler comida, y al final aparecen los puestecillos de comida y las estanterías con las jarras de cerveza de todos los tamaños.
Habría estado muy bien cenar en el antiguo comedor de los monjes, pero esa noche hacía calor y preferimos cenar en el jardín nuestra última salchicha del viaje. Si pasáis por allí no dejéis de ir. La cerveza muy buena, el sitio original de verdad y los precios estupendos. 1 litro de cerveza y 2 bratwurst enormes no nos costaron ni 15 €. Llegamos al hotel reventadísimos, pero felices porque el día había sido increíble.
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