La primera vez que estuve en Praga estuve poco tiempo y hubo un par de cosas que no tuve tiempo de ver, entre ellas todo el barrio de Josefov, el barrio judio al norte de la plaza de la Ciudad Vieja (y luego sí que vimos el Vysehrad, que personalmente me parece que no vale para nada...). Por eso, en este viaje no quería perdérmelo y reservamos un día entero para ver el cementerio judio y las sinagogas. Así, nos levantamos temprano, y tras desayunar (en otro salón distinto del hotel, porque se les había inundado el de la primera planta...), cogimos nuestras mochilas para disfrutar del último día en Praga. Aprovechamos al principio para hacer de nuevo el Camino Real, esta vez con mucha menos gente, pues era temprano (no queríamos hacer demasiada cola en el cementerio judio). De camino, nos metimos en otras callejuelas y plazas y descubrimos la preciosa iglesia barroca de Santiago, de la que dicen es la más bonita de la ciudad... cuestión de gustos...
Tras hacer unas cuantas fotos con el sol en todo su apogeo en la plaza de la Ciudad Vieja, enfilamos la calle Parizská, donde están todas las tiendas de las grandes marcas y del Nespresso y llegamos hasta el ayuntamiento judio (rococó, con un reloj con números hebreos cuyas agujas van al revés) y la sinagoga Viejo - Nueva. Ya comenzamos a extrañarnos cuando apenas vimos gente por el barrio, y más aún cuando frente a la sala de ceremonias del cementerio no había más que dos o otres turistas más, en nuestra misma situación. Taquillas cerradas. Razón: ¡Era Sábado!.
Como cuando uno está de viaje ni piensa en el día que es, y como tampoco se me ocurrió pensar en que para los judíos en día de descanso es el sábado... En fin, decepción monumental, y otra excusa para volver a Praga... Con nuestro plan principal al traste, pues no dedicamos a pasear por el barrio, en busca de las sinagogas a ver si había alguna bonita por fuera. La única que me pareció llamativa fue la sinagoga española, que está junto a una curiosa estatua de Kafka (héroe nacional).



Ya andando nos acercamos al río para ver las vistas del parque Letná y el Metrónomo y fuimos paseando hasta el puente Carlos. Pasamos por delante del Rudolfinum, la sede de la Filarmónica Checa, donde estabna rodando una serie o una película, pues no permitían pasar...
Como a mi madre le encantan las iglesias, pues también nos dedicamos a entrar en todas las que vimos (que no son pocas), y también entramos en la Capilla de Belén, donde Jan Huis predicó y eso. No merece la pena pagar por verla... Tmabién aprovechamos para perdernos por los pasajes, y acabamos en un mercadillo de artesanía y souvenirs que se encuentra en la calle que separa la Ciudad Vieja de la Ciudad Nueva. Muy interesante, auqnue las diferencias de los precios de unos puestos a otros eran abismales... Un imán de madera del reloj que costaba en un puesto 150 Kc (!!!), te lo encontrabas dos puestos más abajo por 100, y otros dos más abajo por 70 Kc, !menos de la mitad que en el primero!. Aun así era pintoresco. Allí mismo nos sentamos a tomar un café, para después ya, lentamente, dar nuesto último paseo por la ciudad y hacer las últimas fotos nocturna. El reloj se despidió con un espectáculo de luces impresionante. Al día siguiente, nos íbamos a Alemania.
Tras hacer unas cuantas fotos con el sol en todo su apogeo en la plaza de la Ciudad Vieja, enfilamos la calle Parizská, donde están todas las tiendas de las grandes marcas y del Nespresso y llegamos hasta el ayuntamiento judio (rococó, con un reloj con números hebreos cuyas agujas van al revés) y la sinagoga Viejo - Nueva. Ya comenzamos a extrañarnos cuando apenas vimos gente por el barrio, y más aún cuando frente a la sala de ceremonias del cementerio no había más que dos o otres turistas más, en nuestra misma situación. Taquillas cerradas. Razón: ¡Era Sábado!.


Ya andando nos acercamos al río para ver las vistas del parque Letná y el Metrónomo y fuimos paseando hasta el puente Carlos. Pasamos por delante del Rudolfinum, la sede de la Filarmónica Checa, donde estabna rodando una serie o una película, pues no permitían pasar...
Como a mi madre le encantan las iglesias, pues también nos dedicamos a entrar en todas las que vimos (que no son pocas), y también entramos en la Capilla de Belén, donde Jan Huis predicó y eso. No merece la pena pagar por verla... Tmabién aprovechamos para perdernos por los pasajes, y acabamos en un mercadillo de artesanía y souvenirs que se encuentra en la calle que separa la Ciudad Vieja de la Ciudad Nueva. Muy interesante, auqnue las diferencias de los precios de unos puestos a otros eran abismales... Un imán de madera del reloj que costaba en un puesto 150 Kc (!!!), te lo encontrabas dos puestos más abajo por 100, y otros dos más abajo por 70 Kc, !menos de la mitad que en el primero!. Aun así era pintoresco. Allí mismo nos sentamos a tomar un café, para después ya, lentamente, dar nuesto último paseo por la ciudad y hacer las últimas fotos nocturna. El reloj se despidió con un espectáculo de luces impresionante. Al día siguiente, nos íbamos a Alemania.