El despertador suena prontito que hoy tenemos excursión hasta Utrecht. Aún no he abierto del todo los ojos cuando, a continuación del despertador suenan las campanas de la cercana Westerkerk. En ese momento me viene un pensamiento a la cabeza. Esas campanas de iglesia son las mismas que tantas veces escucharía Anna Frank desde su escondite al otro lado de la calle donde yo estoy ahora. Y así, en los días siguientes, cada vez que oía en nuestra habitación a cualquier hora, las campanas de la iglesia, pensaba yo “las campanas de Anna Frank…”. Ciertamente nos impactó la visita a “la casa de atrás”.
Utrecht
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En fin, sigamos con la narración. Salimos del hotel después de desayunar y en 10/12 minutos caminando llegamos a la Estación Central (es lo bueno de elegir un hotel muy céntrico). Compramos dos billetes ida y vuelta a Utrecht (14,10 euros cada uno) y tomamos el tren en el andén 4. Durante el viaje en tren entablamos conversación con una amable señora holandesa que se sentó frente a nosotros. Bueno, lo de “entablar” es un decir ya que los conocimientos de inglés de mi mujer son mínimos y se comunicaba más bien por gestos o gracias a los servicios del intérprete más incompetente de la historia, o sea yo, que tengo de lo más anquilosados los conocimientos adquiridos en su día de la lengua de Shakespeare

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Siempre que salgo de viaje pienso que es hora de refrescar mis rudimentos de inglés con algún cursillo rápido y siempre se me vuelve a olvidar hasta el próximo viaje

En fin, mal que bien nos entendimos con la señora que nos dio alguna referencia de buenos quesos, nos habló de Utrech y nos contó que iba a visitar a su tía…. La amena y entrecortada (por las dificultades idiomáticas) charla nos llevó distraidos hasta nuestro destino. Y en unos 30 minutos llegamos a Utrecht.
Salimos de la estación y para salir de ella tuvimos que atravesar un enorme centro comercial llamado Hoog Catharijne. Cuando llegamos a la calle, nos dimos con un mercadillo. Llegué a pensar de que poner tantas tiendas y mercados a nuestro paso era una estrategia de los habitantes de Utrecht para ralentizar nuestra excursión, pero en esta ocasión (y sin que sirva de precedente) mi mujer fue fuerte

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Un perfecto viajero busca e imprime a través de internet un plano del centro de Utrecht, que es lo que hice yo desde casa. Un perfecto viajero jamás se dejaría dicho plano bien plegadito en la habitación del hotel, que es lo que hice yo. Qué calamidad!!

Afortunadamente, mi inglés macarrónico nos lleva a todos lados (estoy pensando seriamente poner una academia de inglés macarrónico

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El campanario más alto y antiguo de todo Holanda. En su origen permanecía adosado a la catedral pero un temporal derrumbó el templo y la nueva catedral se construyó separada de la torre.
Nos acercamos hasta la torre, ya que nuesta intención era subir a ella para contemplar las vistas de Utrech. No había por allí taquilla alguna. Entramos en la Catedral y allí nos explicaron que los tickets para subir a la torre se venden en la Oficina de Turismo que está frente al campanario. Dimos una vuelta por el interior de la Catedral, una catedral que siento decir, nos pareció un templo de lo más anodino.
Imponente edificio tras la Catedral
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Entramos en la oficina de turismo y nos llevamos un chasco al preguntar por las visitas al Dom. Resulta que son visitas guiadas que duran alrededor de una hora y se desarrollan en inglés (ya os es hablado de nuestro flojo dominio del idioma) o en holandés. El precio de la entrada es de 9 euros por persona. No permitían la subida por libre, se ha de hacer acompañados por el guía. No nos motivaba en absoluto estar durante una hora oyendo explicaciones de las que yo hubiese entendio la mitad y mi mujer, la mitad de la mitad. Así que, sintiéndolo mucho, optamos por no subir.
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Reparamos entonces en una puerta a un lado de la Catedral de la que salía gente. Ni cortos ni perezosos entramos a curiosear y dimos con un bonito claustro y unos coquetos jardines. Y de los jardines nos fuimos a callejear por Utrecht sin rumbo fijo. El centro de Utrech está ceñido por un canal circular en torno al cual se apiñan pequeñas casas. Gran parte del centro es peatonal y nos dio una sensación de ciudad muy tranquila.
A orillas del canal, casi a ras de agua hay bastantes negocios. Casi todos de tipo hostelero, con terraza al borde del canal, pero también vimos alguna que otra tienda.
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Para pasear por el canal se alquilan unas lanchas que navegan a pedales, pero mi mujer, poco dada a las aventuras navales, me quitó la idea de la cabeza.
Nos perdimos en algunas tiendas y compramos los primeros regalos. Muy buen comercio en la ciudad.
Caminando, caminando, nos salimos del centro y aparecimos por una zona triste sin nada que destacar… ¡¡hasta que a lo lejos, posado en un edificio divisamos un OVNI!!

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Desde luego, toda una sorpresa ver el artilugio allí posado. He buscado información en la red y resulta que se trata de una obra de 1.999 de Marc Ruygrok y que el edificio en cuestión es la Oficina Central de Ferrocarriles de la ciudad. Entre la estética del edificio y el OVNI allí “aparcado” parecía que estábamos visionando una escena de Metrópolis de Fritz Lang.
Tras unos minutos medio perdidos, volvimos a vernos inmersos en el centro de Utrecht. Las tiendas me gustan pero me dan sed


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El café se ubica en la calle Achter Clarenburg 6, y debeis estar atentos para localizarlo ya que por fuera no aparenta ser una iglesia. Parece ser que entre los años 1581 y 1813 el catolicismo fue prohibido en los Paises Bajos y ello motivó que muchas iglesias fuesen recicladas para otros usos, como el caso que nos ocupa.
Había alguna mesa libre, así que optamos por sentarnos. Pedimos dos cervezas. Me empecé a mover por el local sacando fotos y una simpática camarera me indicó el camino al coro. No es que supiese de mis portentosas dotes vocales (que también

Volví a la mesa y reparé en la carta de cervezas. Más de 60 cervezas belgas. La carta, además, ofrece un comentario sobre cada cerveza, lo malo del asunto es que viene en holandés. Así que empleé un sesudo y complicado sistema para elegir otra cerveza: “pito, pito, gorgorito”. Y me pedí la que cayó en suerte. No fue precisamente suerte lo que tuve, ya que se trató de una cerveza de guindas

Vista parcial y fachada del Café Oliver
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Aprovechamos para comer en el café Oliver y yo me quise sacar la espina de la cerveza de guindas con otra birra. En esta ocasión pedí una Rochefort 6. Curiosamente la camarera me preguntó si la quería fría o a temperatura ambiente (cosa que no había hecho con las otras cervezas). Ante mi cara de sorpresa me explicó que si me la servía fría notaría todos los sabores de una vez, pero que si la pedía a temperatura ambiente, iría apreciando gradualmente los diversos sabores y matices de la bebida. Así que opté por la segunda opción y la verdad es que la cerveza resultó una delicia.
Desde el Coro
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Pasado un buen rato dejamos el Café Oliver y pudimos constatar que la calle Lange Elisabethstraat es la principal calle comercial de la ciudad. Aún nos dio tiempo a visitar varias de sus tiendas y dimos un rápido repaso a los puestos del mercadillo anexo a la estación de tren. Tomamos el tren en el andén 5 y de nuevo rumbo a nuestro campamento base, Amsterdam.
Calle comercial en Utrecht
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Tras un cómodo y rápido viaje regresamos a Amsterdam y buscamos Le Cellier, una tienda de licores ubicada en la calle Spuistraat y a pocas manzanas del Magna Plaza. Entramos en la increiblemente bien surtida tienda y enfilamos directos hasta las estanterías dedicadas a las genever. Tenía yo un par de compromisos a los que honrar y no se me ocurría nada mejor que un par de botellas de genever Bols. La oferta de genevers y licores con base de genever es increible en esta tienda, así que ir a ella resultó todo un acierto.
Impresionante selección de genever
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Hecha la compra, visitamos a fondo el cercano centro comercial Magna Plaza (en la visita anterior apenas curioseamos en las tiendas de la planta baja). No nos pareció gran cosa, ciertamente. Y como nos quedamos con ganas de tienda fuimos hasta el casi vecino Bijenkorf, unos grandes almacenes localizados en la plaza Dam. Tremendo nivel en estos almacenes. Nada más entrar lo pudimos percibir al pasar junto a tiendas de Chanel, Vuitton… Nos pareció de mucha calidad el género expuesto en esos almacenes y, de hecho, dejé marcado un posible objetivo para otra visita.
Del Bijenkorf nos fuimos hasta el hotel a dejar las pesadas botellas de genever (de litro y de cerámica pesan lo suyo).
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Una vez liberados del peso “ginebril” el cuerpo se encontraba desestabilizado así que opté por proponer la diaria visita a nuestra ginebrería favorita. Allí estaban de nuevo nuestros amigos (mexicano y estadounidense) y compartimos alrededor del barril/mesa nuestras respectivas experiencias del día a la vez que degustábamos las pertinentes ginebras. Tras un rato de amena charla y gratas degustaciones, nos despedimos de la pareja para seguir paseando. Llegamos frente al Grasshopper, un gran establecimiento hostelero de varios pisos en cuya planta baja se ubica un coffeshop. Entramos a conocerlo. De momento no se ha instaurado la ley que va a permitir el acceso a estos locales tan sólo a los socios de los mismos, que además habrán de ser residentes en Holanda.
Grasshopper
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Dado que no servían bebidas alcohólicas tomamos un par de coca colas. Para sentarse en una mesa es obligatorio que cada cliente lleve una consumición.
En la barra se apilaban unas galletas de hachis y en un lateral había una oscura pizarra que se iluminaba al pulsar un botón y exponía los precios de los diferentes tipos de hachis y marihuana a la venta en el local. El reservado estaba cerrado con cristaleras y había que pulsar otro botón para poder acceder a él. Tras pasar un rato en el local rodeado de chimeneas humanas de sonrisa fácil optamos por seguir camino. Un camino que no nos llevaba a ninguna parte concreta, salvo a deambular por Amsterdam en busca de un pub agradable.
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Pasamos junto al templo budista He Hua, en el pequeño barrio chino de la ciudad, pero a esas horas estaba cerrado ya (entrada libre de 10:00 a 17:00). Pasamos a un pub a tomar unas cervezas y nos percatamos de una curiosa situación. El pub, con muy tenue iluminación, tenía amplias ventanas y estaba situado en una zona donde abundaban los escaparates de luz roja. Mientras saboreábamos las cervezas mirando a la calle, vimos a muchos despistados que tras pasar una sucesión de escaparates de luz roja, seguían mirando con interés hacia las ventanas del pub esperando ver más de lo mismo pero se encontraban con la desagradable sorpresa de darse de bruces con mi cubista rostro

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Esa noche optamos por cenar en un pub irlandés, Sláinte, en las inmediaciones del Barrio Rojo (mandó el hambre, no el raciocinio). Grandes y sabrosas raciones pero demasiado ruido en el pub. Tras la cena volvimos al pub que tanto nos gustó la noche anterior en la calle Zeedik y disfrutamos un par de rondas de Palm Royal.
Los kilómetros del día nos pasaban factura ya y en un cómodo paseo nos fuimos a dar descanso a nuestros doloridos huesos.